Los van a enseñar a «pensar»

 

 

 

 

 

Estábamos en el primer semestre de la licenciatura. Para la materia de fotografía me fui a practicar con una cámara y elegí los alrededores de Tepotzotlán, Estado de México. Me interné por un camino de terracería y encontré un paraje donde había un casco de hacienda. Detuve el auto, bajé y caminé para buscar los mejores encuadres. Junto a una capilla en medio de árboles de pirú y fresnos estaba una escuela abandonada. Miré por los polvosos vidrios. Eran tres salones de clases, un cuartito destinado a museo llenó de telarañas y objetos entre los que había una ardilla disecada. En el corredor que unía a los salones de clase, pendía un riel metálico que hacia las veces de campana. Las aulas estaban cerradas.

Cerca del lugar había una tiendita de abarrotes. Me acerqué con el encargado y le pregunté el por qué la escuelita estaba abandonada.

Me responió: –Porque la “gringa” no quiere.

Sorprendido le inquirí: ¿Quién es la “gringa” y con qué derecho niega que funcione una escuela?

El joven tendero me dijo: Porque es la dueña de la hacienda y está en sus terrenos. Yo tengo las llaves de los candados.

Se me ocurrió que los sábados podríamos ir a alfabetizar y para ello invité a varios amigos y a unas chicas del Liceo Franco Mexicano.

Llegamos un sábado pertrechados con cubetas, jergas, escobas y botes de pintura. Limpiamos todo y pintamos la escuela. Al siguiente sábado tocamos la “campana” y esperamos. Poco a poco fueron llegando los niños y algunos iban acompañados por su mamá o papá y les explicábamos que estaríamos visitando el lugar todos los sábados para enseñar a los niños.

Así armamos los grupos de acuerdo a grados de conocimientos y empezamos a darles clases.

Cada sábado llegábamos en mi jeep, todos los “maestros” hacinados en el vehículo. Generalmente ya los niños nos esperaban, sin embargo, el ritual de tocar el riel metálico era fundamental. Pintamos las bancas de colores y les pusimos postes a las filas con nombres de “calles” Cada banca tenía un número como si fueran casas. Así le iríamos enseñando a conocer los números y las letras a los que estuviesen más atrasados. El primer problema que encontramos fue que los niños se quedaban dormidos por hambre. Muchos llegaban en ayuno. Así que optamos por llegar con tortas, pan de dulce, leche e inventamos una tiendita para que aprendieran a contar. Con corcholatas rotuladas y coloreadas les repartíamos su “dinero virtual” y ellos compraban su desayuno. Luego reposaban y empezábamos las clases.

Una de esas mañanas, uno de los chicos se asomó por la ventana y gritó:

¡La gringa! Una persona de baja estatura con cabello ensortijado teñido de rubio pasó por las ventanas e irrumpió en el salón de clases.

Estaba alterada y gritó: ¿Quién autorizó que esta escuela abriera? ¡No ven que es propiedad privada!

La abordé tratándola de calmar. Afortunadamente unas de las “maestras” Olivia y Liz la conocían. Dialogamos y finalmente logramosque siguiera operando la escuelita solo con la condición de que yo firmara un contrato de comodato ante notario y me comprometiera a que no íbamos a invadir su propiedad.

Ella era Neoma de Castañeda, esposa del entonces Secretario de Relaciones Exteriores Jorge Castañeda de la Rosa y madre de un nefasto individuo que posteriormente conoceríamos (ya les ontaré). La señora “gringa” cobraba renta a la SEP por el uso de su terreno y sus relaciones políticas le permitían mantener en el olvido dicha escuela.

Mi abuela materna me llevó al notario y pagó el contrato de comodato.

Ahí comenzamos a descubrir la terrible problemática de la enseñanza pública en México que es botín de tiros y troyanos. Procuro no utilizar este espacio para tratar temas políticos. Comprendo que todos estemos saturados de esa deleznable intoxicación mediática pero escribo este relato con pleno conocimiento de la realidad.

Ahora que veo a un Aurelio Nuño predicar su “reforma educativa” y ver los anuncios en televisión que dicen que “van a enseñar a los niños a pensar” me planteo la interrogante de que: si los niños vienen al mundo con un cerebro virgen –sin capacidades cognitivas–, y estos señores políticos les van a enseñar para que funcionen sus cerebros, creo que hemos llegado al abismo más abyecto de la ignorancia y manipulación. Solo un grupo de palurdos pueden atreverse a faltar el respeto a los niños y a todos los ciudadanos al pretender que ellos tienen la “sabiduría” para ayudarlos a evolucionar neurológicamente.

Nadie duda que el país necesita de educación pero si queremos transformarlo debemos empezar por indignarnos ante el atropello que la elite política ha hecho y empezar por exigir que las personas que se encarguen de la educación pública cuenten con las credenciales y conocimientos del más alto nivel para  dirigir este factor fundamental para el desarrollo del país.

Un presidente que no lee y un secretario que parte de la premisa de que “los va a enseñar a pensar” es el ejemplo más triste del abandono de nuestras escuelas.