Para Miguel Ek (estrella en Maya), la pirámide que estaba frente a su casa era el monte donde había jugado desde niño. Vivía con su Abuela materna. Ella se se dedicaba al comercio y se ausentaba frecuentemente del hogar.
Miguel siempre había creído que durante sus juegos lo acompañaban alushes, los pequeños duendes mayas que no eran visibles para los blancos ni para los llamados mestizos (mayas hechos ya a la manera de los blancos). Caminando en línea recta por el Zac-bé (antiguos caminos mayas apisonados de piedra caliza que comunicaban a las poblaciones mayas en la antigüedad) se llegaba a un hermoso cenote rodeado por una exuberante vegetación. Ek gustaba de nadar y lanzarse colgado de las lianas, para zambullirse en su fresca y cristalina agua color turquesa.
Ese día fue diferente. Habían llegado unos jóvenes estudiantes de ingeniería para realizar una investigación sobre ríos subterráneos y cenotes en la península de Yucatán. Le pidieron a Miguel que fuera el guía. Uno de los jóvenes le inquirió, ¿desde cuando conoces este cenote?, a lo que Ek respondió, uy desde que tengo memoria, aquí aprendí a nadar y siempre he querido bucear hasta donde se ve el resplandor pero no me alcanza el aire, dijo entusiasta el muchacho maya, Ubaldo, el líder del grupo, le comentó que traían tanques de oxígeno para bucear y que tenían uno extra por lo que le enseñarían a usarlo, así podría hacer realidad su ilusión. -¿A que resplandor te refieres? preguntó uno de los universitarios y Miguel respondió, a uno que está al fondo, donde se ve como una caverna. Empezaron a bromear los jóvenes, diciendo que de seguro eran tesoros de algún sacrificio humano. Se alistaron para sumergirse no sin antes haberle dado una breve lección de buceo a Miguel, quien demostró tener una habilidad extraordinaria. A medida que el grupo descendía por las transparentes aguas del cenote comenzaron a descubrir que en efecto había un resplandor, una luminosidad fuera de lo común en lo más profundo de una caverna del cenote. Quizás pensaron que era un río subterráneo que afloraría en alguna otra oquedad. A medida que avanzaban se estrechaba el túnel cuya luz resplandeciente les cegaba. Se hicieron señas para continuar. Nadaron por más de veinte minutos sin poder ver qué era lo que resplandecía. El suspenso se incrementaba a cada momento puesto que el oxígeno que contenían sus tanques sólo les permitiría avanzar diez minutos más y regresar. Súbitamente vieron que la bóveda superior del túnel se agrandaba y en una orilla había una especie de playón arenisco donde podían descansar parados. Se acercaron y salieron a la superficie. Vieron que era buena la calidad del aire y que podían respirar sin necesidad de usar los tanques. Miguel Ek caminó hacia la cresta de una duna arenosa de donde provenía la luz resplandeciente.
Lo que sus ojos vieron jamás se lo hubiera imaginado. Una ciudad subterránea se encontraba debajo de la inmensa bóveda caliza. Había extrañas naves anfibias atracadas en una especie de muelle.
Sólo pudo dar unos pasos más cuando fue rodeado por unos guardias. Eran como guerreros mayas que lo sujetaron firmemente. Con sorpresa entendió claramente las palabras que pronunciaron. Era la lengua maya que su Abuela le había enseñado. El de mayor autoridad le dijo: -¿Qué buscan? a lo que el aturdido Miguel Ek respondió, guiaba a los ingenieros que desean conocer los cenotes y ríos subterráneos, con voz firme el guardián le contestó, eso no será posible, ustedes ya han visto demasiado, y continuó hablando con energía, tus acompañantes serán sacrificados, tú en cambio, te quedarás cautivo hasta que se decida tu destino. Lo más seguro es que, como eres de los nuestros, aprenderás a convivir con nosotros. -¡Sí! respondió presuroso Miguel, soy Ek, soy maya como ustedes. Lo sabemos, respondió el guardián. Irás con nosotros a ver a nuestros señores, solo te explico que cuando los rubios barbados empezaron a querer sojuzgar a nuestros pueblos, los sabios, sacerdotes y nobles, decidieron ocultarse en las entrañas de la tierra. Ellos aprendieron las lecciones de las hormigas y construyeron las ciudades ocultas que hoy ves. Afuera, en las ruinas de nuestras ciudades y en los poblados de Mayapan, se quedaron los ignorantes, peones y esclavos. Sólo los nobles y elegidos se guarecieron en estos refugios subterráneos y subacuáticos. Aquí son nuestras bases. En las obscuras noches, salen nuestras naves hacia el espacio, a los otros planetas de donde somos originarios. Los blancos y barbados creen que son estrellas fugaces o cometas que caen del cielo. Nunca han podido descifrar los grifos de las estelas ni las claves de nuestra cultura. Para guiar a los viajeros, los zac-bé sirven de retículas señalizadoras y los blancos ignorantes piensan que solo fueron caminos en la antigüedad. Miguel Ek nunca volvió a ver a los ingenieros. Fue acogido como un Maya más en la metrópoli subacuática e hizo su vida como cualquiera de los pobladores extra-terrestres.
Cundió una noticia a los pocos días, informaban sobre los excursionistas universitarios que se sumergieron en el cenote de Ek y cuyos cuerpos hinchados y cianóticos fueron descubiertos flotando. El Diario de Yucatán publicó en las ocho columnas: Ahogados en el cenote, los estudiantes de ingeniería. Y la subcabeza rezaba: El cuerpo del guía maya, Miguel Ek, aún no aparece.
Juan Okie G.
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