Sueños premonitorios

Era una tarde luminosa de cielo azul, nubes blancas y el follaje de los árboles de un verde vivo. Una tarde de intensos colores.
Manejaba por la salida de la carretera federal hacia Toluca. Extrañamente iba de copiloto un cliente mío que era director de publicidad de una empresa grande.

De pronto veo en el espejo retrovisor que un avión de fuselaje blanco venía cayendo sobre la carretera. Inferí que era un avión de la ahora extinta Mexicana de aviación. Le comenté a mi compañero de viaje que yo debería de apresurar la velocidad para que no nos impactara el avión.

Fui viendo a través del espejo el impacto, la explosión con una intensa gama de colores naranja por el fuego a la par de que ardían los autos. Mi copiloto angustiado me preguntaba cómo podríamos regresar a la ciudad y yo con aplomo le decía que toda mi vida había vivido en esa zona, que conocía los atajos y así nos desviamos de la carretera.

Desperté.

Ya llevaba una temporada con sueños premonitorios y me empezaba acostumbrar a ellos con naturalidad.

Días después tuve una junta de trabajo con el mencionado ejecutivo. Al terminar la sesión le comenté que había soñado con él. Le narré la historia.
Al terminar mi relato con gran tranquilidad me dijo que viajaría a Europa para llevar a su hija que cumplía quince años pero que afortunadamente se irían por una línea aérea americana. Quedamos de reunirnos al mes siguiente.

Pasaron varios días y una bella tarde luminosa de cielo azul con colores intensos me encontraba en mi oficina. Frente a mi estaba una señora amiga mía de origen sueco, ya madura pero muy bella. Interrumpí la charla para tomar la llamada de mi socia Juanita Guerra (+) que me marcaba desde su casa también ubicada en las Lomas de Chapultepec. En medio de la conversación, súbitamente los tres escuchamos una explosión.
Juanita me dijo: “Se fue la luz. ¿Qué habrá pasado?”.
A lo que yo le respondí: “Acaba de caerse un avión en la carretera de Toluca.
Ella, incrédula, encendió su radio de baterías (era asidua radioescucha de la XEW). Paralelamente empezó un interminable aullido de las sirenas de las ambulancias dirigiéndose al siniestro.
Impactada Juanita me confirmó: “Tienes razón chavo. ¿Cómo lo supiste?”
Le respondí que lo había soñado.

Puede parecer increíble lo que cuento pero así fue.

Al mes, acudí a la cita con mi cliente. Le pregunté sobre su viaje a Europa.
Con el rostro descompuesto me dijo:
“No fuimos a Europa. Tuve que internar de emergencia a mi hija por apendicitis. Mientras esperaba que concluyera la cirugía en el Hospital ABC me encontraba en la sala de espera justo frente a un ventanal que da a la ciudad de México. El día era como el que tu me habías narrado. De pronto, vi un avión blanco que volaba muy bajo cerca del edificio que se le conoce como la Torre de Mexicana de Aviación. Pensé para mis adentros que no fuera a ser el avión que me habías relatado. Pasó rasando junto al hospital y para mi infortunio, a escasos minutos escuché la explosión. Las sirenas ensordecían el ambiente. Los heridos llegaron al área de urgencias del mismo hospital donde yo estaba ya que era el más cercano. Me sentí muy mal.”

Al terminar de relatar su experiencia me dijo que yo le daba mucho miedo y que no quería volverme a ver.

Así perdí a un cliente y todo por relatar un sueño premonitorio.

 

La fascinación por las historias

Desde nuestros primeros años de vida desarrollamos la fascinación por escuchar historias.

Seguramente eran momentos muy gratos cuando tu padre o madre se sentaban junto a tu cama y te narraban o leían una historia antes de dormir.

También quizás tuviste la oportunidad de sentarte en torno a una chimenea y escuchar historias o en alguna excursión en el bosque sentarte junto a una hoguera y narrar historias.

Son inolvidables las imágenes de las familias en los años 30 o 40 sentadas junto a la consola de radio escuchando las historias que se transmitían por las ondas herzianas.

Luego vendría la televisión y finalmente hoy quizás eres fan de alguna serie que te narra historias.

El encanto que produce la narración es inherente al ser humano. En los círculos familiares o de amistades nunca falta alguno de los miembros que sea elocuente y destaque por sus historias. La evolución de la narrativa a lo largo de la humanidad es a la vez compleja y sencilla. Su complejidad estriba por los muchos siglos que tenemos de la diversidad de culturas que han habitado el planeta tierra y que han narrado historias, en un principio de forma oral, luego a través de jeroglíficos y finalmente a través de la escritura. Son muchos años y millones de historias.  Sin embargo, la sencillez radica en que la mayoría de las historias tienen una misma estructura y los estudiosos afirman que las historias se repiten desde la antigüedad.

Por ejemplo las tragedias griegas se transformaron con Shakespeare y otros autores en tragedias donde los dioses eran sustituidos por reyes. Esas mismas tragedias fueron muchos siglos después transformadas en telenovelas. La misma biblia es un compendio de muchas historias. Lo que si es un hecho, es que todos los seres humanos narramos historias. Desde el niño que regresa del kinder y cuenta cómo le fue o la esposa que narra algún episodio que sucedió en el vecindario o el marido que en la noche narra lo sucedido en la oficina o en el trayecto a casa.

En lo personal, de las miles de historias que he escuchado, leído, oído o visto, hay algunas que me dejan especial gusto por recordarlas. La más fascinante es la historia del origen y evolución del hombre. Cada día que voy juntando el rompecabezas de información de cómo somos y de donde hemos venido, como fue el proceso de nuestra evolución y la creación de las cosas, la transformación de los entornos y finalmente las culturas o civilizaciones de las que hemos formado parte, para mí constituye la historia más interesante y desafiante que existe.

Y la razón es muy sencilla: Porque cada uno de nosotros es protagonista de esa historia. Somos el personaje principal que concluye la historia. Somos los encargados de algún día escribir la palabra FIN o para decirlo en términos infantiles: “Colorín colorado, éste cuento se ha acabado”.

Sí, tu historia comienza con el origen del hombre pero el desenlace de la historia se encuentra en tu propia vida que está formada de millones de historias y que a la vez eres fruto de la historia de tu familia, del país donde habitas y del planeta que te cobija.

Dinero

Yo escuchaba en casa la frase: “Los niños no deben andar jugando con dinero”, “O los niños no necesitan andar con dinero, lo que quieran que nos lo pidan y nosotros los adultos se los compramos”.

En mi caso mis papás no nos daban “domingos” ni “cuelgas”. Sin embargo, mis abuelos maternos nos daban dinero a escondidas y con ése dinero yo inicié mis primeros negocios. Vendía chocolates y chicles en una “tiendita” que instalé en mi propia casa y posteriormente con la pandilla de mi colonia instalamos un cine que redituaba jugosas ganancias haciendo sustentable la producción de nuestras “peliculitas”.

Pero los padres de nuestra generación no nos enseñaron a manejar el dinero. Lo que sí debo reconocer en el caso de mi papá es que desde la secundaria me hizo responsable de hacer los trámites administrativos de la escuela.

Me sorprende mucho –aún hoy en día–, ver papás que teniendo hijos ya en secundaria, preparatoria e inclusive en Universidad los tienen tan sobreprotegidos que les acompañan a ciertas actividades en las que normalmente los jóvenes deberían hacer ya ellos solos como el inscribirse, pagar colegiaturas, recoger sus boletas de calificaciones y otros trámites.

Cada mes, mi papá me daba el dinero para que yo fuese a pagar mi colegiatura. Era una responsabilidad bastante sencilla. Iba a la caja, entregaba el dinero y me daban un recibo sellado que en la tarde yo se lo entregaba a mi padre.

Nunca se me va a olvidar el día en que temprano llegué a la escuela con el dinero de la colegiatura, lo puse en mi escritorio y salí a jugar con la idea de que en el recreo aprovecharía para ir a pagar. Cuál sería mi sorpresa que al regresar a mi pupitre descubrí que había peridido el dinero. Me puse muy angustiado. Cuando mi padre pasó a recogerme a la salida de clases le confesé mi tribulación y él muy molesto me empezó a sermonear y reiteraba una frase continuamente:

“¿Tu crees que yo recojo el dinero en la calle?”

Al día siguiente me dio nuevamente el dinero para la colegiatura y me volvió a atosigar con la retahila de regaños hasta que bajé del auto e ingresé a la escuela y corriendo fui a pagar.

Esa misma tarde salí del portón de mi escuela y fui a la esquina donde generalmente llegaba mi padre en el auto. Era una de esas tardes que empiezan a nublarse y hay viento, polvo y hojarasca. A dos cuadras percibí que ya venía el auto de mi papá cuando de pronto se suelta un fuerte viento que arrastraba hojas de árbol, papeles y sorpresivamente entre todo eso venían rodando muchos billetes.

Mi padre desaceleró estacionando el auto.

Aproveché para recoger los billetes armando un considerable fajo. Recogí la mochila y sonriente trepé al auto. Le di su beso.

Él me miraba extrañado.

Yo muy ufano le entregué el dinero y le dije: ”Ya ves cómo si se puede recoger dinero en la calle”.

Excuso decirles como me fue ése y los demás días por mi irreverente ironía.

Los tiempos cambian pero en general veo en la sociedad mexicana una falta de atención por parte de los padres de inculcar hábitos en sus hijos como el ahorro, la economía y la administración del dinero.

Hay muchas familias que echan la casa por la ventana para cumplir los caprichos de los hijos y el exceso de regalos y consentimientos es sorprendente. Especialmente en esta temporad de fiestas.

Aunque alguno tengamos la suerte de recoger el dinero en la calle.

El umbral de la Muerte

A veces tener la posibilidad de recordar instantes muy remotos resulta criticable. Para mi fortuna o desgracia, tengo recuerdos muy vívidos desde mi tierna infancia. Cuando he narrado esas impresiones muchas personas se mofan de mi y argumentan que eso no es posible. El mejor aval de que mis recuerdos son ciertos fue mi madre. Ella asentía con su cabeza y afirmaba que en efecto eran ciertos. Vagas imágenes de la maternidad y de las mujeres que vestidas de blanco se me acercaban, más que enfermeras las recuerdo como una especie de monjas con un extraño atuendo que les cubría su cabellera. (Era en e Sanatorio Español)

Otra imagen que recuerdo era en un recinto oscuro, una vela encendida y que un hombre me inclinaba rociándome agua en mi caebeza. (me bautizaron en la misma capilla del hospital). El más impactante de ellos fue el periodo de la lactancia. Recuerdo el seno de mi madre acercarse a mi, el color de su blanca piel , las líneas azules de sus venas que se traslucían y la leche que se derramaba en mi rostro antes de que pudiera sentir su extraño sabor. (cuando yo refería eso mi madre comentaba que en efecto, tenía tanta leche matrna que al descubrirse para amamantar, empezaba ya a derramarla) Lo crean o no, en mi memoria están.

A los cinco años fui internado de emergencia en el hospital infantil. Ahí permanecimos mi madre y yo cerca de 35 días. Recuerdo que estaba junto a mi lecho y tenía que subir sus piernas para que reposara de la hinchazón. En esos días fue la primer vez que entré enel umbral de la muerte. Para la mayor parte de las personas la muerte representa un episodio siniestro, Sin embargo, yo opino lo contrario.

Lo volví a experimentar a los trece años. Mi padre me había llevado a explorar la selva Lacandona. Un entorno de la selva alta de Chiapas (bosque de lluvia le llaman los americanos) que pudiera parecer paradisiaca pero que viviendo dentro de su oscuridad se torna en un verddero infierno. (si quieren leer un poema de esa experiencia tengo un poema en mi blog: juanokie.org aparece como BOSQUE DE NIEBLA y publicado tambien en filopalabra.com)

Después de cinco días de recorrido por la laguna de Miramar, rio azul y Lacantún, me habían ficado millares de veces los mosquitos y caí en choque anafiláctico. Me llevaron a una choza enel poblado de San Quintín. Mi cuerpo se empezó a inflar como globo, mis párpados apenas si dejaban entrar unas pequeñas ranuras de luz de tan hinchados que estaban. Mi respiración se tornaba más difícil y gracias a que mi padre era médico y llevaba unas tabletas de Kenacort (cortizona) logró sacarme de la crisis que duró 3 días mientras llegaba la avioneta a recogernos.

En un momento de esos, donde deliraba entre la conciencia e inconciencia volví a entrar a el tunel.

Es una extraordinaria experiencia. Se siente un placer inaudito. Flotas. Viajas a una velocidad increíble, hacia un fondo de extraordinaria luz blanca. Empiezas a ver imágenes de toda tu vida como si fuera un repaso maravilloso. Sientes la velocidad con la que viajas hacia ése placentero tunel donde por momentois ves difusas sombras de personas en una tonalidad gris.

El umbral de la muerte lo explican los expertos en neurociencias porque las cargas de dopamina y oytas hormonas contribuyen a anestesiar al cuerpo y quizás se produce ésa placentera sensación mezclada de delirio.

La tercera vez la experimenté durante una cirugía que me practicron (uvolotomía) y fui abruptamente reanimado y en torno a mi estaban los médicos, anestesistas y enfermeras. En un viaje de trabajo por Costa Rica y Guatemala platicando con el excelente Pediatra Sergio Graham y narrándole la última experiencia, me explicó que era muy común que durante esas cirugías se interesara un nervio que provocaba un paro respiratorio.

El hecho es que entrar al umbral de la muerte es una experiencia extraordinaria. Puedo solo decirles que es de un placer infinito y al que debemos dejarnos ir, soltarnos para poder llegar al final del tunel y tener un feliz tránsito hacia la muerte.

Alexander von Humboldt

El nombre de Alexander von Humboldt lo conozco desde que tengo memoria por dos situaciones especiales: Mi madre estudió en el colegio alemán Alexander von Humboldt hasta que México entró a la II Guerra Mundial y todos sus maestros de origen alemán fueron llevados al campo de concentración que estaba en Cofre de Perote, Ver. En ese colegio –ella decía—, fueron sus mejores años escolares.
La otra situación se relaciona con mi Padre, un hombre culto, amante de la lectura y enamorado de México.

En la sala de la casa nos sentaba a todos con música de fondo y habiendo encendido la chimenea, tomaba uno de los grandes volúmenes del “Ensayo político sobre el reino de la Nueva España” de Alexander von Humboldt (Edit. Pedro Robredo 1941 México con notas de Vito Alessio Robles) y nos cautivaba con la lectura de pasajes del primer viaje científico que realizó este portentoso hombre, naturalista alemán (1769-1859) pionero de la divulgación sobre ecología, evolución, naturaleza y sustentabilidad. En realidad podríamos considerarlo como fundador de lo que llamamos ciencias naturales. Recientemente Andrea Wulf publicó en editorial Taurus: “La invención de la Naturaleza (El nuevo mundo de Alexander von Humboldt)”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Para la imaginación de un niño de escasos ocho o nueve años, las aventuras ecológicas de Humboldt narradas por mi padre dejaron imborrable huella. Una calle olvidada del centro de la ciudad de México lleva el nombre del alemán y paseando por la alameda central podemos encontrar un sencillo monumento a tan importante científico.

Alexander, en sus periodos previos a su viaje a América, frecuentaba el círculo íntimo del célebre poeta Goethe y de Schiller que se reunían en la casa de Goethe en Weimar o en la ciudad universitaria de Jena donde vivía su único hermano. Empleó toda su herencia para financiar su viaje de exploración y se hizo acompañar por Aimé Bonpland, un médico científico francés también interesado en la anatomía comparada y el naturalismo.
Con mulas cargadas de cajas conteniendo –los entonces mejores–, equipos de estudio y observación europeos, así como con su fomación de ingeniero en minas, éste joven aristócrata alemán recorre Venezuela, la selva del Orinoco, llega a Ecuador. Posteriormente se embrcarían hacia la Nueva España (México) finalizando su viaje en la naciente capital de Washington.

En su periplo sudamericano y posteriormente en la Nueva España, lo acompaña también José –un criado local contratado en Cumaná—quien fielmente sorteaba los peligrosos caminos consiguiendo guías locales y auxiliando a los europeos que no llevaban ni ropa ni zapatos adecuados para tales latitudes. Después de recorrer el río Orinoco deciden escalar los Andes y llegar a subir más de 5,000 metros de altura del volcán Chimborazo. Un difícil recorrido en medio de acantilados. Los exploradores bajan y llegan a Quito donde conocen a la hija del Gobernador Rosa Montúfar –descrita por muchos como una mujer de extraordinaria belleza y gran amabilidad que les da hospedaje y todo género de atenciones.

Alexander era joven, guapo, muy atractivo para las también jóvenes provincianas de la localidad. Su presentación en sociedad causa inmediatamente el interés de la elite quiteña prodigándolo en invitaciones a diversos eventos. Sin embargo, von Humboldt no era afecto a cenas, fiestas y convites. El alemán prefería la naturaleza y su libertad desdeñando la posibilidad de relacionarse con alguna de ellas empezó a rechazar las invitaciones.

Sin embargo, se hizo muy amigo de Carlos Montúfar, el joven hermano de Rosa, mismo que se unió a los expedicionarios para acompañarlos en sus siguientes recorridos, fascinado por el exhaustivo trabajo de recopilar especies vegetales, animales, documentarlos en los sitios más inaccesibles y clasificarlos con estricta metodología.

Luego se embarcan hacia lo que era la Nueva españa (México) y que había logrado tener un pasaporte de España que le autorizaba el acceso a todas las bibliotecas y fuentes de información, algo inusual para el Reino de España. Gracias a todas estas facilidades, trabaja árduamente en los archivos de la antigua Tenochtitlán y va recopilando la valiosa información que plasmaría en su monumental obra literaria-científica y poética. Posteriormente va a la Unión Americana donde se convierte en amigo de Thomas Jefferson dado que los intereses del entonces presidente de Estados Unidos de Norteamérica eran muy similares por la botánica y la naturaleza .

El legado intelectual de Alexander von Humboldt no tiene parangón en la historia de la ciencia en la América de esos tiempos pero quizás el más importante legado que nos deja es el de cobrar cabal conciencia de la riqueza natural y los recursos de nuestro país, sirviendo como una semilla que habría de germinar por el amor a México.

Alexander von Humboldt