Senderos

Cuando vas por el campo, de pronto encuentras lo que comúnmente se le llama senderos o veredas. Algunos de estos caminos se nota que son más transitados que otros pero al final de cuentas alguien ya pasó por ése camino y seguramente hubo alguién que por primera vez abrió la brecha, dejando el camino para que otros lo puedan transitar.
 
Así es la vida.
 
Es que desde pequeños nos encontramos con seres que nos muestran el camino o que por su experiencia, nos tratan de enseñar la vereda.
Algunas veces hacemos caso de sus observaciones y las tomamos como enseñanzas de vida pero en muchas otras nos negamos a escucharles y preferimos darnos el frentazo caminando por la ruta equivocada.
 
El aprendizaje nos exige a veces tener que caminar por el sendero equivocado, regresar, rectificar y encontrar el camino adecuado.
 
Existe una frase popular que dice: “No dejes camino real por vereda”. Se sobreentiende que es el camino seguro y el más conocido el que recomiendan que uno transite para no se arriesgarse por el camino desconocido.
 
Sin embargo, la naturaleza indómita del adolescente y del joven, se rehusa a seguir los canones de los adultos y se arriesga a emprender las rutas riesgosas e impredescibles.
 
Todos alguna vez tuvimos el arrojo de experimentar y desobedecer lo que nos sugerían los mayores. Y quizás muchos de nosotros no nos arrepentimos de haber desafiado las áreas de comodidad o de comfort para incursionar en la aventura de lo desconocido y que todos nos auguraban como el fracaso.
 
En mi vida como en la de muchos de ustedes, el saldo final de ésa rebeldía fue positiva. Sin embargo, hay muchos otros que prefirieron alinearse a los canones establecidos.
 
La emoción (adrenalina) que siente uno en una exploración en el bosque o en el campo es precisamente cuando te enuentras frente a la bifurcación de dos caminos y tienes que elegir por cuál camino continuar.
 
Eso mismo pasa con las amistades o con la pareja.
 
Yo a veces lo explico con el ejemplo de un árbol cuyo tronco que parecía sólido y único, llega un momento en que se ramifica en dos brazos o ramales. Y uno de esos brazos se va alejando del otro en búsqueda de la luz, el sol, el aire y de su propio desarrollo.
A veces los senderos de la vida te plantean la necesidad de alejarte de alguien que pensabas nunca te habrías de separar, de una relación que pensabas iba a ser para toda la vida, y que sin embargo te ves en la imperiosa necesidad de no asfixiarte y buscar tu propio sendero. Muchas veces una relación se vuelve tóxica y es desgarrador pero necesaria la separación.
 
Eso mismo pasa con los amigos, con las empresas o con los empleos.
 
En múltiples ocasiones se me han acercado personas con brillantes trayectorias, en el arte, los negocios o el espectáculo y me plantean que se encuentran en una encrucijada y afortunadamente mis consejos les fueron útiles con desenlaces felices pero el denominador común de mis recomendaciones siempre ha sido darles la energía de que se atrevan y se lancen por el sendero que parece riesgoso y finalmente al hacerlo, encuentran que había un mejor horizonte para lo que pensaban era un camino sin final.
 
Cuando voy a las zonas arqueológicas Mayas me encanta encontrar los llamados Sak-be (Sacbej (también sakbej), plural: sacbejo’ob o sacbés, es un camino recto, elevado, sin desniveles y pavimentado construido por los mayas prehispánicos que unen a varias ciudades estado).
 
Los Sak-be tienen una magia muy especial porque aún a pesar de que fueron construidos hace más de mil cien años, siguen transitables, sin deterioro, manteniendo la posibilidad de unir un destino con el otro.
 
Recuerdo también que me cautivaba ver fragmentos de las carreteras empedradas en el camino hacia Cuernavaca, en medio de la montaña , bajando de tres Marías. O el tunel abandonado en la antigua carretera a Acapulco. O varios puentes coloniales que se llegan a ver desde la carretera México-Querétaro. Son senderos del pasado y que –aún cuando lucen abandonados–, tienen la energía de haber conducido vidas y emociones por sus rutas.
 
Las veredas de la vida nos permiten arriesgarnos y descubrir la felicidad –que es un estado de tránsito en equilibrio–, la homestasis por la que debemos existir.
 
Arriesgarnos al goce y disfrute de la aventura, alejarnos de las quejas y la comodidad agonizante que nos producen los miedos y que nos paralizan. Lamentarnos o quejarnos de todo solo nos envenena.
 
La felicidad debe ser continua, aún ante los episodios dolorosos de las separaciones, debemos encontrar la paz y la armonía. Entender que las veredas, los senderos están hechos para avanzar, para llegar al destino que nos propusimos y que en ése camino podemos ir junto con otros o de forma individual pero siempre, constantemente seguros de que son nuestras propias decisiones las que dirigen la ruta y no las decisiones de otras personas.
 
Cuando nos dejamos llevar por los otros, siempre caminaremos con cierto grado de frustración y enojo, con cierta inquietud de que no estamos haciendo lo que deseamos o necesitamos sino lo que los demás quieren que nosotros hagamos.
 
La vida es nuestra, el sendero que elijamos por arriesgado que sea, es el nuestro y la felicidad será nuestra compañera. No debemos de pensar que la felicidad como las zanahorias sólo se encuentran al final del camino.
 
No.
 
La zanahoria debe estar siempre junto a nosotros durante todo el recorrido y no al final del sendero.