Felicidad

Todos hablamos y pensamos en la felicidad.

Cuando iniciamos un año nos dedicamos a desear a todos “Un feliz año”. Lo mismo cuando son fiestas como: “Feliz Navidad, “Feliz Janucá”, “Feliz día de la Madre” o Feliz día de la amistad.

Tratamos de evitar a aquellas personas que todo el tiempo se quejan de ser infelices y detestamos a esas personas que buscan hacer infelices a los otros.

En nuestras sociedades post-industriales se ha dado la asociación del consumismo como sinónimo de felicidad. Poseer bienes, objetos, propiedades son frecuentemente confundidos con la felicidad. Y el no poseerlos automáticamente hace que las personas se sientan frustradas, resentidas, amargadas, es decir, en una sola palabra: se sienten infelices.

Pocas personas aquilatamos la felicidad como sinónimo de gozar de la salud, de tener a quien amar y de significar algo para alguien. Eso lo damos como parte de la gratuidad e nuestra existencia y no es así.

Es muy común encontrar que el concepto de felicidad se perciba como una zanahoria que se nos ofrece y que solo se alcanzará como premio al final de un trayecto. De hecho, ciertas religiones ofrecen la felicidad al término de la vida presente y mientras llegamos al final de ése camino debemos estar dispuestos a sufrir y cargar como castigo todas las desdichas posibles. Eso es enfermizo.

Si una persona no es feliz o se siente no ser feliz debemos recomendarle que vaya con un terapeuta para que le ayude a descubrir las causas de su infelicidad. Uno debe trabajar ése aspecto que está perturbando nuestro equilibrio emocional. Hay personas que prefieren ser infelices en compañía de una pareja que le agrede, lástima y humilla todo el tiempo con tal de no estar solos.

O bien en el empleo, se soportan situaciones opresoras con tal de mantener el trabajo aún cuando se pudieran tener muchas formas mejores de allegarse los recursos financieros pero alejados del sufrimiento y del mal trato.

Lo primero que debemos hacer es preguntarnos: ¿Soy feliz? Y si la respuesta es dudosa o negativa, entonces preguntarnos: ¿Qué me falta para poder ser feliz? Si es cuestión de poseer cosas o personas, la respuesta será que tienes que reprogramarte ya sea por ti mismo o con la ayuda de un terapeuta o asesor espiritual.

Si descubrimos que no nos hace falta nada de lo básico (salud, alimentación, techo y ropa) entonces vamos bien en el camino de descubrir que somos felices. Luego pasamos al siguiente nivel: Si tenemos el cariño de alguien, si amamos a alguien, si tenemos buenos amigos, habremos subido un escalón más para comprobar que somos felices. Si en lo que nos ocupamos nos resulta gratificante, sea trabajo, estudio, lectura, escritura, expresión artística, etc. hemos subido un peldaño más.

Si sabemos dar a los demás, si servimos a nuestros congéneres o a la comunidad, si hacemos algún tipo de altruismo estaremos más que ascendiendo en la escalera de los satisfactores humanos. Si somos capaces de darle sentido a nuestra existencia y ver que nuestra vida nos resulta útil para nosotros mismos, ser apreciados por los que amamos y nos rodean, entonces habremos descubierto que realmente somos felices. Tendremos el estado de ánimo equilibrado para gozar de nuestra propia felicidad.

Siempre debemos recordar que así como respirar, el poder movernos y usar nuestros sentidos es muy importante que lo apreciemos y sepamos que somos felices las 24 horas de cada día de nuestra existencia, que tenemos la riqueza innagotable de la vida porque hemos descubierto que:

“La felicidad debe ser un estado de ánimo permanente”.