El peso de las horas

El tiempo lo medimos usualmente en horas o en sus respectivas fracciones.

Medir el tiempo es un invento humano basado esencialmente en los ciclos del sol, la rotación de la tierra y su traslación.

Lo aprendimos desde la escuela de párvulos.

Nos fascinó ver los relojes de arena, los relojes de sol en los edificios coloniales y siempre asociamos agradables momentos con los relojes que a lo largo de la vida nos obsequiaron o compramos.

Las horas sin embargo transcurren en nuestra percepción mental de distinta forma.

Cuando deseamos estar presentes en un evento, cita o reunión que nos habrá de causar placer o agrado, las horas se nos hacen largas. También cuando esperamos una noticia como puede ser el resultado de una operación quirúrgica de un ser amado, la cita en la sala de espera con el doctor o la llamada telefónica ansiada y acariciada por largo tiempo.

Antes de la revolución digital era fascinante esperar recibir la correspondencia de alguien y ansiábamos la hora en que nuestra carta llegara a su destino y recibiéramos una respuesta de regreso.  También eran largas las horas en las clases aburridas y esperar el recreo o la salida de la escuela. En cambio, se nos hace muy corto el paso de las horas en aquellas fiestas, pasatiempos, viajes que disfrutamos o las vacaciones anheladas.

Si uno despierta a eso de las 3 de la madrugada y ya no se puede recuperar el sueño, las horas se convierten en una verdadera tortura esperando la hora en que debemos normalmente levantarnos. El insomnio nos muestra en plenitud el peso de las horas.

La alegría, el amor, las celebraciones nos aligeran el peso de las horas y se nos escapan como líquido en nuestras palmas de la mano.

De ahí vamos descubriendo que todo lo hermoso de la vida está directamente vinculado con la fugacidad de las horas, su ligereza, en cambio, lo tedioso, negativo, triste de nuestra existencia hace un efecto contrario: Se hace más pesado transitar por las horas y el sufrimiento se vuelve interminable.

Los relojes de pared o los relojes con campanas en una cómoda o mueble siempre encierran un misterio o recuerdan algún lugar de los episodios de nuestra vida. Lo mismo resultan las horas asociadas a un campanario o carrillón como puede ser el de catedral o el Big Ben de Inglaterra.  Había un viejo reloj japonés en la calle de Bucareli en el centro de la ciudad de México, justo frente a la secretaría de gobernación y en cada ciudad que hemos habitado siempre habrá un referente de algún reloj que nos marca el paso de las horas con un sonido y reverbera en el lugar.

Un día conocí a un señor que tenía en su despacho un reloj de pared. El personaje de por sí era siniestro. Recordaba la descripción que Charles Dickens hace del tío avaro, el famoso “Uncle Scrooge”.  Este personaje era miserable, tacaño, de rostro macilento , enjuto de carnes. Para todo tecleaba en una máquina de escribir antigua. Una Smith Corona negra. Ya fuera para felicitar o regañar a sus hijos, siempre les escribía “memorándums”. A su esposa le daba el gasto acompañado de un recibo que debía firmar. No se diga de los encargos que hacía a sus empleados. Todo por escrito.

Afortunadamente mi trato con él fue ocasional. Un día en que lo encontré de mejor humor me atreví a preguntarle la razón por la que en la carátula de su viejo reloj de pared tenía “garrapateadas” palabras manuscritas con tinta negra, de difícil lectura y junto a ellas también escritas estaban unas horas con un tamaño minúsculo de letra (mi amigo Ted decía de las letras pequeñas eran “mouse print” o sea, tipografía ratonera).

El hombre cambió de semblante cuando le hice la pregunta, mostró cierto entusiasmo de su normalmente abúlico rostro y me dijo:

“Marco la hora, fecha y nombre del día en que cada uno de mis parientes ha ido falleciendo”.

–Me imagino–, le respondí, –que son momentos en que sintió el peso de las horas.

–¡No!–, me respondió:   “Al contrario, me quitaban un peso de encima. Ya no tendría que darles su mesada, cobrarles el dinero que les había prestado y me aligeraba el saber que ya no tendría ningún compromiso económico o social con tal o cual pariente”.

 

Desconozco si ya falleció el mencionado avaro y si su reloj fue a terminar con un anticuario, lo que de seguro incluía el karma del personaje.

 

Lo único que me dejó claro es que las horas siempre tienen un peso, ya sea para bien o para mal.