El término resiliencia ha adquirido enorme relevancia especialmente a raíz de la pandemia de Covid 19. La definición de resiliencia puede verse desde distintos puntos de vista.
Para Boris Cyrunlik* , uno de los más destacados estudiosos del apego y la resiliencia, la define como: “El inicio de un nuevo desarrollo que experimenta una persona después de un trauma”. También se puede definir como la capacidad que tiene cualquier organismo para poder recuperar su equilibrio, volver a lo que científicamente se llama “Homeostasis”. Nuestro organismo se mantiene normalmente en un balance y sufre un desequilibrio cuando ha sido sometido a un fuerte estrés negativo. La homeostasis es recuperar precisamente ese balance. Un ejemplo visual -muy sencillo—, de resiliencia es una almohada de hule espuma que se deforma cuando ha sido sometida a una presión (estrés negativo) pero al liberarla de esa presión recupera su forma original.
Ahora bien, en relación a nuestra resiliencia como seres humanos tiene una gran importancia ya que será un elemento para levantarnos ante cualquier crisis y restablecer nuestra armonía física y mental.
Por eso es muy importante conocer las condiciones que nos permiten tener resiliencia.
Cada uno de nosotros tiene diferente capacidad de resiliencia. Así como el estrés negativo afecta de diferente forma a cada persona, la resiliencia es algo muy personal y único. En la resiliencia influyen tanto características de nuestro propio organismo así como son los factores del entorno y la forma en como fue nuestro desarrollo. Otros aspectos son el grado en que percibimos nuestra seguridad, la capacidad que tenemos de recuperarnos, las relaciones humanas de amortiguamiento que poseemos y el medio cultural en el que nos hemos desarrollado.
Si desde pequeños se nos enseñó a sentirnos seguros de nosotros mismos y crecimos en un ambiente de confianza y seguridad o bien, ahora que ya somos adultos trabajamos en una empresa donde nos sentimos seguros, es muy probable que tengamos mayor resiliencia. Si aprendemos que ante una caída o fracaso tenemos la capacidad de recuperarnos y sabemos cómo afrontar la frustración, es probable que seamos más resilientes que aquellas personas que se sienten abatidos ante un fracaso y se paralizan o deprimen sin saberlo afrontar.
El afecto humano es vital para una buena resiliencia.
También contribuye a nuestra resiliencia si estamos rodeados de afecto humano ya sea con una buena relación de pareja, el cariño de hijos, familiares, el apoyo de compañeros de trabajo o amigos y la confianza que tenemos para con nuestros jefes. El medio ambiente donde vivimos es fundamental: Un entorno de optimismo y mentalidad positiva contribuye a nuestra capacidad de resiliencia Si por el contrario vivimos y trabajamos en un ambiente cargado de pesimismo, negatividad, con una atmósfera continua de agresión, baja autoestima o de falta de motivación, tendremos una pobre resiliencia.
Para que una persona sea resiliente depende mucho de cómo se construyó su personalidad. Si desde antes de nacer y cuando fue pequeño recibió improntas biológicas que lo han fortalecido, esa persona se desarrollará con mayores atributos para enfrentar mejor a la adversidad. En el momento en que le ocurra una desgracia sabrá manejar al infortunio o situación crítica, responder de forma positiva y adaptarse al cambio. Si carece de esas fortalezas tratará de evadir los problemas, se hundirá en una situación depresiva, de impotencia ante el fracaso o quizás solo se estará regodeando en el papel de víctima ante su desgracia sin poder evolucionar del problema .
La resiliencia comienza con la aceptación de nuestra fragilidad.
Quien es resiliente tiene la capacidad de reconocer el haber cometido un error, reflexionar sobre las causas, aprender de esa experiencia y mejorar como persona. Entonces sí estaremos hablando de que es una persona resiliente.
Por eso podemos decir que la resiliencia depende un poco de cada persona pero también depende en gran medida de su entorno. Si en tu hogar, en tus relaciones humanas y en tu trabajo se te apoya seguramente lograrás una mejor resliliencia que si te encuentras en pleno abandono.
¿Cómo podemos ayudarnos a ser más resilientes?
Sentirnos seguros: Al sentirnos seguros con nuestras capacidades y conocimientos, percibir que estamos seguros con nuestro trabajo y transmitir esa seguridad entre los miembros de la familia es fundamental.
El entorno de seguridad y confianza en el trabajo contribuye a que enfrentes mejor el estrés negativo. SI tu transmites inseguridad a tu familia generas estresores negativos que repercuten en el ambiente hogareño y puede provocar confrontaciones, reclamos, agresiones verbales e inclusive violencia física. La violencia familiar y la precariedad social nos hace vulnerables.
Evitar la precariedad social: La pobreza social parte de una escasa convivencia o de la carencia total de la misma. Al no convivir con tu propia familia estas aislándote y vas deteriorando el apoyo emocional que necesitas. También es precariedad social cuando se carecede amigos, de una familia estructurada, de falta de compañerismo y ausencia de colaboración en el trabajo. Uno debe aprender a no competir con los compañeros de la oficina, ni dejar de colaborar para ayudar a los otros aunque no obtengamos un beneficio directo. El convivir, colaborar y acompañar a los demás –sea en la familia o en el trabajo—, contribuimos a sembrar un ambiente positivo. Estas acciones son la semilla de lo que llamamos apego.
Desarrollar apego: El apego a la familia y a tu empresa consiste en construir un tejido que te amortigua y contar con una red de apoyo. El apego se construye día con día, el apego es un vínculo muy fuerte que genera seguridad y confianza. Es un sentimiento de familiaridad, de tener la confianza de hablar con los demás y estar seguros de que lo que hacemos lo hacemos bien y que aunque haya adversidades sabremos cómo gestionarlas y no angustiarnos. El apego es fundamental para aprender a amar a los demás y aprender a socializarse. El tener apego y el establecer un tejido o vínculo de seguridad nos ayuda a construir esa red de amortiguamiento que contribuye a la resiliencia.
Colaborar pero no competir: Uno no solo debe hacer bien su trabajo sino de saber darse sus tiempos para convivir y colaborar armoniosamente con sus compañeros, sus colaboradores de distintos niveles y con sus superiores. A veces confundimos el lograr nuestras metas u objetivos de trabajo con el competir contra nuestros compañeros u otros equipos de trabajo. Competir laboralmente entre compañeros es una forma de maltrato, es generar violencia y despertar emociones negativas. Debemos aprender a resolver problemas, a tener autoestima y en lugar de competir contra nuestros compañeros debemos colaborar, tener confianza en el equipo y ayudar a que todos crezcan junto con uno.
Aprendizaje continuo: La resiliencia es un proceso de aprendizaje durante toda la vida. Nuestra infancia sí es muy importante pero si tuvimos carencias en la infancia debemos de trabajar para aprender a ser resilientes como adultos. No debemos quedarnos solos cuando sufrimos un trauma, no aislarnos ni reforzar las heridas ya que agravamos el sufrimiento. En esos casos debemos luchar contra nosotros mismos y tener confianza para compartir con los otros. Sentirnos seguros, reflexionar y luego empezar a hablar de nuestro trauma.
El estrés negativo nos hizo un daño, nos hizo vulnerables y nos causa un trauma pero debemos aprender a manejarlo, apoyarnos con quien tenemos confianza. El trauma es diferente al sufrimiento. El cerebro con sufrimiento bien que mal funciona, en cambio con un cerebro con trauma se apaga, paraliza a la persona y la inutiliza.
Sufrir es parte de la condición humana, pero si tenemos apoyo de otros y hemos reflexionando sobre lo que estamos viviendo, de lo que estamos sufriendo y lo vemos desde un punto de vista realista tendremos la capacidad de superarlo. De lo contrario, si los sufrimos desde un punto de vista irreal, lo sufrimos en lo imaginario lo que estamos viviendo es la representación del sufrimiento convertida en un dolor continuo que genera un trauma.
Comprender y analizar: La necesidad de comprender es importante, comprender lo que nos ha pasado y reflexionar. Después debemos de comunicar. No debemos quedarnos solos. Acercarnos a la persona que le tenemos confianza y contarle lo que nos ha pasado y al narrarlo lo debemos hace de forma tranquila, armoniosa, procurar sonreír esa adversidad ya que eso suaviza nuestro sufrimiento y contribuye a ir cerrando las heridas. También podemos optar por escribir las situaciones difíciles. Eso ayuda mucho.
Para algunas personas el cine, teatro, música o literatura les ayuda a verse reflejadas en las obras y les permite afrontar su problema de una forma creativa. El actor se convierte en nuestro portavoz, el control de la emoción y la representación de la tragedia que vemos en los otros es una catarsis que nos ayuda y libera del sufrimiento. El arte juega un papel muy importante en el proceso de la resiliencia.
Hay que estar preparados para afrontar las adversidades y desarrollar nuestra capacidad de resiliencia.
Aprender a convivir mejor y a colaborar, aceptar nuestra necesidad de arroparnos con los otros, a crear vínculos que desarrollen la familiaridad con los demás. Todo esto nos ayuda a comprender el arte de vivir, de trabajar feliz y encontrarle sentido a nuestras vidas. De ser personas con gran capacidad de resiliencia.
Deja una respuesta