Los niños pequeños no tienen cierta la noción del tiempo y cuando su madre se aleja les produce una angustia que es precisamente el sentimiento de abandono. Ahí es cuando aprenden ésa sensación de estar aislados y sin la atención del ser más próximo y querido.
Conforme maduren, irán superando el manejo de esa sensación. Sin embargo, todos los seres humanos –aunque ya seamos adultos—, volveremos a padecer en ciertos momentos de nuestra vida la sensación de abandono.
Esto lo vemos claramente con nuestras mascotas especialmente los perros que cuando viven con un estrecho apego a nosotros, se sienten desolados cuando no estamos presentes y reaccionan de diferentes maneras. Unos aúllan, gimen, otros se deprimen y otros siguen conductas de rebeldía como morder muebles, objetos e inclusive orinan en los lugares diferentes a los que normalmente lo venían haciendo.
Después de la alegría de comprar o regalar un perro o gato, muchas personas abandonan al animal ya sea en una azotea, en el patio con condiciones de inclemencia o lo echan a la calle. Es una práctica recurrente que es muy notoria en las ciudades después de las temporadas de fiestas navideñas o de fin de año.
El abandono es muy visible en las casas o construcciones que no son habitadas o que se les descuida el mantenimiento. No se diga de los jardines, los patios que visiblemente se muestran abandonados.
En el hogar o la oficina, cuando pasamos por un estado depresivo, de estrés o estemos faltos de interés por trabajar o habitar en ése lugar, se empieza a resentir con unas claras muestras de abandono.
Algunos, en relación al lugar del trabajo abandonado le denominan “síndrome o ceguera del taller”. Esta ceguera de taller se presenta cuando el desorden o desaseo nos resulta tan normal y cotidiano en el entorno y fácilmente perdemos de vista la importancia del orden, armonía o limpieza del lugar.
Pero quizás el abandono más grave es el de las personas y sus emociones. Cuando un matrimonio lleva ya varios años de establecido y se ha procreado una familia, la rutina puede convertirse en hartazgo si no se sabe estimular el apetito de amar y estar permanentemente siendo creativo para avivar la felicidad que debe dar ésa relación. El afecto se debe detonar para que cada día sea un día emocionalmente esperado y diferente.
Cuando uno de los miembros de la familia incurre en un rompimiento de los votos de fidelidad y es descubierto, el impacto de la traición conduce a que la pareja o cónyuge quede por decirlo así: “estupefacto” y en los primeros momentos no dé credibilidad a lo que acontece con la persona que le juró amarlo “eternamente”.
Después del “shock” de la sorpresa inicial, el lejano recuerdo de la infancia se hace presente como si fuera una cicatriz que nunca ha cerrado. En ese momento la persona vivirá nuevamente la sensación de abandono.
El golpe más terrible sobreviene cuando la persona infiel le comienza a narrar aspectos de su otra relación e inclusive le manifiesta que han sido muchos los años que mantuvo engañando u ocultando la relación. Le expone las diferencias positivas que tiene la otra pareja comparándolas con la relación o con la persona que por muchos años ha sido su pareja o cónyuge “oficial” (socialmente visible) a la cual le atribuye todos los defectos o deficiencias encontradas y así justifica su infidelidad.
L@s infieles verbalizan frases hirientes como: “Con ella (o con él) soy muy feliz”, “Encontré el verdadero amor con la otra persona”, “Nos entendemos mejor” y procuran bajarle la autoestima a la persona traicionada para ganar terreno en las futuras negociaciones de una separación o divorcio. Con baja autoestima la persona que está sintiendo el abandono será mucho más vulnerable.
El abandono se da también con uno mismo. Cuando dejas de apreciarte, cuando encuentras todos los defectos en tu persona ya sea defectos del orden físico (gordura, vejez, calvicie,etc.) o defectos de nuestras capacidades (soy un inútil, qué torpe soy, siempre hago mal las cosas, etc.) entras en un letargo y te abandonas. Posees baja autoestima.
El decir “te abandonas” significa que dejas de hacer ejercicio, no tienes entusiasmo por iniciar cada día, te desarreglas físicamente en tu peinado, vestimenta, higiene, etc.
O bien, dejas de comer o comes en demasía alterando tu homeostasis o equilibrio de la salud física y mental.
También existe el abandono de personas. Es muy frecuente verlo con las personas en senectud donde los familiares dejan de visitarle, atenderle y poco a poco lo van olvidando. Se dan casos en que los familiares ancianos, enfermos o empobrecidos no son atractivos para los demás miembros de la familia y los descuidan. Los abandonan.
Es común ver en los asilos de ancianos a parejas jóvenes que llevan al abuelito o abuelita y los dejan cerca de la puerta, afuera del asilo. Los más caritativos les dejan unas bolsitas de mercado con sus prendas, otros ni eso, y con la excusa de que van a estacionar el auto o que van a comprar algo se alejan y los abandonan. Al caer la noche, los encargados de los asilos ya saben que ésas personas fueron abandonadas y los ingresan sin muchas veces tener datos de sus familiares que nunca volverán.
En una ocasión me tocó escuchar a una persona decir: “Mi padrastro ya tenía Alzheimer y era una carga para la familia así que sugerí lo abandonáramos en algún bosque por una carretera alejada de nuestra casa”.
Puede sorprendernos tamaña crueldad pero cuando tuve la oportunidad de colaborar como voluntario para el Bosque de Chapultepec, descubrí que cada fin de semana se encontraban a uno o dos ancianos con algún tipo de demencia senil, o personas con retraso mental, se hallaban bebés en los botes de basura, bancas o en los baños, todos ellos abandonados. El abandono de persona actualmente constituye un delito y se pena con cárcel por lo que los familiares más cercanos son considerados los responsables penalmente de dicho acto.
El abandono es un acto o una sensación que refleja lo más terrible de las relaciones humanas, sean de pareja, familia o con nosotros mismos.
Las personas no somos objetos de desecho ni los sentimientos que tenemos los debemos de cambiar como se cambia la muda de una ropa. Los vínculos amorosos o de amistad que establezcamos nos hacen responsables de evitar maltratar al otro y de siempre manejarnos con honestidad.
Si ya no hay empatía con el otro el diálogo y la negociación deben de prevalecer y ser manejados con mucho respeto y cuidado para no lastimarnos unos a los otros.
El hecho de romper un vínculo no necesariamente debe ser traumático y debemos evitar el abandono.
Analicemos aquellos actos u omisiones que realizamos y que generan algún tipo de abandono. Con pequeños ejercicios enmendemos las fallas para evitar nuestro propio abandono, el de los seres queridos, de los familiares y de nuestros amigos.
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