El funeral de las muñecas

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Manuelita aún no cumplía los siete años y los viernes nunca iba a la escuela.

Su abuelo la trepaba en el caballo. Desde muy temprano acondicionaba su silla de montar con una almohada y manta. Se la llevaba a recorrer sus tierras para revisar las cosechas. Luego iban a cobrar lo que había comerciakizado. Realizaba las tareas de un hombre de campo modestamente rico que había logrado labrarse un porvenir para él y su familia.

Manuelita tenía fascinación por su abuelo y las escapadas del día viernes eran siempre esperadas.

En su travesía lo acompañaban dos perros, uno grande –que a veces lo confundían con gran danés– por su tamaño y que era el preferido del abuelo. Se llamaba “Firpo” y era un animal bien entendido que parecía comprender instintivamente los deseos del amo hasta con solo ver su mirada.

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La niña ya arregladita para la escuela, llevaba su cabellera de bucles dorados amarrada con listones de colores pastel. Su vestido rematado de olanes, sus calzones de tipo “bloomers” terminados en encajes blancos hacían juego con sus calcetas y zapatillas de charol blanco. Parecía una muñeca de tan bonita. Abría sus ojos azules azorada al ver la disputa entre su abuela, su madre y el abuelo consentidor. Enfurecidas la madre y la abuela refunfuñaban protestando que la estaba convirtiendo en una “marota”.

–¡La estás echando a perder!–, reclamaba furiosa la abuela.

Y con una voz más taimada, la madre de Manuelita remataba: ¡Va a perder el año escolar!

El abuelo imponía su voluntad, acolchonaba con la manta el lugar donde iría sentadita la niña, para que no se lastimara con el trote del hermoso caballo alazán.

Feliz, la pequeña se sujetaba de la cabeza de la silla con sus manitas, aunque en realidad no necesitaba asirse a nada porque el brazo protector de su abuelo la llevaba bien abrazada.

–¿Abuelito, me vas a convidar de los duraznos en la huerta?—le preguntaba con su vocecita sabiendo que –a ella–, su abuelo no le negaba nada y se saldría con la suya.

Para media mañana, su vestido lucía lamparones de mugre. Ya fuera por los jugosos duraznos o los jitomates arrancados de la mata cuyos líquidos se habían escurrido hasta salpicarla o quizás se ensuciaba con el zacate donde se sentaban a tomar el fresco debajo de un frondoso árbol. Ella retozaba con los perros.

El abuelo se echaba una siesta tan reparadora que la niña –ya cansada– se quedaba también bien dormidita junto a él y solo Firpo permanecía atento, vigilante para que nadie se acercara.

Ya en una ocasión habían tenido un altercado peligroso. Todo por culpa de los amoríos del tío Juan, hijo del abuelo. El tío Juan era muchacho por demás atravesado, pendenciero y dedicado a andar enamorando a las muchachas del pueblo. Era tan cínico que en una ocasión se dio un gran altercado. Resulta que un padre enfurecido fue a sorprender al abuelo para reclamarle lo de su hijo Juan. El muy mujeriego había enamorado a su hija, lo tuvo y luego el sinvergüenza no le cumplía. Fue en un descampado del campo donde lo encontró. El enfurecido padre apuntó al abuelo reclamándole que su hijo Juan había deshonrado a su hija. Con la escopeta bien encañonada en cualquier momento mataría al abuelo junto con la niña que iba sentada justo enfrente del abuelo. Si no hubiera sido por Firpo, quizás el desenlace hubiera sido fatal. El enorme animal saltó prendiendo al agresor con tal ferocidad que lo obligó a soltar el rifle. Al caer del caballo, su bota quedó atorada a uno de los estribos. El caballo reparó desbocándose y se llevó arrastrando al que por un momento hubiera cegado la vida del abuelo y su nietecita.

Así transcurrían los días viernes cuando se llevaba a la nieta de “pinta”. Era siempre una aventura de la cual regresaban todos mugrosos con su habitual alegría. Ya cuando iba pardeando la tarde, entraban a la casa solariega por un gran portón. En el patio del casería había una especie de glorieta con unos “pollos” o bancas de concreto que rodeaban unos árboles de granada y era donde a esa hora las mujeres de la casa se sentaba a bordar. Hacían punto de cruz, crochet o deshilados.

Cruzando el patio había un amplio corredor con arcadas de columnas de cantera y de ellas colgaban una infinidad de jaulas con aves cantoras que hacían un verdadero concierto de trinos como si fuera concurso de canto entre las aves.

A Manuelita, el abuelo le compraba las más bellas muñecas del pueblo y ella las atesoraba colcándolas encima de un baúl de blancos.

La niña elegía algunas de sus muñecas para sacarlas al patio y jugar ya fuera a la comidita, a imaginarse que estaban en recreo o en un festival escolar. Nunca jugaba a ser maestra ni a darle clases a las muñecas porque eso, de la estudiada, no se le daba a Manuelita.

Una noche, el abuelo terminó de merendar como habitualmente lo hacía, pidió permiso para retirarse y se sentó en su cama, Cerró los ojos, suspiró y dejó de respirar.

Esa noche, a la niña se la llevaron al cuarto de una de sus tías y no la dejaron salir mientras duró la velación todo el día siguiente. Acompañada en la recámara por una de sus primas, se preguntaban lo que estaría sucediendo y querían saber la razón que había venido a cambiar su rutina diaria.

Ya en la mañana del otro día partió el cortejo funebre. Se les advirtió a las niñas que debían quedarse en casa.Manuelita no encontraba la razón del por qué no iban a ir con todos los dolientes y acompañar al abuelo que se había quedado dormido dentro de una caja de madera. Ella pensaba que podía despertarlo sabiendo que su vocecita era lo más adorado que le gustaba escuchar al viejo. A unos cuantos minutos que el cortejo se había alejado, Manuelita convenció a la prima de que se fueran corriendo por los campos hasta alcanzarlos en el cementerio. Desgarrándose la ropa con los abrojos, rasguñándose las piernas, salpicando lodo y tierra llegaron al panteón y sudorosas se treparon en un montículo, escondidas y ocultas de las miradas de los dolientes, vieron cómo la tierra se tragaba el cajón entre sollozos, rezos y lágrimas de los adultos.

 

Menuda fue la regañada cuando regresaron a casa.

A Manuelita se le asignó otra recámara y pasaba las noches en vela. Extrañaba a su abuelo y entre sus sollozos ella decía que sentía que: “ya se iba a morir”.

Ése viernes tuvo que reanudar el ir a la escuela. En la primaria, sólo le interesaba participar en los bailables y festivales. Para ella sacarse cero en matemáticas o lenguaje era cosa común y no le afectaba gran cosa.

Al sábado siguiente de la muerte del abuelo, la niña no pudo contener su desesperación y salió muy temprano de su recámara. Corrió hacia el ropero donde se guardaban las cajas de cartón grandes que eran las que venían con las botas de hombre. Tomó una caja, metió dos muñecas y se fue a enterrarlas cerca del gallinero por donde estaba la cerca que daba a la huerta. Escarbó la tierra lo suficiente para que cupiera la caja de cartón con las dos muñecas y echándole tierra encima, la aplanó. Luego puso unas ramitas de flores de geranio encima de la tumba. Como se había ensuciado sus zapatos nuevos, se los quitó aventándolos al corral donde estaba la gallinaza. Ya descalza regresó a la casa. A media mañana la sorprendieron que andaba descalza y le interrogaron preguntándole por sus nuevos zapatos. Ella solo se concretó en decir que como le apretaban mucho no se los había puesto esa mañana y que seguramente los zapatos “se fueron a pasear”.Transcurrió una semana hasta que muy de mañana y de forma misteriosa se fue acompañada por los grandes perros hacia la tumba de las muñecas. Escarbó hasta desenterrar la caja y justo en el momento en que la destapaba fue sorprendida por su mamá y su abuela.

–¿Qué haces aquí niña? –preguntó la abuela.

Sorprendida Manuelita respondió: “Vine a ver a mis muñecas. Las enterré porque quiero ver qué es lo que pasa después de un funeral”

Y sin darles mayor importancia, giró y cargó a una de las muñecas que estaba medio sucia de tierra, la sacudió. Con una inocente sonrisa se volteó a ver a su abuela y le dijo: “¡Ay! Entonces mi abuelito está muy bien en su caja, un poco sucio, pero contento.” La madre y la abuela asintieron con gran pena y se la llevaron a que desayunara.

Manuelita quedó mucho más tranquila después del funeral de las muñecas sabiendo que cuando uno se mete a dormir en una caja, lo único que pasa es que te ensucias con un poco de tierra y duermes en paz.

 

 Basé esta historia en la narración oral de Manuela Elizabeth. Forma parte de una compilación que estoy trabajando de «Narrativa oral: Todos contamos historias».

¿Cómo adoptar un niño?

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Cuando se tienen 9 o 10 años de edad y un corazón de pollo, lo único que puedes hacer es meterte en severos líos.  A esa edad me gustaba leer una de las revistas médicas de mi Papá: MD. La revista era editada en Nueva York por Félix Marti Ibañez, un español refugiado de la guerra civil que pretendía imbuir de cultura a los médicos. Cada número era un apasionante legado de conocimientos y a diferencia de otras revistas médicas, no enfatizaba tanto en custiones de patologías.

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Resulta que en una de esas páginas leí un anuncio de una organización internacional FOSTER PARENT´S PLAN que invitaba a que adoptara uno a un niño. La fotografía era dramática y narraba que la adopción consistía en un compromiso mensual de mantener al “hijo adoptivo”.

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Me conmovió tanto el anuncio que lo recorte y me lo llevé con mis compañeros de tercero de primaria. En uno de los recesos, conmoví a mis compañeritos para que “adoptáramos a un niño”. Tendríamos que enviar una remesa mensual de 10 dólares.

El entusiasmo fue colectivo.

 

Escribimos la carta y enviamos nuestros primeros 10 dólares. Como habría que poner un remitente, se me hizo fácil poner el mío pero en la carta solicitud expliqué que los padres adoptivos éramos un “colectivo” de la escuela con nombre y dirección incluida.  A vuelta de correo nos llegó una fotografía de nuestra “hija adoptiva”, una niña de nuestra edad, que vivía en Filipinas y por nombre tenía María. Acompañada la fotografía incluía una preciosa carta garrapateada de “nuestra hijita recién adoptada”.

Excuso decirles que el júbilo fue grande y en el boletín mural que teníamos en el salón, clavamos foto y carta con unas tachuelas.  Recolecté el dinero para la segunda mesada y escrupulosamente llevé a la oficina de correos de las lomas de chapultepec el sobre con el envío.  Para el tercer mes cumplimos con retraso , la memoria de los chicos de ésa edad es corta y olvidamos enviar la cuarta remesa para nuestra “adoptada”. Pasaron los días y el olvido fue creciendo hasta que súbitamente un día, Mrs. Bonita Clark Wrixon, la Directora de Inglés de la escuela irrumpió en el salón de clases.

Se veía consternada, sorprendida, incrédula. Llevaba en la mano un sobre de correo postal que evidenciaba era una misiva de la agrupación benéfica.

–¿Me pueden explicar qué es esto? ¿Quién lo hizo? ¿Porqué nos están reclamando los pagos vencidos de algo que no teníamos ni la remota idea?–, cuestionaba la Directora a una velocidad sorprendente y a la vez realizaba un escrutinio visual de todos los 32 alumnos.

Me ruboricé y con gran timidez me puse de pie para confesar que la idea había sido mía y que había convencido a mis compañeros de que adoptáramos un niño, la cual fue finalmente María, la niña filipina.

Tanto la Directora como la maestra del grupo no daban crédito. Se miraron una a la otra con sorpresa. Hubo un gran silencio hasta que la Directora explotó:

–¡En qué cabeza cabe adoptar a un niño cuando uds. todavía son niños! ¿Acaso no comprenden que éste es un compromiso muy serio? ¿Se imaginan la ilusión que tiene ésta pobre niña de sentirse apoyada económicamente por uds. y de pronto dejan de mandarle su mensualidad?

Con gran dificultad le expliqué que se nos había olvidado mandar la mesada y que adicionalmente teníamos el problema de que no a todos nos daban “domingos” en nuestra casa por lo que resultaba difícil juntar el dinero.

La diatriba de regaños no se hizo esperar. Finalmente, afloró la magnanimidad de la Directora y anunció:

“En vista de que uds. son unos irresponsables, la escuela se ve comprometida a dar la cara por uds. Nos haremos cargo de la mensualidad de María pero les advierto que no permitiremos que esto se repita. Esa fue la primera vez que “adoptamos” a un niño y aprendimos lo difícil que es hacer eso.

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Félix Martí Ibáñez (25 de diciembre de 1911 – 24 de mayo 1972)1 fue un médico, psiquiatra, escritor y editor que nació en España, emigró a los Estados Unidos en 1939 tras la guerra civil española, y allí se exilió durante la era de Franco en España y se convirtió en ciudadano estadounidense.2 En España había ocupado altos cargos políticos durante la Segunda República Española. Cuando emigró, se estableció en Manhattan.

Es autor de numerosos libros, artículos y ensayos. Fundó, editó y publicó la muy prestigiosa revista MD, por medio de la casa editorial que fundó en Manhattan, MD Publications.

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El trenecito

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Nunca olvidaré la emoción de hacer la fila para subirme al trenecito en el bosque de Chapultepec. Era en el zoológico. Se mezclaba el aroma de las palomitas recién hechas, los algodones de dulce y los orines de las hienas y los osos pardos. Una caótica mezcla de aromas que tenías que soportar con la fascinante inquietud del esperado viaje.

Ya que silbaba el trenecito, sentías latir tu corazón más rápido. El crujir de rieles a su arribo de la estación se convertía un sueño en realidad. La estación del trenecito era un frío edificio con reminiscencias de art deco. Hace muchos años que fue derruida la estación y con ella el trenecito se desvaneció.

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También había otra estación en la segunda sección del bosque. Las locomotoras eran espectaculares pues te remontaban a las máquinas del siglo XIX en donde se usaba el vapor para impulsarlas.

Viajar en trenecito era como meterte al infinito, ingresar a la cinta de moebius, ya que dabas vueltas y vueltas saliendo de un punto para retornar al mismo sitio. Esa misma sensación me daban los trenecitos de pilas que te traía Santa Claus (a mi los Reyes Magos me parecían nefastos porque traían pijamas, ropa interior y ropa), en cambio Santa cumplía mis sueños con una precisión exacta al regalarme los juguetes que previamente enunciaba en mi carta. Otros niños, de otras escuelas y diferentes costumbres pedían los juguetes al niño dios. En mi caso era Santa Claus.

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Los trenes de pilas eran básicos. Un círculo de rieles o una elipse sencilla. El pobre aparato de plástico daba vueltas hasta el cansancio. En cambio, los trenecitos de las tiendas especializadas me podían llegar a extasiar.

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Estaban hechos con un impresionante detalle…todo a escala. Los colocaban en unas hermosas maquetas de tipo alpino con túneles, pueblitos, carreteras, bosques, guardavías y estaciones de un romanticismo sin igual. Eran trenecitos sumamente caros y solo permanecían en la mente de uno como la simple aspiración de: “Cuando sea grande me voy a comprar uno de esos”.

En México, viajar en tren para mí fue una muy breve experiencia. Me llevaron de niño en tren dizque “para que conociéramos” lo que era transportarnos en la máquina de acero. El viaje fue corto. Fuimos al entonces lago de Salazar camino a Toluca, en lo que fuera el parque nacional “Miguel Hidalgo”.  Asombrados vimos cómo eran los vagones de reminiscencias post-revolucionarias, recorrimos las partes oscuras de la ciudad y pudimos ver el bosque del Desierto de los Leones desde otra perspectiva. En el camino atravesamos un par de túneles donde gritaban los pasajeros de emoción ante la súbita oscuridad y sus voces transformadas en eco regresaban con el retumbar de los metales. Bajamos en la estación de Salazar. Hicimos un día de campo junto a los riachuelos bordados de musgo con ranitas verdes que saltaban entre las húmedas rocas de río. Los borregos que pastoreaban en la cercanía, berreaban y sonaban de vez en cuando su metálico cencerro. Una jornada de aire puro, frío y contacto con la naturaleza.  Alistados para el regreso, esperamos al tren de las “seis” que llegó demorado.

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Ese lago y pueblito de Salazar junto al parque nacional hoy es una zona depredada por la mágica mano de los gobernantes neoliberales (Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto) en connivencia con los invasores de comercio informal, motocicletas y escuálidos caballos de alquiler. Un verdadero muladar que refleja el tipo de gobernantes que hemos padecido.

Sin embargo, el trenecito de la memoria es infinito. Nos lleva de niños por la imaginaria ruta de aventuras sin fin. Ahora, ya de “grandes”, ése mismo trenecito nos invita a recordar el anhelado viaje que es la vida misma.

Y por favor:  ¡No pierdan su boleto, si no, pierden el retorno!

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La Jaula de los Osos blancos

polar-bear_560x400-jpgUna de las más gratificantes experiencias que podemos experimentar los seres humanos es precisamente el “enamoramiento”. La figura descriptiva de uso común es la expresión de “¡Siento como mariposas en el estómago!”.

Y en cierta forma el alboroto hormonal que producen las emociones de atracción y establecimiento de un vínculo amoroso tiene mucho que ver con nuestro cerebro.

Quizás es más intenso cuando somos adolescentes porque nuestro cerebro está en un momento de reacciones emocionales o sea: “reacciones reptilianas agudas”. En esas etapas estamos sufriendo los cambios hormonales propios de la edad y nuestra sensibilidad está a flor de piel.

Cabría preguntarte ¿Recuerdas tus primeras emociones cuando alguna vez te enamoraste? O preguntarnos ¿Acaso conforme he tenido más edad he perdido la magia de las mariposas en el estómago?

Posiblemente encontremos, entre algunos de nosotros, que después de una vida de compartir con una pareja aún mantienes viva la flama del amor inicial. Muchas personas en cambio nos responderían que ahora sus emociones han cambiado y son diferentes. Yo lo explico a veces como un árbol cuyas ramas crecen juntas y se van alejando una de la otra en búsqueda de el sol y evitando que el follaje de una de ellas le haga sombra a la otra y hay otros árboles como los cipreses, araucarias o los pinos cuyas ramas crecen en armonía perfecta.

Lo realmente maravilloso del enamoramiento es la capacidad de crear pequeños rituales que marcan la diferencia y hacen que la huella de ésa persona permanezca indeleble en la memoria de uno. Rituales que van desde las palabras de cariño, la forma de acariciarnos, la tendencia de obsequiarnos cosas que llamamos “detalles” como pueden ser el mismo tipo de chocolate con licor a cerezas, las cartitas, tarjetas o recados amorosos o el lugar del encuentro para las citas de amor.

Recuerdo con gratitud a la jaula de los osos blancos en el zoológico. En la temprana adolescencia, cuando nuestras escapadas eran fortuitas y dependían en ocasiones en saber construir una buena excusa para con nuestros padres y decir: “Tengo que hacer trabajo en equipo con mis compañeros por lo que estaré ausente ésta tarde de viernes”. Y al obtener el perrmiso, nos acicalábamos con mayor esmero despertando sospechas en nuestra madre que reaccionaba con cierta complicidad:

–“Nunca te arreglas tanto para hacer trabajos en equipo”.

Pues bien, la cita me la estableció en el zoológico. Nos veríamos frente a la jaula de los osos blancos, A las 15 horas. Después de haber comido y sin dinero en los bolsillos para invitarle por lo menos un café. Empecé a sentir la emoción desde temprano. El ritmo cardiaco iba en aumento a medida que se acerca la hora de la cita y merodeaba cercano a la jaula de los osos blancos, fingiendo no tener prisa por el encuentro. Observé a los leones retozar, los venados saltar y al águila mirarte con cierta curiosidad rapaz.

Me sudaban terriblemente las manos. ¿A quién no le sudan las manos cuando estás más que nervioso?  Me las restregué en el pantalón. Acomodé nuevamente el cabello despejando el lacio copete que caía sobre mi frente . Inspiré profundamente y me encaminé hacia la jaula de los osos blancos.

¿Llegará la persona que anhelo ver? ¿Me dará el sí final al cortejo? ¿Es la persona con los atributos con la que mi mente me ha estado emocionando?

Todo eso lo descubres en unos cuántos minutos a lo mejor. Pero el grato placer de la cita, el ritual de elegir un lugar por lo demás original y la ilusión de amar es lo que a todos en alguna forma nos deja la huella de las mariposas en el estómago y la sana alegría de amar y quizás, de ser amado.

 

¿Y tú, has tenido alguna cita –como la mía–, en la jaula de los oso blancos?

No es un tema relevante…

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Cursaba el segundo año de la licenciatura en Comunicación y había decidido emprender –tempranamente–, la redacción de mi tesis profesional. En ese entonces no existía Amazon ni Internet pero me las ingenié para conseguir los mejores libros que existían en el planeta sobre el tema.  Entusiasmado me puse a elaborar fichas documentales, textos y todo aquello que sustentara mi argumentación. Compartía mi inquietud con mis compañeros más cercanos. Un buen día al inicio del semestre, llegó un nuevo condiscípulo. Era mucho mayor de edad pero de forma sencilla casi humilde se sentó en un pupitre junto a mí.

–¿Cómo te llamas? ¿Apenas ingresaste a la carrera? ¿Pero por qué empiezas una licenciatura a tu edad?—fueron algunas de las interrogantes con las que le bombardeaba.

De forma sencilla me respondió que era sacerdote jesuita, que venía llegando del Vaticano, que era Doctorado en Filosofía y letras pero que como había colaborado en Radio Vaticano y el L´Osservatore Romano le había interesado estudiar comunicación.

Su nombre: Javier.

Se hizo amigo de la pandilla de estudiantes que formábamos –los que nos considerábamos marginales–, pues no pretendíamos ostentarnos como “intelectuales” ni “sabelotodos” como los compañeros más “snobs” de la generación.  Los viernes le invitábamos y se iba a comer con nosotros al jardín de la casa de un compañero donde realizábamos una “Ostionada” donde degustábamos un enorme costal de ostiones en su concha que previamente comprábamos en el mercado de La Viga y los combinábamos con cerveza y otros mariscos.  Ya al atardecer, lo regresaba en mi auto a la residencia donde vivía.

Le conté mi frustración, cuando después de muchas jornadas de antesala y siempre plantándome en mis citas, el Maestro Jara finalmente me había recibido. Parco en su trato, le mostré el ante-proyecto y el legajo de papeles que llevaba ya escritos. Apenas si les dio un vistazo y me dijo:

–La contaminación no es un tema relevante para México.

Cerró mi folder, devolviéndome los papeles y me despachó.

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Javier escuchaba pacientemente mis quejas y así transcurrieron dos semestres más.

Al inicio de cursos, esa mañana el rumor de que habían cambiado Director de la carrera se esparció por los corredores. Estaba yo sentado en el anfiteatro del salón de clases iniciando una sesión cuando de pronto entró la secretaria de la dirección y pidiendo permiso al profesor preguntó por mí. Pensé que algo terrible estaría pasando para que me llamaran a la dirección de la escuela. La acompañé bastante nervioso y al entrar a la oficina me dijo que pasara al privado del Director que ya me estaba esperando.

Con gran sorpresa descubrí a Javier Martínez.

–¿Javier? ¡No me digas que eres el nuevo director de la licenciatura!—exclamé con incredulidad.

Asintió y nos pusimos a platicar.

Había transcurrido año y medio cursando la licenciatura como discípulo encubierto para evaluar maestros, programa de estudios, conflictos y oportunidades para mejorar la licenciatura.  Me explicó que había un terrible cuello de botella que impedía que los egresados –al terminar sus materias–, se recibieran rápidamente por más que intentaran presentar sus respectivas tesis, los rechazaban.  Esto obedecía a que los reglamentos de la Universidad exigían que el claustro de profesores contaran con al menos una licenciatura. Una sutil mafia controlaba el claustro.

Me comentó que ya había consultado con el Rector y que había conseguido autorización para que yo impartiera algunas materias y además conformara un taller de elaboración de tesis para agilizar la recepción de los más de 90 egresados ansiosos por titularse.  Ofreció ser mi director de tesis para que al término de mi licenciatura me recibiera rápidamente. Acordamos otro tema de titulación, que también estaba de moda sobre programas de Identidad Corporativa.

Todo mi material sobre ecología y contaminación se lo doné a un compañero que finalmente se tituló con ése tema.

Hoy en Cancún, reunidos los expertos de la COP 13 declaran que “Están en juego la vida y el futuro de la humanidad”…todo por un tema que no era relevante para el profesor Jara: La contaminación ambiental.

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Tajamar, Cancún, Quintana Roo, México

Inmigración y esquizofrenia: Efecto Trump

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Si piensan que voy a darles argumentos para señalar alguna patología mental de Trump, no se hagan ilusiones.

Se trata de cómo la cultura contribuye a enmascarar a la esquizofrenia. Como todos sabemos, la esquizofrenia se define como un grupo de enfermedades mentales muy complejas que se caracterizan por alucinaciones, pérdida del contacto con la realidad y alteraciones de la personalidad. Sus causas son muy debatibles y sin embargo los atribuyen a un origen genético. Se presenta con ansiedad, depresión y pensamientos suicidas.

La argumentación de que la cultura enmascara a la esquizofrenia la basan los expertos en una serie de investigaciones entre las que se encuentra en el estudio comparativo del Rey Luis II de Baviera, conocido como Ludwig y que se rodeó de cultura, construyó los más hermosos castillos y financió al compositor Richard Wagner, a pesar de padecer esquizofrenia leve. En cambio su hermano Otto, sin contar con el apoyo de un entorno cultural como el de su hermano, marginado del poder, se le desencadenó tempranamente la esquizofrenia que en su momento lo consideraban “demencia precoz”. Ludwig II también tuvo un desenlace trágico pero se considera que su estimulación basada en la cultura, rodeado de artistas, conciertos de música, bailes, planeando magníficos castillos con sus arquitectos, escultores y pintores, tuvo un entorno más favorable que contribuyó a que por un tiempo pasára desapercibida su enfermedad mental.

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Esto viene a colación ya que la Organización Mundial de la Salud dice que independientemente del país que fuere, si el entorno cultural y social están en paz, el promedio de pacientes esquizoféncios es reducido, como del 1% pero en las poblaciones donde hay emigrantes expulsados de su país, agredidos en sus viajes o traslados aunada a la mala recepción que se les da –ya sea en el país que los acoge o al regreso a su lugar de origen—, sin el apego familiar y carentes de un sustento económico, se disparan las cifras entre un 3% y 8% de esquizofrenia (1)  La mayor parte de los esquizofrénicos se encuentran entre los estratos más pobres, sufren para socializarse y como no generan recursos, se concentran en donde la vivienda es más barata y se vive con poco dinero. La degradación cultural, la pérdida de raíces, el desarraigarse de su familia, la pérdida de su hogarson factores que tienen un papel importante en el desmoronamiento disociativo.

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Estamos viendo consternados cómo expulsan inmigrantes (llamados ilegales) de escasa edad. Niños que son separados de sus padres y los regresan en calidad de animales, sin considerar que quedan a merced de factores altamente estresantes. También el número de niños y adolescentes que están emigrando no solo de centroamérica y México hacia los Estados Unidos, sino que ya hay grupos de inmigrantes provenientes de Haiti y África en el continente americano. Este fenómeno que también lo estamos viendo en Grecia, Turquía, Alemania y Francia, por solo mencionar algunos destinos, están generando un masivo incremento de padecimientos mentales, violencia y evidentemente, el incremento de esquizofrénicos.

El “Efecto Trump” que ha consistido en azuzar a un segmento de blancos depauperados (white trash=basura blanca) para que perciban a los inmigrantes como los enemigos, emulando a Batman-Robin contra el Pingüino o Superman vs. Luthor, está generando un incremento de violencia, agresiones en lugares públicos, exaltación de que deben regresar a sus lugares de origen, festinando la construcción de un posible muro, la promesa de expulsiones masivas, los campos de refugiados desmantelados en Francia, etc. Es un acto de abuso en el poder. El paralelismo al nacimiento del Nazismo, Franquismo, etc. es impresionante. Esto sin considerar que ya de por sí nuestro país ha estado sometido en los tres últimos sexenios de “cambios democráticos y reformas estructurales” a un devastador panorama de inmigración, crímenes colectivos, fosas comunes, trata de personas, desapariciones forzadas y vejaciones de una dimensión que todo apunta a que la esquizofrenia forma parte del coctel de una economía basada en el despojo, el reparto inequitativo de los ingresos, el desempleo y la promoción del odio como la mejor forma de elevar la superioridad de una nación.

La cultura es el bálsamo que permite a los individuos el gozar del conocimiento, de la belleza, de las raíces y tradiciones que nutren el espíritu (alma) humana. Perder el contacto con el terruño, marginarse en ghettos o en zonas de pobreza extrema, perder la identidad, desapegarse de las costumbres, desarraigar las emociones familiares y desgarrar al individuo en un camino sin posible destino es lo que estamos viviendo.

La cobardía de los gobiernos que exportan “jardineros”, las guerras contra los carteles por funcionarios batidos en alcohol y orines de conservadurismo, las buenas “vibras” de saqueadores que exaltan la lucha contra la corrupción sabiendo que son ellos los que destruyen a sus propios pueblos, es el resultado de una esquizofrenia colectiva, inducida por la pérdida fundamental de la cultura.

Si queremos salvarnos y salvar a nuestros conciudadanos debemos empezar por promover la lectura (leer, vamos, leer con doble e), motivar a que se escuche la música, visitar museos, enseñar a los otros a admirar la escultura, la pintura, arquitectura, ver buen cine…fomentar la armonía y no el odio ni la discriminación.

Erradicar el “Efecto Trump” con el amor a la cultura y respeto al que es diferente a uno.

 

 

(1) Sang, D.L., Ward C. “Acculturation in Australia and New Zealand”. En el The Cambridge Handbook of Acculturation Psychology, New York Cambridge University Press, 2006.

Jirafita

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Al cumplir cinco años, mi Abuelo me llevó a la mejor juguetería de la ciudad. Me ofreció comprarme el juguete que yo más quisiera, no importaba el precio. Acompañado de la dependiente, escogí una Jirafita. Era la más barata de la tienda. Mi abuelo, ciertamente molesto, insistió que escogiera otra cosa, e inclusive que llevara otro juguete además de la Jirafita. Después de recorrer la tienda interminablemente, me negué a comprar otro juguete. El abuelo a regañadientes pagó los cinco pesos que costaba.

Adoré a mi Jirafita.

Todos los días, antes de ir a la escuela, la dejaba amarrada a la pata de mi cama y al regresar, lo primero que hacia era correr hacia ella y desamarrarla. Platicaba con ella. Así transcurrieron cerca de dos años. El ritual era inamovible. Un día, llegué a mi recámara y ya no estaba mi Jirafita. Ni siquiera el lazo con la que la ataba. En medio del llanto inquirí a mi madre si sabía dónde estaba mi Jirafita. Ella, respondió en automático: “Puse en orden tu cuarto y tiré a la basura a la mugrienta Jirafa…¡ya estás grande para esos juguetes!”

A veces  se rompe el delgado lazo que nos une a lo que queremos. Quizás es señal de que hemos madurado, o quizás de que los apegos emocionales deben ser pasajeros. Pero lo que nunca se rompe es el recuerdo, la añoranza de la inmensa felicidad que nos dan hasta las cosas más sencillas, los afectos más sinceros, lo que uno recibe y da a cambio sin nada de por medio.

Al hurgar en nuestro baúl de recuerdos, siempre, invariablemente habremos de encontrar a nuestra Jirafita perdida.

 

 

 

Nov. 2016

Primitivo y el voto

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Aunque se llamen desconcertados o en estado de “shock” los opinadores de los medios de comunicación ante el triunfo electoral de Trump y las casas encuestadoras cada día confirmen que sus previsiones siempre se equivocan, el hecho es que al momento de “votar”, Primitivo siempre gana.

¿Quién es Primitivo?

Primitivo es la parte más rústica de nuestro cerebro (hipotálamo y amígdala), es el portero de todas los impulsos nerviosos que llegan al encéfalo. Es hiperactivo para bloquear la información, manipularla y retrasarla, por eso cuando llegan los mensajes con Racional, en muchas ocasiones es ya demasiado tarde.

Primitivo se aprovecha de los miedos, refleja los instintos reptilianos, abusa de la ignorancia e infunde los argumentos más irracionales que la mente pueda tener. La natural candidez de las personas es aprovechada por Primitivo cuando se trata de elegir. Por eso vemos las campañas de “miedo”, odio inducido y de lugares comunes para atrapar a los votantes que están acostumbrados a no usar su parte Racional del cerebro.

Imagínese a una pareja de edad media o avanzada, sentada frente al televisor por muchas horas, atragantándose de alimento chatarra y lo más probable el varón deglutiendo cervezas en dósis de “six pack”. El salón de estar oscuro, centellando los estímulos liumínicos de la pantalla gigante de plasma, el volúmen altisonante de los locutores y las transmisiones deportivas interminables. Evidentemente el sedentarismo consetudinario de la pareja se refleja en sus carnes desboradadas, lalanta encima de llanta, jadean por su repsiración entrecortada, se voltean a ver de pronto y se preguntan mutuamente: “¿Por quién vas a votar?”

El hombre contesta: “Yo por Trump (cámbienle el nombre pongan Calderón, Fox, Peña Nieto o el candidato más vivillo que ofreció mucha estabilidad y señalo al enemigo como peligroso), eso me garantiza que el país salga adelante”.- Ahí Primitivo ya lleva la delantera.

La mujer responde: “¿Te acuerdas que me encuestaron? Te confieso, mentí. A mi me da miedo que nos vayan a fichar y luego el que gane se vengue de nosotros, por eso dije que votaría por el candidato que apoye el gobierno… pero la verdad no sé por quién votar”—Aquí Primitivo ya metió el pie en la puerta, es cuestión de que el impulso de la mano de la mujer marque la casilla que el marido ha pregonado es buen candidato o que vacile y marque la casilla que le hace sentir que todo seguirá igual o mejor, es decir lo más conservador posible.

Primitivo ganó en la Alemania Nazi, en la España Franquista, en el Chile de Pinochet o la Argentina de Macri. Hoy Primitivo ganó en USA porque la experiencia de darle el voto a un “prietito en el arroz” o en este caso a una mujer es mucho más peligroso que dejar la ilusión reptiliana de convertir al país en un tanque que aplaste a la humanidad pero nos haga sentir otra vez que vivimos en “America the great”. A Racional todavía no le cae el veinte.

Si me preguntas por qué Primitivo arrebata y si no roba, hace trampa o entra por la puerta de atrás, solo puedo responderte que es el “miedo” que induce Primitivo lo que logra que la humanidad siga sin evolucionar. Y Racional espera prudentemente para evitar sentirse violento.

Los dos perros

2-perros

Doña Paulita era una mujer de avanzada edad que vivía en su humilde casa de adobes, casi en las orillas de Temixco, junto a los útimos sembradíos de arroz que aún quedaban en el Estado de Morelos. La pobreza y abandono del campo era visiblemente notorio y se reflejaba en su choza. Con grandes esfuerzos se esmeraba en mantener a su paloma de collar, sus dos perros así como las plantas y flores sembradas en botes de hojalata, –de esos que vienen con las conservas—y que le daban color al desolado panorama.

Con quienes platicaba, regañaba y gruñía todo el día era con sus dos perros. La perra era color ladrillo y el perro era una combinación extraña de blanco, negro y chocolate. Ella se esmeraba en prepararles su alimento diario. Con los pocos centavos con que contaba, lograba hacerles un caldo o estofado, combinado con arroz, verduras, fiambres de carne o pollo y de vez en cuando un hueso de res. Evitaba darle huesos de pollo ya que conocía que se astillaban y podían matarlos o al menos atragantarlos.

Por sus raíces nahuas, sabía bien que a los perros  debe uno procurarlos porque son los encargados de acompañarnos en el viaje al inframundo.  Era el tránsito obligado que ella ya veía cerca. El lazo emocional que tenía con los dos canes la hacía  sentirse acompañada como si tuviese familia.

Repartía el alimento en dos vasijas abolladas de peltre, con justicia les daba iguales proporciones a la perra y al perro. Los animales reconocían sus respectivas vasijas y nunca se aprovechaban del alimento del otro. A Doña Paulita le daba mucha curiosidad ver el comportamiento de las dos mascotas: La perra, meneaba el rabo en cuanto percibía el olor de que el cocimiento iba a ser servido en su platón, se ponía en dos patas dando brinquitos y con la lengua iba paladeándose lo que pronto habría de engullir con una voracidad inimaginable. No comía, tragaba el alimento a la velocidad en que apenas había sido servido. En cabio, el perro se sentaba diligentemente frente a su plato. Lo olía con una lentitud impresionante dándole tres vueltas completas. Luego, lentamente y mirando de reojo a la patrona se iba saboreando el alimento para finalmente pasarse horas con el hueso que ya completamente descarnado, lo roía con esmero desmedido.

Fue precisamente en el día anterior a las festividades de los santos difuntos cuando la anciana dejó de existir. Los vecinos en forma solidaria, se cooperaron para darle cristiana sepultura que por las festividades, lució decorada con las borlas de amarilo-naranja que caracterizan a la flor de cempasúchil. Resulta que los dos canes murieron de tristeza, hambre y en el abandono justo a los nueve días de la partida de Doña Paulita. Cuentan las tradiciones de la región que son nueve los días en que tarda el alma del difunto en encontrar su camino hacia el inframundo.

Será verdad o será mentira, pero Doña Paulita se reunió con sus dos animales y empezaron el camino por el tunel que conduce a una intensa luz blanca y con la sensación de paz y felicidad que ninguno de nosotros los que aún tenemos vida hemos sentido. Algunos que han experimentado estar al borde de la muerte y haber retornado de ése túnel dicen que el placer es tan infinito que no hay orgasmo más delicioso para disfrutarse.

Ya en ése plano etéreo, a los animales se les da el uso de la lengua que los humanos les comprendan. La oportunidad se le dio a Paulita para platicar con sus fieles canes ya difuntos. La curiosidad le mataba aún más de la muerte misma que ya padecía y les preguntó la razón por la que se comportaban de tan diferente manera cuando les servía el jugoso caldo.

Como siempre, la perra presurosa respondió: “Mi ama, yo apènas olía la comida que había ud. preparado, me ponía en dos patas agradeciendo la infinita bondad de darme el alimento de cada día y sabiendo que en estos tiempos la misería campeaba por el pueblo, lo tragaba todo velozmente no fuera a ser que alguien me quitara el bocado.”

Al inquirirle al perro su proceder, éste le respondió: “La verdad es que yo sabía que en la pobreza y miseria en que nos han sometido quienes gobiernan, estaba consciente de que yo que debía desconfiar del alimento, no fuese que tuviera veneno malintencionado para deshacerse de mí. Por eso, primero le daba dos vueltas. Después lo probaba con la punta de la lengua reconociendo que ud. –independientemente de su bondad–, con la edad había perdido el sazón y la gana de guisar, ofreciéndonos un tremendo revoltijo de insípida consistencia. Para terminar me ponía a roer el hueso con la esperanza de que llegase a ése hogar la misma fortuna con la que los políticos los recompensa la vida con estarse haciendo los tontos, peleando siempre por mantenerse en el poder y gozando de las bondades que –en su existencia—, reciben con sólo estar con un hueso.”

Pensar… un viaje maravilloso