El piloto de la serie “Nace una canción” no interesó a las televisoras. Estábamos adelantándonos al tiempo. Héctor Madera Ferrón estaba sin empleo. Afortunadamente Tere Aviña le ayudó a que José Gutiérrez Vivo lo contratara para el horario nocturno de 12 p.m. a 5 a.m. Su programación era un recuento de la música vernácula mexicana. Todo parecía maravilloso.
Atrás había quedado nuestro intento de reseñar el origen e inspiración de las canciones.
El compositor tenía una cita con su amante y justo cuando se disponía ir a encontrarla a un hotel, su pequeña hija le pidió que le tocara el piano y le cantara una canción. La tomó amorosamente en sus brazos, se sentaron al piano y empezó a tararear lo que vendría ser un éxito musical. Al darse cuenta, se le había hecho tarde. Se apresuró hacia el hotel y encontró que había pasado un escándalo. La mujer que esperaba al compositor era casada y ya instalada en la habitación entró el marido con pistola en mano dispuesto a matar al amante de ella. Mario no llegó a tiempo y “Muchachita” le salvó la vida.
Desperté un día y encendí la radio. No estaba el programa de Héctor pero coincidió un flash informativo que notificaba la muerte del conductor. Héctor separado de su primer matrimonio había procreado un hijo con la locutora Miriam Juárez Crow. Ella deseando romper ya su relación, lo abandonó con su pequeño hijo y se fue a refugiar a casa de su hermana. Héctor –apasionado y celoso—fue a buscarla. Miriam se negó a recibirlo argumentando que estaba con su nueva pareja. Héctor irrumpió en la vivienda con pistola en mano. Ella forcejeó y se soltó el balazo que la hirió. Al cobrar lucidez, Héctor ve lo que ha hecho y se entera que no hay tal amante. Toma su revólver y se suicida. Murió como los personajes de las novelas y poesía del romanticismo.
Conociendo el origen de las primeras canciones de Cri-Cri y la historia de Ruíz Armengol, así como una privilegiada conversación que tuve con Consuelo Velázquez durante una comida en casa de Juanita Guerra, uno descubre que los creadores no se inspiran en las musas sino en los episodios emocionales e inclusive sexuales de sus propias vidas y de los seres que los rodean. Así va uno develando la verdadera historia donde nacen las canciones. Las canciones nacen y se inspiran de la misma persona que las crea.
Juanita Guerra Rangel –mi socia y amiga—fue la creadora del famoso programa de radio y TV: “Revista Musical Nescafé”. Y en múltiples ocasiones me contó las anécdotas de su elenco. Narraba los contratiempos y eventos chuscos que ocurrieron. Como la logística para que Pedro Infante eligiera su repertorio y llegará a la estación de radio.
Había que llamarle por teléfono a los estudios de cine Churubusco. Cuando contestaba Pedro, empezaba a narrarle el almuerzo que estaba ingiriendo. Juanita escuchaba atenta pero le insistía que necesitaba saber cuáles canciones iba a interpretar para que el director musical José Sabre Marroquín pudiera preparar las partituras y ensayar con la orquesta en la XEW. Finalmente Pedro accedía. Luego tenían que tener a varios asistentes con una muda de ropa y toallas para recibir a Pedro Infante. El actor y cantante llegaba en su célebre motocicleta pero era tanta su popularidad que sus «fans» ya aguardaban en la calle de Ayuntamiento. Al momento de estacionar y bajar de su moto y con solo cruzar la acera, materialmente lo desnudaban. Los asistentes entraban en acción. Lo cubrían de toallas y e la primer oficina del estrecho corredor de la XEW, justo la que está a mano izquierda donde despachaba Amalia Gómez Zepeda, lo vestían de nuevo.
Normalmente el público desconoce lo difícil que es la fama.
Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia canción. La canción que se gesta en nuestras íntimas emociones. Es la melodía que acariciamos de forma inexplicable y que nace dentro de nosotros mismos. Quizás nunca toquemos un cuaderno pautado, ni escribamos la letra de nuestras melodías pero la música del alma es la más hermosa.
Se inicia con las canciones de cuna que nuestra madre tararea y se va formando una verdadera sinfonía con todas nuestras vivencias. Al terminar nuestras vidas, habremos concluido nuestra sinfonía aparentemente inconclusa: La sinfonía o la canción de nuestras propias vidas.
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