La búsqueda

envelopes1Ari ya era un joven que había alcanzado la mayoría de edad.

Como todos los de su generación, en la pequeña ciudad donde vivía, gustaba de ir a bailar, jugar deportes que estuvieran de moda, pasear con las chicas más cotizadas del rumbo y disfrutar de unas frías cervezas mientras se desgañitaban viendo un partido de futbol los fines de semana.

Había concluido la Universidad y afortunadamente había encontrado empleo sin tenerse que mudar a una ciudad más grande.

Aún vivía en casa de su madre y a lo largo de sus veintitantos años había logrado convivir con esa mujer malhumorienta, intempestiva, de carácter irasciblemente neurótico… una verdadera torturadora.

Un día, en su infancia supo que tendría una hermanita y se le había avivado  un sentimiento de desconcierto al desconocer el padre de su nueva hermana y a la vez, recordar en su nebulosa memoria de la infancia, unos días en que vivió con su Papá. La separación se había dado cuando Ari tendría escasamente tres o cuatro años, por lo que esos recuerdos le eran muy tenues. Aunque su madre se había encargado de estarle manteniendo la imagen paterna –entre un culto a un padre ausente y un permanente argumento de que pronto recuperarían el nivel de vida que llevaban–, en cuanto ella ganara el juicio de alimentos que había entablado.

Lo que Ari desconocía era que la mujer había tejido una serie de estrategias para impedir que pudiera re-encontrarse con el padre. Periódicamente había inquirido por saber el paradero del supuesto progenitor, pero siempre fallaba en su búsqueda. La inercia del tiempo y sus actividades le distraían de su obsesión filial.

De que existía, era evidente. Especialmente el día que después de más de una década de pleitos legales, la mujer consiguió un dinero con el que pudieron comprar su modesta casa.

Finalmente ahora que ya se encontraba en una posición de menor sumisión con respecto a los dictados de su madre, Ari buscó por el internet incansablemente hasta que descubrió la posibilidad de dar con los datso que apuntaban hacia la localización de su padre. El nombre y apellidos concordaban y las fotografías que iba encontrando en la red  coincidían con las fotos que se conservaban en su hogar como testimonio de que había tenido un padre, y que si bien no vivía con él, su origen era bastante claro y explicable.

Sabía de varios compañeros que eran hijos de madres solteras y él se sentía claramente diferenciado porque su madre había estado casada con su papá cuando él fue concebido. O así se lo habían hecho creer. Su abuelo había muerto y su abuela materna –que podía haberle dado referencias de su propia historia–, era muy hermética y precavida cuando se trataba el tema. El carácter de su madre era tan difícil que gran parte de la familia se habían alejado de ellos, los evitaban, sin embargo Ari había logrado ganarse la simpatía de un tío y de sus primos porque él era un joven ligero, afable y de buen carácter. Hasta cierto punto melancólico, recordaba con angustia esas noche en que hubiera querido tener cerca a su padre. Observaba a otros chicos que en el parque o en los centros comerciales iban tomados de la mano de sus respectivos papás, veía con detenimiento cómo los acariciaban, sentía cierta envidia al ver cuando los abrazaban y cómo se notaba que disfrutaban la convivencia entre padre e hijo. Sin embargo, a él le hacía falta su «papá». Un papá fantasmal que admiraba y quería a pesar de que su madre lo denostara. A lo largo de su infancia había tenido varias veces la osadía de marcar a un número telefónico que había encontrado oculto en una libreta de su mamá y llamaba. En ocasiones se lo negaban y otras veces le tomaban el recado pero aunque dejara recado a la secretaria, nunca recibía respuesta a sus llamados.

En plena temporada publicitaria del Día del Padre, Ari se animó a escribir y mandar un correo electrónico a la dirección que había conseguido. Con una excitante angustia consultaba a cada rato su buzón electrónico  abrigando la esperanza de una respuesta.

Pero nada. Solo silencio.

Un día, de la forma menos previsible, recibió un enigmático recado.

Le fue entregado con mucha cautela buscando que su madre no se enterara.

Era seguro que si ella descubría que su hijo y el supuesto padre se estaban comiunicando, la ira y la violencia con la que ella se manejaba, volvería a aflorar.

En un pequeño sobre dirigido a Ari, venía una tarjetita que decía:  Tu historia no es como te la contaron.

El mensaje era escueto y lo dejó en mayor incertidumbre.

Tanta era la duda que le dejó el misterioso recado, como es la inquietud que al lector le queda hoy por saber el denlace, pero de seguro, esta historia continuará.images-2