Trémula tierra despertó
ansiosa de orgasmo;
hizo memorable su deseo
un triste septiembre.
Abandonadas sus entrañas de ígneo semen
bastó sacudir su capa tectónica
para sembrar de escombros y muerte
la gris superficie del valle ultrajado.
Columnas de negro y etéreo tizne,
olor fétido de gas y polvo de escombros,
llantos y gritos de sepultados vivos.
Silencio.
Que campea la muerte.
Asombro de sobrevivientes
aturdido ambulantaje,
sin rumbo
ni destino,
en superficie desolada
la Catrina se enseñorea:
el orgasmo es la muerte chiquita.
Espigas de acero y concreto desgarradas,
desolado camposanto en fugaces instantes.
Lo que ayer fuera bulliciosa esperanza,
hoy es sepulcro de incontables miles.
Aúllan las rojas cruces,
voluntario ánimo de civiles.
Atónitos, se ocultan los de olivo
mientras se retuerce el de la silla entre sus heces.
La ciudad renace de frescas cicatrices;
fosa común sedienta de cadáveres, devora.
Aplanados quedan en eterna sepultura.
ocultos permanecen ante topos.
¡Ay mis hijos! Lo que fuera leyenda, ya es lamento.
La sibelina ardiente en réplicas
descarga su furor.
Habitantes del hormiguero aturdido
no hallan ni calma ni reposo.
Los corifeos cantan «México está de pie».
La realidad es diferente.
Habrán de venir los días de estadios abigarrados.
Pueblo y aficionados en loas le cantan:
culeeeeeero, culeeeeero.
Ciudad hecha de añicos, tu historia cambia:
no volverán primeros magistrados ni tlatoanis
a tener obedientes ciudadanos.
Sin rumbo ni destino,
desgarradas sus vestiduras,
la ciudad vivirá presa de zozobras inesperadas.
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