La pobreza como negocio

por Juan Antonio Rosado Z.
Catedrático y Escritor

Desde la Edad Media, existe la figura del despiadado negociante que acumula riqueza mientras su esposa (o madre) otorga un siempre medido porcentaje “a los pobres”, ya para amenguar un poco la miseria, ya por cuestiones morales, ya para tener abierta la puerta del cielo. En Balún Canán, de Rosario Castellanos, la madre de familia ayuda a “su pobre” ante la amenaza de castigo eterno. En el fondo, esta moral resulta un arma de doble filo. Si antes los motivos eran más espirituales, hoy es tradición vedada que la “caridad” representa un fructífero negocio: el negocio de la pobreza, o mejor, la pobreza como negocio.
Pregunta básica: ¿por qué la iglesia nunca vio con buenos ojos la carta de los Derechos Humanos? ¿Por qué nunca ha estado abierta y sinceramente a favor de tales derechos? Una de las razones: porque éstos se oponen al “libre albedrío”, a la “voluntad de dar”, es decir, a la caridad. Caridad versus derechos humanos. El derecho al trabajo, a la salud, a la educación crea obligaciones en los estados, en las autoridades. Quien aplica la “caridad” en esos rubros es recompensado por el gobierno y deja de pagar impuestos. La razón ya no es espiritual, sino económica. ¡Sal a la calle a “botear” y la empresa “caritativa” no pagará impuestos! Además, ganará una suma extra, incrementará su prestigio simbólico y “moral” ante una sociedad engañada y, en última instancia, destinará un pequeño porcentaje a algunos pobres, no para que dejen de serlo, sino para que continúen siéndolo al depender de esa caridad, y para que la pobreza persista, pues sin pobres se acabaría el negocio. Deben seguir ahí, ¡y que sus derechos decrezcan a fin de que éstos sean sustituidos por la caridad! Para ello, nada como engordar la pobreza. Si ésta no fuera tan notoria, no habría programas ni instituciones para abatirla. Los diseñadores de esos programas y los dirigentes de dichas instituciones ganan inmensos sueldos para “abatir” la pobreza; incluso se vuelven millonarios. ¿Quieres ser rico? Predica a favor de los pobres. De la gente sale el dinero.
Esta doble moral es herencia de la iglesia, accionista hoy en gran cantidad de empresas a nivel internacional. En este sentido, dicha institución ha sido fiel a su pasado: empezó saqueando templos paganos para imponer a un supuesto “dios verdadero”. Sus dirigentes derrumbaban estatuas de Saturno en el seno de una civilización muy tolerante en materia religiosa. Y como los mal llamados “paganos” se enfurecían por esos actos, mataban cristianos. He ahí el origen de los también mal llamados “mártires”. Que cualquier curioso constate lo anterior en las investigaciones de Michelet, de Deschner y de otros historiadores imparciales. Cuando el cristianismo por fin acabó con los “paganos” (sin dejar de adoptar buena parte de su moral), conservó la brillante idea de las alcancías en los templos, de las peregrinaciones y milagros como negocios; cristianizó a muchos dioses transformándolos en santos o vírgenes; cristianizó los rituales (incluido el de las hostias), así como las festividades más importantes (las Lupercalias se convirtieron en Candelarias; la natividad de Dionisos o Mitra, en la de Cristo, y un largo etcétera). Luego se ensañó contra los “herejes”, contra la brujería, contra el cuerpo y el goce de la vida, siempre sacando provecho económico. Impuso el celibato a los sacerdotes (y ya no únicamente a los monjes) para que aquéllos pudieran heredar sólo a la iglesia y nunca a sus hijos naturales o a sus amantes. Todo lo anterior, con la pantalla de “moralidad” y “caridad”.
Nuestros grandes empresarios aprendieron bien la lección. Hay que predicar el amor a los pobres y desvalidos, en lugar de otorgarles derechos. Particularmente, nuestro país está cada vez más lejos de Tomás Moro, quien afirmaba que la dignidad de un gobernante no consiste en regir a pobres o pordioseros, sino a ricos y felices. Con los programas e instituciones para abatir la pobreza —en vez de engrandecer la educación, las universidades, becas, estímulos, pensiones y salarios— lo único que se logra es engordar la miseria.

* Publicado en La cultura en México, sección de la revista Siempre!, núm. 2998, año LVII. México, 28 de noviembre de 2010, p. 89. Próximamente, aparecerá en la segunda edición del libro de ensayos El engaño colorido (Editorial Praxis).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *