Los balcones

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La magia de los balcones consistía en que las personas podían salir al exterior de un edificio o casa y ver, desde determinada altura, la calle, el campo, las montañas, el horizonte entero.
También los balcones servían para poner macetas, flores y arbustos. Para que las personas ancianas pudieran poner una silla y tomar el sol, el aire y gozar de la brisa. O ver algún desfile sin estar con la muchedumbre.

Shakespeare le dio el toque romántico a los balcones al facilitar el romance de Romeo con Julieta y poder subir el doncel hasta el aposento de la amada.

De los balcones nace la idea de llevar serenata en el cortejo amoroso. Después de la música, el objeto de deseo (o sea la dama) enviaba señales de aceptación o rechazo y el balcón era el medio de referencia. No faltaron los padres celosos o cónyuges cuernudos que lanzaban balazos al atrevido enamorado.

He escuchado anécdotas de un primer beso a través de las rejas de un balcón de hierro forjado y nos contaba una conspicua meridense que dejó de ser señorita a través de los barrotes que daban a la calle. El padre la tenía materialmente enjaulada, pero la pasión logró embarazarla gracias al balcón.
Tuvo como excusa el mito del «Espíritu santo» que la mojigatería familiar había avivado. Alguna tía crédula hasta envió carta al Santo Padre para informarle del milagro.

El balcón, en determinadas situaciones, ha figurado como un espacio de poder donde el monarca, tirano o presidente se asoma para ser visto más no ser tocado. Para arengar a las mutitudes o bendecirlas como hacen en el vaticano.

La tradición de los balcones en la arquitectura es importada hacia México a partir de la colonia. Aún cuando su uso persiste y en los modernos edificios de condominios porque algún arquitecto inspirado los construye.
Sin embargo, los balcones han caído en desuso. Terminan arrinconando a los perros indeseados de los departamentos, o son bodega de triques y en múltiples ocasiones exhiben tendederos con descarada muestra de la ropa íntima. No se diga de las macetas con cadáveres de plantas momificadas o de jaulas vacías en oxidado abandono.
Las serenatas son especie en extinción y los amantes difícilmente treparían por la mampostería para tener un encuentro en la intimidad de alguna alcoba en el piso 18. Es más facil enviar la serentaa por Whats up o Spotify.

De los balcones del poder, el de Palacio Nacional de México solo se lustra y abre para el patético grito donde se exhibe un presidente convertido en caricatura.
Los ancianos no salen ya a tomar el sol porque la contaminación ambiental los mataría. Los niños apresados en videojuegos tienen prohibido asomarse al balcón porque la mamá se enteró de una prima cuya vecina tenía otra prima que su niña se fue de boca pòr andarse trepando en el balcón.
El término ahora se usa en la jerga juvenil para decir que se exhibió a alguien, de ahí la etimología de «Me andan nomás balconeando».
Meditando sobre los balcones, me vino a la cabeza que el facebook es la forma digital de un perfecto balcón.
Cuando el inquilino quiere, se asoma y publica. Cuando a alguien le atrae lo que muestra el otro en el facebook le da el «me gusta». Si la cosa va más en serio se manda mensaje en privado. Si solo quiere balconearlo, se comenta, critica. Ya si de verdad quiere hacer daño, le pega un buen «MEME» y lo ridiculiza.

 

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