Visitar a un Ángel

En muchas de las recámaras de los niños católicos colocaban una imagen de un ángel que va protegiendo a unos pequeños para cruzar un puente colgante desvencijado. Hay miles de esculturas, ilustraciones y esculturas con el mismo tema de los ángeles protectores.

Para muchos, los ángeles existen y para otros no. Sin embargo, yo he tenido la oportunidad de haber contado con la protección de 3 ángeles en mi infancia y posteriormente otros en mi juventud.

La semana que termina he tenido el privilegio de re-encontrarme con dos de mis ángeles de infancia. Una de ellas celebraba su cumpleaños 85 y me honró con invitarme a su fiesta de cumpleaños. Ella es Cármen Arias del Castillo y de quien escribiré en otra ocasión.

Acontece que en una cálida fiesta para celebrarle departimos y donde coincidentalmente su hija Mónica celebraba también su cumpleaños. Hacía mucho tiempo que no iba por ése rumbo que fue donde pasé los días felices de la infancia. De pronto, Mónica me presentó con dos amigas que resultaron ser Marisela y Mariu Vélez, amigas de la infancia e integrantes de la pandilla de niños con los que convivimos esos memorables años.

En el recuento de las anécdotas surgió el nombre de otro de mis ángeles: Meche López. Les dije que yo quería ir a visitarla porque deseaba darle las gracias por su maravillosa presencia en mi vida. Quedamos de ir el pasado miércoles a su casa que está a un par de cuadras de donde celebrábamos. Hicimos la cita y fuimos.

Postrada en su cama, cubierta por un cobertor pero con una extraordinaria lucidez nos recibió. Le dio mucho gusto ver a las tres ex-niñas que me acompañaban y de pronto me identificó con mucho cariño. Nos abrazamos con ternura.

–¡Qué gusto de verlos!—nos dijo con su trémula voz– Me apena recibirlos en estas condiciones pero llevo un año mal desde que me operaron un tumor y ahora me detectaron otro por lo con ésta es la enfermedad terminal y a mis 90 años ya no tengo fuerzas para nada.

Me miró con sus inquietos ojos, sonrió y me dijo que siempre se acordaba de nosotros.

Yo le dije que por muchos años había estado deseando éste encuentro y que necesitaba darle las gracias por haberme apoyado tanto cuando yo era niño.

Rememoramos la historia:

Unas vacaciones de mayo, cuando tendría yo diez años, estábamos aburridos un grupo de amigos en la sala de la casa sin saber en qué entretenernos. La colonia residencial donde vivíamos era una especie de insula bordeada de barrancas boscosas y cuyo único acceso era una peligrosa carretera de alta velocidad.

Curioseando en el librero descubrí una publicación que decía “Cómo hacer mejores películas” y que además de tratar los básicos ejemplificaba varios trucos que se podían hacer en cine casero. Salté del sofá, fui al closet de mis padres y por fortuna además de la cámara de cine había un par de películas vírgenes.

Organicé a los amigos y produjimos nuestra primer película.Una vez revelada, una tarde, anuncié con bombo y platillo su estreno en la sala de mi casa.

Nos juntamos cerca de los 60 niños que formaríamos la futura pandilla de Bezares. Después de la función, el piso de mármol quedó enlodado de salpicaduras de refrescos, chicles y restos de palomitas. Mis padres llegaron y se enfurecieron del caos en que había quedado mi casa. La orden fue fulminante: Prohibido hacer funciones de cine.

La alegría se tornó en una frustrante tristeza. A los pocos días llegaron Alex y Giby López y me dijeron que fuera a su casa porque Meche, su mamá, quería verme. Fuimos y la mamá me recibió en una salita, después de saludarme, me dijo:

–Me enteré que te han prohibido hacer funciones de cine.

A lo que asentí.

Acto seguido mandó llamar a sus sirvientas y estando todos frente a ella me extendió un duplicado de una llave de una puerta de servicio que tenía al extremo del jardín.

–Toma, me dijo,–con esta llave puedes entrar y acceder a la sala de juegos que tenemos en el desnivel. De ahora en adelante será tu cine donde puedes proyectar tus películas.

Y volteando a ver a sus muchachas les dijo: “Ya saben, Juanito estará viniendo con todos los niños y ahí tendrán su cine. Les pido que al terminar cada función, les ayuden a limpiar el salón”.

Ahí nació nuestro “Cine Olímpico” que aglutinaría a la mayor parte de los niños y niñas de la colonia. Teníamos dulcería y la pandilla trabajaba en equipo: unos eran actores, otros vendían los dulces y palomitas, Walterio Pesqueira componía la música que grabábamos en un cassette y la otra gran mayoría de los chicos eran espectadores.

Filmamos 20 películitas de pequeño formato y adicionamos a nuestra cartelera –gracias a otro de mis ángeles–, una programación semanal de lujo.

Ese ángel fue Don Manuel del Castillo, papá de Mónica, quien nos prestó un proyector de 16 mm con sonido incluido. Don Manuel nos prestaba las series de televisión próximas a estrenarse ya que trabajaba en la Dirección de cinematografía y a la vez en la televisora.

Los viernes en las tardes teníamos función con un servicio especial de pasar a recoger a los más chiquitines a sus domicilios, llevarlos al cine y regresarlos en nuestros “wagons” (carritos de cuatro ruedas que jalábamos). Todo el servicio por un cargo extra al boleto de entrada a la función. Fue un negocio muy productivo cuyas ganancias las reinvertíamos en filmar las películas. Los sábados alternábamos otras funciones con múltiples actividades deportivas, lúdicas o culturales que fuimos inventando.

Gracias a los ángeles protectores habíamos construido la infancia más apasionante que alguien pudiera imaginar.

Ahora me ha tocado el turno de ir a visitar a un ángel, a Meche, consciente de que está en la sala de espera para el gran viaje.

Con impresionante tranquilidad nos dijo:

“Ya les pedí a los médicos que suspendieran las quimioterapias, que no quiero ir a ningún hospital, que todas esas medicinas ya no vienen al caso. Ya casi no puedo comer. Estoy extremadamente flaca y sin fuerzas. Pero la balanza de mi vida se inclina hacia un recuento de gran felicidad y estoy lista para irme.”

Y les digo a uds. Amigos mios: “Los ángeles sí existen. No tienen plumas. Son de carne y hueso, son simples mortales pero que se aparecen de súbito en tu vida, te protegen, te ayudan y te marcan con indeleble huella en tu corazón-memoria”.