Me llamó mi amigo Enrique, el médico perito que trabaja en los servicios médicos forenses. Cuando se les atoraba algún caso me pedía que le ayudara a resolverlo. Según él, mi imaginación como escritor de teatro fantaseaba de tal manera que siempre le ayudaba a crear líneas de investigación. Era temprano. Como a las 8 a.m. cuando llegué al elevado puente que cruza las barrancas de un barrio residencial. Me estacioné frente a la ambulancia de servicios periciales. Observé la escena. Una camioneta tipo van de carga ligera de color blanco estaba estacionada junto al barandal que da al precipicio.
Hola, Fernando, gracias por venir, Me dijo mientras se acercaba acompañado de un perito fotógrafo, ¿Es crimen o …? pregunté, en el momento en que me interrumpía para decirme, Parece más bien suicidio pero hay cosas que no concuerdan. Caminamos junto a la camioneta y Enrique continuó diciendo, Lo reportaron al filo de la una de la madrugada, mira saltó desde aquí, cayó, son más de 25 metros de altura, como un edificio de ocho pisos. Antes, tiró el maniquí para observarlo cómo caía. Dejó un recado escrito que decía que ya no podía seguir viviendo. Exculpa a quien pudiera resultar sospechoso. Le dije,¿Puedo ver la camioneta por dentro? Estaba cerrada con llave. En el fondo, junto al cadáver, estaba el llavero. Pregunté: -¿A qué se dedicaba?- tenía una fábrica de prendas femeninas, me respondió el fotógrafo asistente. Un perito con guantes abrió la portezuela. Aparentemente todo en orden. Miré hacia la parte de la carga y se veía yeso despostillado de los maniquíes, huellas de que el o los maniquíes habían sido arrastrados. ¿Son pesados los maniquíes? No, para nada respondió Enrique, son ligeros. ¿Cuántos maniquíes están al fondo de la barranca? Uno. El que está junto al cadáver, repuso el Doctor. ¿Investigaron cómo andaba financieramente el negocio? Rápido Enrique dice, Me reportan que aunque ya no venden tan bien como antes, por tanta importación china, la empresa está sana y produce dividendos suficientes. Solo tiene un socio, lo tenemos declarando, dicen que no tenían mayor problema, pregunté, ¿Es casado?, y me responde, Sí, con una mujer como veinte años más joven que el occiso que acababa de cumplir cincuenta y nueve años, la esposa es guapa, le ayudaba con las ventas, viste con elegancia, piel muy blanca, se nota que hace ejercicio pues se conserva delgada, eso sí, se arregla mucho.
¿Algún problema conyugal?, Inquirí mientras me volvía a asomar al precipicio, No, aparentemente nunca reñían, el hombre le era fiel. ¿Sabes si tiene testamento?, Sí, no tienen hijos, ella es la heredera universal. Para todo Enrique ya tenía la respuesta, sin embargo yo quería saber más, ¿Y qué es lo que no concuerda para que sospeches que no fue suicidio? Le dije a lo que contestó, la nota escrita a mano, aunque los calígrafos certifican que es su letra, la noto un poco inestable, como que transmite nerviosismo, bueno, cuando decides suicidarte, estás nervioso, no, me dijo, pero pareciera que brinca, como si la hubiera escrito en un auto en marcha. Le pidió al fotógrafo, que me mostrara una imagen digital de la nota, la observé y en efecto, se veía una escritura zigzagueante como cuando uno escribe en un vehículo en movimiento. Luego fuimos a la fábrica. Aún no regresaba el socio del interrogatorio, nos abrió el portón un joven vestido de overol, fornido, de unos treinta años, muy atento. Le pedimos permiso de ver el despacho donde laboraba el occiso. Era una construcción vieja pero en buen estado, el despacho era amplio, clásico, con muebles de madera de caoba, también con una antigüedad como de hace treinta o cuarenta años. En un extremo del escritorio tenía la foto de su esposa con él. Observé detenidamente la foto. Recordé la frase de mi maestro de comunicación no verbal: “El cuerpo habla, la ropa grita”, indudablemente era una mujer que emanaba sensualidad. Alcé la mirada y el joven obrero se turbó cuando me encontré con la suya. ¿En qué departamento trabaja usted?, Soy chofer, respondió rápidamente, ayudo en cosas de oficina, hago encargos, entrego mercancía, voy a los bancos. ¿La camioneta que llevaba el difunto era la que ud. usaba?, Sí, la encerraba a las 6 de la tarde cuando terminaba mi jornada. ¿Nunca se la prestaban para llevársela a casa? El muchacho dudó en responder y luego dijo, No, no, al señor no le gustaba que la usara en cosas personales. Aunque el patrón siempre manejaba sus autos con transmisión automática, la camioneta es estándar, nunca lo vi que la manejara. ¿Y la señora? Ah, es buena persona, me respondió, No, le dije, me refiero a que si ella le daba permiso de usarla para cosas personales, Bueno, a la Señora la llevo a veces al banco o cuando necesita ir al super, o si va a vender en una zona difícil de estacionarse, ¿Y la casa de ellos? El joven respondió , ¿La de México?, ¿Conoce la de Cuernavaca o la de Acapulco? inquirí, sin saber acaso que los señores tuviesen una casa de campo, Sólo conozco la de Cuernavaca, la de Acapulco nunca he ido, Bonita ¿No? Y el joven de inmediato me dijo: Sí es muy bonita, tiene alberca y jacuzzi. ¿Jacuzzi? Yo no ví el jacuzzi. El muchacho me dijo, está en la recámara principal, quizá no entró hasta allá. No, nunca entré hasta la recámara como usted comprenderá.
Concluí y visitamos las bodegas, donde se apilaban los rollos de tela, los maniquíes y cargué uno de ellos para sopesarlo. Ya de regreso a la procuraduría, yo iba muy silencioso, hasta que Enrique me preguntó: ¿Y que piensas?, No fue suicidio, respondí, investígalo, nadie toma la camioneta de la fábrica para ir a suicidarse, ni la cierra con llave y salta con el llavero. ¡Qué diablos le importa a un suicida que se roben la camioneta! El hombre no tenía una patología mental como para ver con morbo cómo cae un maniquí antes de saltar. Y si observaste bien, dentro de la camioneta arrastraron a un maniquí que no pesa, despostillando el yeso. Evidentemente al occiso lo hicieron que escribiera el recado a la fuerza, mientras alguien manejaba la camioneta, lo llevaban en la parte trasera y al sacarlo para arrojarlo, lo arrastraron, antes hubieron forcejeos que despostillaron al maniquí. A éste último lo aventaron para persuadirlo, como chantaje de lo que le ocurriría, seguramente para que firmara algún documento y de hacerlo, le dieron la esperanza de que se salvaría. Al final, no fue así, luego lo arrojaron y quienes lo hicieron tuvieron que ser por lo menos dos personas en plenitud de energía. Finalmente como abandonaron ahí la camioneta, quiere decir que había un tercer cómplice que llevaba auto, eso quiero imaginarlo. El que cerró la camioneta llevaba guantes para que ni el manubrio ni el llavero tuviesen sus huellas, a menos que fuera el chofer habitual. Cerró la camioneta o porque esa era su rutina habitual para que no le roben el auto o la mercancía, o porque forma parte del inventario de la empresa.
-Bueno, Enrique, ya te di las líneas de investigación, que con mi fantasía de escritor de teatro pude configurar. Ahora ustedes averigüen el final.
Juan Okie G.
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