Archivo de la etiqueta: alma

Otoño y la serenidad del alma

Normalmente la primavera es causa de euforia en muchos lugares de latitud norte porque es la época en que se aleja el frío del invierno el hielo o la nieve para dar lugar al reverdecimiento de toda la naturaleza.

Muchas plantas van a florecer para dar lugar a que los agentes polinizadores las fecunden.

El verano es la vida loca. Los frutos sustituyen a las flores para iniciar el crecimiento, las lluvias se

Foto: Chris Lawton

alternan con granizadas y calores extremos. El verano es como la adolescencia y la primavera es equiparable a la niñez.

En cambio, al otoño se le tiene menospreciado. Es cuando muchos árboles tornan su follaje en colores naranja, ocre, e inclusive rojo.

Los campos se van secando, se ven amarillentos. Las flores moradas que de niños les llamábamos “brujas” se llegan a ver entre los pastizales secos.

 

Sin embargo, la importancia del otoño radica en que es temporada de cosechas. Las calabazas han madurado, el maíz o el trigo son cosechados y por eso coincide con las celebraciones de muertos con las flores de cempazúchil  (cempaxóchitl)  como emblema o el importado “Halloween”. En la unión americana se alistan para celebrar el día de acción de gracias que en realidad debería ser el día de reconocimiento a los pueblos originarios que los salvaron de la hambruna. Lamentablemente después fueron perseguidos y casi exterminados por el puritanismo de doble moral que cundió en esos territorios.

 

El otoño es un reflejo de la edad madura, de la época en que se debe cosechar el esfuerzo del trabajo y cuyos frutos pueden servir de alimento para el crudo invierno de la vejez.

 

Por eso, el otoño es una época propicia de la racionalización, de la mesura, del análisis y de encontrar la serenidad del alma.

Ya no hay distractores, es momento de encerrarse en uno mismo y pensar con calma en los muertos, en los que se adelantaron en este mágico viaje que es la vida. Es la temporada que debemos aprovechar para disfrutar de los últimos días soleados y de compartir nuestra experiencia acumulada no solo a través de un año sino de los muchos años de vida que hemos acumulado. — como se acumulan en el granero—, las mazorcas que nos servirán para nutrirnos en el invierno.

 

Serenidad es sinónimo de calma, de observar y pensar, de reflexionar y de ver el horizonte, ésa fina línea que uno nunca sabrá donde termina y tampoco sabremos si algún día la podremos alcanzar.

 

Lágrimas

Para un proyecto de publicidad tuve la oportunidad de investigar un poco sobre la historia del perfume, que por cierto es fascinante, y que me permitió conocer también un poco sobre el ser humano.

Desde los tiempos más remotos de la historia del hombre, las sustancias aromáticas han fascinado. Desde los chinos, egipcios, romanos hasta las civilizaciones mesoamericanas como los Mexicas o Mayas, el perfume está presente. Hubo una edad oscura donde se prohibió el uso del perfume. Un periodo de más de 400 años donde era pecado impregnarse de un bálsamo aromático y por la simple sospecha eran las personas acusadas de brujería. Fue en la Edad Media que entre sus víctimas por la peste bubónica y la falta de higiene se llevó a la tumba a un Rey que se negó toda su existencia a bañarse porque era de seres impuros y pecadores el bañar al cuerpo. Otras personas se bañaban con una tela o fondo para no verse “sus partes nobles”.

Existen sustancias muy refinadas y difíciles de conseguir que –en una adecuaada mezcla de notas—, conforman una creación de la perfumería. De todas las presentaciones que ofrece la perfumería son los llamados extractos lo que verdaderamente y técnicamente son perfumes. El extracto o ·parfum de parfums” es lo más excelso y una gota como lágrima sirve para crear un agradable sensación que permanee por más tiempo en el cuerpo. Así la cabeza, el cuerpo y la estela o memoria del perfume tienen una mayor fijación y deja los más gratos recuerdos.

Pero para mí también existe un perfume del alma.
Siempre he pensado que las lágrimas sinceras son un extracto puro de los sentimientos. No me refiero a lacrimosa forma de chantajear de ciertas personas que a la mínima provocación estallan en un llanto inundando su rostro de lágrimas para lograr un objetivo mal intencionado.

Las lágrimas que brotan del sentimiento real, de una amorosa expresión de la emoción es una forma maravillosa de manifestar lo que duele, emociona, estimula y manifiesta nuestro íntimo sentir.

Las lágrimas pueden ser expresión de felicidad, de haber logrado una meta, de haber compartirdo la risa con el grupo de amigos o familiares, de sentirnos enternecidos al escuchar una melodía, al leer una poesía o texto, o ver una escena en el teatro o en el cine.

Normalmente a las lágrimas de la felicidad no les damos el mismo valor que a las lágrimas del dolor. Dolor físico o moral, la pérdida de un ser querido, el recuerdo de una etapa de la vida ya consumada, el dolor de ver la agonía o la enfermedad de nuestros seres más amados.

La lágrima que derramamos ante el rompimiento emocional de una relación e inclusive las lágrimas que se vierten ante la desaparición o la ausencia de alguien como es en el caso de las prácticas criminales que escuchamos desde que el hombre es hombre y que en este mundo se practican como los secuestros, crímenes, torturas por motivos políticos o bélicos, etc.

Una lágrima pura, noble y sincera es un extracto que muestra la bondad del ser que la derrama. Es la manifestación de que sentimos, amamos, recordamos, deseamos, etc.

Es la más bella forma de mostrar nuestra ternura y es el “perfume” que sólo cuando se produce en sincera armonía con el sentimiento interno le podems asociar con nuestra gran capacidad de amar.

Las miradas

Las miradas
 
Nuestros ojos son ventanas.
A través de ellos nos asomamos para ver al mundo. Ya sea nuestra mente o nuestra alma se están continuamente peleando por asomarse hacia fuera. Son como dos niñas caprichosas. Quizás por eso les llamaron: “Las niñas de mis ojos”.
 
Cuando se asoma la mente, ésta revisa todo, escudriña hasta el último de los detalles, analiza una y otra vez lo que ve. Hace pausas para repensar lo que acaba de observar y finalmente se forja un concepto de lo que descubrió afuera. Generalmente aprende y aprehende (de capturar, atrapar, poseer).
Siempre inquieta y nerviosa, la mente pone nervioso a cualquiera cuando a través de las ventanas se asoma y mira.
Puede ser que la mente solo se fije en los colores, o en las formas, movimientos, gestos y acciones de los otros con los que se va topando a cada instante. ¡Ah! Pero cuando nos examina, qué incertidumbre nos acecha. ¿Aprobé? ¿Me reprobó? Su mirada era fría, calculadora, impenetrable.
 
Cuando le toca el turno al alma la cosa es diferente. Se asoma con timidez y trata de ver lo que no se ve a simple vista. Sin alarde de movimiento lanza una luz que se transforma en mirada. En determinado momento baja y abre las persianas que son los párpados para que su intensa luz no hostigue a quien le observa. Si las dejara todo el tiempo abiertas nos cegaría.
 
El alma se asoma para sonreír o para acariciar con sus miradas. A veces seduce, en ocasiones simplemente coquetea y como si respirara en cada abrir y cerrar de párpados exhala amor o en ocasiones odio.
 
El alma se asoma para acompañarse de emociones. Van de la mano el amor y el odio, la indiferencia y la atracción, la envidia o la compasión. Son tantas las emociones que transmite el alma que no podríamos tener la capacidad de enumerarlas.
Simplemente cuando se asoma por esas ventanas que son los ojos, lo único que nos queda es expresar lo que percibimos de la sutil luz que de ella emana:
“Me sonrió con su mirada”
“Me miró con ojos de pistola”
“Vi su mirada y sentí una fuerte emoción”
“Era una mirada de odio”
“Con solo mirarme percibí que me envidia”
“Mira de una forma tan despectiva”
“Qué brillante se ve su mirada”
“Me encanta ver que me está mirando fijamente”
“Me miró con una ternura infinita”
“Me miró, sin palabras pero me dio entender que me quería”
“Abrió por última vez sus ojos, me miró fijamente y dejó de existir…pero aún conservo grabada su mirada”.
Las miradas son las palabras mudas. Son las caricias sin manos. Son los puñales sin acero. Son los abrazos sin brazos.
 
¿Y si contamos cuántas veces al día dejamos asomar por nuestras ventanas a la mente y cuántas otras se asoma el alma?