Las pequeñas dosis

Muchas personas buscamos la felicidad como si fuera una meta a alcanzar similar a la carrera de una liebre y la tortuga que nos relata la antigua fábula de Esopo.

 
Visualizamos a la felicidad como si fuese una zanahoria que vamos a disfrutar después de mucho tiempo y esfuerzo para alcanzarla. Sin embargo, en la vida real no es así la felicidad ya que las pequeñas alegrías que tenemos cada día son las cantidades que necesitamos para ser felices.
En sencillas palabras: Junta las pequeñas alegrías que te da la vida –cada hora–, y al recostar tu cabeza en la almohada, sonríe porque has pasado un día más pleno de felicidad.
Así de simple.
Y si juntamos 7 días de pequeñas dosis de felicidad, tendremos una hermosa semana. Luego la multiplicas por el número de semanas que tiene el mes y así llegarás a juntar un año.
Descubriremos que la felicidad es un estado permanente de equilibrio que se traduce en alegría, bienestar y gozo por las pequeñas dosis que recibimos a cada momento. La felicidad no es tener cosas, ni coleccionar personas como amigos o compañía. La felicidad es algo que vibra en tu interior y te permite sentirte satisfecho.
Así, vamos descubriendo que lo fundamental de nuestra existencia es sin costo.
 
Poder respirar, moverte, bailar, brincar, tener apetito por aprender algo nuevo cada día, ver una buena película o serie, escuchar música, disfrutar un paseo en el parque o en el bosque, leer un libro, recorrer un museo o quedarte contemplando un par de gorriones comer y volar en un arbusto en el jardín.
 
La primer dosis, muy pequeña que nos tenemos que proponer es no quejarnos sin justificación. Quejarse sin ton ni son te intoxica el estado de ánimo. Es verdad que hay cosas que no funcionan o consideramos que no están bien pero si no podemos componerlas… ¿para qué nos quejamos?
La dosis pequeña que le sigue es no criticar. Nadie es perfecto. Aceptemos las imperfecciones de los otros para que ellos acepten las nuestras.
 
Otra dosis es agradecer con el alma todo lo bueno que vas recibiendo. Desde lo más simple hasta lo más complejo agradece. Si tienes mucho trabajo da las gracias y si tienes poco agradece lo poco que recibes de trabajo para que así generes una energía que te irá trayendo más beneficios.
 
Nos podemos pasar todo el día enlistando las pequeñas dosis que puedes generar de felicidad. Pero hagamos una síntesis de ellas:
Recibe – agradece – sonríe y comparte las pequeñas dosis de felicidad con los que te rodean, quieres o amas. (RASC)
La otra fórmula es DAV: Disfruta –Aprende y Vive cada momento con intensidad. Ese apetito por aprender, disfrutar lo que tienes y aprovechar tu vida al máximo hace que contagies a los demás con ése “apetito de vida” y generas un ambiente positivo.
 
Eso sí, aléjate de las pequeñas dosis de veneno que traen ciertas personas y que te buscan inocular con él. Rechaza a los que se quejan de todo, a los que quieren infundir miedo, a los que gozan diciendo que todo está violento o va de mal en peor, a los que promueven la destrucción de la armonía generando energía negativa. Esos personajes tóxicos son los vampiros de tu felicidad. Ellos son felices haciendo infelices a los otros.
Salirte de los círculos viciosos y generar círculos virtuosos es la forma ideal para que aquilates las pequeñas dosis de felicidad que tenemos a cada instante.
¡Pruebalo un día, una semana o un mes y notarás el cambio que tendrás en compañía de tu propia felicidad!

Baúl del olvido

Los baúles siempre se asocian con receptáculos donde se acumulan cosas viejas. Cuando les cambiamos el nombre por cofre, inmediatamente lo asociamos con los cofres del tesoro de los piratas o los cofrecitos donde las mujeres guardan sus joyas más apreciadas.
Los baúles generalmente los suben al ático, al cuarto de los triques, o a los sótanos y ahí se les abandona.

Muchas personas convierten en baúles a sus propios ancianos. Como ya no son cofres que den dinero o al menos prometan un tesoro de herencia para que se les mime, las personas van dejándolos solos.

En los asilos es frecuente ver autos o taxis que se detienen frente al portón, personas más jóvenes animan a descender al abuelo o abuela, en ocasiones le dan en una bolsa o maleta sus pertenencias y con dulce voz le dicen: “Espérenos aquí abuelit@, vamos a estacionar el coche y regresamos, así ud. no tendrá que caminar tanto.”
Pasan las horas y los encargados del asilo los hacen pasar cuando ya es de noche y ven que han sido abandonados. Jamás regresan por el baúl del olvido.

En las notarías se ven lastimosas escenas de ancianos que son llevados por sus “herederos” para que dejen los papeles en regla. Se ve la ambición en los ojos de unos y la desolación de quien habrá de firmar para que el día que: “… ya no esté, dejé todo en regla y no cause molestias a nadie”.

Son terribles las historias de aquellas personas que deciden heredar en vida a sus sucesores. Normalmente terminan en la ruina y el abandono.

Sara quedó huérfana de padre a los siete años. A los pocos años, su madre contrajo nupcias con un hombre mucho mayor que ella. El padrastro nunca fue asimilado por la niña y cuando ella ya era una jóven casadera, en la primera oportunidad, se fue a vivir al extranjero y ahí se arrejuntó con un hombre. Una o dos veces al año venía a visitar a su madre. En una de las últimas ocasiones encontró a su madre devastada porque el padrastro ya tenía Alzheimer y era un desgaste cuidarlo diariamente.

La convenció de que lo mejor sería instalarlo en un asilo en Cuernavaca donde seguramente los profesionales podrían atenderlo mejor y asimismo convenció a la madre que se mudará a un departamento rentado, más pequeño, para que no tuviera tanto quehacer y a la vez se deshiciera de sus propiedades.

Sara recibió la herencia de la venta de las propiedades y mientras conducía el auto para que llevaran al padrastro hacia Cuernavaca, de súbito detuvo el auto en el bosque antes del paraje conocido como ”Tres Marías” y le dijo a su madre: “¿Por qué no lo dejamos aquí y así nos ahorramos lo del asilo?”
La anciana madre no comprendía bien lo que la hija intentaba hacer.
Sara le dijo que al fín el hombre ya no entendía, ni hablaba y con dificultad tragaba el alimento.
A lo que la anciana repuso: ¡Pero es tu Padre!
La muchacha enfurecida le contestó: ¡No mamá, no te equivoques! Ese viejo no es mi padre, es tu marido y además siempre fue un viejo cochino que yo creo que me deseaba porque se le notaba en sus miradas.
La madre espantada le inquirió: ¿Te tocó, te hizo algo?
¡No! Respondió Sara, no se necesita que te toquen para que te acosen. ¿Qué no has visto todo el movimiento de “Me too”?
¡Ay hija! ¿Dejaste pasar tantos años para decirme esto?
Después de dejarlo en el asilo, Sara llevó al departamento rentado para dejar bien instalada a su madre. Se despidió para regresar a Canadá.

Los recibos de pagos vencidos del asilo se fueron acumulando en el departamento junto con los recibos vencidos de la renta, la luz y el gas, etc. que Sara nunca mandó pagar.
Llegó el día en que desalojaron a la mamá de Sara con sus viejas pertenencias.

Sentada en la banqueta, con sus ojos desorbitados, la anciana veía hacía el infinito.

Ella ya era un baúl más… un baúl del olvido.

Escuela de Humildad

Muchas veces asociamos la palabra humildad con voto de pobreza y vivir en un ambiente marginal.

Es un mal uso del concepto ya que la humildad proviene de la etimología de humus (tierra) que se deriva después en el vocablo latino Humilitas.

En realidad, el término originalmente se utilizaba para describir la virtud de una persona que tiene sus pies sobre la tierra. Que no se siente superior a los demás como sería el caso de un “Magistrado” que es la persona que está más allá del estrado. Un simple humano terrenal.

La persona que tiene la virtud de conocer su misión en la vida y de respetar a los demás es aquel ser que no se siente superior ni inferior sino igual a los otros y de ahí su respeto. Los que pregonan tolerancia en su mismo vocablo nos están diciendo que “soportan” al diferente, lo “aguantan” pero que ellos no son iguales. Por eso, critico el nombre—no la misión ni visión—, de los museos y seminarios donde se habla de tolerancia.

Ser humilde es una virtud que o bien se te enseña en el hogar (lo idóneo) o te lo inculcan en la escuela o en los centros de religión. Sin embargo, sólo cada persona puede aprender a ser humilde.

Recientemente criticaron al papa Francisco porque separó bruscamente su mano de una feligrés y mostró una actitud de rechazo. Le han dado múltiples interpretaciones pero este personaje ha demostrado en su diario desempeño ser humilde,. El que seas humilde no quiere decir que seas dejado o que permitas el abuso de otros.

Un día un amigo mío me criticó porque yo me disponía a cursar una Maestría.

Me dijo: “¡Para que vas a estudiar de nuevo! Ya estás viejo. Además ya has sido catedrático muchos años e inclusive fuiste coordinador de un subsistema!”

Yo simplemente le respondí que iba a cursar una maestría pero que en realidad era un curso de humildad. Y le expliqué que después de ser profesor, calificar y cuestionar alumnos o ser jefe en una oficina, a veces uno pierde el piso (humus) y requiere uno reprogramarse como alumno, obediente, hacer tareas, estudiar y ponerse nervioso en los exámenes, eso es volver a entender la importancia de ser humilde.

Hemos oído que a veces se dice que la vida es una escuela y que hemos venido a “aprender” y concuerdo con el concepto. Sobre todo lo que vamos aprendiendo a lo largo de la vida, acumulamos infinidad de conocimientos y habilidades, algunos buenos y otros, en ocasiones adquirimos mañas y malas prácticas, pero en síntesis estamos en la vida como si estuviésemos en la “Escuela de Humildad. Hay la famosa fase de origen griego que dice: Sólo sé que no sé nada. Y es cierto.

En Octubre se está organizando un Congreso sobre “Opciones y Dignidad al Final de la Vida” que organiza DMD (Derecho a Morir con Dignidad A.C.). Para muchos de nosotros nos resulta desconocida DMD sin embargo realizan una labor altruista de la mayor envergadura. Crean conciencia sobre el final de la vida.

Me resulta de suma trascendencia dicho evento que reunirá a los más destacados pensadores y estudiosos del tema porque resulta que en la vida aprendemos de todo pero lo único que difícilmente aprendemos es hacer que nuestro final sea una transición digna, no lastimera ni lastimando a otros, no inflingiéndonos un mayor dolor al final de nuestra existencia,.

¡Sí!, al fin de cursos que le llamamos vida debemos reflexionar y aprovechar todo lo que hemos vivido y aprendido para poder transitar amorosamente, elegir nuestra mejor opción y graduarnos en una escuela que nunca decidimos inscribirnos pero que finalmente hemos cursado y disfrutado enormemente: La vida.

Recuerda que hasta para terminar la vida debemos ser humildes.

Latidos del Corazón

Casi todos sabemos que el corazón es una simple bomba que mueve al torrente sanguíneo en nuestro cuerpo. Similar a las bombas que suben el agua a los tinacos en edificios y viviendas, cuando falla esa bomba el caos se produce, ya sea en todos habitantes de un edificio o en el cuerpo de un ser humano.
 
Sin embargo, los humanos hemos creado todo un maravilloso mito sobre el corazón. Lo vinculamos con el amor, los sentimientos y las emociones más íntimas e inclusive con la fé y religión.
Así vemos que el día de los novios o las tarjetas de amor siempre van acompañadas de un símbolo que representa el corazón. Los enamorados tallan en la corteza de los árboles el símbolo del corazón y ponen las iniciales de la pareja de amorosos.
Verbalizamos frases como: “Me robó el corazón”para expresar que se enamoraron y “Me rompió el corazón” para expresar el duelo de la pérdida amorosa.
En la religión católica vemos la imagen del Jesús convertido en el “Sagrado Corazón” y también en la Virgen aparece ilustrada con un corazón en su pecho conocida como Nuestra Señora del Sagrado Corazón.
Coloquialmente decimos: “Sigue los latidos de tu corazón” y lo equiparamos a la intuición o al también llamado fenómeno de la premonición. En esa expresión típica que decimos “Me late” cuando algo nos vibra bien, nos agrada, nos atrae o “No me late” cuando es lo contrario.
 
Hay mucho que investigar en las neurociencias pero muchos de nosotros hemos vivido interesantes experiencias de premoniciones, de una anticipación a algún suceso, en donde sentimos que algo puede pasar y finalmente pasa. Es una advertencia que asociamos como presentimiento y que lo traducimos, a veces, en frases como “Hazle caso a los latidos de tu corazón”
Los ritmos de nuestra música interna son indicados por los latidos del corazón y es asociado a la música que el término médico que se vincula al auxiliar cardíaco se le llama “marcapasos”. La música la bailamos ay medimos a base de pasos, sea danza clásica, tango o cumbia o reguetón.
Los musicologos generalmente se refieren a que la música lleva un ritmo semejante a los latidos del corazón y al usar un metrónomo o marcar el solfeo, casi en automático seguimos lo que podría ser el ritmo cardíaco. Quizás por ello la música es algo que nos mueve y afecta a todos. Los ritmos de la música electrónica son más que evidentes con el ritmo cardíaco pero si vamos a escuchar la música y ver los bailes de los pueblos africanos o en los pueblos originarios de México, veremos que el ritmo sigue la frecuencia cardíaca. El ejemplo más claro es el tambor y la chirimía de la música folclórica. Las marchas de guerra o las sinfónicas, nos dictan un ritmo que se empareja a los latidos del corazón.
En materia de fenómenos paranormales se recomienda que cuando algo no te “late”, cuando sientas una aprehensión indefinida, le hagamos caso a “los latidos del corazón” y no forcemos la energía, no violentemos eso que no podemos definir pero que sentimos en nuestro interior. ¡Cuántos relatos no hemos escuchado de personas que le hicieron caso a sus latidos del corazón y se salvaron de un accidente!
 
Mientras las neurociencias nos logran descifrar esos extraños fenómenos de percepción, yo siempre recomiendo que escuchemos a nuestra voz interior, que le hagamos caso a los “latidos de nuestro corazón”…aunque sea solo una bomba que irriga sangre en nuestro cuerpo.

Identidad

Cuando utilicé la palabra “identidad” inicialmente fue cuando empecé a escribir los primeros manuales de identidad corporativa que empezaban a ponerse de moda entre las empresas. Todas querían tener su logotipo y su propia personalidad.

La identidad es el conjunto de rasgos o características que nos diferencian a unos de otros. Normalmente nos quedamos en el plano de la imagen externa, es decir, en nuestros rasgos antropométricos.

Sin embargo la identidad va más allá e incursiona en lo intangible o no medible. Es nuestra forma de pensar, de reaccionar, actuar, gesticular, de movernos. Hay microexpresiones que aunque pretendamos ponernos una máscara de falsa identidad, nos muestran tal y como somos.

La identidad psicológica va desde si te sientes a gusto con quién eres y cómo eres hasta cuestiones de tu temperamento y carácter que muchas veces no podrás controlar.

Hoy en día está de moda el término “robo de identidad” y resulta ser cosa seria porque te quitan información privada y personal para usarla con otros fines, ya sea mercantiles o de actividades delictivas.

Cuando los niños empiezan a reconocerse como únicos y diferentes, normalmente es su recámara o su espacio más íntimo lo que llegan a atesorar. Ahí guardan sus juguetes o “cositas” que las ordenan a su propio entender y cuando su madre decide “ordenarle” el cuarto, se produce un choque frontal. Le están alterando su identidad.

Cuando les ponen ropa que les disgusta y que no sienten identificarse con ellas, se produce un rechazo a la prenda y a la persona que lo obliga. Pueden ser esos ridículos uniformes de las escuelas que parecen haberse quedado atascadas en el siglo XVIII.

El otro día recibí una llamada desde Nueva York. La voz de mujer se identificó y me dijo quién era yo, cuáles eran mis teléfonos, mis publicaciones, mi actividad, mi domicilio, materialmente todo lo que jamás te imaginarías que un extraño puede conocer sobre ti.

Pretendía venderme un sistema de cómputo para escuchar a los otros, para espiar materialmente a los demás. Me horrorizó.

Es verdad que la implosión de los medios digitales nos acerca unos a los otros y nos permite diversificar el uso de herramientas ya sea para estudio, trabajo, entretenimiento y socialización. Pero también se han convertido en un arma de doble filo. Nuestra identidad está expuesta, está en peligro de ser usada, chantajeada, manipulada por propios o extraños e inclusive por los gobiernos.

En una cuenta bancaria ahora tendrás que entregar todos tus datos antropométricos para que ellos lo tengan y te administren tu dinero o tus deudas. ¿Se imaginan lo que podrán hacernos? Si con los simples números telefónicos día y noche nos martirizan ofreciéndonos tarjetas de crédito, planes vacacionales, préstamos y cuanta estupidez se les antoje. Ahora con nuestra identidad en manos de estos “banqueros” podemos ser presa fácil de innumerables abusos.

Aldus Huxley

Estamos en la era del “big borther” que Aldous Huxley vislumbró en su novela “Un Mundo Feliz”. Otro visionario fue Anthony Burguess con su novela “Naranja Mecánica” que llevó genialmente a la pantalla el cineasta Stanley Kubrick.

Naranja Mecánica de Stanley Kubrick

Nuestra identidad está indefensa como lo están quienes van a las oficinas del registro civil o a los juzgados y quieren cambiar de sexo. Hoy publican en los diarios que han decrecido la demanda de estos servicios porque los mismos empleados discriminan y maltratan a las personas.

El sistema de control de identidades es una grotesca burla que se usa en todo el mundo para atemperar las campañas de miedo inducido que han orquestado gobiernos, dictadores, iglesias, sociedades elitistas, etc.

 

La identidad es privada, es nuestra y es el último reducto de nuestra propia libertad.

Felicidad

Todos hablamos y pensamos en la felicidad.

Cuando iniciamos un año nos dedicamos a desear a todos “Un feliz año”. Lo mismo cuando son fiestas como: “Feliz Navidad, “Feliz Janucá”, “Feliz día de la Madre” o Feliz día de la amistad.

Tratamos de evitar a aquellas personas que todo el tiempo se quejan de ser infelices y detestamos a esas personas que buscan hacer infelices a los otros.

En nuestras sociedades post-industriales se ha dado la asociación del consumismo como sinónimo de felicidad. Poseer bienes, objetos, propiedades son frecuentemente confundidos con la felicidad. Y el no poseerlos automáticamente hace que las personas se sientan frustradas, resentidas, amargadas, es decir, en una sola palabra: se sienten infelices.

Pocas personas aquilatamos la felicidad como sinónimo de gozar de la salud, de tener a quien amar y de significar algo para alguien. Eso lo damos como parte de la gratuidad e nuestra existencia y no es así.

Es muy común encontrar que el concepto de felicidad se perciba como una zanahoria que se nos ofrece y que solo se alcanzará como premio al final de un trayecto. De hecho, ciertas religiones ofrecen la felicidad al término de la vida presente y mientras llegamos al final de ése camino debemos estar dispuestos a sufrir y cargar como castigo todas las desdichas posibles. Eso es enfermizo.

Si una persona no es feliz o se siente no ser feliz debemos recomendarle que vaya con un terapeuta para que le ayude a descubrir las causas de su infelicidad. Uno debe trabajar ése aspecto que está perturbando nuestro equilibrio emocional. Hay personas que prefieren ser infelices en compañía de una pareja que le agrede, lástima y humilla todo el tiempo con tal de no estar solos.

O bien en el empleo, se soportan situaciones opresoras con tal de mantener el trabajo aún cuando se pudieran tener muchas formas mejores de allegarse los recursos financieros pero alejados del sufrimiento y del mal trato.

Lo primero que debemos hacer es preguntarnos: ¿Soy feliz? Y si la respuesta es dudosa o negativa, entonces preguntarnos: ¿Qué me falta para poder ser feliz? Si es cuestión de poseer cosas o personas, la respuesta será que tienes que reprogramarte ya sea por ti mismo o con la ayuda de un terapeuta o asesor espiritual.

Si descubrimos que no nos hace falta nada de lo básico (salud, alimentación, techo y ropa) entonces vamos bien en el camino de descubrir que somos felices. Luego pasamos al siguiente nivel: Si tenemos el cariño de alguien, si amamos a alguien, si tenemos buenos amigos, habremos subido un escalón más para comprobar que somos felices. Si en lo que nos ocupamos nos resulta gratificante, sea trabajo, estudio, lectura, escritura, expresión artística, etc. hemos subido un peldaño más.

Si sabemos dar a los demás, si servimos a nuestros congéneres o a la comunidad, si hacemos algún tipo de altruismo estaremos más que ascendiendo en la escalera de los satisfactores humanos. Si somos capaces de darle sentido a nuestra existencia y ver que nuestra vida nos resulta útil para nosotros mismos, ser apreciados por los que amamos y nos rodean, entonces habremos descubierto que realmente somos felices. Tendremos el estado de ánimo equilibrado para gozar de nuestra propia felicidad.

Siempre debemos recordar que así como respirar, el poder movernos y usar nuestros sentidos es muy importante que lo apreciemos y sepamos que somos felices las 24 horas de cada día de nuestra existencia, que tenemos la riqueza innagotable de la vida porque hemos descubierto que:

“La felicidad debe ser un estado de ánimo permanente”.

Novelas por entregas

En el siglo XIX, con el incremento de la publicación de periódicos y revistas –especialmente en Europa—, se inicia una tradición de publicar obras literarias semanalmente denominadas como novelas por entregas. Algo así como las series de TV que hoy en día que vemos en el “streaming”. Las novelas por entregas se convierten en la literatura masiva favorita de esos dos siglos (XIX y XX).

 
Se publicaba un fragmento de la novela cada semana, el mismo día y en la misma ubicación del tabloide o revista. En algunas ocasiones se convirtieron en cuadernillos o fascículos coleccionables. Unos títulos favoritos fueron las novelas francesas como “Los tres mosqueteros, Madame Bovary, Los miserables,etc.” y para el público juvenil eran las obras de Julio Verne o Emilio Salgari. También la novelística rusa tuvo su espacio en el concepto de novelas por entrega.
Ya a nivel hispanoparlantes, las novelas del corazón fueron asiduas lecturas de las mujeres en la revista La Moda Elegante y otras publicaciones como Blanco y Negro. Más próximos a nuestros días, en el siglo XX fueron las revisatas femeninas las que promovieron obras románticas como las de Corin Tellado, entre muchas otras.
 
Las novelas por entregas tenían una gran aceptación además de que eran muy digeribles en materia de lectura ya que el ir por episodios lo facilitaban y motivaba al lector a seguir con la próxima edición.
 
A nivel de pasquines (historietas o comics) en México destacaron las obras de Yolanda Vargas Dulché como en su publicación “Lágrimas y risas”, Memín Pinguín, etc. Eran narraciones ilustradas y con textos cortos. Gabriel Vargas marcó una época con su serie de la Familia Burrón.
 
Tendría yo cinco años cuando traté de hacer mi primer obra escribiendo y encuadernándola a mano a base de unos pedacitos de papel que finalmente se la entregué a mi abuela materna. Era mi propia versión de “La Caperucita Roja”. Fue muy corta esa novela porque apenas empezaba a aprender a escribir y la hice con letras muy grandes y espaciadas por lo que el librin solo llegó a decir unas cuantas palabras: “Había una vez una niñita que tenía una caperuza roja…” y “Fin”. Mi abuela la atesoró hasta unos meses antes de su partida que –en un paquete— me la entregó junto con toda la memorabilia que tenía de mi (recuerdos, cartas, dibujos, etc.).
 
Retomé el concepto de las novelas por entrega cuando cursaba el segundo año de preparatoria. Cada noche escribía un fragmento de una novela que intitulé “Dos”. Era la historia de dos buenos amigos adolescentes que por accidente durante la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco son salvados por una bella mujer que ocupaba uno de los departamentos de ése conjunto habitacional. Para evadir el rondin de los soldados que inspeccionaban departamento por departamento, la bella mujer los desnuda y los mete con ella a su cama. Al romper la puerta los soldados ven una escena plena de erotismo y se apenan, saliendo del departamento. Así salvan el pellejo los dos jóvenes estudiantes, se inician y descubren la magia del sexo. La trama resulta que ella es amante del jefe de la policía pero la continuarán frecuentando y así continuaba la novela.
 
Cada mañana llegaba yo con un nuevo pasaje de la historia y en un descanso entre clase y clase se las leía en voz alta a un círculo de compañeros. El suspenso de la narrativa iba aumentando y ansiosos demandaban conocer el desenlace.
 
 
Al terminar la novela se me ocurrió pedirle a mi maestro de literatura que me ayudara con la corrección de estilo. En esos tiempos uno mecanografiaba el texto pero no se almacenaba como hoy en día en la memoria de la máquina o en un dispositivo. Así que no tenía copia. Mi maestro se llevó la novela y todavía hoy es el día que espero aparezca la novela por entregas ya corregida.
 
Continuará la próxima semana. Fotos internet

Soledad

Pocas veces nos detenemos a pensar sobre la soledad y en la importancia que tiene en nuestras vidas.

Para empezar, nacimos solos.
El remanso de nueve meses en el que estuvimos albergados en la matriz de una mujer, navegamos en la soledad en un espacio rodeado de líquido amniótico. Flotábamos como se suspenden in gravedad los astronautas en el espacio y teníamos un cordón por donde nos alimentaban.
 
Esos nueve meses (en algunos casos siete meses) nos sirvieron para irnos integrando como seres humanos. Al ser expulsados del paraíso y ser recibidos por otras personas –desconocidas en ése momento—, resultó ser una experiencia impactante. Algo similar como si fuésemos un extra terrestre que por primera vez llega al planeta tierra.
Ese momento inicial de «shock» nos cambia la perspectiva de vida. Nos habían quitado del aislamiento y ellos empezaban a tener contacto físico y auditivo con nosotros. Nos forzaron a respirar, a llorar y a emitir sonidos como un incipiente intento de comunicarnos.
Tuvimos que empezar a socializar. Fabricamos el concepto de depender de una madre a quien le dimos respuestas por sus actos de ternura, por sus caricias y porque era la única posibilidad que inicialmente teníamos para alimentarnos.
En ése proceso de socializar, de contactar con los otros, vamos en cierta forma olvidando que la soledad es nuestro estado emocional básico.
Los primeros meses de transición aún tenemos muchos momentos de soledad en nuestras cunas. Nos dejan dormir por horas y sólo el hambre nos impulsa a despertarnos y pedir alimento o bien para ser atendidos en nuestro aseo diario y cobijo.
Cuando ya hemos aprendido a interactuar y logramos dominar las artes de fascinar a los adultos, aprendemos a manipular sus sentimientos causándoles gracia, ternura, amor y una amplia simpatía que nos alimenta a nuestro ego. Aprendemos a lograr lo que queremos a través de sonrisas, caricias o berrinches y llanto.
Sin embargo, buscamos momentos para sumergirnos en soledad y exploramos, descubrimos cosas, jugamos, nos “entretenemos” según dicen los adultos.
La soledad entonces será generalmente un estado esporádico y que muchos de nosotros llegaremos a sentir que nos incomoda.
Quizás esa sea la razón por lo que las festividades de invierno, en estos meses de frío busquemos generar eventos para celebrar y unirnos a parientes y amigos, gozar de posadas, cenas, convivios que amortigüen nuestra potencial soledad por ser días atípicos y feriados.
Dependiendo de nuestro carácter y personalidad habremos de ser adictos o reactivos a tener periodos donde estemos solos. Lo que es innegable es que a medida en que nos acerquemos a la vejez comenzará una transición hacia la soledad nuevamente. Ya sea por la pérdida de la pareja o la viudez, el nido vacío cuando los hijos se van, etc. Es como si nos fueran preparando para asimilar el momento final de nuestra partida.
Los viejos empiezan a estorbar a las nuevas generaciones. Su movilidad, cansancio o dificultad para seguir el ritmo de los jóvenes se va convirtiendo un motivo de abandono. Por otra parte, a medida que avanza la ancianidad, las personas dormitan en el día y con facilidad se quedan largos periodos durmiendo. Algo semejante a cuando de bebés dormían muchas horas en sus cunas o en los brazos de mamá.
 
Es silenciosamente un periodo de transición hacia la muerte.
 
Se cierra el círculo y empezamos a descubrir que estamos solos, que siempre hemos sido individuos, que la comunidad es accidental, que la familia es un constructo que aparentemente atesoramos pero que en realidad es un núcleo de soledades compartidas.
 
Al término de nuestras vidas cobramos conciencia de que la soledad era el estado básico con la que iniciamos el vital viaje y que partiremos invariablemente, ése será el momento cuando recobraremos el verdadero sentido de lo que es la soledad.
1 y 2 son fotos de internet
3  Juan Okie

Romper la rutina

Uno de los aspectos más dañinos para nuestra plasticidad neuronal es la rutina.

La mayoría de los seres humanos solemos habituarnos a seguir los mismos patrones o hábitos de conducta día con día. En la medida en que creamos esas rutinas caemos en un proceso de deterioro de nuestra plasticidad neuronal.

Las neuronas son las células más sustentables de nuestro organismo y eso se debe a que consumen un alto porcentaje de nuestra energía (se calcula que es más del 60%).

Para economizar la enorme demanda, existen las llamadas “neuronas asesinas” cuya función básica es eliminar a las neuronas inservibles. Es decir, que si dejas de hacer ciertas cosas por tu vida rutinaria, las áreas especializadas desaprovechadas van a ser eliminadas. Con ello se elimina la plasticidad neuronal de esas actividades y finalmente vamos perdiendo nuestras capacidades.

Por ejemplo, no escuchas música, el área dedicada a las conexiones musicales se va deteriorando. Dejas de bailar y te vuelves torpe. No practicas los idiomas que estudiaste de adolescente terminarás perdiendo esa conectividad, si usas una pobreza de lenguaje, tu vocabulario se acorta, o si dejas de sumar, restar, multiplicar con la cabeza y para todo recurres a la calculadora tu capacidad matemática se desvanecerá, etc.

Si todos tus días son iguales, vas matando a tus neuronas y terminarás con un encéfalo muy limitado, conservador, temeroso de cambiar los hábitos y te acercarás más rápido a la demencia senil.

La edad no debe ser limitante para tu creatividad y por olvidar el estímulo del apetito por adquirir conocimientos y gozar de la vida.

Se dice que existen dos tipos de personas: las que tienen el síndrome de la rutina y gustan de ella y los otros que tienen síndrome del explorador.

El síndrome de la rutina es el de la típica persona que escuchamos decir: “A mi me gusta mi coca-cola en la comida y tomo siempre sopa seca, sopa aguada y mi infaltable plato fuerte o es pollito o es bistec”. Son los que el mismo fin de semana se repite las 52 semanas o sus lugares de consumo, los días que van al mercado y en donde compran sus cosas siempre son los mismos. Te argumentan “¿Para qué me arriesgo a cambiar? Así soy y así me gusta”, Y claro, así nos gustará viéndolos sentados en su sillón con más de cuarenta años, acompañados con la frazada de siempre y la mente divagando por alguna nube porque ya no recuerdan nada ni hacen nada al final de sus vidas.

Por el contrario los que tienen síndrome de explorador, ahora estudian, ahora leen, toman clase de danza a pesar de que les dicen viejos, tienen fines de semana diferentes y se atreven a siempre estar innovando. Son exploradores natos y te dirán: “Encontré un nuevo lugar para comer, decidimos que éste fin de semana fuera para pueblear, ahora las fiestas las vamos a pasar en otro lugar, etc.” Siempre están descubriendo y aprendiendo algo nuevo.

Existen estudios científicos que demuestran que los que tienen síndorme del explorador, viven más años con mejor calidad de vida. Generalmente son personas que cambian sus rutinas de 5 a 7 años (eso explica la cinematográfica creencia de la comezón del séptimo año).

No forzosamente cambian de empleo, pareja o de quehaceres, pero añaden nuevas ocupaciones a las existentes o se reinventan en todo. Redecoran sus casas, cambian de auto o medio de transporte, tienen nuevos “hobbies”, generan nuevos círculos de amigos, etc.

Hay una historia que lo ejemplifica:

Cuando una persona anunció que iba a estudiar una Maestría, su amigo cercano le dijo: “¿Para qué vas a estudiar? Ya no estás en edad. Además tu has dado muchos años clases, ni modo que vayas a aprender algo nuevo”.

Su respuesta fue sencilla: “Estudiaré para aprender a ser humilde. Seré alumno y haré tareas, estudiaré para los exámenes, tendré que aceptar mi propia ignorancia y admiraré a mis nuevos maestros”. Y le terminó diciendo: Recuerdo la frase que decía mi abuela: “Siempre es más duro ser rico y volverse pobre, que ser pobre y volverse rico”.

El incrédulo amigo se rió.

Después de dos años, se volvieron a reunir. Uno con su Maestría se sentía revitalizado y el otro amigo había envejecido a una velocidad insospechada. A pesar de ser más joven desgraciadamente el amigo rutinario murió al poco tiempo. Y el amigo estudioso –con síndrome de explorador—vivió muchos años más.

Por eso siempre debemos tener presente:

Las rutinas matan a las neuronas en cambio eE apetito por explorar, cambiar y aprender –todos los días–, te fortalece.

Pensar… un viaje maravilloso