Soledad

Pocas veces nos detenemos a pensar sobre la soledad y en la importancia que tiene en nuestras vidas.

Para empezar, nacimos solos.
El remanso de nueve meses en el que estuvimos albergados en la matriz de una mujer, navegamos en la soledad en un espacio rodeado de líquido amniótico. Flotábamos como se suspenden in gravedad los astronautas en el espacio y teníamos un cordón por donde nos alimentaban.
 
Esos nueve meses (en algunos casos siete meses) nos sirvieron para irnos integrando como seres humanos. Al ser expulsados del paraíso y ser recibidos por otras personas –desconocidas en ése momento—, resultó ser una experiencia impactante. Algo similar como si fuésemos un extra terrestre que por primera vez llega al planeta tierra.
Ese momento inicial de «shock» nos cambia la perspectiva de vida. Nos habían quitado del aislamiento y ellos empezaban a tener contacto físico y auditivo con nosotros. Nos forzaron a respirar, a llorar y a emitir sonidos como un incipiente intento de comunicarnos.
Tuvimos que empezar a socializar. Fabricamos el concepto de depender de una madre a quien le dimos respuestas por sus actos de ternura, por sus caricias y porque era la única posibilidad que inicialmente teníamos para alimentarnos.
En ése proceso de socializar, de contactar con los otros, vamos en cierta forma olvidando que la soledad es nuestro estado emocional básico.
Los primeros meses de transición aún tenemos muchos momentos de soledad en nuestras cunas. Nos dejan dormir por horas y sólo el hambre nos impulsa a despertarnos y pedir alimento o bien para ser atendidos en nuestro aseo diario y cobijo.
Cuando ya hemos aprendido a interactuar y logramos dominar las artes de fascinar a los adultos, aprendemos a manipular sus sentimientos causándoles gracia, ternura, amor y una amplia simpatía que nos alimenta a nuestro ego. Aprendemos a lograr lo que queremos a través de sonrisas, caricias o berrinches y llanto.
Sin embargo, buscamos momentos para sumergirnos en soledad y exploramos, descubrimos cosas, jugamos, nos “entretenemos” según dicen los adultos.
La soledad entonces será generalmente un estado esporádico y que muchos de nosotros llegaremos a sentir que nos incomoda.
Quizás esa sea la razón por lo que las festividades de invierno, en estos meses de frío busquemos generar eventos para celebrar y unirnos a parientes y amigos, gozar de posadas, cenas, convivios que amortigüen nuestra potencial soledad por ser días atípicos y feriados.
Dependiendo de nuestro carácter y personalidad habremos de ser adictos o reactivos a tener periodos donde estemos solos. Lo que es innegable es que a medida en que nos acerquemos a la vejez comenzará una transición hacia la soledad nuevamente. Ya sea por la pérdida de la pareja o la viudez, el nido vacío cuando los hijos se van, etc. Es como si nos fueran preparando para asimilar el momento final de nuestra partida.
Los viejos empiezan a estorbar a las nuevas generaciones. Su movilidad, cansancio o dificultad para seguir el ritmo de los jóvenes se va convirtiendo un motivo de abandono. Por otra parte, a medida que avanza la ancianidad, las personas dormitan en el día y con facilidad se quedan largos periodos durmiendo. Algo semejante a cuando de bebés dormían muchas horas en sus cunas o en los brazos de mamá.
 
Es silenciosamente un periodo de transición hacia la muerte.
 
Se cierra el círculo y empezamos a descubrir que estamos solos, que siempre hemos sido individuos, que la comunidad es accidental, que la familia es un constructo que aparentemente atesoramos pero que en realidad es un núcleo de soledades compartidas.
 
Al término de nuestras vidas cobramos conciencia de que la soledad era el estado básico con la que iniciamos el vital viaje y que partiremos invariablemente, ése será el momento cuando recobraremos el verdadero sentido de lo que es la soledad.
1 y 2 son fotos de internet
3  Juan Okie

Romper la rutina

Uno de los aspectos más dañinos para nuestra plasticidad neuronal es la rutina.

La mayoría de los seres humanos solemos habituarnos a seguir los mismos patrones o hábitos de conducta día con día. En la medida en que creamos esas rutinas caemos en un proceso de deterioro de nuestra plasticidad neuronal.

Las neuronas son las células más sustentables de nuestro organismo y eso se debe a que consumen un alto porcentaje de nuestra energía (se calcula que es más del 60%).

Para economizar la enorme demanda, existen las llamadas “neuronas asesinas” cuya función básica es eliminar a las neuronas inservibles. Es decir, que si dejas de hacer ciertas cosas por tu vida rutinaria, las áreas especializadas desaprovechadas van a ser eliminadas. Con ello se elimina la plasticidad neuronal de esas actividades y finalmente vamos perdiendo nuestras capacidades.

Por ejemplo, no escuchas música, el área dedicada a las conexiones musicales se va deteriorando. Dejas de bailar y te vuelves torpe. No practicas los idiomas que estudiaste de adolescente terminarás perdiendo esa conectividad, si usas una pobreza de lenguaje, tu vocabulario se acorta, o si dejas de sumar, restar, multiplicar con la cabeza y para todo recurres a la calculadora tu capacidad matemática se desvanecerá, etc.

Si todos tus días son iguales, vas matando a tus neuronas y terminarás con un encéfalo muy limitado, conservador, temeroso de cambiar los hábitos y te acercarás más rápido a la demencia senil.

La edad no debe ser limitante para tu creatividad y por olvidar el estímulo del apetito por adquirir conocimientos y gozar de la vida.

Se dice que existen dos tipos de personas: las que tienen el síndrome de la rutina y gustan de ella y los otros que tienen síndrome del explorador.

El síndrome de la rutina es el de la típica persona que escuchamos decir: “A mi me gusta mi coca-cola en la comida y tomo siempre sopa seca, sopa aguada y mi infaltable plato fuerte o es pollito o es bistec”. Son los que el mismo fin de semana se repite las 52 semanas o sus lugares de consumo, los días que van al mercado y en donde compran sus cosas siempre son los mismos. Te argumentan “¿Para qué me arriesgo a cambiar? Así soy y así me gusta”, Y claro, así nos gustará viéndolos sentados en su sillón con más de cuarenta años, acompañados con la frazada de siempre y la mente divagando por alguna nube porque ya no recuerdan nada ni hacen nada al final de sus vidas.

Por el contrario los que tienen síndrome de explorador, ahora estudian, ahora leen, toman clase de danza a pesar de que les dicen viejos, tienen fines de semana diferentes y se atreven a siempre estar innovando. Son exploradores natos y te dirán: “Encontré un nuevo lugar para comer, decidimos que éste fin de semana fuera para pueblear, ahora las fiestas las vamos a pasar en otro lugar, etc.” Siempre están descubriendo y aprendiendo algo nuevo.

Existen estudios científicos que demuestran que los que tienen síndorme del explorador, viven más años con mejor calidad de vida. Generalmente son personas que cambian sus rutinas de 5 a 7 años (eso explica la cinematográfica creencia de la comezón del séptimo año).

No forzosamente cambian de empleo, pareja o de quehaceres, pero añaden nuevas ocupaciones a las existentes o se reinventan en todo. Redecoran sus casas, cambian de auto o medio de transporte, tienen nuevos “hobbies”, generan nuevos círculos de amigos, etc.

Hay una historia que lo ejemplifica:

Cuando una persona anunció que iba a estudiar una Maestría, su amigo cercano le dijo: “¿Para qué vas a estudiar? Ya no estás en edad. Además tu has dado muchos años clases, ni modo que vayas a aprender algo nuevo”.

Su respuesta fue sencilla: “Estudiaré para aprender a ser humilde. Seré alumno y haré tareas, estudiaré para los exámenes, tendré que aceptar mi propia ignorancia y admiraré a mis nuevos maestros”. Y le terminó diciendo: Recuerdo la frase que decía mi abuela: “Siempre es más duro ser rico y volverse pobre, que ser pobre y volverse rico”.

El incrédulo amigo se rió.

Después de dos años, se volvieron a reunir. Uno con su Maestría se sentía revitalizado y el otro amigo había envejecido a una velocidad insospechada. A pesar de ser más joven desgraciadamente el amigo rutinario murió al poco tiempo. Y el amigo estudioso –con síndrome de explorador—vivió muchos años más.

Por eso siempre debemos tener presente:

Las rutinas matan a las neuronas en cambio eE apetito por explorar, cambiar y aprender –todos los días–, te fortalece.

Tres edades

Los humanos siempre hemos estado obsesionados por medir el tiempo. El tiempo lo vinculamos primeramente con la alternancia del día y de la noche. A partir de ello contabilizamos nuestras vidas.
En el campo fisiológico hemos llegado a dividir los períodos de desarrollo en: lactante o bebé, infante, niño, pre- adolescente, adolescente, joven, adulto y finalmente adulto de la tercera edad.
Pocas veces nos detenemos a pensar en las edades o etapas psicológicas o mentales que realmente tenemos. De algo estamos seguros, de que cuando vemos ciertas reacciones en los adultos, inmediatamente decimos que es “tan caprichoso como si fuera un niño”.
Las emociones gobiernan en un altísimo porcentaje nuestro comportamiento. De ahí que nuestro organismo responda con infinidad de “ocurrencias” afectivas. Estos arrebatos son continuos provocadores de conflictos en nuestras vidas.

Es a través del aprendizaje o de nuestra evolución psicológica como vamos adquiriendo la habilidad de frenar esos instintos o berrinches emocionales, ya sea que los modificamos, les suavizamos, los logramos someter por completo o los alternamos y se nos acusa de ser cambiantes o impredecibles.
La realidad es que tenemos tres edades de maduración cerebral.

La primera –llamésmosle edad—es donde se manifiesta la personalidad que recibimos genéticamente de nuestros padres. Es la que genéticamente está condicionada por nuestra herencia. La empezamos a manifestar desde que somos bebés y se va convirtiendo en un juego emocional donde los adultos califican a la criatura como tranquilo, caprichoso, berrinchudo, de mal carácter, etc. Es el juego de la vida donde el individuo solo quiere comer, dormir y llamar la atención para recibir afecto o cariño por parte de los adultos. Es un ente que vive de buscar satisfactores. Son las funciones intelectuales básicas, el temperamento y el sexo lo que nos define en esa etapa.
Se caracteriza uno por ser vulnerable, estamos propensos a los miedos, tenemos pesadillas y afectividad negativa: Nos enojamos de súbito, rechazamos a las personas que no nos complacen lo que deseamos y nos atraen solo ciertas cosas.

La segunda edad viene a ser cuando aprendemos a socializarnos y adquirimos la manifestación clara de nuestro carácter. Adquirimos un conjunto de hábitos tanto emocionales o afectivos, como operativos para desenvolvernos en la familia, escuela o sociedad y desarrollamos nuestras capacidades cognitivas.
Nuestra naturaleza se manifiesta a través de la estabilidad y nuestros miedos en lo general son aprendidos por el entorno. Miedo a la inseguridad, miedo a no tener las cosas materiales que pensamos son necesarias y miedo a lo que socialmente nos inducen. Un claro ejemplo de esto es el de tantas personas que hablan de inseguridad aunque nunca la han padecido pero que lo escucharon en la radio, en la tv, en los memes y redes sociales o en conversaciones de amigos. Por un lado somos estables afectivamente pero vulnerables por inducción de otros. Podemos decir que en esta etapa somos más bien lo que los otros quieren que nosotros seamos y eso lo hacemos por “acomodarnos” y por sentirnos socialmente aceptados o asimilados.
Podríamos decir que es la etapa donde consolidamos nuestro carácter el cual lo domamos para poder apoyarnos en los otros, ya sea la pareja, la familia, los amigos o consejeros. Estamos en una etapa donde el “que dirán” y el “buscar consejo” nos resultan dos variables que norman nuestro comportamiento. Generalmente es la etapa en donde se busca una pareja estable y quizás el matrimonio.

Finalmente la tercera edad o etapa es la que elegimos por voluntad propia y es el resultado de nuestra madurez. Es la forma como nos conectamos con los otros y deseamos que los otros así nos perciban. Es el “fuera máscaras” y yo soy como soy. Si me quieren así, que me acepten y si no que se vayan de mi vida. Son frecuentes los rompimientos emocionales, los divorcios o la apatía y desagrado por nuestra propia pareja. Pero otros consolidan de por vida su relación afectiva y como dice el cuento “vivirán felices para siempre”.

Es la etapa en donde tenemos definido nuestro proyecto de vida, definimos nuestros valores, optamos por nuestros gustos propios y consolidamos nuestros procesos para enfrentar dificultades. Podemos decir que es la etapa en que maduramos nuestro temperamento y la afectividad para dar un perfil claro de nuestro carácter.
Al tener nuestro carácter definido somos propensos a eliminar la afectividad negativa que encontramos en los otros, nos volvemos muy firmes en nuestras decisiones pero también somos frágiles ante las depresiones puesto que ya no descansamos en los otros para resolver nuestros propios conflictos.

Si todo fuera así de esquemático, no seríamos individuos. Muchos habremos de tener regresiones y pasaremos indistintamente de una edad de inmadurez y egocentrismo a otra de madurez con carácter, etc. Estas fluctuaciones o regresiones son en su mayoría, comunes a nosotros. Así veremos a personas que llegan a la etapa senil y se vuelven tan demandantes como un caprichoso bebé o bien otros ancianos que tienen un carácter intolerable con profundos cuadros de depresión.

La única forma de mejorarnos en nuestro desempeño afectivo es la auto-consciencia, es el desarrollar la capacidad de analizarnos y con objetividad criticarnos a nosotros mismos. Es muy difícil pero necesario si es que deseamos concluir nuestras vidas con respeto, dignidad hacia nosotros y hacia los demás con los que hemos decidido compartir nuestra existencia.

¿Cuál es tu edad?

imagen internet: Rostbif

Gratitud

Existe una feliz coincidencia entre las religiones y las culturas que a pesar de ser tan diferentes tan diferentes en todo el planeta, las unifica: Es precisamente el concepto de gratitud.

Para los protestantes y ortodoxos el “Día de acción de gracias” reviste una importancia relevante en sus festejos.

La gratitud en las religiones Hebrea, Islámica, Shintoísta, Budista y Católica también son fundamentales.

La gratitud en los países orientales se expresa adicionalmente al lenguaje verbal, a través de gesticulaciones o lenguaje corporal. Es muy importante observar las pequeñas reverencias que los orientales hacen para agradecer algo.

En el seno de todos los hogares se inculca a los niños pequeños que deben saber dar las gracias. Son de las primeras palabras que nos piden que aprendamos: “¡Ándale, da las gracias! Y el infaltable: “¿Cómo se dice? ¡Gracias!”.

La etimología latina viene de “gratus” que significa agradable.

Y es que el sentimiento de gratitud normalmente lo expresamos hacia aquellas personas que han tenido un detalle, acción o gesto amable o agradable hacia nosotros.

También es común que vayamos olvidando dar las gracias a quienes nos sirven con pequeñas acciones como sería el tendero, mesera o el encargado del estacionamiento.

Me divierto mucho cuando dejo mi auto en un estacionamiento o valet parking y el empleado, acostumbrado a los malos tratos de los usuarios y a la prepotencia de los que se asumen más ricos o poderosos y me dicen:

–¿Algo de valor que desee manifestar?

Y observo su cara de sorpresa cuando les digo:

–¡Sí!

Hago una ligera pausa y continuo la frase: “Usted, ud. es valioso, porque ud. es un ser humano que cuidará de mi auto, lo demás son cosas materiales”.

Invariablemente, siempre sonríen y por lo tanto, cuidan mejor mi automóvil.

El otro día nos reunimos los ex compañeros de la licenciatura y en el convivio nos acompañó uno de nuestros maestros icónicos: Francisco “Paco” Prieto.

Resultó muy agradable ver la alegría con la que fue recibido el maestro y las muestras de afecto que le prodigamos. En verdad hay profesores y maestras que en nuestras vidas dejaron un sentimiento de gratitud por lo mucho que nos enseñaron, guiaron, toleraron y hasta cómo nos divirtieron.

Pero también lo hermoso es agradecer a los compañeros de banca que fueron compañía de nuestros años escolares, de nuestros sueños y de nuestros angustiosos exámenes.

Existen estudios de las neurociencias que han demostrado que a través de la gratitud se aumenta nuestra sensación de bienestar y que ésta sensación es recíproca, es decir el bienestr lo siente quien expresa su gratitud como quien lo recibe.

La gratitud contribuye al manejo del estrés, es últil cuando se atraviesa un periodo de depresión o de ansiedad, curiosamente favorece la calidad del sueño y nos ayuda a mejorar nuestras relaciones sociales al impactar positivamente nuestras vidas y al mostrar nuestro reconocimiento hacia los otros. En pocas palabras: Mostrar nuestra gratitud es parte del fortalecimiento de nuestra humildad y autoestima, nos inspira a seguir siendo generosos y creamos un ambiente de amabilidad tanto en el hogar, como oficina o en nuestras interacciones en la vía pública.

Una práctica sana es hacer una lista de las personas que uno debe especial agradecimiento. Hacer un recorrido mental por todas las etapas vividas y enumerar a las personas que tuvieron ese gesto amable, esa acción memorable, ese acompañamiento que ha sido indispensable para nuestra existencia.

Conforme uno la va escribiendo va creciendo hasta parecer interminable y al final de ella no debemos de dejar de poner una línea más que diga: “Gracias a otros”.

Sí,  a los otros que –a pesar de no tenerlos presentes en este momento—, contribuyeron a hacernos más grata nuestra existencia.