Envidia

La envidia y el egoísmo cohabitan en la misma mente.

La envidia se caracteriza por un sentimiento negativo de deseo del bien ajeno. Generalmente se da la envidia por una asociación de egoísmo al ver que el otro tiene algo que nosotros quisiéramos tener.

Socialmente se llega a escuchar a alguien que dice: “Te tengo envidia pero de la buena”. Eso es una gran mentira. Si alguien tiene el sentimiento de envidiarte algo es una actitud negativa y no es normal disfrazarlo. Posiblemente es una frase mal construida y que debería mejor expresarse como: “Admiro lo que tienes o lo que has logrado. Eres un ejemplo de lo que yo debo hacer para lograr equipararlo”.

Pero la envidia es una reacción mental de querer lo que el otro posee. El vocablo es de origen latino y se usaba para explicar la idea de préstamo o tomar prestado el bien ajeno. Semánticamente cambió su sentido en el siglo XIII cuando del latín invidia se le da la interpretación derivada de invidere o sea: “mirar con malos ojos”,

Generalmente la envidia parte de ver el bien que posee la otra persona. Puede ser un bien material o un bien emocional como sería que el que la otra persona vive en armonía, con felicidad y está rodeado de cariño.

Decimos que cohabitan en la mente la envidia con el egoísmo porque es común que la persona que tiene propensión a ser envidioso sea también una persona altamente egoísta. Es decir, que piensa en su propio bienestar y no desea compartir lo que posee con los otros.

Erich Fromm lo define con mucha claridad en su frase: “Las personas egoístas son incapaces de querer a los demás, y tampoco son capaces de quererse a sí mismas.”

Podría parecer contradictorio pero tiene un fondo de verdad. Si tu no eres capaz de querer a los otros es porque no has logrado la madurez de tu autoestima y de quererte a ti mismo. Si no te quieres a ti mismo ¿Cómo puedes querer a otra persona”.

Los egoístas disfrazan su capacidad de amarse a si mismos exaltando a su persona. Se envanecen de lo que ellos creen que son pero como bien dice el término, están podridos por dentro. Se utilizaba la palabra envanecer para describir a un fruto que por dentro ya está descompuesto.

Envanecerse es una forma de exaltación de la propia personalidad como instintivamente te defiendes para no mostrar lo hueco, el vacío que te invade en tu ser. Si a una persona egoísta le haces sentir que no vale lo que tanto le enorgullece le desarmas. Inutilizas al egoísta al mostrarle la precariedad de su ser, de aquello que exageradamente presume.

El egoísta reacciona tratando de descalificar al otro, de aquello que le ha producido envidia. Y es la famosa frase de los niños que cuando tienen envidia de lo que tiene alguno de sus amigos, se escuda con “Al fin ni lo quería”.

También la envidia se manifiesta descalificando a la capacidad de la otra persona:

“El auto que tiene está muy bonito pero quién sabe cómo lo adquirió”. La verbalización de “Tiene una novia muy guapa pero la verdad, no sé lo que ella le ve. Quizás no lo quiere, lo que quiere es su dinero”.

Erich Fromm explica: “Quizás no haya ningún fenómeno que contenga un sentimiento destructivo más grande que la indignación moral, lo cual lleva a que la envidia o el odio actúen disfrazadas de virtud”.

En el entorno laboral, en el ámbito académico o político se exacerban las expresiones de envidia y de descalificación. Esto obedece a que el egocentrista no soporta la promoción o el éxito del otro. Así se manifiesta una denostación que busca destruir lo que el otro ha alcanzado.

Lo expresan como: “Lo ascendieron de puesto, pero no se qué dio a cambio pues no se lo merecía”.

“Es un incompetente no sé cómo le hizo para que le dieran ése reconocimiento”. Y el que se padece en las contiendas o concursos con personas que pierden, les carcome la envidia y no dejan de estar rumiando argumentos inválidos que sólo los muestra como egoístas y envidiosos.

La envidia se fomenta desde la temprana infancia. Cuando aflora el sentimiento negativo, los padres, profesores o tutores deben frenar el impulso en los niños y cambiar su actitud a base de acompañamiento. Hacerles ver que la envidia no conduce a nada y que se hace daño a sí mismo. El egoísmo se debe neutralizar en la temprana edad. Frecuentemente los padres de forma inconsciente empiezan a comparar a los hijos y dejan ver su preferencia por uno de ellos. También se da cuando el niño ha sido hijo único y toda la atención se había centrado en su persona y de súbito llega el nuevo “hermanit@” a quien le dispensarán mayor atención por ser el bebé más frágil y recién nacido.

La difícil tarea de equilibrar la atención a los niños es solo un aspecto a considerar.

Ahora bien, si ya somos adultos y de pronto cobramos conciencia de que nos invade el sentimiento de envidia, debemos tratar de trabajar la emoción negativa y modificar nuestra conducta. De otra forma estaremos avivando los sentimientos más oscuros que como humanos podemos tener.

La envidia y el egoísmo se hermanan para envolver nuestro desempeño emocional de la forma más ruin y contribuyen a un aislamiento social, a un camino lleno de amargura y resentimientos que nada aportará para nuestro crecimiento.