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Ver e imaginar

En el salón de clases, cuando nos sentaban por apellido, siempre me tocaba la fila de atrás.  Eso tenía muchas ventajas: Me permitía ver a todo el salón, al maestro o maestra a la distancia y al grupo de compañeros pero también me permitía poder echar a volar a la imaginación.

Para imaginar se necesita también además de ver, el poder transformar la realidad.  No en vano la palabra imaginación proviene del término imagen.

La imaginación es una narrativa que por lo general encierra poesía. Lamentablemente la poesía es un género literario poco concurrido en nuestro país. Esto se debe a que en a enseñanza primaria recurren a poesías del siglo XIX o principios del XX y obligan a los estudiantes a memorizarlas.  En las tertulias familiares no falta el pariente “bardo” que recita poesías acartonadas y en desuso.

Debo reconocer que a lo largo de mi formación académica conté con valiosos maestros que sembraron en mi un gusto particular por la literatura y unos cuantos en especial por descubrir la poesía ya entrado yo en años. Olvidé el nombre del profesor que nos dio un semestre completo el análisis de “Muerte sin fin” de José Gorostiza. En el curso de redacción y literatura Javier Martínez nos deleitó con Pablo Neruda. Ya en la Maestría,  Juan Antonio Rosado Zacarías nos hipnotizó con sus cátedras y mi querida Patricia Camacho Quintos me liberó de las ataduras métricas y me invitó a lanzarme al vacío para escribir poesía como una especie de catarsis en el manejo del duelo que me embargaba.

Para alguien como yo que desde pequeño fui miope y astígmata, el “ver” resulta un placer insospechado y si sumamos la traviesa inquietud de imaginar las cosas, la poesía resulta un grato ejercicio. La poesía en cada frase o párrafo encierra un mensaje críptico del autor y que es descifrado de múltiples formas por los lectores.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Triste mirada

1.

Vida fugitiva

Por instantes capturada

 

Reflejo en papel

de imágenes ausentes

Límpida sonrisa

que dibuja tu alma

Pero en esbozo

la miro, no engaña.

 

Tus ojos aleteo

besos mariposa

en ti clavé mi primer destello

ya cansada de labor y parto

tornaste lágrimas en vida.

 

Refulgente y joven

de tus marmóreos senos

aliento derramaste

transformando mi ser

en afectuoso vampiro

nutrido de egoísmo.

 

Aún eran tempranos losídas

en que fueras acechada

por miradas furtivas.

 

Abandonaste lisonjas

y ofertas de máscaras invisibles.

 

 

Brindaste permanente apego

a mi opaternal simiente

 

Férrea cubriste tus ojos con vendas

de indeleble fidelidad.

 

¿Qué hicieron de tu desbordada alegría?

Silenciosa cumplías con la carga:

Casa en orden, superficies limpias,

todo en puntual armonía.

 

Escanciabas alimento y néctar

Arropabas

Flores de un día con fatal destino

 

Capullo bañado de rocío al alba

 

Tímida luz matinal se asoma

luce refulgente en medianía

marchita su fugaz sombra y anuncia:

desahucio de esperanza.

 

2.

Triste ver a la mujer

Desgarrarse mes a mes

condenada a cumplir

la esper silenciosa

de yerma temporada.

 

Mujer gallina cobijaste polluelos

 

Como dulce de amaranto

aglutinaste en mieles de caricias

orgullosa progenie

 

Celosa de las manecillas

Tornabas elástico al tiempo

mientras alistabas escolares

y  abrevabas sus tareas

para terminar la función en cine

de blancas sábanas.

 

Vigía de etormentosas pesadillas

con la ternura de tu mano

mitigabas fiebres y resfriados,

empachos, descalabros.

 

Triste ver a la mujer sin alegría

demoronar su vida

 

Dulce de amaranto

enmudecido el llanto

Migajas al tiempo.

 

Hilvanaste sueños de familia

criando cuervos de oscuro vuelo

 

Tu callada labor siempre ignorada

confinada de almidones

piedra pómez, escamas

de cochambre y terquedad.

 

Triste ver a la mujer sin alegría

hueca alma en soledad

espirales de ecos infantiles

huérfana de caricias

que sólo tú sabes prodigar.

 

Despertaste de idílico sueño

enfrentada a cruel realidad

cunas de polvo

mesas sin comensal

retumbar de fatigados pasos.

 

Triste ver a la mujer sin alegría

¿Acaso tu sonrisa no puede volar?

Llagas supuradas de palabras:

sólo pide bálsamo.

 

Cuerpo de fatal trepidar

evocación de distante melodía

 

Teclado de marfil y ébano

sólo exiguo aire exhalas

en extravío de felicidad.

 

Pero ha llegado el momento,

mujer de triste mirada:

debes abandonar tu cuerpo.

Ya

Ya.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen: Detalle de Mujer mixteca por Raúl Anguiano (colección particular)

Pesadillas y terrores nocturnos

Todos los que fuimos alguna vez niños tuvimos pesadillas. En ocasiones las pesadillas fueron de mayor intensidad y se les denominan terrores nocturnos.

Es natural tener pesadillas en la infancia y a medida que maduramos vamos superando la recurrencia de las pesadillas.

En el proceso de experimentar una pesadilla, el niño se mueve en la cama, gimotea, habla, dormid e inclusive de pronto se sienta en a cama y abre los ojos.  Tarda algunos segundos en darse cuenta en dónde está y de reconocer a las personas.

Se pueden dar pesadillas durante varios días y a veces coincide con el mismo horario.

El terror nocturno es una experiencia mucho muy fuerte y generalmente el niño despierta pidiendo ayuda a sus padres.

“Papá…tengo miedo”.  “Mamá…ven rápido, tengo miedo”. Estas son algunas de las frases con as que el niño está pidiendo auxilio, el ser abrazado, calmado y posteriormente acompañado hasta que recupere el sueño.

Los teóricos del psicoanálisis tratan de explicar las pesadillas, interpretarlas y las refieren como conflictos emocionales no resueltos.

Los adultos llegamos a tener pesadillas. Lo manifestamos como un mal sueño y generalmente despertamos con una sensación de angustia.

Cuando los terrores nocturnos infantiles son muy recurrentes, los padres deben buscar a un profesional para que mediante terapia ayude a sus hijos.

¿Por qué tenemos miedos en nuestros propios sueños? ¿Es acaso un resultado del inconsciente que nos aflora como una forma de tratar de expresar lo que traemos como preocupación?

Los miedos frecuentemente son inducidos por otros y en otras ocasiones son adquiridos por nosotros mismos.

Visto desde el punto de vista mercadotécnico el miedo es uno de los mejores elementos para persuadir y vender un producto, servicio o idea. Suena fuerte y lo es.

Los seguros de vida se venden porque durante décadas se nos ha infundido el miedo de sentirnos desprotegidos o más bien dicho de dejar desprotegidos a nuestros seres más queridos. Yo siempre he pensado que en lugar de llamarse seguro de vida deberíamos llamarlo “seguro de muerte” porque es una forma de indemnización económica que dejaremos a quienes les asignemos nuestra póliza.

La salud se ha convertido en un gran negocio y el venderte un seguro de gastos médicos es una forma de venderte por miedo. En la realidad el seguro viene a garantizar no el que seas bien atendido sino que el hospital y los prestadores de servicio de salud aseguren que les pagarás todo lo que supuestamente gastes durante tu enfermedad.  Pero esos seguros se vuelven una pesadilla para los médicos, pacientes y familiares porque difícilmente pagarán a tiempo y en el monto devengado. Saldrán con la letra chiquita y las famosas cantidades de deducibles, primas y demás jergoniza que utilizan para terminar pagando menos y a destiempo. No se diga que las sorpresas surgirán y dirán la famosa frase: “eso no estaba cubierto por su seguro”.

A medida que la persona envejece, el pagar sus seguros de gastos médicos se convierten en las verdaderas pesadillas de la edad adulta.

En la teoría cuántica, las teorías de cuerdas y hasta en los planos paralelos de las civilizaciones antiguas como la Maya, se argumenta que vivimos en distintas dimensiones. Normalmente vivimos en 3 dimensiones y con el factor tiempo tenemos una cuarta dimensión. La teoría cuántica dice que existen 11 dimensiones y los Mayas decían que eran 13 niveles.

¿Por qué soñamos? ¿Por qué tenemos pesadillas? ¿Acaso los sueños y las pesadillas son vivencias en otras dimensiones a las que tenemos acceso durante los ciclos del sueño?

Esas interrogantes no las podemos responder, pero de seguro podemos recordar esas extrañas sensaciones que tuvimos de niños cuando despertábamos agitados, angustiados y sudorosos clamando por el auxilio de nuestros padres porque habíamos regresado del plano dimensional donde la pesadilla se vivió como algo real.

 

Por siempre, te esperaré toda la vida

¿Cuántos amores has extraviado a lo largo de tu vida?

Y… ¿Cuántos de esos amores nunca pudiste convertir en una realidad?

El enamoramiento es un fenómenos psico-emocional que todos los seres humanos poseemos y que accesamos a través del tálamo, amígdala e hipotálamo, también conocidos como nuestro “cerebro reptiliano” porque es el umbral de acceso al encéfalo y donde se dan las respuestas no racionales , sino instintivas, casi en automático, donde responde el ancestral reptil que llevamos dentro.

Así, nuestro tálamo es el motor de nuestras señales sensoriales y las retransmite al encéfalo popularmente conocido como cerebro. Lo que percibe, lo facilita o lo inhibe para ser proyectado al infinito enjambre neuronal que se conecta en toda la masa encefálica hasta llegar a la parte donde racionalizamos.

Aunque a simple vista pudiéramos pensar que su función simplemente es la de un puente de comunicación y aduana de lo que entra o no entra, el tálamo tiene gran importancia porque integra los datos sensoriales, los procesa y descarta, contribuye al ciclo de sueño y vigilia, lo que contribuye a regular la sensación de sueño. (ojo: el enamoramiento lo descubrimos como si fuese un bello sueño); tiene un papel muy importante en la consciencia y la atención. Pero los estados conscientes son diferentes a la racionalización que hacemos al tener consciencia, al darnos cuenta de la realidad. Son fenómenos paralelos que contribuyen a que la atención y el lenguaje operen más allá de tener consciencia de ello.

La otra función es la de regular las emociones. Interactúa con las vías neuronales donde aparecen los llamados estados emocionales. Con ello las emociones son reguladas y se ordenan diferentes descargas de hormonas en el torrente sanguíneo. Todo ello puede hacer que se considere al tálamo como un “interruptor de la consciencia” y que podría ser el culpable de que nos enamoremos de la persona equivocada porque no racionalizamos la conveniencia de esa relación. Es nuestro “pepe grillo” que puede ser cómplice o consejero.

Una de nuestras emociones básicas es la alegría. Gracias a la alegría podemos tener un estado emocional que consiste en que una persona es atraída por otra y le produce a nuestro cuerpo un estado de satisfacción, de placentero goce de tener la posibilidad de compartir tantas cosas en la vida con el ser al que nos sentimos atraídos.

Todo esto es unilateral, es decir, nosotros lo estamos sintiendo pero no necesariamente la otra persona lo siente. Posiblemente esa atracción no vaya a tener una respuesta positiva o quizás pasemos inadvertidos para el otro. También puede ser la indiferencia del otro lo que más nos estimule al deseo de la conquista pero si en nosotros prevalece la timidez o la inseguridad, lo más probable es que nunca logremos conquistar el interés de la otra persona.

El enamoramiento es un efecto emocional pasional y difiere del verdadero amor que es una emoción plenamente correspondida. La etapa de enamoramiento se calcula que no pasa de ocho meses, esto explica por qué es necesario un noviazgo.

Sin embargo, al inicio te preguntaba sobre ese enamoramiento que tuviste en alguna etapa de tu vida, que te marcó y que no se consumó pero que permanece latente en tu memoria. Esa relación que ambicionaste tener. Que quizás se dieron unos primeros pasos de acercamiento pero que por “algo” no se consolidó y que en alguno de los nódulos neuronales de tu memoria permanece vigente.

¡Cuántas historias hemos escuchado de personas que se re-encuentran después de muchos años y finalmente se convierten en parejas! Y cuántas miles de historias conocemos de personas que en el ocaso de sus vidas confiesan haber estado perdidamente enamoradas de alguien que nunca pudo ser suyo.

Hay una canción que interpretaba Connie Francis en la década de los 60´s que fue compuesta por Michael Legrand (1966)  para el musical francés de “Los paraguas de Cherburgo” y que refleja esa emoción teñida de frustración por el no alcanzar el objeto amoroso. He aquí un fragmento traducido de su letra:

“Si esto fuera para siempre, esperaré por ti.

Durante mil veranos, esperaré por ti.

Hasta que tu regreses a mi lado,

Hasta que pueda abrazarte,

Hasta que pueda sentir tu suspiro aquí en mis brazos,

Y donde sea que estés deambulando,

Y a donde sea que vayas,

Cada día recuerda cuánto te amo

Tu corazón creerá lo que mi corazón ya sabe:

Que por siempre esperaré por ti.”

 

Todos albergamos un bello recuerdo del amor que nos fue imposible y que aunque el tiempo transcurra, lo seguiremos esperando.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Palabras que envejecen

Las palabras viven, se transforman, algunas envejecen y otras mueren.

Imagino que son como pececillos en un estanque o un cardumen en el océano que nadan vigorosos y en sentidos disímbolos en ocasiones.

A medida que uno va adquiriendo la habilidad para enriquecer su lenguaje, se van acumulando palabras en el inmenso universo de neuronas de nuestro encéfalo. Se me asemeja a un pescador que va llenando su lancha con pescados saltarines que se niegan a morir mientras uno los use y ejercite.

Las palabras que envejecen entran en desuso y mueren.

 

 

Recordemos ciertas palabras que nuestras abuelas o bisabuelas usaban:

Chafirete era chofer.

Cuico era policía de tránsito.  También les decían tamarindos y a los de seguridad  “los azules”.

“Me vas a matar de un disgusto” significaba que estamos molesta y enojada.

“Es un pelagatos” era un cualquiera.  De niño me llamaba la atención eso de “pelagatos” y me preguntaba: ¿A quién se le ocurre pelar a un gato? ¿Es en la peluquería de la veterinaria?

Pero después escuché que “le dieron gato por liebre” y en el mercado de San Juan vi a conejos sin piel colgados en una de las carnicerías. Entonces un pelagatos era un miserable que atrapaba gatos y los despellejaba para guisarlos o engañar a algún bobo vendiéndoselo como conejo.

Se “cuatrapió”, “me espeluzna”, “dame un tostón”, “le cayó el veinte” y otras frases esultan ininteligibles para los jovencitos de hoy. “Chanchullo” era trampa.

Algo que me parece muy simpático son las palabras viejas que siguen usándose. Por ejemplo: Los meseros y personal que proporciona servicios en tiendas usan mucho: Caballero y Dama.  Me imaginó cuando los escucho, vestidos en el medioevo con armaduras y a las “damas” de largos ropajes. Son términos que aunque se usen, remiten a siglos distantes donde era frecuente la orden de caballería.

Quizás lo más cercano al antiguo pelagatos es lo que ahora le dicen a un perdedor o “looser” o fracasado.

Antes decían “gandul”, “gandalla”, “se agandalló”, “rufián”, etc. ahora les dicen “bullys”, o “bulleadores” por la influencia gringa.

En fin unas palabras se mueren y otras se transforman.

Tal es el caso de “bruto” que era el nombre propio del senador romano que traicionó a Julio César. O nuestro habitual vocablo que usamos los mexicanos y que nadie más entiende ni sabe traducirlo: Apapacho, apapachar. Una palabra náhuatl que tiene connotaciones de ternura, de protección, de cobijar, de consentir, pero que sólo la conocen los mexicanos.  En la misma república hay grandes variantes de palabras: Troca en el norte es un anglicismo de “truck”, camión, camioneta. “Yonque” es en el norte lo que en el centro es deshuesadero. Y chucho es perro en el sur, como chancho es cuino o cerdo en otra parte, marrano en otras regiones y para los venezolanos “verracos” pero en nuestro país es un chiquillo.

Otra de las que tienen connotaciones ancestrales es “chamaco”. Viene del náhuatl “chamacoatl” y es que para los Mexicas tanto niñas como niños se les consideraba asexuados hasta que cumplieran los 13 años. Entonces chamaco era cualquiera que no tuviese los caracteres sexuales secundarios. Después de una bella ceremonia se les asignaba el género.

En la primaria, en clase de inglés “gay” significaba feliz, alegre y se construían frases como “We were gay” (Estábamos felices), pero de pronto se transformó y “gay” se convirtió en homosexual.

También hay palabras que resucitan y súbitamente se vuelven a usar.

Tal es el caso de la palabra que está nuevamente de moda y que es “fifí”. La mayoría de las personas son ignorantes de la historia y piensan que es un insulto. Pero no es así. Los terratenientes y grandes hacendados durante el porfiriato solían hablar francés para que ni los niños ni la servidumbre entendiera sus conversaciones de adultos.

Los sirvientes al no entender lo que sus patrones decían, notaban que usaban mucho palabras cuya sonoridad era con “f”, por lo que los apodaron fifís.

Mi madre todavía me cuenta que su abuela y bisabuela, –ya en sus residencias de Polanco–, seguían con la pésima costumbre de cambiar la conversación al francés cuando entraban los niños a la sala de estar.

Y lo peor del caso es que todos los que ahora se creen ser “fifís” no pueden serlo porque tendrían que tener grandes extensiones de tierra, ranchos y sumas exorbitantes de dinero por lo que ya que se quedan en el nivel de “wanabís” (del inglés: Want to be,   que significa el que quiere ser pero no puede).

Como vemos, las palabras son entes vivos, cambiantes, que evolucionan o envejecen y mueren.

Estoy seguro que quienes me honran con leer estas líneas pueden compartirnos muchas palabras que conocen y que ya envejecieron, es decir que ya están “rucas”*.

*Ruca en Argentina y Chile es una vivienda rural tosca y rústica.

Balance

Balance

 

La naturaleza es sabia y una de las reglas fundamentales que nos enseña es el concepto de BALANCE.

Los seres humanos a veces pareceríamos que tenemos una natural inclinación a ser  suicidas porque nos empecinamos en romper esa regla.

El balance que nos muestra la naturaleza tiene como sinónimo la palabra equilibrio y en lenguaje científico se define como “Homeostasis”.

Si en el esquema de la cadena alimenticia rompemos un eslabón, producimos un desequilibrio que repercute invariablemente en todo el sistema.

Eso mismo acontece en nuestro cuerpo. Todas las células del organismo interactúan a base de sistemas y para estar sanas requieren de la homeostasis. En el momento en que empezamos a afectar a determinado sistema, el desequilibrio comenzará a causar estragos en todos los sistemas. Es así como deterioramos la salud, deterioramos el medio ambiente, afectamos al planeta.

El mecanismo original que posee la naturaleza para re-establecer el equilibrio es procurando eliminar a los agentes estresores que afectan su desempeño. Esto explica por ejemplo en nuestro cuerpo, el que se tengan ciertos padecimientos como el vómito, la diarrea, la fiebre e inclusive el dolor.

En el caso del medio ambiente la respuesta está en el cambio climático. Es un intento de re-ordenar a todo el sistemLa lección fundamental que debemos aprender de la pandemia es que nuestra vida es muy frágil y la debemos tratar con respeto, con amor y ternura buscando el balance en todo lo que hacemos, comemos e impactamos al entorno.

La pandemia nos acercó a cobrar conciencia de la muerte como algo que está latente en la vida de todos. La muerte no vista como el fin de un capítulo de la serie de televisión, sino como la obligada cita que establecimos desde el primer instante de nuestro origen vital.

Adicionalmente al aprendizaje de vida-muerte-fragilidad, aprendimos quizás que no necesitamos de mucho para vivir en equilibrio, aprendimos que no es necesaria tanta prisa y tantos excesos de movilidad, etc.

Un bello ejemplo de balance es el respirar. Al inspirar aire en nuestros pulmones, corresponde necesariamente exhalar el CO2 de la combustión interna que hemos efectuado. De pronto, en la pandemia se descubrió que el bien más importante era tener respiradores que sustituyeran a la incapacidad de respirar. Los oxímetros se convirtieron en un apreciado instrumento de medición para ver cómo estábamos oxigenando. La pregunta sería: ¿Cuántas décadas llevamos aniquilando el aire de la atmósfera?  Teníamos que llegar al momento en que a una persona la tienen que poner boca abajo para que pueda respirar con mayor facilidad y si no funciona así, es necesario intubarla para que una bomba mecánica le introduzca el aire que ya no puede inhalar con su sistema respiratorio.

En el terreno afectivo hemos tenido que descubrir la carencia de los abrazos, los besos y hasta el poderse saludar de mano.  Con el cubrebocas obligatorio hemos tenido que mirar a los ojos del otro y a vocalizar mejor las palabras si deseamos que nos entiendan las otras personas.

La lista de aprendizajes es interminable tanto como lo fue la peste bubónica en la edad media que dio origen al renacimiento. Una acertada palabra para describir la etapa post-covid o posterior a la peste bubónica.

El balance es entonces nuestra prioridad en todo lo que hagamos, pensemos y comamos. Para lograr el equilibrio o la homeostasis debemos ir a los básicos:

Lograr el balance en nuestro cuerpo: comer equilibradamente en cantidad y calidad, beber agua suficiente para un organismo que necesita del 60 al 80% del vital líquido, dormir de forma reparadora, hacer ejercicio moderado y RESPIRAR.

El balance emocional es el siguiente factor que debemos atender. Si tenemos pensamientos positivos y evitamos los negativos, tendremos un balance psicológico. Trabajar el interior de nuestra mente para lograr la homeostasis. Deshacernos de la basura mental que nos dan las redes, los medios masivos, los supuestos periodistas y “opinadores” de radio y televisión amén de las llamadas noticias falsas, rumores y chismes que nos comparten con singular alegría a través de whats-app y otras redes. La mejor forma de evaluar el contenido de la información es preguntarnos: ¿Me consta? ¿Qué fuente confiable es la que lo emite?, etc.

En el balance emocional también está el aprendizaje de tener nuestros espacios de soledad que hemos vivido en el confinamiento.

El otro balance es el de los recursos materiales y económicos. Hemos seguramente aquilatado lo valioso que es tener trabajo, comprar no por impulso sino con pleno convencimiento y cuidar todos nuestros recursos materiales.

 

Si recuperamos la llamada “normalidad” debemos reconfigurar nuestro estilo de vida. Administrar nuestros compromisos sociales, evitar la movilidad absurda, agendar nuestro diario programa dividiéndolo en: Me cuido- los cuido- nos cuidamos. Es decir: Me cuido en comer, ejercitarme, dormir y recrearme.  Los cuido a quienes conviven conmigo para que recuperen el balance saludable y nos cuidamos todos para crear un medio ambiente sano de convivencia, trabajo, esparcimiento y superación.

Ya vimos que no es tan difícil. Pudimos constatar –los que ya estamos vacunados–, que fue rápido, sin costo y con una logística impecable. Así debe ser la salud pública, la salud social y la salud familiar: Hermanarnos para ayudarnos.

 

Nuestra maestra la Naturaleza, nos pone el ejemplo con el BALANCE.

La humildad en la ignorancia

Las palabras son entes vivos.
Nacen dentro de un grupo social formando parte de la lingüística o sea de la lengua estructurada en esa comunidad, con marcos de referencia común pero una vez que nace la palabra (imaginemos como un polluelo o un bebé), la palabra se va convirtiendo en un ente autónomo y se va alimentando, combinando y creciendo hasta llegar a una madurez. En ocasiones, esa palabra cambia de sentido y se le empieza a usar para expresar algo diferente.
 
Un ejemplo de ello es la palabra humildad. Etimológicamente la palabra “humildad” proviene del latín “humus” que significa tierra y su derivación “humilitas” que al agregar el sufijo “itas” lo refiere a la cualidad del ser. Es decir, el ser de la tierra, el que pisa o camina en la tierra: humano. Quien pisa la tierra, quien camina asentándo sus extremidades inferiores al piso se interpreta como quien conoce la realidad. (tener los pies en la tierra, aceptar las cosas como son). De ahí que en su origen, humildad era una palabra relacionada con la aceptación de nuestras propias capacidades, limitaciones.
Esto dio lugar a que después se transformó en una virtud que se explicaba como la capacidad humana de tener conciencia, reconocer sus propias limitaciones, defectos, debilidades y reconocerlos sin temor a perder su propia valía.
 
En nuestro entorno actual se asocia la palabra humilde con pobreza, de ahí que cuando las personas se quieren referir a un determinado nivel socioeconómico, dicen que es una persona humilde (pobre).
 
La esencia de la palabra humildad se encuentra en su origen.
 
Quien es humilde es quien acept que ignora ciertas cosas , que está limitado en otras y que está dispuesto, abierto, a aprender y entender.
 
La ignorancia es el desconocimiento. Es la carencia del entendimiento de algo. Ser ignorante no es un defecto, es simplemente una situación que uno puede remediar a través de la búsqueda del conocimiento, de tener la curiosidad por aprender algo nuevo y asimilarlo.
La reciente pandemia que hemos padecido nos ha mostrado dos aspectos: que debemos ser humildes y aceptar nuestra frágil realidad ante la vida y la posibilidad de perder nuestra salud o la vida misma en cuestión de horas, o días. Nos obligó a pisar la tierra y vernos como seres limitados.
El otro aspecto que nos mostró esta crisis es que la mayoría de las personas somos ignorantes. Es decir, que sabemos poco de nuestra salud, de nuestro funcionamiento orgánico y de nuestro propio cuidado. Para matenernos sanos.
 
La lógica entonces sería que la mayoría fuésemos humildes y aceptáramos la ignorancia que es nuestro principal patrimonio. Sin embargo, se ha dado el fenómeno contrario. La pandemia detonó el gen de la soberbia y hemos sido testigos de infinidad de personas, de periodistas, conductores de radio y televisión, de articulistas, de familiares y amigos que de la noche a la mañana, envanecidos de su propia soberbia se convirtieron en “expertos” en salud pública, en vacunas, en virus y en afanosos críticos de las entidades encargadas de la salud y del gobierno.
 
Encontramos personas que recomiendan no vacunarse, que corren rumores de que nos vamos a convertir en esclavos de un círculo de intereses poderosos, etc.
 
Toda esa vorágine de ignorantes expertos y de perversos politizados que han pretendido usar la pandemia como vehículo para manipular a la población están causando risa para quienes comprenden con humildad la realidad.
El primer “papel” o publicación científica que alertaba de la probable erupción de una pandemia data de 2013. Se le entregó a Obama quien hizo caso omiso porque prefería enfocar todos los recursos al famoso “medicare” y dejó en olvido el tema.
 
En 2018 tuve oportunidad de reunirme con los más famosos expertos en virus y vacunas de la industria avícola. Me asignaron entrevistarlos. En ese grupo científico estaba el mexicano recién fallecido Dr. Fernando Galindo (+). Dentro de todos los que entrevisté, hubo una Doctora que me dijo en inglés y en referencia los virus de origen aviar como el H1N1 que conocimos como la influenza aviar de 2016: “Se ha abierto la caja de Pandora y me horroriza pensar en lo que puede pasar”.
 
El resumen de todo esto es que:
1. Los virus mutan, se transforman y continuamente representan un desafío para la salud.
2. Las vacunas son un escudo protector no para erradicar al virus sino para evitar daños graves en el deterioro de nuestra salud y de riesgo de muerte, por lo que vacunarse es fundamental.
3. Es evidente que tarde o temprano deberemos re-vacunarnos ante la amenaza de las mutaciones que tendrá que presentar irremediablemente el virus.
4. Que los cuidados en materia de higiene y asepsia los debemos de convertir en parte de nuestra forma de vivir.
5. Que debemos volver a ser humildes, aceptar nuestra ignorancia, evitar andar pretendiendo que somos expertos conocedores de algo que sabemos no conocemos y dejar de insultar, agredir, criticar y humillar a las personas que están cuidando de nuestra salud.
 
Al reconocernos ignorantes y aceptarlo con humildad estamos dando un paso cuántico para mejorar y aprender como seres humanos.

Las aves callaron

Por unos instantes, las aves callaron en el valle de Tehuacán, Puebla.

Han de haber sido como cuarenta millones de aves ponedoras que diariamente ponen un huevo y seguramente otro tanto de pollitas en espera de reemplazarlas.

Fue en el amanecer del pasado 22 de abril (2021). Hacía unos diez días que había cumplido 81 años.

Su frase favorita era una del famoso médico y científico español, premio Nobel y padre de la neurociencia moderna,  Santiago Ramón y Cajal:

“Señores, no permitamos que todos los ríos se pierden en el mar y todos los talentos se pierden en la ignorancia”

Fuimos Vicky Nava, Carlos Muñoz y yo a entrevistarlo a Tehuacán. Habíamos quedado en verlo en el restaurante del hotel para explicarle nuestro interés en entrevistarlo sobre el desempeño de una nueva vacuna vectorizada para luchar contra la influenza aviar.

Puntual llegó, enjuto de carnes, solemne, con unos ojos grandes verdiazules, escaso cabello otrora rubio. No quiso cenar, se excusó diciendo que él tenía su dieta y horarios que seguir. Todo pronosticaba que iba a ser imposible lograr una entrevista.

He de confesar que tengo dos pasiones de las que generalmente no platico: Tomar fotografías de personas en forma de retrato y con el consentimiento del modelo y entrevistar a las personas.  Mis entrevistas las hago por gusto y rara vez por encargo. En esta ocasión era lo segundo.

Sorpresivamente cambié el tema. Dije que estaba escribiendo un libro que yo no escribí y cuya autora nunca supo que se escribiría.

Se desconcertó. Expliqué el extraño concepto. Mi madre me había mecanografiado su libro de recetas, lo engargoló y me lo obsequió. En casa nunca dejaron que los menores de edad estuviéramos en la cocina. Mi padre, médico, decía que los accidentes más graves de quemaduras en niños se dan por un descuido. Así que nunca aprendimos a cocinar. Había intitulado al libro “Me casé sin saber cocinar.” Frase que mi madre contaba como anécdota cada vez que la felicitaban por obsequiar una espléndida comida o cena.

 

De pronto, nuestro personaje, se soltó a contarnos la historia culinaria de su familia. Las tías de Veracruz que eran celosas guardianas de recetas nunca compartidas,  su abuela y madre que en Puebla refinaron platillos mexicanos, así como su pasión por cocinar en sus ratos libres,  elogiando su receta de  los chiles en no

El hielo se rompió. Logramos al día siguiente una espléndida entrevista y nació una admiración por este hombre sabio, de prestigio internacional , que estudió medicina veterinaria obligado por su padre que era gente de campo oriundo de Jalisco. Al terminar la licenciatura y entregar el certificado  universitario a su padre, decidió estudiar como segunda profesión la medicina humana.

Era el director médico del Grupo Romero, un conglomerado de granjas avícolas y porcinas entre las que destaca “El Calvario”. Recorrimos diversas instalaciones guiados por su excelso conocimiento en virus, patología aviar y vacunas. Pero durante ese día nos mostró también lo que hacía en su tiempo libre: Con sus propios recursos montó  –en una amplia casa antigua  de Tehuacán–, el dispensario médico San Francisco donde atiende en consulta médica y quirúrgica  a las personas más pobres de la región.

En sus instalaciones cuenta con un galerón repleto de literas en donde daba hospedaje a los que venían de lejos. “Mientras dura el tratamiento, tienen techo, donde asearse y dormir”, nos dijo muy circunspecto.

Nos causó asombro ver una mesa pletórica de perfumes de las marcas más caras y sofisticadas. A nuestra pregunta respondió: “Después de la consulta, a todas mis pacientes les pido permiso de poderles dar un poco de las fragancias que elijan… son personas tan humildes que quizás nunca antes en sus vidas habían tenido la oportunidad de perfumarse”.

 

 

 

 

 

 

En su casa de Tehuacán tenía una parvada de pavorreales tan dóciles como una mascota. Le recibían con sus cantos y desplegando su colorido plumaje.

En diversas ocasiones lo volví a encontrar en los simposios y convenciones avícolas. Siempre generoso, me saludaba, conversábamos y me asesoraba cuando necesitaba información científica veraz.

Un día nos invitó a comer en su departamento de la ciudad de México. Había preparado sus famosos chiles en nogada. Una exquisitez de guisado que desbordaba de granadas envueltas en la cremosa nogada y sutilmente rellenos de una combinación pocas veces degustada.

Al término, un joven pianista se sentó en el piano de cola que estaba en la sala y ofrecieron un concierto de música clásica. Contó que él nunca faltaba a los conciertos dominicales en la sala Nezahualcóyotl del centro cultural de la UNAM. Era apasionado de la música culta. Catedrático de larga trayectoria, contaba con muchas generaciones de alumnos de veterinaria. En algún tiempo trabajó en la fundación Rockefeller como Investigador especializado en aves.

Al finalizar su primer entrevista conmigo dijo: “Cuando uno cumple cierta edad, más allá de los 50 o 60 años, lo único que te queda es mantener tu status, conservar tu dignidad y contribuir enormemente para con todas las generaciones que te rodean –y con las que estás involucrado –, compartir conocimientos y de las cuales tienes que aprender y así sembrar todo lo que sea tu capacidad de conocimiento”.

Fue un gran maestro y extraordinario ser humano. La comunidad científica, veterinaria, los trabajadores avícolas y quienes tangencialmente fuimos sus amigos lamentamos su partida.

Su nombre:  Fernando Galindo Ramírez.

El patito feo sí existió

Todos en cualquier momento de nuestra infancia escuchamos, leímos o vimos el cuento del patito feo.

Quizás muchos también supimos de “La sirenita”. Invariablemente nuestro imaginario infantil estuvo nutrido de cuentos. Seguramente algunos llegamos a ver niñas que jugaban con muñequitas de papel que les recortaban sus vestidos y  los colocaban sobre las siluetas.

Las muñequitas de papel

Pero pocas veces nos preguntamos si el patito feo existió y me di a la tarea de investigar. Con gran sorpresa descubrí que el hombre feo, solitario, ensimismado y acosado de burlas en la escuela era hijo de un humilde zapatero y una lavandera. Su padre le construyó un teatro guignol y le leía cuentos como “Las mil y una noches”. A los once años ya era huérfano de padre y su madre era alcohólica.

Todo presagiaba que su destino estaba marcado y llegaría a ser un perdedor, un don nadie.

Le tenía miedo a los perros y no comía carne de cerdo porque había oído que daba triquinosis. Tenía pavor a los incendios para lo cual siempre viajó con una cuerda larga para poder escapar de una conflagración. Le aterraba la catalepsia (padecimiento que te hace parecer que has muerto, sin signos vitales y que entierran vivo). En fín, un estuche de fobias.

Su pasión era el teatro por lo que dejó su pueblo natal Odese y se fue a la capital de Dinamarca—Copenhague–, donde logró colarse a trabajar en el Teatro Real.

 

 

 

Casa donde nació Hans Christian  (1805), Odense, Dinamarca.

Le causó lástima al director del Teatro Real, el Sr.Collin, porque como actor era mediocre, con pésima voz y aspecto desagradable. Como el Sr. Jonás Collin  era     asesor del Rey Federico VI logró colocarlo para que estudiara en el Instituto Slagelse y posteriormente en la Universidad de Copenhague.

Sus primeras obras teatrales pasaron al olvido por su deficiente calidad. Sin embargo, en su solitaria y tímida vida empezó a escribir cuentos infantiles que lo posicionaron como uno de los más célebres escritores del mundo.

Llevaba siempre junto a su pecho una carta de amor no correspondido y su última voluntad fue que a su muerte fuera destruida y que nadie pudiese leerla.

Se enamoró varias veces de bellas mujeres pero nunca fue correspondido por lo que vivía en una tremenda soledad y en las noches dibujaba las figuras femeninas en cartones y les confeccionaba vestidos que los iba intercambiando. No se sabe a ciencia cierta si el inventó las muñequitas de papel que se solían usar para que las niñas jugaran recortándoles vestidos y cambiando sus atuendos. Lo que sí se sabe es que proyectaba su ternura y amor por las mujeres amadas a distancia y las plasmaba en sus muñequitas. Como es común de las malas lenguas de doble moral y por su voz tipluda más de una vez lo acusaron de afeminado.

Su pasión era viajar y tuvo la oportunidad de entablar amistad entre los más célebres literatos y músicos de la época, entre ellos, Víctor Hugo, Honorato de Balzac, Alejandro Dumas, Franz Liszt y hasta Charles Dickens.

El patito feo sí existió y al ir madurando no se convirtió en un bello cisne sino en el afamado autor de cuentos inolvidables y más populares traducidos o publicados en cien idiomas, adaptados par teatro, cine u orquestaciones sinfónicas. Es así como la imaginación infantil por más de 200 años se ha nutrido de El traje nuevo del emperador, Las zapatillas rojas, El soldadito de plomo, La niña de los fósforos, El ruiseñor, el Sastrecillo valiente, la sirenita y el infaltable Patito feo.

Murió el 4 de agosto de 1875, con 70 años de edad, una fama bien merecido y un claro ejemplo del género literario denominado: romanticismo.

Hans Christian Andersen

“Disfruta la vida, hay mucho tiempo para estar muerto”

Hans Christian Andersen

El cuaderno

Es casi seguro que todos recordamos nuestros primeros cuadernos de la instrucción primaria.

Las mamás les ponían afanosamente las etiquetas con nuestro nombre. Algunas los ponían a mano, otras a máquina de escribir o en las cintas adherentes con letras tridimensionales conocidas como Dymo y hoy quizás lo hacen con la computadora.

Amorosamente los forraban.

Sin embargo, hay un cuaderno que nunca vimos y que normalmente viajamos por la vida sin conocerlo.

Este cuaderno nos lo entregan en blanco. Las primeras páginas las empiezan a escribir nuestros padres. En muchas ocasiones también nuestros abuelos nos escriben algunos párrafos. Después, un buen día, nosotros tendremos que escribir en el cuaderno desconocido. Muchas páginas o pocas –nunca lo sabremos a ciencia cierta—, irán formando nuestro cuaderno.

Al final de nuestros días, cuando llegué el momento de partir, tomaremos discretamente el cuaderno entre nuestras manos y será el único equipaje que llevaremos a cuestas.

Un cuaderno pleno de ternura que nuestros padres nos entregaron en blanco y que nosotros habremos de llenar día con día.