Egoísmo y altruismo

Cuando uno, en el proceso de socialización como niño, empieza a relacionarse con otras personas se descubren elementos que habrán de definir la personalidad. Uno de esos elementos es la diferenciación entre el egoísmo y el altruismo.
La palabra egoísmo se origina del latín “ego” que significa yo, pero al añadirle la terminación o sufijo “ismo” nos indica que es una actitud de ciertas personas que solo buscan y hacen acciones por su propio interés y beneficio sin pensar en los demás ni en las necesidades del otro.
Existe una gran diferencia entre egoísmo y autoestima
Amarse a sí mismo hasta cierta medida es bueno pero cuando se llega a la exageración y solo se dedica a privilegiar el beneficio propio, esa persona se convierte en un ser egoísta.
El egoísmo también responde a un instinto primitivo de supervivencia pero si no se logra diferenciar el hecho de sobrevivir y el de saber distinguir en lo que debemos aprender a compartir con los otros. Esas actitudes egoístas deben corregirse desde los primeros años de vida en donde el niño debe tener límites y educarlo en compartir juguetes, dulces y los espacios mismos de juego. También indicarle que para recibir nuevas cosas debe aprender a desprenderse de aquellas cosas que no usa o que le están ya sobrando. Ir formando al pequeño en no volverse un vicioso de acumular por solo acumular.
Para el egoísta los demás no existen ni importan.
Los valores son fundamentales en la formación de los individuos que deben interactuar en sociedad. La carencia de valores o la adquisición de anti-valores como es el egoísmo, llevan a generar conflictos en la convivencia humana y a deteriorar la capacidad de tener gratitud, solidaridad, empatía o altruismo.
En la escala de necesidades humanas el altruismo ocupa la cúspide de la pirámide que Abraham Maslow describe en su teoría. Todos los seres humanos iniciamos la subida hacia una pirámide de nuestras propias necesidades. La base de esa pirámide es satisfacer lo básico: alimento, bebida, techo y cobijo (ropa). Después vamos ascendiendo en nuestra propia realización y cuando llegamos a cierto punto es cuuando tenemos la posibilidad de dar a los demás y convertirnos en seres altruistas.
El altruismo es el valor superior al que podemos aspirar.
La tendencia de ayudar a los otros de manera desinteresada es el lograr ser altruista. Desgraciadamente se ha distorsionado la percepción de la palabra y muchas veces se confunde como si fuera una prerrogativa de una persona millonaria. No es así, se puede ser medianamente pobre y ser altruista. Esa actitud se origina en la capacidad de tener empatía por el otro. Al ver que el otro sufre o está carente de algo y uno lo puede compartir, es donde se manifiesta el altruismo. La cuestión fundamental es no buscar dar a cambio de recibir algo. Uno debe dar porque le nace y no porque encuentra la posibilidad de sacar algún provecho.
Las grandes crisis por las que a veces atravesamos como personas o como sociedad, nos enfrentan invariablemente al egoísmo y al altruismo. En el caso de México hemos podido vivir terremotos en donde afloran los dos elementos el valor del altruismo y el anti-valor del egoísmo. Entre los mismos miembros de una familia se presentan ambos elementos.
La gran lección de este año es haber visualizado la lucha entre el egoísmo y altruismo
Sin lugar a dudas la pandemia nos ha servido para mostrarnos nuestra capacidad de compartir o de acumular, de pensar en ser generoso para con los demás o atrincherarnos en nuestro propio interés. La debacle que falsamente han generado –algunos sectores–, con las vacunas nos muestra esta pugna. Más de una persona se ha querido pasar de listo para obtener la aplicación de la vacuna sin esperar su turno o bien, emprenden un viaje al extranjero para acelerar su potencial inmunidad ante el posible contagio. Quizás su capacidad económica les facilite el ir y aprovechar la dotación que se ha asignado para cada país e inclusive escuchamos comentarios como el que se debería de privilegiar a los jóvenes de la población económicamente activa y sacrificar a los ancianos y a la tercera edad.
Para quienes tenemos ligeros conocimientos en materia del comportamiento de los virus nos provoca una sonrisa ver tales comportamientos. El virus tiene la capacidad de mutar y de re-infectar a quien este ya vacunado. La carrera no debe ser para ver a quién primero se le aplique la inmunización, o quien se brinque la fila o gaste una fortuna por vacunarse sino entender que el poder democratizador de una pandemia es tratar a todos por igual, mostrarnos que todos somos frágiles y que deberíamos estar mejor enfocados para fortalecer nuestro sistema inmunológico, cooperar con la salud pública, modificar nuestros hábitos de higiene, convivencia y alimentación y aprender a tener la debida paciencia para que la ciencia y los encargados de nuestra salud comunitaria aplaquen al enemigo invisible que puede ser el virus o nuestra propia carencia de valores.