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El hogar fantástico

Los primeros dibujos que hiciste en tu primera infancia eran figuritas de Mamá, Papá y de ti mismo. Después desarrollaste mayores capacidades y empezaste a construir “casitas”,

Te has preguntado ¿Por qué?

En tu fantasía infantil identificabas a la “casita” como un lugar seguro, un lugar cálido y donde te sentías muy a gusto. Muchos, además de dibujar casitas, jugaban a eso, a la “Casita”. Ponían cojines y un techo protector que podía ser una sábana, una cobija, cualquier cosa que diera idea de techo.

Un día, una niña nos invitó a su casa para que fuéramos a jugar. Al estar en el jardín y ver que nos amenazaba la lluvia, corrimos al interior de la casa.

Nos invitó a entrar a su recámara para jugar a la “casita” y contrario a lo que intuíamos, nos encontramos que en su habitación ella había construido –a base de hilos de estambre–, una gigantesca telaraña. Para ella, era una casita…para nosotros nos horrorizó la idea de ver una telaraña de dimensiones superiores a lo imaginado.

Con el tiempo comprendí que ella reflejaba como hogar o casita una telaraña llena de tensiones. Ya en su edad adulta supe que su trágico destino se fue construyendo con un concepto erróneo de lo que ella percibía como hogar.

Si analizamos este ejemplo, podemos deducir que en el imaginario de todos nosotros, ilusionamos un área de “confort” para hablar del hogar interior. Para subsanar las deficiencias que vamos encontrando en el hogar de nuestros padres y construimos una idea de lo que vamos a procurar hacer cuando seamos grandes.

 

 

 

 

Así vamos abrigando el modelo “ideal” de hogar que deseamos. El peligro radica en que a pesar de que vayamos creciendo y madurando, sigamos atrapados en la telaraña del pasado.

 

 

 

 

Además de eliminar tus barrotes de la jaula invisible también debes quitarte todas las telarañas del pasado que te remontan a desagradables momentos de lo que debiera haber sido tu hogar-dulce-hogar. Encuentra lo bello y positivo del pasado pero desecha enérgicamente todas las telarañas y polvo que te impiden renovarte. Recuerda que somos cambio permanente. Ya no somos los de antes, ya no vivimos lo de antes, estamos aquí y ahora y debemos aprovechar el presente.

Disfrutarlo, apreciarlo, comprenderlo y lograr lo máximo de lo que hoy eres y tienes.

¿Cuántos de nosotros no ambicionamos una casita de campo?¿Cuántos no imaginamos el hogar ideal para veranear, con alberca, cerca del mar o en una cabaña inmersa en un bello bosque?

Nos sentimos frustrados cuando ya en la edad adulta nos vemos limitados económicamente para poder tener lo que en la mente soñamos. Por ese afán de tener, de comprar cosas materiales, de juntar objetos, de adquirir la

casa que soñamos, descuidamos lo fundamental: Construir un sólido hogar interior.

¿Cómo podemos lograr tener los objetos deseados cuando no tenemos controlado al

sujeto que somos en el interior de cada uno de nosotros? Los griegos no estaban equivocados cuando en el pórtico de la entrada al templo de Apolo escribieron la frase: “Conócete a ti mismo”.

¡Sal de tu Jaula invisible… construye tu Hogar interior!

Uno solo puede salir de su propia jaula tomando consciencia de los barrotes que nos limitan (miedos, culpas, rencores, duelos no resueltos, etc.)

Salir de tu Jaula

La ternura es un sentimiento que extraviamos a medida en que nos hemos ido construyendo la jaula invisible en donde habitamos con una equivocada comodidad. Pero cuando cobramos clara idea de la jaula que construimos a base de barrotes auto-impuestos o heredados del entorno e impuestos por aquellos que fueron nuestros formadores en las primeras etapas de vida (mamá, papá, abuelos, tutores y maestros), estaremos en un momento definitivo para iniciar la recuperación de nuestra ternura.

Después de la reflexión e identificación de los factores que nos limitan y de ser posible perdonar a aquellos que contribuyeron a encerrarnos en nuestra jaula invisible, debemos de asumir el reto. Hay una anécdota que nos ilustrará esto:

Una vez, un pequeño conejito fue sustraído de la madriguera de su madre y fue puesto en una jaula donde se le proveía alimento y bebida. El animalito creció en un entorno confortable. Su jaula estaba a la salida del granero y covacha donde se almacenaban los aperos de labranza, fertilizantes, etc. A través de las rejas, el conejo veía un amplio campo donde sembraban alfalfa.

Cuando el granjero no andaba merodeando, veía que se acercaban a comer de la suculenta hierba un par de liebres y otros conejos que vivían de forma silvestre. El animal añoraba ver con qué libertad se movían sus congéneres. Añoraba poder saltar y retozar por el campo y poder comer alfalfa directamente del sembradío. Percibía que sería una alfalfa más fresca y no la alfalfa acicalada, ya más seca que le daban diariamente. Su obsesión creció a tal grado que empezó a tratar de abrir los barrotes con sus patas. Lamentablemente, lo único que lograba era lastimarse las patas.

Un día, el granjero al suministrarle su dotación de alimento, sin querer dejó mal atrancada la puerta de la jaula. Bastó que el conejito la empujara levemente con su hocico para que se abriera de par en par. Frente a él, estaba la libertad tan añorada. Dio un salto y se dio cuenta de lo sencillo que era traspasar esos barrotes conociendo la forma de empujar la puerta.

Dio varios saltos hasta llegar a la orilla del sembradío. Probó la deliciosa alfalfa fresca y en un santiamén, se vio rodeado de los conejos silvestres que conversaron sorprendidos de cómo había vivido en tal prisión. Lo invitaron a que se uniera al grupo y se fuera a gozar de su propia libertad.

No habían pasado unos cuántos minutos de la charla cuando nuestro personaje, dudoso, les agradeció la invitación y prefirió regresar a su jaula. Con sus pesuñas regresó la puerta a su posición de cerrada y recuperó su tranquilidad perdida por unos momentos. El granjero regresó y vio que aunque la puerta no estaba atrancada, su conejo permanecía en la jaula. Le dio de comer, surtió de agua el bebedero y cerró la jaula.

Nuevamente, otros días, el granjero se fue descuidando de atrancar la jaula. Y el conejo se empezó a dar sus escapadas al sembradío y a re-encontrarse con los otros conejos y liebres. Cada vez se daba un mayor espacio de tiempo para convivir con los de su especie. Y en cada ocasión fue descubriendo lo agradable que era ser libre.

Un buen día, confiado, cuando ya pretendía regresar a su jaula vio cómo llegaba el granjero y profería gritos al descubrir que el conejo había escapado. Entre los gritos escuchó claramente cuáles eran los propósitos aviesos del granjero:

—¡Maldita sea! Tanto alimento y tanto tiempo he dedicado a engordar a ese maldito conejo y ahora justo que ya lo iba a sacrificar para hacerme un delicioso estofado, se me ha escapado!— profirió el granjero.

Aunque dudaba en regresar, el conejo, estaba seguro de que retornar era sellar su propio destino a una muerte segura. Ante la vacilación, prefirió esconderse y permanecer inmóvil hasta que anocheciera. Despejado el camino, huyó para reunirse con los suyos. Habían sido varios intentos de recobrar su libertad. poco a poco ganó la confianza en sí mismo. Y aunque, no estaba seguro de aceptar su libertad, las circunstancias lo obligaron a hacerlo.

Como podrás haber visto en esta anécdota, salir de nuestra jaula nos costará trabajo pero debemos empezar a intentarlo. Son varios intentos los que tenemos que ir haciendo, eliminando los obstáculos, recuperando nuestra autoestima, dejando atrás aquello del pasado que nos estorbe. En algunos casos, las situaciones imprevistas nos pueden ayudar y arrojarnos hacia la recuperación de nuestra libertad perdida. Pero en todo caso, para salir de nuestra jaula invisible —al igual que el conejo tenía la expectativa del alfalfa y el campo— necesitamos contar con un lugar a dónde poder disfrutar nuestra libertad. A este lugar donde nos mudaremos al salir de la jaula invisible, le llamaremos Hogar interior, ydebemos construirlo conscientemente para que sea un lugar seguro que nos permita nuestro desarrollo pleno.

HOGAR INTERIOR

¿Qué es un hogar?

Como el término indica, hogar proviene del lugar donde se prende fuego, o sea, la hoguera. Nos tenemos que remontar a millones de años atrás cuando los homínidos se convirtieron en Homo sapiens y lograron sobrevivir a los llamados Homo neanderthalis. Habían logrado ser bípedos y descubrieron el fuego. Tener fuego y mantener vivo el fuego representó uno de los más grandes retos de la incipiente humanidad. El fuego empezó a dar muchas ventajas para la sobrevivencia de los clanes o grupos de homínidos y de Homo sapiens. Generalmente eran las mujeres quienes aprendieron a cuidar y alimentar el fuego. Ya fuera que vivieran en cuevas, covachas construidas de palmas, zacate o paja, adobe, madera o bien en los llamados palafitos, ellas tenían que estar velando permanentemente para que no se apagara el fuego.

Ahí se descubre la importancia de tener una hoguera. En torno a la hoguera se reunían los grupos humanos y además de protegerse del frío, ahuyentaban a las fieras y depredadores con el fuego y se sentían protegidos. Es en ése lugar donde se descubre la posibilidad de obtener mejores alimentos a través del cocimiento. Las mujeres a la vez aprenden a moldear el barro y ponerlo al fuego para lograr las piezas de cerámica que les servirán tanto para sus guisos, almacenar alimentos o simplemente acarrear agua.

Ahí nace el concepto de HOGAR y que millones de años después seguimos asociando al lugar cálido, protector llamándole “ nuestro hogar”. En pleno siglo XXI seguimos reuniéndonos en torno de la cocina o en el comedor de la casa para convivir y tomar nuestros alimentos. Usamos una frase que dice mucho: “Hogar, dulce hogar”.

A partir del hogar se da el concepto de casa solariega que era el lugar donde habitaban las familias extensas. Los clanes. Podemos entonces decir que el hogar es donde se reúnen los humanos para calentarse, protegerse, alimentarse y convivir. Sea la cocina, chimenea o el comedor es donde se desarrollan los momentos trascendentales de nuestra convivencia y es por lo que asociamos HOGAR a ése ambiente cálido, amable, familiar e íntimo.

Traduzcamos entonces el mismo concepto al hogar interior que debemos todos tener. En nuestra mente debemos contar con un lugar íntimo, amable, cálido que nos permita convivir con nosotros mismos, con nuestros seres queridos y en donde podamos refugiarnos para protegernos pero no por el miedo o las culpas, sino para protegernos de los agentes estresores de nuestra vida diaria. Debe ser un remanso de comodidad que nos facilite la construcción y desarrollo de nuestro ser.

Hogar interior es ése lugar íntimo, personal, cálido, familiar y amable, donde un ser habita, se nutre, se construye y se protege de forma positiva del exterior.

Todo hogar necesita construirse. Por ende, un hogar interior requiere de ser construido.

¿Cómo se construye un hogar?

  1. Debemos detectar las necesidades que requerimos satisfacer.
  2. Desarrollar un proyecto o Plan, similar a lo que se hace cuando se construye una casa.
  3. Analizar los recursos con los que se cuenta, en éste caso nuestros afectos, amigos, pareja, hijos, etc.
  4. Determinar los materiales que se requieren para construir:
  • Cimientos (valores)
  • Muros (autoestima, límites y respeto)
  • Instalaciones (Capacidad de comunicarnos, escuchar y pensar con la cabeza fría antes de reaccionar)
  • Decorados (cuidado personal, aspecto físico y nuestra ropa)
  • Espacios (tiempo para trabajar, descansar, leer, actividades deportivas, convivencia, leer, estudiar, etc.)
  1. Finalmente instalar a los habitantes del hogar interior que son la TERNURA y el AMOR.