Una de las más asombrosas aventuras de la humanidad lo constituye la aportación que las mujeres han hecho para transformarnos de hombres de las cavernas en hombres de grandes civilizaciones cuyos legados perduran hasta nuestros días.
La característica propia de la mujer ha sido el de preservar y aportar al bien común sin deseos de exhibirse o promoverse como la protagonista de nuestra historia. Así lo vemos en la ciencia, literatura y en el devenir de la cultura. Sin embargo, yo he querido invitarles a una aventura del pensamiento y descubrir uno de los muchos ejemplos que tenemos de estas “donadoras” de bienestar.
Para ello debemos asociar a las mujeres con un cereal de importancia trascendente. Se trata del maíz, un pasto natural de mesoamerica y que en el semi-desértico entorno de Tehuacán, Puebla fue transformándosegracias a la atinada participación de las mujeres, evolucionando hasta llegar a ser el maíz que hoy en día conocemos y que se ve terriblemente amenazado por las ambiciones de empresas de transgénicos y la corrupción de los gobiernos plagados de ignorantes.
Vayamos en esa aventura hasta encontrarnos con las mujeres de los primeros tiempos del Homo sapiens sapiens. Visualicemos estas mujeres que pertenecían a clanes y que –entre ellas—cuidaban de las crías, recolectaban frutos y hierbas para alimentar al clan, que tenían que abrevar en las orillas de los ríos, lagos, arroyos u ojos de agua, ya que carecían de elementos para transportar el líquido vital.
Esta carencia obligaba a lis humanos a habitar cerca del agua y eran las mujeres las que observaban cómo la tierra se tornaba fértil con la humedad. Los hombres eran carroñeros –no cazadores como nos engañaron en la educación primaria–, ya que no poseían armas para poder cazar. Lo que hacían estas manadas de hombres era dejar a las mujeres y sus crías en los lugares que consideraban más seguros (cuevas, chozas y posteriormente palafitos, etc.) para ir a espantar a los animales que devoraban las presas que cazaban. Procedían a espantarlos con piedras, troncos y les aventaban objetos o proferían gritos, para regresar con las piezas robadas y compartirlas con el clan. Es así como las mujeres tuvieron que separar la carne de los huesos y las pieles, utilizando ciertas piedras y desarrollando los instrumentos punzocortantes que darían lugar a las futuras armas.
Fueron ellas las que descubrieron cómo hacer el fuego y más aún, cómo preservar el fuego para su protección y posteriormente evolucionar hacia el cocimiento de alimentos con el desarrollo de la cerámica que les facilitaría el guisar y transportar agua.
En esos procesos de aprendizaje, coincidiendo con sus ciclos menstruales, empezaron a concebir la medición del tiempo a través de los ciclos de la luna y es así como llegaron a estructurar calendarios.
Notaron que las semillas que caían en la tierra húmeda, germinaban para dar una nueva planta con similares características. Esto da origen a la agricultura. En cualquiera de las civilizaciones ancestrales iremos descubriendo que las deidades de la agricultura son mujeres y se vinculan a la fertilidad. Durante estos procesos fueron las mujeres las que logran ir domesticando a ciertas plantas y animales. En mesoamérica vienen a domesticar la calabaza, el jitomate, los chiles, frijoles y el nutrimento más importante: el maíz.
Si no hubiera sido por las mujeres, el maíz no hubiera quizás pasado de ser un zacate y en ése proceso de domesticación llegar a ser el alimento nutritivo e importante de la dieta de los pueblos aborígenes que trascendió hasta ser de fundamental importancia en el mundo entero.
Las mujeres así aportaron las puntas líticas para confeccionar las armas indispensables para la defensa y cacería, también el fuego, la cerámica, el arte culinario y la domesticación de animales y plantas. El maíz se convierte para los Mexicas, Olmecas, Mayas, Zapotecos, etc. en el alimento que les daban las diosas. Lo podemos ver en los gráficos y esculturas que representan a esas deidades femeninas, diosas de la fertilidad, ataviadas con las mazorcas de maíz.
Coatlicue es una diosa fundamental cuyo faldón combina serpientes, corazones y mazorcas de maíz. Es la diosa vinculada a la fertilidad, patrona de la vida y paradójicamente de la muerte. Ella guía al inframundo para después dar lugar al renacimiento de los seres vivientes. De ahí que la muerte también sea del sexo femenino. Ella fue la que se embarazó para dar a luz a Huitzilopochtli. También es conocida como Tonantzin y fue suplantada a la llegada de los españoles por Guadalupe.
En la cosmogonía mexica también vemos a la diosa de la subsistencia que es Chicomecóatl, en especial vinculada al maíz, es la principal patrona de la vegetación y, por extensión, es diosa también de la fertilidad. Chicomecóatl es la parte femenina de Centeótl. También se le refiere como Xilonen por ser barbada o peluda, como los cabellos o barbas de la mazorca del maíz. Es la madre del jilote o maíz tierno y encargada de proteger al maíz en todas sus fases o ciclos. No hay que olvidar que el maíz se puede consumir tierno o seco y sirve para elaborar las harinas que confeccionamos como tortillas.
Cuando ya seca, esta diosa recibe el nombre de Ilmatecuhtli o anciana digna, se le representa cubierta de hojas arrugadas y amarillentas. Es una venerable anciana.
Lo que hoy es el mes de Septiembre en nuestro calendario, en el calendario mexica era dedicado al culto de Chicomecóatl. Se le confeccionaban altares en las casas adornados con las plantas del maíz, semillas y mazorcas. Aquí vemos que la herencia se acerca entonces a un paralelismo de lo que hacemos con los altares de muertos ofreciendo alimento para el renacimiento de los muertos. En el caso de las esculturas de esta diosa vemos que lleva en cada mano una doble mazorca de maíz. En su culto se asociaba la necesaria práctica del ayuno. Para los romanos, esa mujer que daba el grano y sustento era la diosa Ceres.
Podemos entonces concluir que el maíz y la mujer son inseparables ejemplos del nutricio fundamental de los seres humanos. Su evolución y domesticación crean un inmenso paralelismo con la fecundidad de la mujer, la germinación de sus hijos, la nutrición inicial con el amantamiento y procuración del alimento. Su función es la de preservar al hijo y estar constantemente preocupada por alimentarlo. Si fuera por las mujeres, ellas también procurarían acompañar a sus hijos por toda la vida y conducirlos inclusive a una buena ruta para que del inframundo, volvieran a renacer.
Por eso vemos que llega la anciana madre a recibir a sus hijos con besos y abrazos. Lo primero que habrá de decirles es: “¡Hijo! ¿Ya comiste? Es la madre nutricia que recibirá con alborozo a sus hijos y les dirá: “Pasen, pasen. ¡Qué bueno que vinieron a ver a su anciana madre! ¡Les preparé una rica comida…justo lo que les gusta a cada uno de uds.! Asñi es la bondadosa madre que despide a sus hijos y les dice: “¡Llévense este itacate por si les da hambre en el camino!”