Ya ladraban por la punta de tan gastados que estaban mis zapatitos viejos.
Un hoyo en la suela amenazaba convertirse en cráter y el tacón sonaba metálicamente porque la cabeza de los clavos se asomaban.
¡Y eso sin contar que el contriorte posterior ya se veía floreciendo al mostrar sus cueros internos!
Pero, ¿Cuánto había caminado mis días y mis noches con ellos?
¡Cuánta vida me había acompañado en silencio!
¿De cuántos tropezones me había protegido?
¡Y cuánto los había disfrutado bailando, zapateando, corriendo y saltando los charcos de agua!
Todavía recuerdo su olorcito de recién boleados. Megustaba ver cómo con una escobetilla el bolero le daba su champú de vitalidad renovada.
Ya dispuesto a depositarlos en el bote de la basura me arrepentí y preferí arrumbarlos al fondo del closet. Seguramente se cubrirán de polvo. A lo mejor alguien los encuentre y me califique de avaro o sucio.
Sin embargo, decidí guardarlos porque en el fondo todos podemos ser considerados por otros como si fuésemos «zapatitos viejos».
Juan Okie
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