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El tesoro escondido

Todos cuando fuimos niños añorábamos encontrar el tesoro escondido. Algunos leímos “La Isla del Tesoro” de Robert Louis Stevenson o “El Mago de OZ” y cada vez que veíamos un arcoiris nos sobrecogía el corazón imaginándonos: ¿qué habría al final del arcoiris, qué tesoro ocultaría?

Ayer, en la fiesta del pequeño niño Sebastián –que cumplía sus primeros tres años–, tuve la oportunidad de reflexionar sobre sus sabias palabras.

Le señalé el cielo, justo en el lugar donde habría de aparecer la luna. La hermosa luna de octubre.

Sebastián me preguntó: ¿Y el sol, a donde se fue?

Le respondí: Está durmiendo.

Y él me dijo: ¿Y la luna cuándo duerme?

“Cuando el sol se despierta”.

En ése instante aquilaté la maravillosa dimensión que tiene nuestro «tesoro escondido». En cada persona que veo, descubro que cargan su propio tesoro.

Cuando entro a una librería no veo libros, veo mentes brillando.

Y es que nuestra mente, nuestro encéfalo, nuestro sistema nervioso es el maravilloso tesoro que lo tenemos guardado en un bello baúl: nuestra cabeza. Y es un tesoro tan poderoso que se desborda a través de cada terminación nerviosa de nuestro cuerpo.

 

El “tesoro escondido” nos permite dar ternura, encontrar el amor, responder como réptiles ante las agresiones, hacer que nuestro complejo organismo funcione, desarrollar nuestra capacidad cognitiva a través del aprendizaje…en una sola y bella palabra: ¡vivir!

La luna en el mes de Octubre es esplendorosa. Yo la espero ansioso cada año. Brilla magnífica en los cielos claros. Juguetea con las estrellas del firmamento. Se invade de timidez ocultándose entre las nubes y toda ella, su plateada luz, es solo reflejo del sol.

Así es nuestra mente de brillante y a la vez de humilde. Porque no somos nada y somos todo. Lo que sabemos y aprendemos, se lo debemos a los *soles* que nos van iluminando a lo largo de la vida y  reflejamos la luz de ellos. Lo debemos reconocer con humildad. Y somos todo porque tenemos la infinita capacidad de usar a nuestra mente para crear, pensar, creer, comunicar, soñar, recordar, etc. etc. etc.

A mi, la luna de octubre me regaló el amor. Me enseñó que en medio de la oscuridad siempre habrá alguien o algo que te dará la compañía, ternura y estímulo para caminar sobre el planeta y volar entre las estrellas.

Al final del arcoiris siempre habrá un «tesoro escondido» y lo descubrirás en tu mente.

Un día, después del fatal anuncio que mi padre me hiciera sobre los tres meses de vida que se le habían diagnosticado con una enfermedad terminal, selimos a viajar por carretera para darle «gracias a la vida».

Conducía Arturo, mi padre iba de copiloto y yo en el asiento trasero les leía sobre la importancia de las células.

De pronto, en medio de la tormenta y lluvia, se abrieron las nubes iluminando el paisaje cercano a Jalapa. Los verdes del follaje se volvieron intensos mientras que los rayos del sol iban dando pinceladas multicolores en el campo y quedamos extasiados ante el doble arcoiris que apareció en el firmamento. No era un solo el tesoro el que nos aguardaba… sino eran dos.

El tesoro de poseer nuestra mentes y el tesoro de la ternura con la que se envuelven nuestras vidas.

A escasas horas, le había preguntado a mi padre sobre cuántos años más de vida quisiera en lugar de los tres meses diagnosticados y el me había dicho que quería cinco años más.

A partir de ése día mi padre pudo ver cinco años más la luna brillar en Octubre y todavía vivió seis meses más hasta que me dijo: “Ya estoy cansado, ya no quiero vivir más”.

Y su poderoso baúl se abrió dejando volar toda la riqueza que había acumulado en su mente a lo largo de la vida.

Así somos: Todo y nada.