NO

Cuando a un niño le sirven una sopa de espinacas o de habas o de cualquier otro alimento y la criatura dice: NO. Hay una gran probabilidad que la madre o el adulto se empecine en que se lo tiene que comer.
 
El afamado pediatra Dr. Sergio Graham menciona en sus pláticas de parentalidad que las porciones que se le dan a un niño muchas veces corresponden al hambre que tiene el adulto y no de la necesidad real del pequeño. Además, dice sabiamente, los niños tienen diferentes formas de requerir alimento y eso desconcierta a los padres rutinarios.
Decir NO es una afrenta contra el orden establecido de los adultos. Si llega la abuela o una tía que le desagrada al niño y se le ocurre expresar su disgusto diciendo: No la quiero, NO quiero darle beso o NO quiero ir a su casa. La reprimenda será de inmediato y el niño empezará a asociar que la palabra NO es un término socialmente reprobable y empezará a manejar un tipo de comunicación falsa, hipócrita y reprimida.
 
Nos enseñan a decir NO. Y a lo largo de nuestras vidas estaremos recurrentemente metiéndonos en muchos problemas por no tener la capacidad de decir NO.
Así terminamos aceptando al vendedor insistente que nos endilga un plan vacacional, una tarjeta de crédito, un funeral con previsión o un seguro de muerte denominado “seguro de vida”.
 
En la vida amorosa, con la pareja, las amistades y en el trabajo estaremos continuamente reprimiendo nuestro sentir porque nos da pena decir que NO. Es así como terminamos visitando a los parientes desagradables, asistiendo a las fiestas que sabemos tendrán un desenlace molesto para uno, a pasar veladas o reuniones a disgusto o aceptando horas extras o extenuantes labores que no nos correspondían pero que no fuimos capaces de decirles NO a los jefes o colegas.
 
Es común escuchar la frase: “¡Qué bueno que no fuiste mujer porque estarías llena de hijos. Todo porque no sabes decir NO!
O la otra frase: ¡Qué bueno que ya no puedes tener hijos porque no sabes decirles NO a tus pretendientes!
Y así vamos viendo en la vida de todos terribles fracasos o desilusiones por no aprender a definir un argumento negativo. “Estudió medicina aunque no le gustaba pero no supo decirle a su papá que NO”
 
Decir NO debería ser un acto racional y comprensible para los otros, pero nuestra cultura y sociedad lo han convertido en un estigma. Nos vemos forzados a continuamente estar tomando la desagradable sopa de espinacas o de habas que en la infancia fue obligatoria. Así terminamos saliendo con una pareja que ya NO nos agrada, asistiendo a reuniones de personas que NO tienen nada en común con nosotros, soportando agresiones ideológicas que NO corresponden a nuestra forma de pensar y finalmente desperdiciamos la enorme felicidad de estar con la mente tranquila, en el sitio que nos gusta estar, haciendo lo que nos da placer y evitando los estresores que nos forzan cuando no tenemos la capacidad de decir simple y llanamente: NO.