El nacimiento

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Nueve meses tuvieron que transcurrir —normalmente—, entre el momento de tu propia concepción hasta el  alumbramiento o nacimiento.  Algunos casos,  excepcionales, fueron de  siete u ocho meses y quizás tuvieron que ser sometidos a una incubadora después de nacer.

Imagínate primero, el momento en que el espermatozoide de tu padre navegaba a toda velocidad, compitiendo contra miles de espermatozoides más, en un torrente de vibraciones náuticas, con el afán de llegar a la meta:   ¡Un óvulo!   El de tu madre.

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La cabeza de ése espermatozoide de pronto lo descubre —como si fuese un astro gigante—, como si viese un sol radiante de tonos naranjas y rojos. Un planeta a donde sólo existe una minúscula compuerta que permitirá el acceso al espermatozoide ganador.

300px-Sperm-eggEse óvulo (astro enorme) ha estado esperando toda su vida este momento. Está emitiendo una frecuencia amorosa para darte la bienvenida. Se sabe finito, es decir, sabe que si fracasa y no se le fertiliza, correrá la suerte de los otros 300 óvulos que están en la matriz de esa mujer que es tu madre. Si llegara a fallar la fertilización, estaría condenado a morir, a ser desechada en la próxima menstruación. Sin misericordia sería arrancada de las paredes de la matríz y arrojado al vacío para ser desechado del cuerpo de la mujer.

El espermatozoide de tu padre está sumamente fatigado, siente  que le faltan fuerzas y nota con desesperación como los rivales espermatozoides se aproximan pretendiendo ganarle la carrera. ¿De dónde sacó las fuerzas? Nadie sabe, pero el hecho es que finalmente el espermatozoide de tu padre llegó a fecundar el óvulo de tu madre.

Para que se pudiera dar este maravilloso momento, fue necesario que tu Padre eyaculara, después de haber tenido el consentimiento de tu Madre y —queremos suponerlo— como resultado de un acto de amor.

El hecho es que se ha dado un formidable intercambio de genes, se han fusionado en un solo cigoto y  a partir de ese momento se dará una dulce espera hasta que seas violentamente arrojado de la matriz y veas por primera vez los rayos de sol. O sea: Estabas destinado a nacer.

En el proceso en que tu Padre y tu Madre convinieron tener relaciones sexuales y permitir el embarazo, existieron muchos momentos de expresión amorosa y quizás, digo quizás porque todo esto es un supuesto, quizás tuvieron momentos de gran ternura donde se expresaron a través de los cinco sentidos lo que ellos sentían.

Nacemos por un acto de TERNURA:
Somos una expresión de amor, por eso mezclamos sentimientos con sensaciones. Los sentidos nos ayudan a manifestar en todas las formas ése acto de amor.
Este acto es parte de una búsqueda. Una búsqueda de alcanzar el equilibrio y la perfección.
Nacer a la vida es un acto gratuito. Es algo dulce, hermoso, lleno de confianza. La ternura de dos personas hace posible el que ahora estés vivo. A partir de este momento, empezarás a establecer lazos invisibles de ternura y amor con otros seres: Tu mamá, tu papá, tus abuelos, en fin con todos los seres que tu decidas entablar un vínculo de empatía.
Al romper el primer lazo (cordón umbilical) aprendiste que a partir de ese momento tú, solo tú, podrás establecer lazos invisibles con quienes tu lo desees. También podrás romper lazos con aquellos que no te hacen bien y te desequilibran.
Eres un ser completo, entero. Un entero que acoge a otro entero.
La ternura nace dentro de ti. Y a quien primero debes de enlazar con tu ternura es a ti. Después agradecer a quienes gracias a su ternura, te dieron vida. La ternura nace dentro de ti, por eso debes mostrar antes que a nadie, ternura hacia tu persona.
Todos hemos sentido más de una vez la necesidad de ternura. Hay pocas personas que son capaces de abrirse, de abandonarse a sus propios sentimientos y de recibir la ternura con toda confianza. Pero con la ternura tienes la posibilidad de crear un espacio en el que tú te encuentres para después seas capaz de manifestarte a otros.
La peor de las pobrezas no está en aquello que nos falta, sino en ignorar todo lo que poseemos.

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