Era viernes de semana santa y tenía una cita para desayunar por el rumbo de la zona rosa. Iba con tiempo y el día se veía plácidamente hermoso. Acerqué mi auto a donde estaba un policía, bajé el vidrio y le pregunté: ¿Hoy operan los parquímetros? A lo que el joven policía me respondió: “No señor, hoy es viernes santo, puede estacionarse sin pagar”.
–No niego: dudé.
Avancé un par de cuadras más y volví a encontrar a otro policía y le hice la misma pregunta. Respondió igual. Estacioné el auto en la calle y me fui a desayunar.
Al regresar encontré que mi auto había sido inmovilizado. Enfurecí. Fui en búsqueda de los policías y los encontré fatigados, al rayo del inclemente sol, sudorosos y les reclamé con la agresividad reptiliana. Tartamudeando, uno de ellos me respondió: “Señor, nadie nos dijo que hoy sí habría parquímetros, Discúlpenos, se lo digo sinceramente”. Los observaba conforme se me iba bajando el coraje reptiliano que en todo cerebro es la primer reacicón que tenemos.
–Está bien– respondí, –…nunca me había sucedido esto porque siempre procuro usar estacionamientos privados. Así como uds. yo he caído en el garlito tramposo de las autoridades amafiadas con empresas que han privatizado nuestras calles a costa de nosotros. Uno de uds. me tiene que acompañar para guiarme y solucionar el problema. Acostumbrados al autoritarismo, uno de ellos dócilmente me acompañó. Fuimos a una tienda de conveniencia, nos dijeron la enorme suma cercana a 600 pesos y que para el pago de multas no recibían ni tarjeta de crédito o débito, debía ser dinero en efectivo.
–Vamos al cajero, le dije–, y me siguió obedientemente.
Visitamos más de cuatro cajeros automáticos y todos estaban sin dinero porque era día de descanso, se notaba que había sobredemanda de efectivo. Finalmente, obtuvimos el dinero y llamé al centro de atención telefónica de los Parquímetros. Los teléfonos sonaban ocupados. Armado de paciencia, le dí las gracias al dócil policía y seguí llamando. Finalmente, logré que me contestaran. Contestó una señorita, a la que le expliqué mi odisea y solicité enviara a los que desconectan la araña inmovilizadora. Ella tomó nota y me dijo: “Tenga paciencia, porque como hoy es día de vacaciones, casi no hay personal y tardarán un par de horas en llegar».
Nuevamente se activó mi cerebro reptiliano y enfurecido grité: ¿Cómo? ¡Uds. sí vacacionan y los usuarios tenemos que sufrir todos estos contratiempos en día de asueto! La telefonista me respondió: “Algunos estamos de guardia” –Y sus teléfonos siempre ocupados–, agregué –Me imagino reciben miles de llamadas de personas que –como yo–, estamos desesperados. A lo que repuso ella: “No señor, no habemos muchos en las oficinas, solo los de guardia, por eso descolgamos los teléfonos ya que no nos damos a basto”. Habían transcurrido más de cuatro horas en esta odisea de viernes santo cuando llegaron calmadamente los operarios, quitaron el inmovilizador y sin pronunciar palabra, se retiraron.
Las neurociencias nos indican que tenemos 3 tipos de cerebro: el reptiliano que es por donde inicialmente entran todas las señales nerviosas a nuestro encéfalo y para que las señales lleguen al neocortex o sustancia gris que es el cerebro racional se requiere transcurra un tiempo razonable. En el neocortex es donde pensamos y razonamos las cosas.
De esta forma podemos tomar decisiones “con la cabeza fría” y no hacer acciones de suma agresividad. Es difícil sustraernos en esos momentos de la respuesta inmediata y para ello debemos ir entrenando a nuestro cerebro para que podamos contener al reptil que todos llevamos dentro.
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