Cómo envejecer sin hacerse viejo.

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La mayoría de las personas empiezan a manifestar una verdadera paranoia cuando descubren el proceso de envejecimiento. Generalmente se «quejan» de la edad no importa si apenas cumplan 30, 40, 60, e incusive 80 años. Lo que desconocen es que la edad promedio para la cual estamos diseñados es de 120 años. Así que si celebraste 60 años apenas eres una personaa de edad intermedia (adulto) y si celebraste 30 acabas de concluir tu adolescencia.
Sí, no estoy bormeando. Yo soy parte del patronato de una ejemplar residencia para mujrees en plenitud (Residencia Mater) y nuestras «chicas» en promedio están cumpliendo frecuentemente su cumpleaños número 100. En un lapso de cinco a diez años, la expectancia de vida y la calidad de la misma, les ha permitido llegar a batir esos records.
Es indudable que todos habremos de envejecer (lo estamos haciendo desde que nacimos), pero lo importante es no hacerse viejo.
¿Qué debes hacer para no avejentarte?
Sigue un método infalible:
1. Siempre da las gracias de lo que tienes y de lo que te ha dado la vida.
2. Nunca dejes de aprender. Haz el firme propósito de que todos los días tienes que aprender algo.
3. Cuando despiertes en la mañana, emociónate de que vas a gozar un día más de felicidad. Sonríe y levántate con el mejor ánimo.
4. Frente al espejo, agradece la belleza que emanas desde tu interior. Dedícale el tiempo necesario para embellecer lo que naturalmente tienes de bello y enfatiza en lo que consideres feo. (¡No olvides que «Los feos también tenemos corazón»!)
5. Desayuna bien y procura variar el menú todos los días.
6. Trata de trabajar mucho solo seis o siete horas, nunca te excedas porque puedes hacerte viejo. El que se pasa está enfermo de algo y no se ha dado cuenta.
7. Nunca discutas. Evita a quienes son propensos a discutir.
8. Aprende las nuevas tecnologías y gózalas. Pónte retos para aprovecharlas, nunca digas que «eso» es para las nuevas generaciones.
9. Jamás te expreses con términos como: «En mis tiempos», «Cuando era joven», «¡Uy, ya son otros tiempos! recuerda que estos son tus tiempos.
10. Evita la ropa anticuada. nada de sweateres o calcetines de cocolitos (rombos) o tonos de cuando las escuelas eran solo para un sexo. Eso está pudriéndose. Goza la moda y lo que te acomoda.
11. Acepta que el sexo es importante y disfrútalo. Debes saber que el sexo te mantiene más joven. Lo único que está prohibido en las prácticas sexuales es la pedofilia y no usar condón. Todo lo demás es bendición de D-os.
12. Quiere a las personas que te quieren. No te enganches con las personas que no te quieren.
13. Pónte perfume todos los días como si fueras de conquista.
14. Dedica una hora del día a leer. Evita ver demasiado la televisión. recuerda que el futbol se toma con medida sino te vuelves adicto y puedes llegar a matar.
15. Come a tus horas, cena ligero, cepillate los dientes 3 veces al día aunque la crema dental te garantice protección por 12 horas.
16. En la noche no veas noticieros para no tener pesadillas.
17. Pónte la pijama más ridícula que tengas y si no te gusta usar pijama, mejor duerme con al desnudez de tu cuerpo. Es muy rico y te sientes libre de ataduras.
dedica un minuto antes de dormirte a pensar todo lo bello que hiciste en el día y lo feliz que eres.
18. Si eres creyente, no reces, solo da las gracias. Repetir como perico oraciones no sirve de nada. Y si no crees en nada, también da las gracias, no vaya ser la de malas y en realidad sí exista un «big brother».
19. Si esa noche no vas a tener sexo, encomienda el alma de los que sí lo tengan para que lo disfruten, tengan la preferencia que más les guste a pesar de que los cardenales mexicanos se enojen. Como dijo su patrón: «El que esté libre de culpa, que arroje la primer piedra»… si obedecieran no andarían lapidando a los demás.
20. ¡Ah! Y solo reniega del gobierno, ellos no tienen remedio, todo lo demás no debes de criticarlo porque sí lo puedes arreglar.

Si sigues todo esto, y además no te encorvas , puedes asegurarte de no marchitar tu cerebro.

El timbre postal

 

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¿Aún recuerdas el extraño saborcito que te quedaba en la lengua cuando lo pasabas por el engomado de un timbre postal?   Es un recuerdo gustativo, desagradable el sabor, pero emocionante el momento de estar enviando una carta. Quizás las nuevas generaciones –incluyendo los millenials—jamás tendrán esas emociones o esos recuerdos. Habemos otros que sí los atesoramos.La verdad que para mi es un grato recuerdo la vinculación con el correo y los timbres postales.

Desde pequeños, por instancias de la escuela, nos inscribimos en un club mundial de amigos por correspondencia. Así empezamos a tener amigos por todo el mundo. Luego hasta “adoptamos” a una niña en Filipinas enviándole una remesa mensual. Luego me inscribí en un curso de dibujo por correspondencia.

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La emoción al regresar de clases y sentarme en la mesa para ver recargado en el vaso, de mi lugar habitual, el sobre recién entregado por el cartero.

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Había sobres que venían perfumados. De papel elegante o los típicos con un cintillo que llevaba los colores del país (rojo y verde para México, azul y rojo para Estados Unidos o Francia), no faltaba el que tenía un rico olorcito de fragancia de otra parte del mundo.

 

Aunque existían los abrecartas, la prisa por abrir la carta me impulsaba a usar el cuchillo de la mesa o simplemente rasgar la orilla para extraer la carta.  La letra manuscrita se devoraba con fruición desesperada. Quería que la carta nunca terminara. A veces, acompañando la carta venía una fotografía. El ansia de contestar la carta me provocaba apurar mis alimentos y en la primera oportunidad escapaba a la recámara. Abría el cajón donde tenía los sobres y el papel especial para escribir mis cartas. Escribía con amoroso cuidado buscando que mi caligrafía fuese la más exquisita. Hacía pequeños dibujos que en ocasiones acompañaban mis relatos. Terminaba con una frase cariñosa y por rúbrica era mi nombre.  Doblaba con cuidado el papel, ensobretándolo.  Investigaba cuándo mi madre iría al supermercado. Era una distante odisea, ya que vivíamos en los suburbios, en la tierra de nadie.  Precisamente junto al supermercado estaba la oficina postal.

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Llegaba a la ventanilla, ponía mis monedas en el mostrador, tras el enrejado veía al dependiente que alrededor de sus mangas de la camisa tenía un protector de plástico para no mancharse y usaba un dedo de goma para maniobrar papeles, timbres y billetes. Le pedía que los timbres fueran para envíos aéreos. Imaginaba que llegarían más rápido.  Pesaba el sobre en una pequeña balanza. Me entregaba los timbres.

Los cromos de las estampillas eran fascinantes. Eran hermosos, tanto los que enviaba de México como los que recibía de todas partes del mundo. Inmediatamente venía el ritual. Por lo general, en las oficinas de correos siempre tenían un recipiente con una esponja con agua para que uno humedecira los timbres y los pegara. Yo me resistía a usar esa esponja. ¡Prefería mi lengua!

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Sellaba el timbre en el sobre. Revisaba que fuea bien mi remitente y deslizaba la carta por el buzón de cobre que decía Aéreo.Ahí iban mis ilusiones. Mis sueños. Mis alegrías. Solo restaba esperar. El ciclo era continuo. Carta recibida expuesta en la mesa del comedor, responderla y enviarla.

Un día mi abuela me llamó a su recámara, abrió un ropero y sacó un album de estampillas. Se puso lo que ella llamaba “ojos”, las gafas de presbicia que los adultos usan. Pasó su mano sobre el album, lo abrió y me dijo:

–Sabes, yo coleccionaba timbres desde joven.

Desplegó las páginas atiborradas de timbres que databan desde los primeros sellos emitidos con el perfil de Miguel Hidalgo. Había timbres de España, con ilustraciones desde el rey Alfonso XIII que gobernó antes de la República y por supuesto después de la Guerra civil con el sanguinario rostro del dictador Francisco Franco. Cerró el album, lo tomó y entregándomelo me dijo:

–Tu puedes continuar la colección.

Comencé a coleccionarlos. Pero archivar o coleccionar no era lo mío. Lo mío era recibir y escribir cartas. Lo arrumbé un tiempo y cuando cursaba preparatoria, un compañero que era fanático de coleccionar timbres postales se enteró que lo tenía. Al verlo tan emocionado, se lo regalé.

He estado pensando en invitar a quienes me acompañan en este “blog” para que iniciemos una campaña de rescate de la correspondencia tradicional. Estoy seguro que lo podemos volver a poner de moda. No es sustituir al internet ni a los correos electrónicos, es como crear una especie de “Club” –como esos que existen de automóviles antiguos o de los fanáticos de la Guerra de las Galaxias–, para iniciar un eslabonamiento de cartas entre nosotros y viralizarlo. Me pueden mandar su dirección y código postal a este correo y les prometo que les mandaré de regreso la carta de parte mía con un timbre postal. ¡Ah! Y si me dicen cuándo es su cumpleaños, les mandaré una felicitación, claro está: ¡Por correo!

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Alegría

Las palabras a veces, con solo pronunciarlas o escribirlas, transmiten ciertas emociones que reflejamos automáticamente.

Tal es el caso de alegría. ¿Una emoción, un sentimiento, una  expresión?

En el diario transcurrir de nuestras vidas vamos arrinconando emociones que deberían ser nuestro alimento cotidiano. Así, la alegría, ternura, gratitud, las sorpresas o el entusiasmo lo dejamos drenar por el lavabo ante nuestra primer mirada en el espejo.  Nos vemos reflejados y nos denostamos automáticamente:  «¡Que mal me veo, que fea estoy, estoy hecha una garra, ya ni me quieto ver en este espejo!» Son algunas de las frases que nos invalidan y programan para drenar las emociones positivas.

El otro día, al ir a recoger mi auto en el estacionamiento, los empleados tenían a todo volumen una canción de la Sonora Santanera, un espléndido ritmo tropical que mientras yo esperaba la entrega de mi vehículo, me despertó la alegría y empecé a acompañar el ritmo de la música con unos cuantos pasos de improvisado baile.
-Mira!– exclamo uno de los empleados–, baila bien!
Me dio mucha risa su comentario y baile con mayor entusiasmo, los demás muchachos empezaron a bailar con desenfrenada alegría.
Recibí mi auto, me subí al vehículo, bajé el vidrio y me despedí de todos.
Me dije en mi interior:
No cabe duda que la alegría se contagia, es tan fácil comopartirla, además te mantiene joven…la alegría es parte fundamental de la energía de la vida!

El amor en tiempos del celular

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No dejo de asombrarme al ver que los teléfonos inteligentes han venido a cambiar la conducta humana en cuestión de unos años. La inmediatez en la comunicación que ahora se obtiene a través del uso celular es sorprendente. Anteriormente tenías que esperar llegar a casa, pedir un teléfono prestado o utilizar el teléfono de la vía pública para poder comunicarte. Esa espera, servía para pensar. En el trayecto a la oficina o a la casa, aprovechabas para tener una cita contigo mismo y definir lo que pensabas comunicar, discutir, argumentar o callar. Evidentemente dabas tiempo a que del cerebro reptiliano –que reacciona instintivamente rápido–, dejáras pasar el tiempo necesario para llegar a usar el cerebro racional, a la materia gris que te permite el análisis, la reflexión y en síntesis el razonamiento. de esa manera «pensabas» todo antes de hacerlo.

Con la llegada de los dispositivos móviles se ha roto la relación emocional de las personas como antes la conocíamos. El amor en todas sus variantes se ha visto vulnerado. Los padres se comunican con sus hijos a través del teléfono celular. Los novios se textean más de lo que se hablan o acarician. Los niños se aburren si no traen dispositivos con qué jugar. Los adolescentes no hablan, están «clavados» virtualmente en las pantallas. Se llegan a ver horrendos casos de familias enteras, sentadas en el restaurante en un paseo dominical y todos, pero absolutamente todos los miembros de la familia están con sus dispositivios, ensimismados sin poner atención ni departir con los demás.

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En los cines, en medio de la peícula o en las iglesias o templos, sacan sus celulares y están texteando. Pero el grado más crítico que he llegado a ver es a una pareja de enamorados que abrazados, besándose, ambos, están a la vez texteando con sus respectivos celulares. ¿A quién textean? ¿Con quién se están comunicando cuando están precisamente con su pareja amorosa?

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Se están reportando casos de personas que se mandan un mensaje para coordinarse y cada quien en su domicilio o en el lugar en que se encuentren, se enlazan vía el dispositivo móvil y se transmiten imágenes en vivo mientras practican el «onanismo». No debemos olvidar tampoco la epidemia de buscar pareja por medio de las redes digitales y/o utilizar las aplicaciones para buscar a personas en un área cercana para contactar, conocerlas y empezar un «romance» fugaz pero instantáneo. Ni el robo de identidad y el incremento de actos delincuenciales o secuestros con la ayuda de la telefonía móvil Uno de los objetos más deseados en los asaltos actualmente es el robo de los teléfonos celulares.

En la escuela leíamos el «Scientific American», una revista de divulgación científica que ya en septiembre de 1979 anunciaba que pronto habría tres innovaciones tecnológicas: Los teléfonos móviles, la fibra óptica y las estaciones espaciales georbitales. En menos de que parpadeáramos ya en la década de los ochenta se empezaron a usar los primeros celulares que parecían «tabiques» de lo pesados y voluminosos que eran. Los modelos de teléfonos inteligentes y sus aplicaciones están variando con una frecuencia que no nos permite conocer todos sus atributos y menos sus aplicaciones. Después de algunas investigaciones mercadotécnicas podemos concluir que hay cinco tipos de usuarios de los teléfonos imóviles:

  1. «Torres de control» : Generalmente mujeres de 35 años en adelante que utilizan los teléfonos móviles para poder controlar la información de dónde están sus hijos, esposos o padres. Usan el teléfono móvil para hablar no para textear ni navegar en la red. La primer llamada en el día es con su madre para preguntarle si ya se tomó la medicina.  Con el celular las mujeres celan al marido, los maridos espían a sus mujeres  y los padres  supervisan a los hijos y a las empleadas domésticas si es que las tienen. Lo que yo llamo «Torre de control» obedece a que el uso del aparato se usa para rastrear las naves emocionales solamente.
  2. «Pericos»: Pueden ser indistintamente hombres o mujeres de 30 años en adelante, sin ninguna cultura digital. Usan el teléfono celular para estar hablando continuamente, sin mucho que decir pero es usado con mayor profusión. Los vemos en todas partes, desesperadamente hablando cualquier asunto. No textean ni navegan. Ocasionalmente mandan «memes» de bendiciones, asuntos políticos o desgracias que les pasan a otros. Creen en los noticieros de televisión, gustan de los deportes –especialmente el fut-bol– y los domingos usan «pants» para creer que hacen deporte.Los jefes andan rastreando a los empleados. Los acosadores hostigan a sus víctimas con llamadas en la madriugada. Manejan el auto y a la vez hablan por teléfono.
  3. «Hibridos»: Son personas que ya combinan el texteo con ciertas llamadas. Predomina el textear. Las edades son desde los 25 años hasta los 65 años. Usan las redes sociales, sobretodo las mujeres. Se meten al facebook a cada rato y la campanita de los mensajes de «Whats app» está continuamente sonando. Usan las aplicaciones para ubicar calles o mapas (con sus GÜEYS), asimismo escuchan música. Son «memeros» es decir, mandan memes desde los más cursis hasta los filosóficos. Manejan y textean.
  4. «Nerds»: Raramente hablan por teléfono. Todo es a base de textos. Navegan, buscan, googlean, ven You tube, whats appean, son desde los 12 años hasta los 50 años, aunque destacan los llamados «millenials». Ambos sexos. Tienen gran habilidad para textear con los dedos pulgares y padecen enfermedades del tunel del carpio por el abuso de la digitalización. Asimismo han perdido su capacidad auditiva rápidamente porque usan audífonos a grandes volúmenes. Les encantan blogs o páginas de contenidos especialmente en You tube. Son fanáticos de los «memes» y viralizan los mensajes.

«Matrix»: Son fanáticos de las redes. Viven en el mundo virtual. No hablan. Conocen todas las aplicaciones. Hackean. Espían. Se meten a las redes sociales de los demás y sus vínculos son siempre a través de mensajes, memes, correos o cualquier aplicación digital. Usan periscope, escuchan música en spotify, conocen todos los vericuetos del You tube, googlean, usan Vimeo y llegan a desarrollar sus propias aplicaciones.

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Si consideramos que la mayor parte del comportamiento humano es a base de reacciones emocionales y si estamos alterando las formas habituales de expresión y comunicación amorosa que teníamos los seres humanos, podemos aventurarnos a sospechar que el amor en los tiempos del celular pronto tenderá a «objetivizarse» confirtiendo los sentimientos en simples textos de TQM (Te quiero mucho» o TX (Te extraño) o el uso de emoticones (gráficos prefabricados disponibles en tu teléfono) para compartir tus emociones.

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Los Maestros de la vida.

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A pesar de que un gobierno de iletrados, tontos y asesinos apoyados por medios –que como su nombre lo indica– son mediocres, y se dediquen a denostar la figura del MAESTRO, los ciudadanos comunes y corrientes guardamos en nuestra mente-corazón el agradecimiento por la luz, conocimientos y acompañamiento de los «Maestros de la vida».

Desde la tierna mano de nuestras abuelas que se autoimponían la misión de enseñarnos las primeras letras para que llegáramos adelantados al Kinder, las bellas y perfumadas maestras del pre-escolar que fueron culpables de un enamoramiento prematuro y llegamos a adorarlas.
Las maestras y profesores que tanto en primaria, secundaria o preparatoria fueron dejando semillas de conocimiento, recuerdos imborrables, experiencias de vida que se tornaron en huellas imborrables e inclusive a los que quizás fueron crueles y nos dejaron en lugar de semillas las cicatrices de su abuso.

Y para completar el recorrido memorioso, los maestros de las facultadoes y posgrado que terminaron de pulir nuestra plasticidad cerebral con un enorme bagaje de sabiduría.

A todos ellos les guardamos GRATITUD.
Sí, gratitud, una palabra que ha caído en desuso por la enorme prisa que tenemos para llegar a la meta final que supongo, debe ser la muerte, porque de otra manera no entiendo la razón de tanta persona desesperada por llegar a ocupar un lugar, rebasar en el tráfico cotidiano o en la carretera, violar la fila y arrebatar las cosas en las tiendas y supermercados. Prisa del absurdo.

También existen otros «Maestros de la vida» que quizás no fueron académicos ni impartieron alguna materia o cátedra en nuestras vidas, pero que quizás se dedicaron de forma silenciosa a formarnos, educarnos y conducirnos por los caminos de la superación personal, profesional y humana. También a esos «soldados desconocidos» de la inteligencia debemos recordar y agradecer todo lo que nos dieron.

Finalmenrte, y no por prioridades sino por simple línea narrativa, debemos agradecer a los maestros mudos que sin conocerlos personalmente nos han dado las mejores lecciones de cultura y sabiduría a través de sus páginas, de sus libros, de sus frases memorables. A esos maestros que se encuentran sus pensamientos plasmados desde las cuevas rupestres, tablillas o piedras rosetas, jeroglíficos, pergaminos y libros impresos, que se encuentran alineados, en los estantes de las bibliotecas, de las librerías y de nuestros humildes estantes de la recámara.
Esos autores de libros y aforismos que desde el primer silabario nos contagiaron de una enfermedad incurable que es el apetito por el conocimiento.

Por la gratitud que les debemos a todos ellos, se instituyó el día del maestro. Asimismo se universalizó el ícono de una manzana roja encima del escritorio del profesor.
Ése símbolo de gratitud donde el alumno le da al maestro una manzana roja como pago por inculcarnos valores e información fundamental para nuestra formación.
La manzana que por siglos han acusado de ser el fruto prohibido en los textos bíblicos, la perversa manzana que despertó el apetito en Adán y Eva por conocerse y «pecar», ésa manzana regresa a los Maestros como símbolo de gratitud por «despertarnos la tentación»· de aprender.
Los Maestros de la vida son la fortaleza que nos permite día con día, enfrentar los retos y cosechar con alegría, los frutos que las semillas del conocimiento germinaron en cada uno de nosotros.

La función de una madre

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En México se suele celebrar, el 10 de mayo, el día de la madre.
 
Es una costumbre importada de los Estados Unidos de América pero profundamente arraigada en nuestro país.
 
Independientemente de la función progenitora de la madre, en nuestro país, ella desempeña un papel fundamental en la preservación de la familia y de las costumbres.
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Genéticamente su función de PRESERVAR se desde aportar los códigos genéticos a través de las mitocondrias femeninas,que habrán de sellar durante siglos la herencia. Cosa que no sucede con las mitocondrias masculinas que solo permanecerán a lo largo de tres generaciones.
La mujer PRESERVA al producto durante los 9 meses de gestación. Es decir, lo conserva, nutre y protege en su cálido habitáculo que es la matriz.
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Una vez que se da el alumbramiento, el nuevo ser requiere de todos los cuidados y de su nutrición por parte de la madre. En esta etapa la mujer se esmera por PRESERVAR con vida al hijo que engendró.
 
A medida que el individuo se va socializando, la madre le PRESERVA a través de cuidados cotidianos, mimos y con una estricta supervisión de su alimento y salud. Es asi como el nuevo ser se va consolidando como individuo y va introyectando las costumbres que la madre le inculca.
 
Ella le pone límites, le marca lo que está bien y está mal en su comportamiento y lo PRESERVA para que se vaya adaptando al entorno social. Después vendrá un paulatino desprendimiento del cordón umbilical «virtual» que los mantiene atados y que en los países como el nuestro, establece lazos afectivos de una permanencia continua a lo latrgo de la vida. Así la madre PRESERVA el vínculo con sus hijos, a pesar de la edad, proporcionando elementos nutricios de afecto y de una permanente preocupàción por buscar el bienestar de ellos.
 
Esa función de PRESERVACIÓN se percibe claramente por la importancia que tiene la figura materna en el mexicano, de ahí que las celebraciones a la madre desborden emociones y sentimentalismos exacerbados. Se vuelcan en comilonas, obsequios, abrazos, serenatas y todo género de exhibicionismos para segurarle a todos que «sí tienen madre».
La interrogante que me asalta ante este exhibicionismo exagerado es con respecto a la esquizofrenia que se da en el mexicano.
La peor ofensa que se puede proferir es insultar a la madre, es uno de los países con ascendrado machismo y desprecio hacia la mujer y la violencia de género se ha tornado preocupante.

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El culto religioso a la virgen de guadalupe llega en ocasiones a rebasar el culto a Jesús el hijo, pero por otyro lado el expresarse peyorativamente de las mujeres que no poseen el distintivo de virginidad se convierte en escarnio. Viene socarroonamente alardeando de las mujeres que fueron poseídas por ellos, que fueron usadas como receptáculos de sus deseos sexuales pero que no les merecen respeto alguno. ¿Esa costumbre de denostar a las «otras» que no son su madre es acaso una forma de PRESERVAR su virilidad?
Ese machismo elocuente que se le inculca al varón y se le permite, es acaso la forma como la madre PRESERVA el control dl csriño de sus hijos?
¿Acaso así la mujer logra neutralizar a las otras mujeres que vienen a competir en su territorio de dominancia y ante la amenaza de otra hembra se ven ellas en peligro de perder?
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No cabe duda que la complejidad de la función de la madre y la distorsionada forma de inmadurez que el matriarcado mexicano ha fomentado se refleja en todas las acciones de nuestra sociedad.
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Infancia es destino

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El 30 de abril se celebra en México el día del niño.
A nosotros, en la primaria nos obsequiaban una paleta helada de limón. Mis abuelos , una bolsa de caramelos.
Realmente el festejo era mínimo y lo sigue siendo hoy en día.

William Shakespeare en una de sus obras dijo que los niños nacían llorando porque llegaban a un manicomio de locos.
En la actualidad muchos dicen que los niños se han convertido en víctimas del caos que nos ofrece el mundo. Pero no es cierto. Los niños siempre han sido vulnerables. Su fragilidad radica en que para su desarrollo pleno tienen que transcurrid más de diez años y en esas edades es cuando son susceptibles de sufrir muchas agresiones, independientemente del maltrato psicológico al cual pueden estar expuestos desde su hogar, en la calle y en la escuela.

Indudablemente la infancia deja marcas emocionales e intelectuales en todos nosotros. Ojalá que a todos los niños se les tratara bien y que los adultos supieran «acolchonar» la temprana etapa de sus niños para que no sufrieran.

Yo no me puedo quejar, fui un niño muy feliz y ése destino me ha marcado en toda mi vida. Tuve la capacidad de resiliencia y de amortiguar las agresiones y estresores que sin lugar a dudas recibí. La mayor parte de las situaciones estresantes se dieron por parte de maestros, algunos compañeros, unos cuantos desconocidos pero nada grave. El «amortiguador» funcionó.

A veces pienso que los niños deberían de tener una línea telefónica de asistencia donde pudieran hablar y exponer lo que les inquieta o les preocupa. Escuchar una voz sedante que les oriente y contribuya a reducirles la tensión. No siempre se atreven a expresar sus miedos y angustias, aún cuando sus padres sean personas accesibles a escuchar, comprender y atender a sus hijos. Siempre hay aspectos que los niños no expresan a sus mayores y por esocrean a sus amigos imaginarios.
Los adultos perdemos la sensibilidad de «entender» entre líneas lo que los chicos manifiestan.

En lugar de celebrar el día del niño, las autoridades, los maestros, los papás y todos los adultos que interactúan con pequeños deberían celebrar un acuerdo, — más que nacional, global –, para no solo evitar el maltrato sino de crear programas y medios de acompañamiento de tal forma que los niños tengan sus propios «amortiguadores» de vida. Así, el destino de la humanidad se regirá por infancias plenas de felicidad que se traducirán en un mundo de adultos sin violencia ni odios.

El cumpleaños del libro

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Ayer se celebró el Día Internacional del Libro y del derecho de autor.
Pocas celebraciones se hacen en favor de la inteligencia.

Cuando entro a una librería o biblioteca procuro no ver a los libros como libros, imagino que los estantes o las mesas están repletos de contenedores de cerebros. Ahí se almacenan las capaciddes creadoras del pensamiento.
Algunos libros contienen un solo cerebro, otros aglutinan a un sinnúmero de talentos.

Los libros sirven para vivir más. Te metes en ellos y vives lo que trate el tema o el género y te permite viajar con el autor por todas esas páginas. Es como Alicia en el País de las Maravillas que se pudo meter a un mundo diferente con sólo escurrirse en la madriguera de un conejo.
Vives muchas vidas  y te transformas en muchos seres.

Para celebrar el cumpleaños del libro, me puse guapo. Bueno, es un decir, lo guapo o lo tienes o lo pierdes con el tiempo, pero acicalarte, poner las mechas del cabello en cierto orden,  repartir mi loción  favorita en rostro y cuello, elegír las mejores ropitas para la ocasión, es lo importante.

Me senté en la sala donde celebraríamos, los libros y yo. Es una especie de biblioteca. Ahí se agolparon todos ellos esperando que les cantara «las mañanitas» y partiéramos un pastel.
Lleve un «pie» de nuez, es mi favorito aunque me apené un poco pensando que a lo mejor mis amigos cumpleañeros querían otro tipo de pastel (chocolate, fresas, de limón o tres leches), pero el egoísmo me venció.

No niego, estaba emocionado. Los veía a todos en sus estantes, deseosos de que los abrazara, de que les acariciara cada una de sus hojas y al final les diera una suave palmadita en los forros.
Ahí estaban todos mis libros, los huérfanos también, los que heredé de la biblioteca de mi padre, del buró de mi madre, de mi abuelo y de algunos amigos que se mudaron de casa y me pidieron que los guardara.

Estaban los más viejos. Los cinco tomos del Barón Von Humboldt que fueron atesorados por mi padre y que nos leía a ratos, todos sus hijos encimados en su cama.

Estaba el primer libro que me regaló mi abuelo: el libro de la Selva de Rudyard Kipling, aún con su dedicatoria en puño y letra del «Abue».
Estaba mi segundo libro que compré de niño: «Rabito el envidioso», porque el primer libro fue «El Gato con Botas» pero ése, desapareció después del infortunado accidente en que iba corriendo en la recámara a tomarlo de encima de mi cama y al pisar un tapete, me delice sin control, ensartando mi frente en un gancho del barandel de la misma cama. Todavía tengo la cicatriz.
Me falta «Rugoso Rasposín» que se lo regalé a los niños pobres un día que nos pidieron hacer una colecta.

Estaban todos los libros que me acompañaron en la licencatura. Volteaba a todos los lados del cuarto y daban la impresión de venírse encima de mi, de tan estrecho espacio que quedaba.

Confieso, se me salieron unas lágrimas al verlos a todos tan contentos. Me emocioné. Solo les pude decir gracias.
Me agolpaba en la mente la historia de la humanidad, la memoria de los libros caídos, los libros que fueron destruidos, quemados vivos, prohibidos por hablar de libertad, por divulgar la ciencia, por luchar para hacer un mejor planeta.

Despejé mi mente y recobré la alegría de celebrar un cumpleaños del libro, de sus autores y de la magia que alimentan las palabras.

El reloj del corazón

3215_gdEn estos tiempos que por intereses económico-bancarios cambian nuestros horarios de vida y nos alejan del horario de la naturaleza, reflexiono sobre el reloj del corazón. En nuestro interior hay un tic-tac que se encendió desde el momento de nuestra concepción y que invariablemente habrá de detenerse a nuestra partida terrenal.Es un reloj que generalmente marca los minutos y las horas percibidos a través de sus latidos, sin embargo tiene un dispositivo poco conocido.

Sí, el reloj del corazón también nos marca el ritmo con el que nos debemos enamorar, expresar nuestra ternura y preservar el ritmo de los cariños que vamos acumulando a lo largo de la vida.

Este curioso dispositivo nos acelera cuando descubrimos que alguien nos gusta o que le gustamos a alguien. En nuestros primeros años de mariposas en el estómago, nos late furibundamente e impulsa la sangre a nuestro rostro, provocándonos que nos ruboricemos. Nos sudan las manos y tartamudeamos al hablar con el objeto de nuestro deseo.
Ya en la intimidad, nuestro reloj del corazón se acelera en el bello ritual del amor.
Hay momentos en nuestra vida en que el reloj del corazón late lentamente al sentirse abandonado y no quisiera seguir con su monótono discurrir. Pero siempre encontrará la oportunidad para recuperar su ritmo y descubrir  el nuevo motivo para latir con fuerza.

A nuestro reloj del corazón nadie puede modificar su horario. Por más que los funcionarios públicos o los banqueros hambrientos de jugar a la bolsa lo desearan, nadie podrá cambiar el ritmo que solo se detendrá inesperadamente cuando el que decidió darle cuerda, considere que ya dio lo que debía dar.

Pensar… un viaje maravilloso