
¡Muerto el Rey, viva el Rey!
Es la histórica frase que si bien se utilizaba para ensalzar al sucesor de un trono, se podría aplicar a quienes se han destacado en alguna de las disciplinas y que a partir de su fallecimiento, las exaltaciones y alabanzas se desbordan en todos los medios.
Salen loas por twitter, facebook, ocho columnas, editoriales, notas informativas y si el difunto tiene una mayor posibilidad de rating, emisiones especiales en la televisión contribuyen a que del muerto se haga un homenaje de proporciones morbosas, como las que acostumbran –malamente— en convertir al Palacio de Bellas Artes en capilla ardiente.
Las máximas figuras del gobierno y la iniciativa privada se convierten en sapientes expertos biógrafos del recién fallecido.
Conocí a Jacobo Zabludovsky ocasionalmente en persona. Y como todos los mexicanos, lo vivimos en forma mediática casi diaria por muchas décadas. Al término de su vida de 87 años, Jacobo había quedado cobijado por la familia Aguirre, radiodifusores propietarios de Organización Radio Centro. Digo cobijado, porque después del destierro de la pantalla chica que se le impuso por designios concertados entre el “Tigre” Emilio Azcárraga Milmo y el gobierno en turno, Jacobo tenía solo dos alternativas: Dedicarse a escribir o colaborar en medios de menor trascendencia que la que tenía en su noticiero de horario estelar “24 horas” del canalk de las estrellas, o retirarse como los toreros. Aficionado sempieterno a la fiesta brava y a los tangos de Gardel, sibarita de la gastronomía mundial rechazando los limitados regímenes Kosher, igual le entraba al “Cabrito de Hevia” que a las “Carnitas o barbacoa del Restaurante Arroyo”. Inspector mundial de cantinas y reductos de la bohemia, compañero de juerga del maquiavélico Aurelio Pérez, “cuatacho” de Fidel Castro que le llevó al cadalso en Miami ante el boicot gusano de los anti-castristas que le entorpecieron su desempeño en la agencia de noticias “ECO”, el “National” que tanta ilusión le producía a Emilio. La puntilla se la dio su heredero Abraham que en etílico duelo con Dolores Ayala “Lolita”, hicieron un desbarajuste del noticiero nocturno, que vendría a acabar de rematar con Guillermo Ochoa y a reciclarse con la presencia de un López Dóriga que fue rescatado de ultratumba después de que Margarita López Portillo lo hiciera garras.
Pero los orígenes de este periodista clave del sistema príista fueron humildes y como reza el encabezado, de sol y sombra.
Nunca negó su extracción sencilla de judío de la “Merced”, supo convivir con la extrema derecha católica, la comunidad judía, los antagonistas libaneses y fue puente de comunicación con el “aparente” comunismo que cada día más de devela como estrategia concertada de supuesta animosidad entre el imperio norteamericano y el intocable dictador de la isla caribeña. Hospedero de “Guantánamo”.
La sombra de Jacobo es larga pero la brillantez de su sol y carisma, quizás más largo.
Le conocí como dije, ocasionalmente, todo por mi cercanía a mi socia, mentora, maestra y amiga: Juanita Guerra Rangel. Así por la proximidad amistosa de Amalia Gómez Zepeda. En nuestras múltiples charlas y andanzas me fueron retratando ciertos aspectos de Jacobo donde lo pintan como lo que fue: un ser humano, con grandes cualidades y grandes defectos, que por su habilidad comunicativa, supo ocultar.
Continuaré con mis anécdotas en un siguiente capítulo.
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