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Terra trema

El súbito sacudimiento de la tierra. El lento descubrimiento del colapso de viviendas, edificios y poblados enteros nos va despertando del adormecimiento que tenemos de sentirnos invencibles y permanentes.
En segundos, horas o días hemos descubierto lo frágiles que somos. También descubrimos que no aprendimos nada del terremoto de 1985.
Los escombros nos revelan la finitud de nuestro ser y afloran dos tipos de seres humanos:
1. Los que dan y se entregan por ayudar a los demás.
2. Los que abusan como su forma tradicional de vida depredando al prójimo.
 
A los segundos debemos excluirlos de una vez por todas de la oportunidad de seguir embaucando a la población. Son desde los políticos y funcionarios públicos, hasta los lambiscones pseudoperiodistas que viven de la corrupción. También a quienes asaltan, roban, matan o violan a los voluntarios que se han ofrecido a servir a los damnificados. A los oportunistas que después de engañarnos seis años quieren seguir alimentándose de nuestra desgracia. Tienen nombres y apellidos. Que nuestra memoria no falle y seamos implacables en aplicarles la “la ley del hielo”, al no darles servicios ni votos ni escucharles sus guerras sucias o sus manipuladoras formas de engañar. Ellos siempre serán más frágiles que los ciudadanos de buena ley.
 
Ante la adversidad aflora la ternura de millones de seres humanos. Mexicanos y extranjeros que se movilizan por rescatar víctimas, por proveer despensas, servir con el fraterno abrazo e inclusive con sus lágrimas u oraciones.
 
El sacudimiento de nuestras conciencias debe servirnos para rescatar la ternura de nuestros corazones, de recuperar la sana convivencia y transformar a México en un país libre donde la violencia y el abuso sean erradicados no con las guerras de espurios gobernantes ni con la política de terror que nos ha inmovilizado.
 
Respiremos el aire puro, llenemos de energía nuestras voluntades, usemos la razón y no seamos presas de los que han degradado a una gran nación convirtiéndola en un cementerio de escombros y miedos.
 
No caigamos en las frases manidas del 85, patrioteras de que “México está de pie”.
No, no nos engañemos, México está en el fondo de un abismo y sólo se puede levantar con los mexicanos que sabemos dar nuestro corazón, trabajo y ternura para restañar a un país que agoniza por la usurpación, los vendepatrias y la impunidad cínica, galopante, que nos ha demostrado la vileza de la corrupción y que en forma aletargada hemos permitido durante muchas décadas.
 
Es el momento de transformarlo todo.

Silencio

Silencio.

Entre los escombros se escucha un latido.
Entre el cascajo alguien respira.
Envuelto en el polvo está el grito desesperado de quienes sepultados vivos añoran las voluntariosas manos de rescatistas civiles y que entre su contución cerebral esperan que el sexto sentido de los perros los liberen del derruido inmueble, Nobles canes que aún desangrándose sus patas, escarban buscando vida.

Silencio.
Que guarden silencio los funcionarios que dieron licencias en las zonas sísmicas para construcciones mal planeados o edicficaciones más altas de lo permitido.

Que guarden silencio los burócratas que prometen escuelas de calidad y no supervisan los recintos donde albergan a los niños que son el tesoro del futuro de nuestra Patria.

Que guarden silencio los que han sangrado las entrañas de nuestra nación han revendido el petróleo, la luz, el agua, los trenes, aeropuertos, líneas aéreas y cuanta propiedad han malamente dispuesto sin consultarnos a nosotros, los ciudadanos, verdaderos propietarios engañados al alardearnos que con sus absurdas reformas neoliberales nos traerían mayor riqueza y empleo.

Que guarden silencio los generales y almirantes que han ensangrentado a una nación amorosa, persiguiendo a la pobreza extrema, permitiendo el tráfico ilegal de armas sabedores de que la droga se exporta para saciar a los ejércitos invasores.

Que guarden silencio los que montan noticias falsas para atrapar embobadas audiencias.

Silencio

Pidamos silencio y aprendamos la lección que en el mismo día, del mismo mes y que por segunda vez, como si fuera examen extraordinario, nos han vuelto a dar la lapidaria frase: «Con sangre la letra entra».

Lección de humildad, de aceptar nuestra propia fragilidad, de entender que a la naturaleza se le debe de amar y no depredar y que la mejor forma de convivir es el ser muy estrictos con nuestros empleados, los servidores públicos que deben obedecernos y dejar de estafarnos.