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Por siempre, te esperaré toda la vida

¿Cuántos amores has extraviado a lo largo de tu vida?

Y… ¿Cuántos de esos amores nunca pudiste convertir en una realidad?

El enamoramiento es un fenómenos psico-emocional que todos los seres humanos poseemos y que accesamos a través del tálamo, amígdala e hipotálamo, también conocidos como nuestro “cerebro reptiliano” porque es el umbral de acceso al encéfalo y donde se dan las respuestas no racionales , sino instintivas, casi en automático, donde responde el ancestral reptil que llevamos dentro.

Así, nuestro tálamo es el motor de nuestras señales sensoriales y las retransmite al encéfalo popularmente conocido como cerebro. Lo que percibe, lo facilita o lo inhibe para ser proyectado al infinito enjambre neuronal que se conecta en toda la masa encefálica hasta llegar a la parte donde racionalizamos.

Aunque a simple vista pudiéramos pensar que su función simplemente es la de un puente de comunicación y aduana de lo que entra o no entra, el tálamo tiene gran importancia porque integra los datos sensoriales, los procesa y descarta, contribuye al ciclo de sueño y vigilia, lo que contribuye a regular la sensación de sueño. (ojo: el enamoramiento lo descubrimos como si fuese un bello sueño); tiene un papel muy importante en la consciencia y la atención. Pero los estados conscientes son diferentes a la racionalización que hacemos al tener consciencia, al darnos cuenta de la realidad. Son fenómenos paralelos que contribuyen a que la atención y el lenguaje operen más allá de tener consciencia de ello.

La otra función es la de regular las emociones. Interactúa con las vías neuronales donde aparecen los llamados estados emocionales. Con ello las emociones son reguladas y se ordenan diferentes descargas de hormonas en el torrente sanguíneo. Todo ello puede hacer que se considere al tálamo como un “interruptor de la consciencia” y que podría ser el culpable de que nos enamoremos de la persona equivocada porque no racionalizamos la conveniencia de esa relación. Es nuestro “pepe grillo” que puede ser cómplice o consejero.

Una de nuestras emociones básicas es la alegría. Gracias a la alegría podemos tener un estado emocional que consiste en que una persona es atraída por otra y le produce a nuestro cuerpo un estado de satisfacción, de placentero goce de tener la posibilidad de compartir tantas cosas en la vida con el ser al que nos sentimos atraídos.

Todo esto es unilateral, es decir, nosotros lo estamos sintiendo pero no necesariamente la otra persona lo siente. Posiblemente esa atracción no vaya a tener una respuesta positiva o quizás pasemos inadvertidos para el otro. También puede ser la indiferencia del otro lo que más nos estimule al deseo de la conquista pero si en nosotros prevalece la timidez o la inseguridad, lo más probable es que nunca logremos conquistar el interés de la otra persona.

El enamoramiento es un efecto emocional pasional y difiere del verdadero amor que es una emoción plenamente correspondida. La etapa de enamoramiento se calcula que no pasa de ocho meses, esto explica por qué es necesario un noviazgo.

Sin embargo, al inicio te preguntaba sobre ese enamoramiento que tuviste en alguna etapa de tu vida, que te marcó y que no se consumó pero que permanece latente en tu memoria. Esa relación que ambicionaste tener. Que quizás se dieron unos primeros pasos de acercamiento pero que por “algo” no se consolidó y que en alguno de los nódulos neuronales de tu memoria permanece vigente.

¡Cuántas historias hemos escuchado de personas que se re-encuentran después de muchos años y finalmente se convierten en parejas! Y cuántas miles de historias conocemos de personas que en el ocaso de sus vidas confiesan haber estado perdidamente enamoradas de alguien que nunca pudo ser suyo.

Hay una canción que interpretaba Connie Francis en la década de los 60´s que fue compuesta por Michael Legrand (1966)  para el musical francés de “Los paraguas de Cherburgo” y que refleja esa emoción teñida de frustración por el no alcanzar el objeto amoroso. He aquí un fragmento traducido de su letra:

“Si esto fuera para siempre, esperaré por ti.

Durante mil veranos, esperaré por ti.

Hasta que tu regreses a mi lado,

Hasta que pueda abrazarte,

Hasta que pueda sentir tu suspiro aquí en mis brazos,

Y donde sea que estés deambulando,

Y a donde sea que vayas,

Cada día recuerda cuánto te amo

Tu corazón creerá lo que mi corazón ya sabe:

Que por siempre esperaré por ti.”

 

Todos albergamos un bello recuerdo del amor que nos fue imposible y que aunque el tiempo transcurra, lo seguiremos esperando.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mariposas en el estómago

¿Quién no ha sentido mariposas en el estómago?

Es una frase coloquial que se utiliza para explicar la emoción que cualquier persona siente cuando se encuentra en la fase inicial del enamoramiento. Por eso se le describe como “mariposas en el estómago”.

Sobretodo en los primeros enamoramientos, las personas experimentan sus emociones como cosquilleo, felicidad desbordante en euforia y hasta palpitaciones que dejan sin aliento.

Es evidente que todas estas reacciones se detonan en nuestro cerebro, en las interconexiones neuronales que afectan tanto al área racional pero especialmente al área emocional del hipotálamo y amígdala.

Hay una explicación química: Son descargas hormonales.

De ahí que a esas descargas hormonales se les llamen “las hormonas del amor”.

Ese impulso del amor es parte de la química de nuestro cuerpo. En efecto, secretamos sustancias químicas que mediante las neuronas se envían señales a distintas partes del encéfalo (cerebro) y ahí son las reacciones fisiológicas y manifestaciones físicas que tenemos.

Una reacción fisiológica puede ser que nuestro ritmo cardiaco se acelere, el torrente sanguíneo provoque que nos ruboricemos, o que nos suden las manos e inclusive se altere nuestra respiración y nos “quedemos sin aliento”. Esto explica la extraña sensación que decimos: “mariposas en el estómago”.

¿Pero cuáles son esas hormonas del amor?

Hay dos tipos de descargas que obedecen a una secuencia o fase. Primero descargamos dopamina en gran cantidad. La dopamina es la responsable de generarnos euforia, alegría, emoción y es cuando sentimos deleite.

En una segunda fase se mezclan otras hormonas conocidas como endorfinas que son las que nos van ayudar a sentir placer.  Es una sensación de bienestar general, y se pueden segregar en compañía de estímulos táctiles como las caricias, los besos o el estímulo sexual.

Las endorfinas –como decíamos–, tienden a mezclarse con las apomorfinas que son peligrosas porque producen adicción. Esto da origen a un  poderosa droga natural que hace que nuestro cuerpo sienta la necesidad del otro.

El amor es una batalla de hormonas equiparable a un bombardeo nuclear

En las fases segunda y subsiguientes estaremos liberando testosterona que es clave para el deseo sexual y aunque se suele pensar que son sólo del género masculino, la testosterona también está presente en la mujer. ¡Y vaya que si no está presente!  Pues es la mujer quien a la semana 13 del embarazo, descarga la cantidad de testosterona que habrá de “sexar”, es decir: determinar el sexo del futuro bebé.

Así que la testosterona nos impulsa a tener deseo sexual y el neurotransmisor conocido como serotonina hace una genial combinación. La serotonina   se le conoce como la hormona de la felicidad ya que aumenta los niveles de esta sustancia en los circuitos neuronales generando una sensación de bienestar, relajación, nos ayuda a concentrarnos en el objeto amado (de ahí la frase: “solo tenía ojos para verle”) y estimula nuestra autoestima, lo que nos impulsa a acicalarnos, perfumarnos, y a “ponernos guapos”.

Después de todo, el amor es una deliciosa droga que te hace vivir intensamente.

Normalmente nunca vamos a analizar desde el punto de vista químico ni neurofisiológico lo que sentimos cuando estamos enamorados. Pero si es conveniente saberlo porque te ayudará en mucho a comprender los alcances de las locuras que puedes cometer cuando se está enamorado.  Fuera de toda la bioquímica, estoy seguro que cada uno de nosotros posee un inmenso anecdotario de las emociones que hemos sentido en nuestra vida desde el primer flechazo y en cada una de las fases del enamoramiento.

Es una delicia estar enamorado y es apasionante invertirle tiempo y energía al romance. Quizás es uno de los satisfactores más gratuitos y benéficos para nuestro cuerpo porque toda esta revolución hormonal en el interior y que pasa desapercibida a nivel racional, se refleja en la hermosura que proyectamos hacia el exterior. Una persona enamorada es más bella, más atractiva y más luminosa.

Así que cada vez que puedas: Libera las mariposas para que vuelen en tu estómago, su aleteo te dará placer, emoción, alegría y te pondrá al límite de la adicción positiva.

Desamor

Hay millones de escritos y conversaciones sobre el amor, el enamoramiento, cariño y hasta de los flechazos amorosos (amor a primera vista).

Poco se analiza el desamor.

Y si bien hay muchas probabilidades que un enamoramiento pueda perdurar toda la vida, también hay muchas posibilidades de experimentar el desamor.

Para que se de el desamor evidentemente se debió haber ya vivido un episodio amoroso previo. El grado de enamoramiento será el indicador más exacto de la dificultad con la que habrá de desenamorarse.

El desamor es un proceso paulatino –en ocasiones doloroso–, en que una pareja va perdiendo el entusiasmo por la otra persona. No es un rompimiento brusco ni instantáneo. El desamor es un proceso que deja múltiples cicatrices que no cierran, que quedan abiertas y vivas, que lastiman o incomodan a la persona.

Como mencionamos el desamor existe en la medida que le anteceda el amor. Pero es importante comprender que el origen del amor se inicia con el deseo.

Todos estos procesos emocionales atraviesan por fases o etapas. Las etapas son las siguientes:

  1. Curiosidad por conocer a la persona. (emoción)
  2. Atracción (hay algo que despierta tu interés en el otro) “Las mariposas en el estómago”.
  3. Encuentro
  4. Deseo (quieres estar con esa persona. Entre más tiempo es mejor) “Apetito amoroso”
  5. Posesión del objeto amoroso (te ha conquistado o le has conquistado, ya es tuya o tuyo en cierta forma metafórica) También podemos llamarle enamoramiento.
  6. Amor pleno. Hay una compenetración de los dos seres, el deseo se mantiene, el asombro y la curiosidad de irse conociendo cada día más, la afinidad de gustos es fundamental, la sensación de querer estar cada día más con la persona amada y la felicidad que acompaña a todo el proceso amoroso.
  7. Rutina amorosa (se inicia un declive del deseo, se vuelve costumbre la persona pero se empiezan a generar aspectos críticos a la relación)
  8. Periodo de duda (es la oportunidad de reinventarse y despertar nuevamente el deseo y reforzar al amor)
  9. La alternativa: Renace el amor o se entra en la fase de decepción amorosa.

A partir de la decepción amorosa los individuos empezamos a alejarnos del ser amado. Es el punto de quiebre donde comienza el desamor.

Como su palabra lo indica, el desamor es un proceso inverso donde se empieza a ver todos los defectos del objeto amoroso. Se le critica cada frase y acción, se le ve a la persona sin deseo y se ha perdido totalmente el apetito.

Entre menos estés con tu pareja, te sientes más feliz y en cambio, si su compañía no puedes evitarla permaneces en una situación de estrés.

El desamor es algo natural que se puede experimentar cuando las expectativas de una relación amorosa o la evolución de cada uno de los participantes empieza a buscar rumbos diferentes.

Es un duelo, una pérdida de gran significación que habrá de producir altos grados de estresores negativos.

Algunas personas sentirán angustia, depresión y dolor por el duelo de ésta pérdida paulatina. Otros preferirán la indiferencia.

Habrá otras personas que huirán del afrontamiento al duelo y comenzarán a buscar nuevas relaciones amorosas basados quizás en el autoengaño y que lo verbalizan con la frase “Un clavo saca a otro clavo”. Sin embargo, es un autoengaño. Porque el duelo del desamor deberá tener un determinado periodo para lograr sanar las heridas. Cerrar las cicatrices y entonces sí, renacer en el sentido amoroso.

Quién pierde un amor y dice que encontró a la nueva pareja de súbito, se miente a sí mismo.

Los duelos por desamor pueden llevarnos años e inclusive el resto de nuestros días.

El desamor debe entenderse y trabajarse. No buscando establecer nuevas relaciones

sino que antes debemos recuperar nuestra propia capacidad de amarnos nuevamente a nosotros mismos. Ya que nadie nos dijo que cuando amas, entregas parte de ti para que el otro lo posea.

Eso es la clave del desamor: Recuperar lo que regalaste al otro ser y que te has quedado sin ello. Si logras amarte nuevamente a ti mismo, estarás en plenitud de poder construir un nuevo amor de lo contrario te conviertes en una especie de huérfano de amor.

Especies en extinción

Llevamos ya varias décadas siendo informados sobre las especies animales en extinción.

Hay dos tipos de grupos ecologistas: Los que realmente están haciendo algo por salvar a las especies y hay otros grupos que se han convertido en parásitos y manipuladores del tema ecologista para ascender en la visibilidad pública y en muchas ocasiones, recibir donativos o pagos por parte de gobiernos, empresas e instituciones a nivel mundial.

Los grupos sociales se enfurecen cuando ven el impacto del cambio climático en nuestro planeta y los ciudadanos entran en psicosis ante las contingencias ambientales en las ciudades. Ahora nos alarmamos de ver las oleadas de plástico que inundan los cauces de ríos, lagos y mares. Es verdaderamente angustioso ver la deforestación, los incendios y cómo los daños que está sufriendo la región del Amazones viene a repercutir en la invasión de sargazo a las playas caribeñas de la Ribera Maya mexicana.

Ya desde mis años universitarios tuve una confrontación con el que supuestamente iba a dirigir mi tesis pues consideró que el tema de la “Contaminación ambiental” no era relevante para México. Nunca olvidaré el eco de sus torpes palabras en un cubículo universitario.

Hoy estoy convencido que la especie que más peligra en el planeta es el hombre. Somos los seres humanos quienes destruimos a la naturaleza, impactamos a los seres vivientes sean animales, vegetales o deterioramos los recursos naturales.

Y para mí la razón es simple: Tenemos en fase terminal nuestra capacidad de amar.

Sí. El amor está agonizando dentro de millones de seres. Me refiero al amor verdadero no al amor por el dinero o las cosas materiales que deberíamos verbalizar como “la ambición por el dinero” pues dista mucho de ser amor.

El amor había sido por siglos un tesoro innagotable que daba energía a la vida de los seres humanos. Desde los orígenes del lenguaje humano las expresiones de afecto son las primeras frases construidas y deviene luego la poesía cargada de palabras que se refieren al amor, luego vendrá la música y las otras obras de la creatividad y en gran parte de su narrativa se expresan sobre el amor y el desamor.

Las célebres cartas de amor e inclusive los epitafios sobre las lápidas se refieren al potencial inconmensurable que teníamos los humanos de la capacidad de amar.

¿Qué ha pasado?

Que trastocamos la dimensión del amor por los convencionalismos sociales, por nuestras limitaciones educativas y lo convertimos en un pasatiempo fugaz que sin darnos cuenta lo fragmentamos hasta asfixiarlo. No me refiero al matrimonio o a las relaciones de familia, me refiero a la cosificación del amor donde se dan las relaciones de interés, ya sea económico o de posición social. Se verbaliza con “búscate una pareja de un mejor nivel” o “ése no es un partido para ti, tiene x o z características que no van con tu estatus”. En fin uds. conocen las mil frases descalificadoras.

Pero el amor empieza por uno mismo. Y al carecer de nuestra autoestima, autorespeto vamos dilapidando la capacidad de amar. Vemos con asombro cómo las personas se refieren despectivamente a su propia persona, a las otras personas, a su país y eso es sinónimo de no amar a su terruño. Al no amar a su tierra no se puede amar a la naturaleza y empezamos a deteriorar nuestro ambiente. A festinar la desaparición de las especies animales. A presumir el desarrollo civilizador a ultranza.

Pavimentamos la tierra para sepultar materialmente la vida.

La única forma de salvar a las especies animales y vegetales es convivir con amor al prójimo, el amor a sí mismo y el respeto por conservar los tesoros emocionales que poseemos.

Varias veces nos tacharán de “románticos trasnochados”. Pues sí, debemos admitirlo. Somos cursis, melosos, anticuados. Nos pueden marcar con todas las etiquetas de las baratas de primavera-verano. Lo que no debemos permitir es que la presión social nos asfixie la virtud de amar.

Quien no se ama a sí mismo no puede amar al otro. Quien no ama a los otros no puede amar a la Naturaleza. Y si no amas a la Naturaleza no puedes amar al ser supremo en quien posiblemente crees.

Finalmente:  Quién no ama, no vive.

¡Salvemos a nuestra especie en extinción!

Valor

Cuando algo se aprecia decimos que tiene valor.

Curiosamente el término es ambivalente porque igual se aplica a las cosas materiales (oro, dinero, objetos) que se les da un “valor” pero a la vez usamos el término valor para referirnos a las cualidades inherentes a un ser humano que se desempeña con rectitud dentro de su sociedad.

Les llamamos valores.

Esos son conceptos inmateriales como puede ser la honestidad, respeto, caridad, misericordia, etc.

Asimismo, el término valor se asocia con la valentía, el arrojo que una persona tiene frente a las situaciones críticas. Es antónimo de cobardía. Entonces se dice que la persona es valiente.

Tanto el valor de las cosas materiales como el valor intangible de las cualidades humanas se inculcan en el hogar –sobretodo–, en los primeros años de vida del individuo.

Hoy es común escuchar a los padres de familia que reclaman a las autoridades escolares que no les inculcan valores a los niños. Eso es una trampa. La responsabilidad de inculcar los valores corresponde a los padres y la función de la escuela es solo reafirmar o reforzar los valores universales que todo ser humano debe poseer.

Así como se inculcan los valores humanísticos en el hogar se inculca el valor por los bienes materiales. La ambición de poseer bienes, joyas o dinero, el consumismo y todas las prácticas relacionadas con los objetos de valor también se aprenden en el hogar. La relación con las cosas pueden ser positiva o negativa según el sentido que se les asigne.

Por ejemplo, ahorrar y cuidar las cosas de valor puede ser positivo pero ambicionar la acumulación de ésas cosas y no compartirlas con los demás se torna en conductas negativas.

Cuando se les pregunta a las personas: ¿Cuál es el valor más estimable que poseen?, la mayoría duda en contestar y en forma un poco divagante tratan de clasificarla. Muchas personas entienden que lo que se les ha preguntado es en relación a los valores humanísticos pero hay otras que se van por los objetos de valor.

Sin embargo, muy pocas personas contestan el valor supremo que los seres humanos podemos poseer: La capacidad de amar.

Sobre todos los demás valores, lo más valioso que cada uno de nosotros tiene es la enorme capacidad de amar. Tanto de recibir como de dar amor.

El amor es un valor que muchos deseamos tener, que muchos buscamos conseguir y que también muchos no lo sabemos apreciar cuando lo tenemos.

El primer paso para poseer ése valor empieza en tu propia casa, es decir, en amarte a ti mismo.

No en vano en el templo de Apolo en la acrópolis griega tiene labrado en el pórtico el lema: “Conócete a ti mismo”.

Solo puede amar quien conoce el objeto de su amor.

El amor es un proceso de crecimiento que podemos enumerar en orden de aparición:

1. Amor a uno mismo

2. Amor hacia los seres más cercanos (en la infancia: madre, padre, abuelos, familia)

3. Amor elegido (pareja o compañer@ de vida)

4. Amor hacia los hijos y nietos

5. Amor a las amistades

6. Amor al prójimo

7. Amor a la naturaleza

8. Amor hacia la divinidad en la que creemos.

Es muy difícil que llegues a amar a otros cuando no te amas a ti mismo. La capacidad de amar se engrandece cuando después de amarte a ti mismo eres capaz de amar a los más cercanos a ti.

Por lógica no puedes amar a los que están distantes de tus esferas de vida, por ello es necesario un proceso de crecimiento hasta que llegues a amar a la humanidad y al ser supremo de nuestra creación.

Algunos hemos crecido con huellas y carencias pero nunca perderemos la oportunidad de reconstruir el tejido dañado, esto es similar a lo que en nuestro cuerpo hacen las cicatrices.

Si tu careces del amor a ti mismo es recomendable que empieces a reconstruir eso que te falta y algo maravilloso va a suceder en ti porque el cambio que habrá en tu interior empezará a proyectarse hacia los seres con los que convives. Ellos lo notarán.

Así como una planta se nutre, crece, florece y da frutos, el valor de amar hará lo mismo dentro y fuera de ti.

El método es muy sencillo:

Primero observa y piensa si realmente te amas, luego encuentra las cualidades que posees para admirarte a ti mismo y cultivar las cualidades positivas desechando las negativas, así descubres el inmenso valor que significa amar y después empieza a trabajarlo con todas tus relaciones. Tanto con los humanos, como con los animales y la naturaleza.

El resultado siempre será positivo como positivo es cultivar los valores supremos de la humanidad.

 

 

 

El dulce sonido

El dulce sonido
 
El sonido de las aves siempre ha producido un encanto para nuestros sentidos. Desde las ancestrales fábulas sabemos que el canto de un ruiseñor era el tesoro más preciado de un mandarín chino. No se diga de la poética mesoamericana donde se ensalza el canto de la ave de las mil voces, el Tzenzontle. En las antiguas casonas de México –especialmente en provincia–, se acostumbraba colocar aves canoras en los corredores. Sus trinos imprimían música a los hogares.
 
A la llegada de la primavera siempre llegan a mi jardín aves que engolan sus trinos hasta extasiar los oídos. Se les conoce como Primaveras (Robins en inglés), son migratorias. Hay otras aves que contribuyen con sus cantos a dar una sinfonía especialmente en el amanecer y en el anochecer.
Es el dulce sonido lo que deleita nuestro sentido auditivo. Por eso debemos de tener en mente que son las palabras las que utilizamos nosotros para expresar emociones. Son nuestros trinos, nuestros propios cantos.
 
Son las palabras con las que te arrullaban de bebé, eran cancioncitas plenas de ternura que te mecían en la cuna hasta dormir. Las palabras de aliento que tu madre expresaba para calmar el llanto ante un cólico o dolor que aún no podrías verbalizar y expresar lo que sentías.
Las rimas infantiles con las que te divertían de párvulo, eran simpáticas palabras que unidas hacían melodía o narraban una historia.
Fueron tus primeras palabras con las que enamoraste a tus padres y abuelos. Balbuceaste: Mamá, Papá, Tito, Abue, etc.
Las palabras que tu padre o tu abuelo te fortalecían al decirte: “Tu puedes”.
 
Empezaste a aprender que una palabra puede transmitir ternura, cariño, alegría, etc.
 
Es el dulce sonido del “te amo”, “te quiero”, “te adoro” los vocablos que cargan fuerte emoción. Uno de los aspectos que debemos procurar es que conectemos nuestra mente al sentido que le damos a ése tipo de palabras.
Las palabras deben llevar emoción y no debemos abusar de ellas.
¿Cuántas veces no te ha fastidiado el escuchar a alguien que no siente nada bueno por ti pero que expresa continuamente “te quiero, te amo, eres un amor”?
 
Usar las palabras sin sentirlas las degrada, las abandona, las convierte en palabras huecas.
Debemos aprender a tener economía en el uso de las palabras.
No es posible que apenas conoces a una persona y ya estás diciéndole que la quieres.
 
No digas “te amo” cuando realmente solo tienes simpatía por el otro. Cámbiala por un “Me gustas” o “Me caes bien” o “Me simpatizas”.
 
Atesora esas bellas palabras y úsalas cuando realmente vale la pena. Te van a salir musicalmente bellas, serán tan emotivas que hasta tu mismo sentirás que la piel se te pone “chinita”.
 
Los dulces sonidos de nuestras palabras para expresar ternura son esenciales para nuestra mente y para la mente de quien las escuche.
Construye frases con armonía. Por ejemplo, si dices: “¿Cómo dormiste?” es demasiado trillado. En cambio si dices: “Hoy vi lo más hermoso del amanecer: tus ojos que se abrían para un nuevo día”.
 
Dale ritmo a las palabras. “Sabes… a veces siento algo raro en mi estómago. Es como si me acariciaran unas alas de mariposa. Y es cuando caigo en cuenta que ésa emoción que tengo es porque te amo.”
 
Administra las palabras para que cuando las pronuncies tengan un mayor peso, un mayor valor. Di lo que sientes con la vehemencia que tu energía interna te dicte. Solo así podrás aquilatar el dulce sonido de un Sí, un No, un “déjame pensarlo”.
 
Aprender a usar las palabras es un arte que todos podemos dominar y siempre recordar que no en vano una de las últimas palabras que se pronuncia en el lecho de muerte son: “Mamá” …”Eres el amor de mi vida” o”Gracias”.

El último milagro

Con esta entrega terminamos la serie de San Antonio. Aunque pudieran haber otros episodios qie pueden identificarse de “milagros” no deseo aburrirlos y las siguientes semanas tendremos otros temas que platicar.

Yo tenía dos amigos que aparentemente no tenían por qué conocerse ni nada en común. Ella era una doctora conferencista en nuestros eventos. La conocí casada con un hombre maltratador. Ella bella e inteligente sin embargo había estado unida a una persona que en público la denostaba. Sentía pena por ella. Afortunadamente un día se armó de valor y se divorció.

El era amigo de muchos años y se había divorciado. Vivía solo y visiblemente triste.

Resulta que un día quedamos para comer con su mamá por el rumbo de la colonia Hipódromo Condesa. Yo iba en medio del caos vial y veía que llegaría muy retrasado por lo que les hablé para pedirles que empezaran a comer y que yo llegaría.

En efecto, llegué al postre. Su mamá en tono de reproche me dijo: “¡Tienes que enmendarte. Ha<z algo por mi hijo que está muy solo, preséntale a una buena mujer!”

Les comenté que tenía a tres candidatas. Opté por empezar con mi amiga de referencia.

Ni corto ni perezoso tomé el celular y le marqué. Le pregunté si tenía compromiso al día siguiente y me respondió que no, por lo que le informé dónde sería el desayuno al cual yo no iría y le alcancé la bocina a mi amigo para que se conocieran. Los dos turbados no les quedó otra que aceptar verse.

Ahí todavía no pasaba nada con San Antonio.

Pero en un par de semanas teníamos un evento en Morelia donde ella estaría en escena y procedí a invitar a mi amigo para que nos acompañara y la viera en su desempeño profesional. El aceptó.

En el Centro de convenciones de Morelia, y con solo cruzar una avenida estaba el restaurante donde ofreceríams la cena al grupo de conferencistas.

En la mañana fui personalmente a reservar un saloncito. Aunque el Restaurante se llama San Miguelito en su interior está plagado de íconos de San Antonio. Especialmente en el centro del lugar hay un San Antonio de madera casi de tamaño natural que está puesto de cabeza, rodeado de veladoras. Con gran sorpresa vi que al pie de la imagen había un libro donde las parroquianas escriben los favores que solicitan al santo y los agradecimientos que dan por sus milagros cumplidos.

Se me encendió el “foco” y le dije a la Gerente si me ayudaba a escribir un recado con su letra (no fueran a identificar mi caligrafía) y ella gustosa procedió a escribir el recado:

“San Antonio querido, soy “fulanita de tal” (mi amiga) y por este medio te pido con humildad me hagas el favor de convencer a “fulanito de tal” (mi amigo) para que me haga su novia y de ser posible se case conmigo”

Terminamos el recado, aparté el salón y agradecí su ayuda.

Ya en la noche llegamos en animado grupo, cenamos echando chistes y guasas sobre San Antonio y su vocación de milagrero para ayudar a las mujeres desesperadas.

Le sugerí a una de las compañeras que fuesen las mujeres a ver el libro de recados. Ella invitó a varias de las mujeres entre ellas mi amiga la de la historia.

Muertas de risa se pusieron de pie y acercándose al libro empezaron a leer los recados más recientes. De pronto mi amiga pegó un grito.

–¡Ay! No, yo no escribí éste recado—explicaba con sorpresa.

Las demás se empezaron a reír y le decían que era su nombre y que para más señas decía que era “doctora” así que no había confusión.

Ella insistía que no. Fue tanto el escándalo que todos los que estábamos en la mesa fuimos a ver de qué se trataba el recado. Entre los de la bola iba mi amigo.

Leímos su súplica.

Reíamos todos. Ella afligida, confundida, no sabía que hacer.

Mi amigo la tomó de la mano y le dijo algo al oído.

Ella asintió.

Unos días después, anunciaron formalmente que ya eran novios. Pasaron 13 semanas o más y nos invitaron a su boda. Un matrimonio desbordado en felicidad y amor, todo con la ayuda de San Antonio de Padua nacido en Lisboa, Portugal y que en Morelia, Michoacán refrendaba su talento para que las mujeres encuentren a su pareja anhelada.

¡Sal de tu Jaula invisible… construye tu Hogar interior!

Uno solo puede salir de su propia jaula tomando consciencia de los barrotes que nos limitan (miedos, culpas, rencores, duelos no resueltos, etc.)

Salir de tu Jaula

La ternura es un sentimiento que extraviamos a medida en que nos hemos ido construyendo la jaula invisible en donde habitamos con una equivocada comodidad. Pero cuando cobramos clara idea de la jaula que construimos a base de barrotes auto-impuestos o heredados del entorno e impuestos por aquellos que fueron nuestros formadores en las primeras etapas de vida (mamá, papá, abuelos, tutores y maestros), estaremos en un momento definitivo para iniciar la recuperación de nuestra ternura.

Después de la reflexión e identificación de los factores que nos limitan y de ser posible perdonar a aquellos que contribuyeron a encerrarnos en nuestra jaula invisible, debemos de asumir el reto. Hay una anécdota que nos ilustrará esto:

Una vez, un pequeño conejito fue sustraído de la madriguera de su madre y fue puesto en una jaula donde se le proveía alimento y bebida. El animalito creció en un entorno confortable. Su jaula estaba a la salida del granero y covacha donde se almacenaban los aperos de labranza, fertilizantes, etc. A través de las rejas, el conejo veía un amplio campo donde sembraban alfalfa.

Cuando el granjero no andaba merodeando, veía que se acercaban a comer de la suculenta hierba un par de liebres y otros conejos que vivían de forma silvestre. El animal añoraba ver con qué libertad se movían sus congéneres. Añoraba poder saltar y retozar por el campo y poder comer alfalfa directamente del sembradío. Percibía que sería una alfalfa más fresca y no la alfalfa acicalada, ya más seca que le daban diariamente. Su obsesión creció a tal grado que empezó a tratar de abrir los barrotes con sus patas. Lamentablemente, lo único que lograba era lastimarse las patas.

Un día, el granjero al suministrarle su dotación de alimento, sin querer dejó mal atrancada la puerta de la jaula. Bastó que el conejito la empujara levemente con su hocico para que se abriera de par en par. Frente a él, estaba la libertad tan añorada. Dio un salto y se dio cuenta de lo sencillo que era traspasar esos barrotes conociendo la forma de empujar la puerta.

Dio varios saltos hasta llegar a la orilla del sembradío. Probó la deliciosa alfalfa fresca y en un santiamén, se vio rodeado de los conejos silvestres que conversaron sorprendidos de cómo había vivido en tal prisión. Lo invitaron a que se uniera al grupo y se fuera a gozar de su propia libertad.

No habían pasado unos cuántos minutos de la charla cuando nuestro personaje, dudoso, les agradeció la invitación y prefirió regresar a su jaula. Con sus pesuñas regresó la puerta a su posición de cerrada y recuperó su tranquilidad perdida por unos momentos. El granjero regresó y vio que aunque la puerta no estaba atrancada, su conejo permanecía en la jaula. Le dio de comer, surtió de agua el bebedero y cerró la jaula.

Nuevamente, otros días, el granjero se fue descuidando de atrancar la jaula. Y el conejo se empezó a dar sus escapadas al sembradío y a re-encontrarse con los otros conejos y liebres. Cada vez se daba un mayor espacio de tiempo para convivir con los de su especie. Y en cada ocasión fue descubriendo lo agradable que era ser libre.

Un buen día, confiado, cuando ya pretendía regresar a su jaula vio cómo llegaba el granjero y profería gritos al descubrir que el conejo había escapado. Entre los gritos escuchó claramente cuáles eran los propósitos aviesos del granjero:

—¡Maldita sea! Tanto alimento y tanto tiempo he dedicado a engordar a ese maldito conejo y ahora justo que ya lo iba a sacrificar para hacerme un delicioso estofado, se me ha escapado!— profirió el granjero.

Aunque dudaba en regresar, el conejo, estaba seguro de que retornar era sellar su propio destino a una muerte segura. Ante la vacilación, prefirió esconderse y permanecer inmóvil hasta que anocheciera. Despejado el camino, huyó para reunirse con los suyos. Habían sido varios intentos de recobrar su libertad. poco a poco ganó la confianza en sí mismo. Y aunque, no estaba seguro de aceptar su libertad, las circunstancias lo obligaron a hacerlo.

Como podrás haber visto en esta anécdota, salir de nuestra jaula nos costará trabajo pero debemos empezar a intentarlo. Son varios intentos los que tenemos que ir haciendo, eliminando los obstáculos, recuperando nuestra autoestima, dejando atrás aquello del pasado que nos estorbe. En algunos casos, las situaciones imprevistas nos pueden ayudar y arrojarnos hacia la recuperación de nuestra libertad perdida. Pero en todo caso, para salir de nuestra jaula invisible —al igual que el conejo tenía la expectativa del alfalfa y el campo— necesitamos contar con un lugar a dónde poder disfrutar nuestra libertad. A este lugar donde nos mudaremos al salir de la jaula invisible, le llamaremos Hogar interior, ydebemos construirlo conscientemente para que sea un lugar seguro que nos permita nuestro desarrollo pleno.

HOGAR INTERIOR

¿Qué es un hogar?

Como el término indica, hogar proviene del lugar donde se prende fuego, o sea, la hoguera. Nos tenemos que remontar a millones de años atrás cuando los homínidos se convirtieron en Homo sapiens y lograron sobrevivir a los llamados Homo neanderthalis. Habían logrado ser bípedos y descubrieron el fuego. Tener fuego y mantener vivo el fuego representó uno de los más grandes retos de la incipiente humanidad. El fuego empezó a dar muchas ventajas para la sobrevivencia de los clanes o grupos de homínidos y de Homo sapiens. Generalmente eran las mujeres quienes aprendieron a cuidar y alimentar el fuego. Ya fuera que vivieran en cuevas, covachas construidas de palmas, zacate o paja, adobe, madera o bien en los llamados palafitos, ellas tenían que estar velando permanentemente para que no se apagara el fuego.

Ahí se descubre la importancia de tener una hoguera. En torno a la hoguera se reunían los grupos humanos y además de protegerse del frío, ahuyentaban a las fieras y depredadores con el fuego y se sentían protegidos. Es en ése lugar donde se descubre la posibilidad de obtener mejores alimentos a través del cocimiento. Las mujeres a la vez aprenden a moldear el barro y ponerlo al fuego para lograr las piezas de cerámica que les servirán tanto para sus guisos, almacenar alimentos o simplemente acarrear agua.

Ahí nace el concepto de HOGAR y que millones de años después seguimos asociando al lugar cálido, protector llamándole “ nuestro hogar”. En pleno siglo XXI seguimos reuniéndonos en torno de la cocina o en el comedor de la casa para convivir y tomar nuestros alimentos. Usamos una frase que dice mucho: “Hogar, dulce hogar”.

A partir del hogar se da el concepto de casa solariega que era el lugar donde habitaban las familias extensas. Los clanes. Podemos entonces decir que el hogar es donde se reúnen los humanos para calentarse, protegerse, alimentarse y convivir. Sea la cocina, chimenea o el comedor es donde se desarrollan los momentos trascendentales de nuestra convivencia y es por lo que asociamos HOGAR a ése ambiente cálido, amable, familiar e íntimo.

Traduzcamos entonces el mismo concepto al hogar interior que debemos todos tener. En nuestra mente debemos contar con un lugar íntimo, amable, cálido que nos permita convivir con nosotros mismos, con nuestros seres queridos y en donde podamos refugiarnos para protegernos pero no por el miedo o las culpas, sino para protegernos de los agentes estresores de nuestra vida diaria. Debe ser un remanso de comodidad que nos facilite la construcción y desarrollo de nuestro ser.

Hogar interior es ése lugar íntimo, personal, cálido, familiar y amable, donde un ser habita, se nutre, se construye y se protege de forma positiva del exterior.

Todo hogar necesita construirse. Por ende, un hogar interior requiere de ser construido.

¿Cómo se construye un hogar?

  1. Debemos detectar las necesidades que requerimos satisfacer.
  2. Desarrollar un proyecto o Plan, similar a lo que se hace cuando se construye una casa.
  3. Analizar los recursos con los que se cuenta, en éste caso nuestros afectos, amigos, pareja, hijos, etc.
  4. Determinar los materiales que se requieren para construir:
  • Cimientos (valores)
  • Muros (autoestima, límites y respeto)
  • Instalaciones (Capacidad de comunicarnos, escuchar y pensar con la cabeza fría antes de reaccionar)
  • Decorados (cuidado personal, aspecto físico y nuestra ropa)
  • Espacios (tiempo para trabajar, descansar, leer, actividades deportivas, convivencia, leer, estudiar, etc.)
  1. Finalmente instalar a los habitantes del hogar interior que son la TERNURA y el AMOR.    

La Jaula de los Osos blancos

polar-bear_560x400-jpgUna de las más gratificantes experiencias que podemos experimentar los seres humanos es precisamente el “enamoramiento”. La figura descriptiva de uso común es la expresión de “¡Siento como mariposas en el estómago!”.

Y en cierta forma el alboroto hormonal que producen las emociones de atracción y establecimiento de un vínculo amoroso tiene mucho que ver con nuestro cerebro.

Quizás es más intenso cuando somos adolescentes porque nuestro cerebro está en un momento de reacciones emocionales o sea: “reacciones reptilianas agudas”. En esas etapas estamos sufriendo los cambios hormonales propios de la edad y nuestra sensibilidad está a flor de piel.

Cabría preguntarte ¿Recuerdas tus primeras emociones cuando alguna vez te enamoraste? O preguntarnos ¿Acaso conforme he tenido más edad he perdido la magia de las mariposas en el estómago?

Posiblemente encontremos, entre algunos de nosotros, que después de una vida de compartir con una pareja aún mantienes viva la flama del amor inicial. Muchas personas en cambio nos responderían que ahora sus emociones han cambiado y son diferentes. Yo lo explico a veces como un árbol cuyas ramas crecen juntas y se van alejando una de la otra en búsqueda de el sol y evitando que el follaje de una de ellas le haga sombra a la otra y hay otros árboles como los cipreses, araucarias o los pinos cuyas ramas crecen en armonía perfecta.

Lo realmente maravilloso del enamoramiento es la capacidad de crear pequeños rituales que marcan la diferencia y hacen que la huella de ésa persona permanezca indeleble en la memoria de uno. Rituales que van desde las palabras de cariño, la forma de acariciarnos, la tendencia de obsequiarnos cosas que llamamos “detalles” como pueden ser el mismo tipo de chocolate con licor a cerezas, las cartitas, tarjetas o recados amorosos o el lugar del encuentro para las citas de amor.

Recuerdo con gratitud a la jaula de los osos blancos en el zoológico. En la temprana adolescencia, cuando nuestras escapadas eran fortuitas y dependían en ocasiones en saber construir una buena excusa para con nuestros padres y decir: “Tengo que hacer trabajo en equipo con mis compañeros por lo que estaré ausente ésta tarde de viernes”. Y al obtener el perrmiso, nos acicalábamos con mayor esmero despertando sospechas en nuestra madre que reaccionaba con cierta complicidad:

–“Nunca te arreglas tanto para hacer trabajos en equipo”.

Pues bien, la cita me la estableció en el zoológico. Nos veríamos frente a la jaula de los osos blancos, A las 15 horas. Después de haber comido y sin dinero en los bolsillos para invitarle por lo menos un café. Empecé a sentir la emoción desde temprano. El ritmo cardiaco iba en aumento a medida que se acerca la hora de la cita y merodeaba cercano a la jaula de los osos blancos, fingiendo no tener prisa por el encuentro. Observé a los leones retozar, los venados saltar y al águila mirarte con cierta curiosidad rapaz.

Me sudaban terriblemente las manos. ¿A quién no le sudan las manos cuando estás más que nervioso?  Me las restregué en el pantalón. Acomodé nuevamente el cabello despejando el lacio copete que caía sobre mi frente . Inspiré profundamente y me encaminé hacia la jaula de los osos blancos.

¿Llegará la persona que anhelo ver? ¿Me dará el sí final al cortejo? ¿Es la persona con los atributos con la que mi mente me ha estado emocionando?

Todo eso lo descubres en unos cuántos minutos a lo mejor. Pero el grato placer de la cita, el ritual de elegir un lugar por lo demás original y la ilusión de amar es lo que a todos en alguna forma nos deja la huella de las mariposas en el estómago y la sana alegría de amar y quizás, de ser amado.

 

¿Y tú, has tenido alguna cita –como la mía–, en la jaula de los oso blancos?