La reina ordenó a sus vasallos: Sirvan esta noche una cena diferente para premiar a mi corte que siempre aplaude mis sabias decisiones.
Todos los manjares de la tierra en su paladar había probado, ¡Menuda faena esperaba a cocineros y mayoras! Perdices y faisanes de mil formas, frutos del mar y exóticos guisados habían extasiado paladares de la corte sibarita.
Ante tanta incertidumbre sin ingredientes novedosos, cocineros y mayoras decidieron: Un banquete de silencio.
Llegó la reina con su corte. Atildados comensales en mullidos sillones se sentaron y reposaron sus pies en bellas alfombras.
Los agasajados atónitos quedaron cuando meseros con finos guantes sirvieron los platos bien vacíos. Sin orquesta ni palabras pronunciadas, transcurrió en silencio la velada.
Satisfacción fingida de súbditos y comensales, mientras la reina, sorprendida de su real mesa, observa el silencio digerido.
Más de treinta minutos transcurrieron cuando la reina, impaciente, llamó a su jefe cocinero: Diga usted la razón de este ágape tan triste y silencioso.
Su majestad –respondió el fiel vasallo—: Banquete de Silencio hemos ofrendado ante la falta de nuevos ingredientes que sirviesen para darle original guisado.
Ante el ingenio de cocineros y mayoras, no tuvo más remedio la reina sibarita, que soltar sonora carcajada, festejada con aplausos de entusiasmo por hambrientos cortesanos y plebeyos.
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