Palabras que envejecen

Las palabras viven, se transforman, algunas envejecen y otras mueren.

Imagino que son como pececillos en un estanque o un cardumen en el océano que nadan vigorosos y en sentidos disímbolos en ocasiones.

A medida que uno va adquiriendo la habilidad para enriquecer su lenguaje, se van acumulando palabras en el inmenso universo de neuronas de nuestro encéfalo. Se me asemeja a un pescador que va llenando su lancha con pescados saltarines que se niegan a morir mientras uno los use y ejercite.

Las palabras que envejecen entran en desuso y mueren.

 

 

Recordemos ciertas palabras que nuestras abuelas o bisabuelas usaban:

Chafirete era chofer.

Cuico era policía de tránsito.  También les decían tamarindos y a los de seguridad  “los azules”.

“Me vas a matar de un disgusto” significaba que estamos molesta y enojada.

“Es un pelagatos” era un cualquiera.  De niño me llamaba la atención eso de “pelagatos” y me preguntaba: ¿A quién se le ocurre pelar a un gato? ¿Es en la peluquería de la veterinaria?

Pero después escuché que “le dieron gato por liebre” y en el mercado de San Juan vi a conejos sin piel colgados en una de las carnicerías. Entonces un pelagatos era un miserable que atrapaba gatos y los despellejaba para guisarlos o engañar a algún bobo vendiéndoselo como conejo.

Se “cuatrapió”, “me espeluzna”, “dame un tostón”, “le cayó el veinte” y otras frases esultan ininteligibles para los jovencitos de hoy. “Chanchullo” era trampa.

Algo que me parece muy simpático son las palabras viejas que siguen usándose. Por ejemplo: Los meseros y personal que proporciona servicios en tiendas usan mucho: Caballero y Dama.  Me imaginó cuando los escucho, vestidos en el medioevo con armaduras y a las “damas” de largos ropajes. Son términos que aunque se usen, remiten a siglos distantes donde era frecuente la orden de caballería.

Quizás lo más cercano al antiguo pelagatos es lo que ahora le dicen a un perdedor o “looser” o fracasado.

Antes decían “gandul”, “gandalla”, “se agandalló”, “rufián”, etc. ahora les dicen “bullys”, o “bulleadores” por la influencia gringa.

En fin unas palabras se mueren y otras se transforman.

Tal es el caso de “bruto” que era el nombre propio del senador romano que traicionó a Julio César. O nuestro habitual vocablo que usamos los mexicanos y que nadie más entiende ni sabe traducirlo: Apapacho, apapachar. Una palabra náhuatl que tiene connotaciones de ternura, de protección, de cobijar, de consentir, pero que sólo la conocen los mexicanos.  En la misma república hay grandes variantes de palabras: Troca en el norte es un anglicismo de “truck”, camión, camioneta. “Yonque” es en el norte lo que en el centro es deshuesadero. Y chucho es perro en el sur, como chancho es cuino o cerdo en otra parte, marrano en otras regiones y para los venezolanos “verracos” pero en nuestro país es un chiquillo.

Otra de las que tienen connotaciones ancestrales es “chamaco”. Viene del náhuatl “chamacoatl” y es que para los Mexicas tanto niñas como niños se les consideraba asexuados hasta que cumplieran los 13 años. Entonces chamaco era cualquiera que no tuviese los caracteres sexuales secundarios. Después de una bella ceremonia se les asignaba el género.

En la primaria, en clase de inglés “gay” significaba feliz, alegre y se construían frases como “We were gay” (Estábamos felices), pero de pronto se transformó y “gay” se convirtió en homosexual.

También hay palabras que resucitan y súbitamente se vuelven a usar.

Tal es el caso de la palabra que está nuevamente de moda y que es “fifí”. La mayoría de las personas son ignorantes de la historia y piensan que es un insulto. Pero no es así. Los terratenientes y grandes hacendados durante el porfiriato solían hablar francés para que ni los niños ni la servidumbre entendiera sus conversaciones de adultos.

Los sirvientes al no entender lo que sus patrones decían, notaban que usaban mucho palabras cuya sonoridad era con “f”, por lo que los apodaron fifís.

Mi madre todavía me cuenta que su abuela y bisabuela, –ya en sus residencias de Polanco–, seguían con la pésima costumbre de cambiar la conversación al francés cuando entraban los niños a la sala de estar.

Y lo peor del caso es que todos los que ahora se creen ser “fifís” no pueden serlo porque tendrían que tener grandes extensiones de tierra, ranchos y sumas exorbitantes de dinero por lo que ya que se quedan en el nivel de “wanabís” (del inglés: Want to be,   que significa el que quiere ser pero no puede).

Como vemos, las palabras son entes vivos, cambiantes, que evolucionan o envejecen y mueren.

Estoy seguro que quienes me honran con leer estas líneas pueden compartirnos muchas palabras que conocen y que ya envejecieron, es decir que ya están “rucas”*.

*Ruca en Argentina y Chile es una vivienda rural tosca y rústica.

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