Aprender, siempre aprender.

Estaban dos amigos de edad madura tomándose un café. Uno de ellos muy entusiasmado le informó que se tomaría dos años para una Maestría.

El amigo sorprendido le dijo:

–Ya estás muy viejo para ponerte a estudiar. Además tu ya fuiste catedrático. ¿Qué más puedes aprender?

Sin perder el entusiasmo, el amigo le respondió:

–Voy a hacer mi maestría para aprender humildad puesto que regresar a las aulas, sentarme como estudiante, estudiar, entregar mis tareas y esperar ser evaluado me va a dar la enorme oportunidad de recuperar mi humildad, mi paciencia y mi esfuerzo por ser mejor.

Cambiaron de conversación.

El otro día una destacada escritora que presentó un libro abiertamente anunció que había decidido después de 30 años de haberse dedicado al desarrollo humano había iniciado una nueva licenciatura en psicología. Y cuando se le preguntó si realmente valía la pena, respondió:

–En la vida siempre hay algo nuevo por aprender.

En una oficina había un empleado adulto mayor que juraba que a su edad ya no podría aprender a usar una computadora. Su jefe personalmente se dio a la tarea de enseñarle. Después de dos años el hombre juraba que ya nunca podría vivir sin su compitadora. Al retirarse el jefe le obsequió su computador y hoy felizmente trabaja en traducciones y corrección de estilo desde su casa, usando el ordenador.

Si recorremos nuestros años escolares encontraremos que cuando uno tuvo un buen maestro –algo extraño operó en nosotros—, y avivó el deseo de aprender su materia. En cambio cuando se tuvo un mal maestro uno terminó aborreciendo ésa materia.

Yo tuve la diceha de empezar a dar clases desde muy joven y me tocó ser maestro de personas cuyas edades casi triplicaban la mía. Lo más fascinante de esas experiencias es que confieso que aprendí más de los alumnos que de lo que yo pudiera enseñarles.

Nacemos para aprender. Desde que estamos en la matriz aprendemos que a pesar de vivir en un entorno de comodidad y sin esfuerzo nos alimentaban a través de un cordón, nos vimos en la urgente necesidad de salir a la vida y enfrentarnos a todo tipo de estresores buscando siempre el equilibrio.

Aprendimos a sobrevivir. Vivimos aprendiendo. Seguiremos aprendiendo siempre hasta que llegue el momento en que aprenderemos la última lección que es: morir.

Y hasta ahora no sabremos si después de esa lección final o examen de fin de cursos tendremos que pasar a estudiar otras materias más allá de la muerte y empezar nuevamente a aprender.

Sí, aprender…siempre aprender.

Matermorfosis

Mater es madre en latín.

Ella había ido a la Universidad y en alguna de las materias le habían indicado que leyera “La Metamorfosis de Franz Kafka”.

Le había impresionado muchísimo el relato y lo atesoraba en su memoria como uno de los relatos que dejan huella en la vida. Otro de sus tesoros que celosamente albergaba en su mente era su relación con su madre.

Sabía que era una de las miles de millones de mujeres que viven en el planeta y que contaron con la fortuna de tener una buena mamá.

Su madre le había cuidado con esmero desde el comienzo del embarazo y su mamá le contaba que un buen día, después del ultrasonido le informaron que sería niña –lo que le entusiasmó sobremanera—y dispuso todo para recibirla.

Los maternales cuidados fueron gratas experiencias para la niña que desde pequeña recordaba las caricias, los besos, la ternura con la que la bañaba o arrullaba. La madre siempre vigilante de su salud y de darle lo mejor en todos los sentidos.

Toda su niñez fue de mimos. Su madre se esmeraba en acicalarla y enviarla siempre –muy bien arregladita–, a la escuela o a sus fiestas infantiles.

No niega que tuvieron sus diferencias durante la adolescencia. Son etapas de desarrollo que toda relaciíon sana de madre e hija se da, pero el buen juicio de la madre atemperaba los conflictos y transitaron sin mayor rispidez hasta que ella decidió independizarse y juntarse con el chico que sería posteriormente su esposo.

A pesar de ya no vivir juntas la relación continuaba cercana, ya fuera con las visitas regulares o las diarias llamadas telefónicas.

Un día las cosas empezaron a cambiar.

–Mami, no te veo bien. Te voy a llevar al médico.

–Mami, ¿Cómo amaneciste? ¿Te tomaste tus pastillas?

Lenta pero inexorablemente se empezó a dar la “matermorfosis”.

La hija se convirtió en madre de su madre. Y su madre se convirtió en hija de su hija.

Ella se acordó del relato de Kafka y cada día fue sintiéndose más cercana a la experiencia de transformarse.

Cuidaba de su Mamá como si fuera su bebé.

Finalmente la convenció para que se fuera a vivir a su casa y la madre –a regañadientes–, terminó por mudarse con sus recuerdos, sus memorias físicas, sus retratos, la cobijita para sus piernas, sus babuchas, en fin todo lo que le quedaba de una vida de buena esposa y buena madre.

Ambas transitaron hacia la “matermorfosis” y ahora que su mamá había partido a la otra dimensión, ella se sentó en la mecedora que tanto le gustaba a su mamá.

Tomó el libro de Franz Kafka y se dispuso a re-leerlo, no sin antes cubrirse sus piernas con la cobijita que tanto atesoraba su mamá.

Se le antojó descalzarse.

Jaló las babuchas afelpadas de su madre metiendo los pies para abrigarlos.

La vieja gatita que siempre ronroneaba a los pies de la mecedora, se acomodó, ahora junto a sus pies. Se notaba que extrañaba también a su anterior ama.

Comenzó a leer el libro nuevamente y pensó para sus adentros:

“Ya no falta mucho para que mi hija y yo transitemos hacia la “matermorfosis

Amor a México

No sé cuándo se da pero lo que sí sé es que se da. Es amor incondicional.

No en todos los que habitamos el territorio nacional lo llegan a tener pero sí estoy seguro que en la mayoría de los que aquí estamos compartiendo estas tierras.

No se si es porque los lunes en la escuela primaria nos formábamos para hacerle honores a la bandera y cantar el himno nacional lo que nos inculcó esa emoción.

 

No sé si era hipnósis colectiva pero a mi se me quedaron fijos los colores de la bandera en mi alma. Ya sea ver la bandera ondeando, escuchar y entonar el himno o ver los puestos de vendedores de banderas y rehiletes en las esquinas, pero algo me pasa que me alegra el espíritu.

Dirán que soy cursi pero siempre se me enchina la piel cuado canto el himno y veo la majestuosidad del verde, blanco y colorado. Es la única canción que se me de memoria.

 

Amo mi escudo con la majestuosa águila devorando la serpiente sobre un regio nopal e imaginándomelos en un islote y me repateó cuando un pobre diablo la mutiló para hacerla como si fuera logotipo de agua embotellada durante seis años.

A mi me enseñaron a amar y a conocer a mi país. Guiado por mis padres me enorgullezco de decir que conozco toda mi Patria. Desde Tijuana o Nuevo Laredo hasta Chetumal o Chiapas. Cada rincón por apartado que parezca ha compartido mi sudor y cansancio.

He estado agonizando en la selva Lacandona junto al lago Miramar y el Río Jataté o con un ataque de apendicitis en la cumbre de Los Frailes cerca de Pachuca y Tula.

Estuve a punto de morir aplastado entre las rocas y el mar de Puerto Escondido, Oaxaca. Todos fueron momentos en donde aprendí a ver que en México “la vida no vale nada”.

Estuve extraviado en las montañas de Baja California Sur, cerca de la Misión de San Javier, sin celulares (no existían) ni siquiera los “walkie talkies” de juguete y me salvé solo con la ayuda y guía del brillo de una estrella –que aprendí a conocerla desde niño— y que gracias a ella pude llegar hasta Ciudad Constitución.

Hambriento, he compartido la tortilla y granos de sal con los más pobres pero más hospitalarios de los campesinos. Sediento, aprendí a beber agua en un abrevadero junto al hocico de una mula y hastiado he visto los banquetes más extravagantes de los ricos entre los ricos. Aprendí a comer jumiles, chapulines, gusanos, tacos de langosta con frijoles y barbacoa con salsa borracha.

Me ha tocado trabajar en las granjas con los porcicultores para que aprendieran las modernas técnicas de ecología y sanidad. Ver cómo se vence a la fiebre porcina y alcanzar ver cómo se transformó la industria para hoy México sea exportador de carne de cerdo a Korea, Japón y China. He estado en las lejanas casetas de pollos por allá de Mapimi, escuchando aullar a los coyotes las frías madrugadas. O estar filmando infestado de pinolillo y garrapatas en los pastizales de Tabasco.

He brincado fascinado con las dunas blancas y las pozas azules de Cuatro Ciénegas. Ha sido un deleite aprender de los grandes eruditos de la veterinaria, medicina, arquitectura, arqueología, literatura o historia. Y tuve el privilegio de escuchar en boca de Carlos Fuentes la mejor explicación sobre la revolución mexicana que jamás alguien ha superado. Y de niño mientras practicaba el piano, jugué con un General que había sido Presidente y expropiado el Petróleo.

Tengo amigos Mayas, Mixtecos, Zapotecos, Criollos, Blancos, Mestizos y Saltos pa-tras.

Conozco lo oscuro y brillante de nuestro país. Los contrastes. Amo la pintura mexicana, los murales, las portentosas ruinas Mayas, Mexicas, Teotihuacanas, en fin la grandeza cultural de mi Patria.

Y cuando llegan estos días de festejos patrios, amo sentirme ser mexicano.

 

Y hoy más que nunca, me enorgullezco de ver que finalmente vivo en un país –quiéranlo o no–, donde existe ya el respeto a la voluntad mayoritaria.

Fotos de Familia

Es común encontrar en todo hogar u oficina un mueble que exhibe fotos enmarcadas de la familia. Si hay oportunidad, se escudriñan meticulosamente y se asocian con las personas que habitan ésa casa o quien está ocupando la oficina.

Son fotos enmarcadas autosustentables, es decir, se sostienen con la ayuda de una bisagra que generalmente tiene un pedazo de madera que sirve de pie.

 

Esa exhibición dice mucho de las personas. Unas muestran orgullosamente a sus hijos o a su pareja, en ocasiones muestran celebraciones importantes como las bodas, bautizos, Bar o Bat Mitzvá, campeonatos deportivos, acompañamientos de personalidades, etc. Son una especie de escaparate o aparador de los afectos.

A principios del siglo XX los daguerrotipos y fotos de los ancestros eran producciones muy sofisticadas donde se realizaban en escenarios falsos, se acompañaban de telones casi teatrales a las espaldas, con uno de los personajes sentado y otros de pie e incluso incluían a sus mascotas.

Los hombres de negocios se tomaban sus fotos muy acicalados de medio cuerpo y traje de levita. Después hubo una temporada en que las fotos blanco y negro las coloreaban pretendiendo de que fueran fotos a color e incluso las recortaban en siluetas que montaban sobre madera.

 

 

Los grandes artistas y compositores de antaño son reconocidos hoy en día gracias a las fotografías. Muchas de ellas en colores sepias que se estilaban como parte de un gusto estético.

 

La compañía AGFA fue la primera que en la Alemania Nazi empezó a producir fotos a color y al poco tiempo la empresa de Rochester N.Y. –la ahora casi extinta Kodak–, empieza a dominar el mercado de la fotografía a color. En Inglaterra floreció Illford y Pathé en Francia.

 

La democratización de la fotografía –sin lugar a dudas—, se logra con las camaritas Brownie de la Kodak y en la década de los 80´s promueven las llamadas Instamatic. Polaroid entra al mercado con las cámaras que permitían revelar, en segundos, las fotos aunque siempre eran deficientes en color, invadidas de azul o morado y un poco incómodas por los olores penetrantes que dejaban.

En el siglo XX se estilaba tomarse fotos en ciertos lugares turísticos en un escenario más que artificial y tenían “props” para ambientar al turista. Así vemos esas fotos de la visita al santuario de la virgen de Guadalupe, con rebozo y sombrero de petate adorando a la virgen, las fotos de los Reyes Magos o Santa Claus que en la Alameda solían hacer romerías de familias esperando tomarse las fotos. Los primeros Santa Clauses estuvieron en la tienda de Sears que hace esquina con la avenida de los Insurgentes y en los almacenes departamentales del centro como Liverpool, Palacio de Hierro, Al Puerto de Veracruz y el Centro Mercantil que ocupaba el ahora Gran Hotel.

Las fotos de familia ahora han sido sustituidas por los teléfonos inteligentes y se les denominan “selfies” que no son otra cosa que instantáneas. La profusión de “selfies” parece una pandemia y en algo han promovido la proliferación de los piojos entre los niños de clase media ya que al juntar sus cabelleras para la “selfie” se contagian de piojos. (estos ectoparásitos prefieren las cabelleras limpias y desmienten el mito de que los piojosos son los pobres y desaseados).

Las fotos de familia se complementaban con los álbumes. Se colocaban las mejores fotos y era común encontrar alguna foto cortada a la mitad o mutilada y cuando los curiosos preguntábamos sobre la razón de estar cortada, la respuesta era evasiva y por lo general te decían: “es de un novio odioso o es de una persona que me hizo daño”.

Las tribus aborígenes de norteamérica evitaban tomarse fotos porque decían que “les robaban el alma” y las fotos han sido muy usadas por los santeros y aficionados a la macumba y magia negra para hacer sus “trabajos” en contra de alguna persona.

Curiosamente, las fotos de familia sirven para dar una apariencia. Nos muestran a una familia unida y proyectan una irrealidad que con el paso del tiempo se convierte en una verdad indestructible. Suegras y nueras o cuñadas aborrecidas sonríen dicen “whiskey” se toman la foto y aparentan ser armónicas amigas.

Los viudos o divorciados insisten en tener las fotos de sus exparejas aduciendo que eran las mamás de sus hijos y que se ofenderían ellos si las quitasen. Las batallas subterráneas de las emociones y críticas son cubiertas por un hermoso velo de paz y armonía en el hogar.

Una familia sin fotos exhibidas es una familia sospechosamente rara y genera la suspicacia de preguntas como: “¿Qué pasado esconden? o “Seguramente son nuevos ricos y se avergüenzan de sus orígenes” y no faltará el comentario artero de: “No tienen fotos porque su familia es de narcos”.

La dinámica de las fotos familiares llegan hasta el cementerio. En el famoso panteón de la Recoleta en Buenos Aires Capital, se estila poner las fotos de los difuntos en las tumbas y es muy popular recorrerlo. Ahí de seguro encuentran a Gardel y a los artistas más connotados pero es casi seguro que encontraremos en una de esas calles la tumba de “Evita” y no es fortuito ver a dos mujeres argentinas desgreñarse frente a la tumba. Una dirá que “Evita” era una santa y la contrincante le dirá que Eva Perón era una rabalera, piruja, saqueadora de la Patria.

Querámoslo o no, las fotos de familia nos narran una historia. Borran resentimientos, exaltan afectos y le dan a las nuevas generaciones una filiación o referencia de dónde vienen sus antepasados.

Sala de espera*

Me senté en la sala como era de costumbre los sábados y domingos de esos meses de incertidumbre, aunque en esta ocasión era lunes y había llegado de la oficina, sorteando un tráfico infernal.

Siempre ocurre una sensación extraña cuando te ves confinado a esperar en una sala.

Ya no era la sala de un consultorio, ni la sala de abordar en un aeropuerto. Era la simple sala donde mi madre había vivido los últimos años. Pero da igual, son salas donde se espera una sorpresa, uun análisis de laboratorio, una consulta médica, una operación quirúrgica, una noticia o un traslado.

Puse mi laptop sobre las rodillas disponiéndome a tomar mi curso en línea. Un amigo mío se había burlado de mi porque decía: “ya estás grandecito como para volverte a poner a estudiar”. Sin embargo yo siempre he pensado diferente. Todos venimos a la vida para aprender y seguiremos aprendiendo hasta el último día de nuestra vida.

Recordé los días que de pequeño mi padre me llevaba a su consultorio. Tenía dos enormes salas de espera que generalmente estaban atiborradas de pacientes y sus familiares. Mi Padre se ufanaba de ser médico de pobres. Decía que eran muy agradecidos.

En alguna ocasión estando junto a él — en su escritorio– escuché el eco de una persona tosiendo. Ya era tarde y la consulta había terminado.

Corrí a asomarme para ver si estaba un paciente resagado, pero no, el consultorio ya estaba cerrado y la enfermera se había ya despedido. Le dije a mi padre que no había nadie. Él con mucha tranquilidad me respondió que era común tanto en los consultorios, como en los hospitales, iglesias, prisiones o conventos escuchar sonidos: “Quizás son efectos acústicos producto de las vibraciones del sonido que quedan atrapados y se reciclan… sonidos que producimos los seres humanos ante el dolor o el abandono”. Y terminó guardanado sus cosas del escritorio para luego ir apagando las luces , cerrar el consultorio y disponernos a ir a la casa.

Luego de ése viaje a la memoria, volví a la sala de espera de mi madre. Unos días antes, estando junto a su cama, ella inquirió: “¿Está alguien en la sala?” Le repuse que no. Me dijo que fuera a ver a la sala porque había visto como unas sombras de personas y escuchado un sonido como si alguien estaba en la sala. Comprobé que estábamos solos.

Seguía yo pensando con la computadora esperándome pacientemente sobre mis rodillas. Fue cuando de pronto me vino a la idea de que los seres humanos pasamos la vida sin darnos cuenta de que en realidad todos estamos en una permanente sala de espera:

Nacemos, crecemos, nos ocupamos de miles de cosas, viajamos, inventamos quehaceres, nos ponemos metas, ilusionamos a los otros, compartimos sueños y esperanzas, generamos miles de conflictos o los solucionamos, nos distraemos, nos divertimos o nos aburrimos, amamos o sufrimos, en fin; ¡Nunca nos alcanza el tiempo!

Estamos en la sala de espera.

Me puse de pie para ver si mi madre había despertado. Le puse un dvd con las bellas imágenes que ilustraban la música clásica que tanto la relajaba. Tenía un ligero temblor en una de sus extremidades. Le marqué al doctor para consultarle.

Llegó la enfermera de la noche y le pedí fuera a la farmacia por el medicamento. En eso llegaron mis amigos Arturo y Mauricio. Arturo era muy querido por mi madre y la abrazó recostándose junto a ella.

Yo observaba la escena cuando ella empezó a entrar en un extraño letargo, como si estuviese somnolienta. Empezó a respirar de forma extraña, ligeramente agitada. Le encendimos la máquina de oxigenación. Arturo la iba acompañando con sus palabras buscando estuviese tranquila. De pronto, hizo un extraño ronquido, después supe que era un estertor, exhaló.

Me quedé atónito.

No creía que se hubiese ido. Le puse mis dedos en su cuello y yo creí sentir su pulso. Pero era el pulso de mis propios nervios. Le marqué al médico. Mientras me trataban de convencer que ya no estaba. El médico me indicó que le pusiéramos un espejo frente a su rostro y nada.

Había terminado la sala de espera.

Hace ya nueve años que ella abandonó la sala de espera.

Los demás estamos hoy recordando que nadie de nosotros puede eludir la inevitable visita de una intensa luz que nos acaricie con una paz infinita y nos invite a caminar por un pasillo repleto de imágenes de nuestro tránsito por la vida y que al final del tunel hay unas siluetas difusas, como sombras que nos esperan, rodeados de luz, borrosos, pero cordiales, dispuestos a darnos la bienvenida a otra dimensión.

Otra dimensión –después de nuestra larga o corta estancia— en la sala de espera.

*2

31.08.2019.

Arde la Tierra

Un bello planeta nos fue obsequiado. Pletórico de diversidad, cubierto por oceános y continentes con los más diversos climas, plantas y especies animales.

Una esfera azul perdida en la inmensidad del universo que nos ha dado sustento y bebida por miles de años hoy la vemos devastada por la ambición humana.

Las natas de objetos de plástico flotan en los mares. Las nubes espumosas de los detergentes cubren los ríos y lagos. La tala inmoderada de árboles desertifica lo que antes fueran bosques y los contaminantes asfixian no solo a las ciudades grandes sino hasta en los más pequeños asentamientos humanos.

Hoy, arde la tierra.

Hace unos meses fue en la alta California y apenas unas semanas fue en la reserva de Xian Kan, Quintana Roo.

Hoy arde la tierra en el Amazonas.

Los voraces terratenientes desean acabar con el pulmón verde. El golpista Bolsonaro se hace el desentendido durante tres semanas.

Los aborígenes claman desesperados ante los periodistas internacionales y señalan al gobierno depredador.

Han destruido extensas zonas de bosque lluvioso, anegan de fertilizantes que se desembocan en el Amazonas y ya en el mar provocan que se incremente el sargazo.

La corriente de Humboldt lo arrastra hasta las costas de la riviera Maya.

El Rey del muro dice que no hay cambio climático y se le antoja comprar Groenlandia.

Mientras se deshielan los polos a velocidades insospechadas.

Estamos acabando con el regalo que nos obsequiaron para que fuésemos felices en el Paraíso siempre añorado.  Un grito de dolor se escucha entre carbón y cenizas.

La tierra clama que detengamos a los salvajes depredadores que por un puñado de negocios son capaces de consumir el hogar de todos nosotros. El hogar que nos da cobijo, nutre y nos ama.

Amigos intemporales

¿Se han fijado que existen cuatro tipos de amigos?

Los que llamamos amigos íntimos o del alma son aquellos amigos que son muy cercanos y a quienes les contamos todas nuestras confidencias, aventuras, sueños o realidades y contamos con ellos todo el tiempo.

Los siguientes son los amigos con los que establecemos una amistad cordial que perdura con el tiempo. La pasamos bien con ellos pero no son los amigos del día a día.

Hay otro tipo que son los amigos ocasionales. Con ellos se establece un vínculo por un tiempo determinado o por un proyecto, viaje o acontecimiento que nos acerca y pareciera que va a ser una amistad eterna pero que finalmente al terminar el evento, proyecto o actividad que nos une, se dejan de frecuentar.

Las amistades intemporales son esos vínculos permanentes que permanecen a través del tiempo y que aunque no nos hayamos visto en muchos años, en cuanto se reanuda el contacto se aviva la amistad como si nos hubiésemos visto el día anterior.

A esos les llamo los amigos intemporales. Pueden estar en otro continente, en otra ciudad, en otro tipo de actividades pero siempre, siempre, que los vuelves a encontrar o contactar se siente la ligazón afectiva de forma muy sólida y fuerte.

Humanamente, uno no puede cultivar a todos los amigos que va uno teniendo en la vida pero sí podemos reforzar muchos de esos buenos amigos con ciertos detalles que contribuyen a mantener viva la llama del cariño.

¿Cuáles son esos detalles?

  1. Una llamada telefónica de vez en cuando.
  2. Tener una agenda-calendario para felicitarles en sus cumpleaños o en laas fiestas (facebook es muy útil)
  3. Mandarles una postal cuando viajes. Es muy agradable sorpresa.
  4. Establecer un día al año para celebrar la amistad fuera de los días de compromisos.
  5. Escribir una carta y mandarla por el correo convencional –es una práctica milenaria–, pero que deja huella para toda la vida.

Seguramente se te pueden ocurrir muchas ideas más para mantener la relación amistosa, pero a los amigos intemporales házles saber que:

“No importa la distancia, el tiempo o el lugar, amigo querido, recuerda que me dejaste imborrable huella y cuando quieras, puedas o necesites, ya sabes que estaré cerca de ti”.

Desamor

Hay millones de escritos y conversaciones sobre el amor, el enamoramiento, cariño y hasta de los flechazos amorosos (amor a primera vista).

Poco se analiza el desamor.

Y si bien hay muchas probabilidades que un enamoramiento pueda perdurar toda la vida, también hay muchas posibilidades de experimentar el desamor.

Para que se de el desamor evidentemente se debió haber ya vivido un episodio amoroso previo. El grado de enamoramiento será el indicador más exacto de la dificultad con la que habrá de desenamorarse.

El desamor es un proceso paulatino –en ocasiones doloroso–, en que una pareja va perdiendo el entusiasmo por la otra persona. No es un rompimiento brusco ni instantáneo. El desamor es un proceso que deja múltiples cicatrices que no cierran, que quedan abiertas y vivas, que lastiman o incomodan a la persona.

Como mencionamos el desamor existe en la medida que le anteceda el amor. Pero es importante comprender que el origen del amor se inicia con el deseo.

Todos estos procesos emocionales atraviesan por fases o etapas. Las etapas son las siguientes:

  1. Curiosidad por conocer a la persona. (emoción)
  2. Atracción (hay algo que despierta tu interés en el otro) “Las mariposas en el estómago”.
  3. Encuentro
  4. Deseo (quieres estar con esa persona. Entre más tiempo es mejor) “Apetito amoroso”
  5. Posesión del objeto amoroso (te ha conquistado o le has conquistado, ya es tuya o tuyo en cierta forma metafórica) También podemos llamarle enamoramiento.
  6. Amor pleno. Hay una compenetración de los dos seres, el deseo se mantiene, el asombro y la curiosidad de irse conociendo cada día más, la afinidad de gustos es fundamental, la sensación de querer estar cada día más con la persona amada y la felicidad que acompaña a todo el proceso amoroso.
  7. Rutina amorosa (se inicia un declive del deseo, se vuelve costumbre la persona pero se empiezan a generar aspectos críticos a la relación)
  8. Periodo de duda (es la oportunidad de reinventarse y despertar nuevamente el deseo y reforzar al amor)
  9. La alternativa: Renace el amor o se entra en la fase de decepción amorosa.

A partir de la decepción amorosa los individuos empezamos a alejarnos del ser amado. Es el punto de quiebre donde comienza el desamor.

Como su palabra lo indica, el desamor es un proceso inverso donde se empieza a ver todos los defectos del objeto amoroso. Se le critica cada frase y acción, se le ve a la persona sin deseo y se ha perdido totalmente el apetito.

Entre menos estés con tu pareja, te sientes más feliz y en cambio, si su compañía no puedes evitarla permaneces en una situación de estrés.

El desamor es algo natural que se puede experimentar cuando las expectativas de una relación amorosa o la evolución de cada uno de los participantes empieza a buscar rumbos diferentes.

Es un duelo, una pérdida de gran significación que habrá de producir altos grados de estresores negativos.

Algunas personas sentirán angustia, depresión y dolor por el duelo de ésta pérdida paulatina. Otros preferirán la indiferencia.

Habrá otras personas que huirán del afrontamiento al duelo y comenzarán a buscar nuevas relaciones amorosas basados quizás en el autoengaño y que lo verbalizan con la frase “Un clavo saca a otro clavo”. Sin embargo, es un autoengaño. Porque el duelo del desamor deberá tener un determinado periodo para lograr sanar las heridas. Cerrar las cicatrices y entonces sí, renacer en el sentido amoroso.

Quién pierde un amor y dice que encontró a la nueva pareja de súbito, se miente a sí mismo.

Los duelos por desamor pueden llevarnos años e inclusive el resto de nuestros días.

El desamor debe entenderse y trabajarse. No buscando establecer nuevas relaciones

sino que antes debemos recuperar nuestra propia capacidad de amarnos nuevamente a nosotros mismos. Ya que nadie nos dijo que cuando amas, entregas parte de ti para que el otro lo posea.

Eso es la clave del desamor: Recuperar lo que regalaste al otro ser y que te has quedado sin ello. Si logras amarte nuevamente a ti mismo, estarás en plenitud de poder construir un nuevo amor de lo contrario te conviertes en una especie de huérfano de amor.

Mascotas

Así como los seres humanos en la antigüedad lograron domesticar a ciertas especies de plantas que hoy en día son fuente de la alimentación mundial como el maíz, jitomate, calabaza, chile, frijoles, cacahuate, etc. también lograron domesticar a ciertos animales como es el perro, gato, aves de corral, caballos, vacas, borregos, etc.

Domesticar viene de la palabra latina “Domus” que significa techo, hogar, habitáculo humano. El acto de domesticar es precisamente integrar a esos animales o plantas al habitat humano. Hacerlos de casa.

Las mascotas generalmente son los animales domesticados que incluimos en nuestro hogar y forman importante papel en la familia misma. Los niños desarrollan mayores capacidades afectivas cuando tienen una mascota y logran un apego con el animal. Mejoran sus relaciones sociales tanto con los otros niños como con los adultos y disfrutan del cuidado, la alimentación y tienden lazos afectivos muy fuertes con su animal.

No es nuevo tener mascotas. Ya en Pompeya se encuentran cerámicas que indican que en esos hogares había perros, y en las civilizaciones mesoamericanas tenemos infinidad de testimonios de los perros pelones que fueron ampliamente domesticados y adaptados en la convivencia hogareña de aztecas, totonacos, tarascos, colimenses, etc.

Nuestros recuerdos de infancia se tornan más gratos cuando empezamos a rememorar a las mascotas con las que tuvimos la dicha de convivir, amar, cuidar y que de ellas recibimos altas dósis de ternura.

Mi fobia personal hacia los perros la fui superando gradualmente teniendo un perro en casa y logrando que fuese mi mascota. Yo tuve el arca de Noé en materia de mascotas. Perros, gatos, pericos, papagayos, peces, ratitas blancas, hamsters, tortugas, pollitos, gallinas, gallos, patos, conejos, renacuajos, ranas y hasta un venado.

Las mascotas son parte esencial para inculcarnos responsabilidades y los padres deben aprovechar la oportunidad para no solo cumplir el capricho de sus hijos sino inducirlos a que si van a tener una mascota deben responsabilizarse de sus cuidados, de la higiene, alimentación, salud y el buen trato.

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Muchos animales son abandonados después de las fiestas decembrinas porque llevaron las mascotas sin ningún control ni compromiso y cuando les fastidia la rutina del aseo y alimentación se les hace fácil echarlos a la calle.

Una mascota que logra el apego emocional con su amo sufre mucho cuando éste se ausenta. Al igual que los bebés, los animalitos no tienen nociones del tiempo y dessconocen el hecho de que su amo retornará. Ellos sienten inmediatamente un abandono y entre más apegados estén más será su infelicidad al ver partir a su propietario.

También son momentos de duelo de inmensa tristeza cuando uno de nuestros animalitos se muere.

Nunca olvidaré el episodio cuando tenía diez años y jugábamos varios de mis amigos en un lote baldío junto a mi casa. De pronto, el vecino, un hombre ya maduro, detuvo su auto,  bajó el vidrio y me hizo señas para que me acercara. Su rostro sádico se  enrojeció cuando me dijo: “¿Ya buscaste a tu gatito? ¡Búscalo! Porque ya nunca más me va a molestar con sus maullidos.”

Me le quedé mirándole fijamente y le dije más o menos: “Ojalá que a usted nunca lo vayan a tratar como ud. maltrata a los animales”.

Encontramos a mi gatito Beethoven “Beto” en un montón de cascajo junto a su casa. Lo había matado a balazos. Nunca conté el episodio en mi casa porque mi padre hubiera ido a reclamarle y de seguro el pleito escalaría. Lo enterramos y le lloramos los niños que ´presenciamos el episodio.

Ya en varias ocasiones lo habíamos visto poner una escalera en los árboles para tirar polluelos de sus nidos y también había balaceado a un perro callejero –con tan mal tino–, que el pobre animal recibió la bala en la cadera sin morir y aullaba con inmenso dolor, retorciéndose, dando de vueltas en el asfalto.

Mis compañeros de pandilla le gritamos en coro: ¡Asesino!

Pasaron muchos años y un día nos enteramos del fatal desenlace de ése hombre. Se había comprado un caballo y lo tenía en un club hípico cercano a donde vivíamos. Murió en una de las barrancas del bosque junto al Panteón de Dolores. Tres días su cuerpo inerte permaneció abandonado en el lodo. Su propio caballo lo tiro y lo mató a patadas.

Como vemos, las mascotas son parte de nuestras vidas afectivas y son un regalo de amor, ternura y lealtad. Debemos procurarles todas las atenciones y debemos compartir con otros la importancia de ser responsables en tenerlas.

Una mascota es un leal amigo que lo único que busca es hacerte más feliz.

Pensar… un viaje maravilloso