Atesoraba un libro desde mi primer semestre en la Universidad.
Lo descubrí a raíz de que mi Maestra de Literatura Española nos lo recomendó. Nos había hablado de esa novela, entre muchas otras. Cada clase era una cita con el placer de la imaginación. Además de que me encantaban sus piernas y la sensualidad de sus movimientos, cita rutinaria se convertía en una hora placentera. Observarla, escucharla y disparar mi imaginación. Ella tenía unas hermosas piernas con deliciosos muslos . Cuando las cruzaba mostraban la delicadeza de su tersa piel, de un blanco rosado, indescriptible.
Su perfume inundaba sutilmente el salón y me embebía en su sabiduría literaria.
Nos habló de Juan Goytisolo y de los autores españoles de la pos-guerra. Eran terrenos minados en México ya que el franquismo criminal había dividido a los dos países y de España solo se sabía lo poco que por parientes y conocidos se filtraba.
Aún a contracorriente, las plumas empezaron a florecer, después de haberse cercenado la voz de Federico García Lorca.
El libro en cuestión es TRISTURA y su autora es Elena Quiroga. Una autora poco comercializada en México.
En aquellos tiempos era muy difícil conseguir los libros españoles y mi mente no recuerda cómo y quien me hizo el favor de comprarlo en Madrid, en la Casa del Libro y me lo trajo recién desempacado para que saboreara cada una de sus letras.
TRISTURA produjo un magnetismo extraordinario en mi mente. Como pocos libros, de esa novela guardo maravillosas experiencias sensoriales, forma parte de los libros imborrables que puedo enumerar con las diez falanges de mis manos.
TRISTURA me metió en sus habitaciones, en las angustias de una niña rodeada del fanatismo religioso que se vé morbosamente reflejado en los cristos sangrantes, agónicos, los que en penumbras asustan a los niños en su primer acercamiento a lo que los adultos le llaman Dios.
Pasaron muchos años esas páginas encuadernadas reposando en mi librero, su distintivo lomo de verde olivo y negro con pasta dura. De vez en cuando regresaba a él, lo abría y me recreaba en el placentero juego de andar lo andado, de saborear lo saboreado y de imaginar nuevamente lo olvidado.
Un día, en exceso de entusiasmo, se lo recomendé a algún amigo. Lo tomé del librero y se lo encargué con mucho énfasis.
TRISTURA no regresó.
La he visto en internet, en el moderno sistema de comprar libros via ordenador o computadora. Confieso que he estado tentado de comprarlo varias veces, pero me freno. Sí, me detengo porque yo no quiero una nueva edición o un libro de viejo que fue de otra persona.
No, yo lo que quiero es mi libro, el libro que acaricié con mis juveniles dedos. Que recorrí párrafo a párrafo descubriendo el lado nuevo de la entonces, literatura española.
Elena Quiroga merece ser estudiada aún más y especialmente valorada en su cronotropo.
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