El tesoro escondido

Todos cuando fuimos niños añorábamos encontrar el tesoro escondido. Algunos leímos “La Isla del Tesoro” de Robert Louis Stevenson o “El Mago de OZ” y cada vez que veíamos un arcoiris nos sobrecogía el corazón imaginándonos: ¿qué habría al final del arcoiris, qué tesoro ocultaría?

Ayer, en la fiesta del pequeño niño Sebastián –que cumplía sus primeros tres años–, tuve la oportunidad de reflexionar sobre sus sabias palabras.

Le señalé el cielo, justo en el lugar donde habría de aparecer la luna. La hermosa luna de octubre.

Sebastián me preguntó: ¿Y el sol, a donde se fue?

Le respondí: Está durmiendo.

Y él me dijo: ¿Y la luna cuándo duerme?

“Cuando el sol se despierta”.

En ése instante aquilaté la maravillosa dimensión que tiene nuestro «tesoro escondido». En cada persona que veo, descubro que cargan su propio tesoro.

Cuando entro a una librería no veo libros, veo mentes brillando.

Y es que nuestra mente, nuestro encéfalo, nuestro sistema nervioso es el maravilloso tesoro que lo tenemos guardado en un bello baúl: nuestra cabeza. Y es un tesoro tan poderoso que se desborda a través de cada terminación nerviosa de nuestro cuerpo.

 

El “tesoro escondido” nos permite dar ternura, encontrar el amor, responder como réptiles ante las agresiones, hacer que nuestro complejo organismo funcione, desarrollar nuestra capacidad cognitiva a través del aprendizaje…en una sola y bella palabra: ¡vivir!

La luna en el mes de Octubre es esplendorosa. Yo la espero ansioso cada año. Brilla magnífica en los cielos claros. Juguetea con las estrellas del firmamento. Se invade de timidez ocultándose entre las nubes y toda ella, su plateada luz, es solo reflejo del sol.

Así es nuestra mente de brillante y a la vez de humilde. Porque no somos nada y somos todo. Lo que sabemos y aprendemos, se lo debemos a los *soles* que nos van iluminando a lo largo de la vida y  reflejamos la luz de ellos. Lo debemos reconocer con humildad. Y somos todo porque tenemos la infinita capacidad de usar a nuestra mente para crear, pensar, creer, comunicar, soñar, recordar, etc. etc. etc.

A mi, la luna de octubre me regaló el amor. Me enseñó que en medio de la oscuridad siempre habrá alguien o algo que te dará la compañía, ternura y estímulo para caminar sobre el planeta y volar entre las estrellas.

Al final del arcoiris siempre habrá un «tesoro escondido» y lo descubrirás en tu mente.

Un día, después del fatal anuncio que mi padre me hiciera sobre los tres meses de vida que se le habían diagnosticado con una enfermedad terminal, selimos a viajar por carretera para darle «gracias a la vida».

Conducía Arturo, mi padre iba de copiloto y yo en el asiento trasero les leía sobre la importancia de las células.

De pronto, en medio de la tormenta y lluvia, se abrieron las nubes iluminando el paisaje cercano a Jalapa. Los verdes del follaje se volvieron intensos mientras que los rayos del sol iban dando pinceladas multicolores en el campo y quedamos extasiados ante el doble arcoiris que apareció en el firmamento. No era un solo el tesoro el que nos aguardaba… sino eran dos.

El tesoro de poseer nuestra mentes y el tesoro de la ternura con la que se envuelven nuestras vidas.

A escasas horas, le había preguntado a mi padre sobre cuántos años más de vida quisiera en lugar de los tres meses diagnosticados y el me había dicho que quería cinco años más.

A partir de ése día mi padre pudo ver cinco años más la luna brillar en Octubre y todavía vivió seis meses más hasta que me dijo: “Ya estoy cansado, ya no quiero vivir más”.

Y su poderoso baúl se abrió dejando volar toda la riqueza que había acumulado en su mente a lo largo de la vida.

Así somos: Todo y nada.

Terra trema

El súbito sacudimiento de la tierra. El lento descubrimiento del colapso de viviendas, edificios y poblados enteros nos va despertando del adormecimiento que tenemos de sentirnos invencibles y permanentes.
En segundos, horas o días hemos descubierto lo frágiles que somos. También descubrimos que no aprendimos nada del terremoto de 1985.
Los escombros nos revelan la finitud de nuestro ser y afloran dos tipos de seres humanos:
1. Los que dan y se entregan por ayudar a los demás.
2. Los que abusan como su forma tradicional de vida depredando al prójimo.
 
A los segundos debemos excluirlos de una vez por todas de la oportunidad de seguir embaucando a la población. Son desde los políticos y funcionarios públicos, hasta los lambiscones pseudoperiodistas que viven de la corrupción. También a quienes asaltan, roban, matan o violan a los voluntarios que se han ofrecido a servir a los damnificados. A los oportunistas que después de engañarnos seis años quieren seguir alimentándose de nuestra desgracia. Tienen nombres y apellidos. Que nuestra memoria no falle y seamos implacables en aplicarles la “la ley del hielo”, al no darles servicios ni votos ni escucharles sus guerras sucias o sus manipuladoras formas de engañar. Ellos siempre serán más frágiles que los ciudadanos de buena ley.
 
Ante la adversidad aflora la ternura de millones de seres humanos. Mexicanos y extranjeros que se movilizan por rescatar víctimas, por proveer despensas, servir con el fraterno abrazo e inclusive con sus lágrimas u oraciones.
 
El sacudimiento de nuestras conciencias debe servirnos para rescatar la ternura de nuestros corazones, de recuperar la sana convivencia y transformar a México en un país libre donde la violencia y el abuso sean erradicados no con las guerras de espurios gobernantes ni con la política de terror que nos ha inmovilizado.
 
Respiremos el aire puro, llenemos de energía nuestras voluntades, usemos la razón y no seamos presas de los que han degradado a una gran nación convirtiéndola en un cementerio de escombros y miedos.
 
No caigamos en las frases manidas del 85, patrioteras de que “México está de pie”.
No, no nos engañemos, México está en el fondo de un abismo y sólo se puede levantar con los mexicanos que sabemos dar nuestro corazón, trabajo y ternura para restañar a un país que agoniza por la usurpación, los vendepatrias y la impunidad cínica, galopante, que nos ha demostrado la vileza de la corrupción y que en forma aletargada hemos permitido durante muchas décadas.
 
Es el momento de transformarlo todo.

¿De qué nos asombramos?

Escuchamos en los medios que se asombran de la solidaridad del pueblo mexicano. A nivel mundial repiten que les asombra la reacción de nuestra gente.

Hace muchos años, cuando mi Padre nos llevaba a conocer México para que aprendiéramos a amar a nuestra tierra, fuimos a los sitios más inaccesibles y en cada lugar que llegábamos había una extremada hospitalidad y cordialidad de los pobladores.
Fuesen tan pobres e indefensos, humildes y en extrema miseria, no les importaba ofrecernos una tortilla con sal, un chile o echarle «más agua a los frijoles».

Ante la adversidad, renace la voluntad de hermanarnos y de ayudar al desvalido. No nos debe asombrar que la sociedad civil tenga buenos sentimientos y se desborde en ayudar al prójimo.
Debemos mejor asombrarnos de los egoístas que se atreven a saquear, explotar y abusar de un noble pueblo.
debemos asombrarnos de nuestra ingenuirad de creerles sus campañas de miedo, suciedad y denostación que hacen de quienes piensan o son diferentes.

La tierra nos sacude para que cobremos conciencia:
Respeta tu riqueza natural.
Respeta tus tradiciones y valores,
Respeta tu dignidad y haz valer tus derechos para reconstruir una nación asfixiada por el abuso y cinismo de unos cuantos.

Silencio

Silencio.

Entre los escombros se escucha un latido.
Entre el cascajo alguien respira.
Envuelto en el polvo está el grito desesperado de quienes sepultados vivos añoran las voluntariosas manos de rescatistas civiles y que entre su contución cerebral esperan que el sexto sentido de los perros los liberen del derruido inmueble, Nobles canes que aún desangrándose sus patas, escarban buscando vida.

Silencio.
Que guarden silencio los funcionarios que dieron licencias en las zonas sísmicas para construcciones mal planeados o edicficaciones más altas de lo permitido.

Que guarden silencio los burócratas que prometen escuelas de calidad y no supervisan los recintos donde albergan a los niños que son el tesoro del futuro de nuestra Patria.

Que guarden silencio los que han sangrado las entrañas de nuestra nación han revendido el petróleo, la luz, el agua, los trenes, aeropuertos, líneas aéreas y cuanta propiedad han malamente dispuesto sin consultarnos a nosotros, los ciudadanos, verdaderos propietarios engañados al alardearnos que con sus absurdas reformas neoliberales nos traerían mayor riqueza y empleo.

Que guarden silencio los generales y almirantes que han ensangrentado a una nación amorosa, persiguiendo a la pobreza extrema, permitiendo el tráfico ilegal de armas sabedores de que la droga se exporta para saciar a los ejércitos invasores.

Que guarden silencio los que montan noticias falsas para atrapar embobadas audiencias.

Silencio

Pidamos silencio y aprendamos la lección que en el mismo día, del mismo mes y que por segunda vez, como si fuera examen extraordinario, nos han vuelto a dar la lapidaria frase: «Con sangre la letra entra».

Lección de humildad, de aceptar nuestra propia fragilidad, de entender que a la naturaleza se le debe de amar y no depredar y que la mejor forma de convivir es el ser muy estrictos con nuestros empleados, los servidores públicos que deben obedecernos y dejar de estafarnos.

Juchitán

El Itsmo de Tehuantepec es una región diferente de México.

Es una zona que se distingue por haber albergado a poblaciones de origen Zapoteco. Posee una orografía de planicies infinitas con vientos muy fuertes en ciertas zonas, que son parte de los denominados vientos aliseos.

Los zapotecos fueron desde sus orígenes excelentes comerciantes, joyeros de oro y textileros produciendo espléndidos bordados. Pero a la vez, son pobladores muy orgullosos de sus orígenes y lengua.

A pesar de haber sido asediados por los Mexicas, supieron mantenerse con bastante autonomía y a la llegada de los españoles fueron muy resistentes a su sometimiento. Tan es así, que hoy en día siguen siendo muy rebeldes a la dominación centralista del PRI. Ya hace varias décadas lograron tener gobiernos independientes y movimientos de insurreción política.

Aunque de pequeño viajé por la zona itsmeña y me impresionó la fuerza de los vientos de “La Ventosa” que sacudían los autos y trailers, mi regreso a esa zona fue diferente.

En el invierno de 2014 decidí ir a Juchitán para conocer más a los pobladores de esas localidades ya que estoy escribiendo una novela que se desarrolla en esa zona.

Mi documentación se basaba en bibliografía y una singular página de internet que encontré donde un emigrado zapoteco avecindado en los E.U. ha estado financiando el portal para mantener unidos a los zapotecos en su lengua y cultura.

Para llegar a Juchitán, alí de la Ciudad de Oaxaca por una sinuosa y estrecha carretera que va entre acantilados y montañas. Partí muy de mañana el 25 de diciembre y disfruté de los paisajes más inimaginables. Es una muy peligrosa ruta de impactantes acantilados y después de más de 6 horas llegué a la parte baja de las planicies de la tierra caliente: el Itsmo de Tehuantepec.

Me hospedé en un hotel pulcro y provinciano, de esos hoteles de antes. Hoteles que abundaban en México a lo largo de la república y que desgraciadamente han perdido el mercado por los hoteles tipo “gringo” que huelen a polvo por sus alfombras infestadas con los invisibles ácaros.

No conocía a nadie en Juchitán. Ya ubicado en mi habitación, abrí mi lap-top e ingresé a la página de los zapotecos y escribí un correo: “Estoy en Juchitán hospedado en el hotel “X”, no conozco a nadie y deseo adentrarme en la cultura zapoteca”.

Dejé encendida la lap-top y me fui al centro de la ciudad.

El mercado estaba en su bullicioso ambiente, había múltiples puestos que expendían costales de camarón seco y todo tipo de vegetales, carnes e inclusive iguanas. Las mujeres vestidas con sus ternos multicolores de tipo tehuanas hacían el comercio y la mayoría de las personas hablanban en zapoteco. Entre los portales de ese zócalo-mercado me senté en un merendero y donde pedí de comer. Me sirvieron una enorme tlayuda con cecina. La mayora y su asistente, vestidas y enjoyadas a la usanza eran robustas, me las imaginé como del tamaño de esos refrigeradores de doble puerta.

Por más que les hice plática solo me respondían de forma escueta. Junto a mi se sentaron jóvenes comerciantes que venían de Chiapas. Ellos sí conversaron conmigo amigablemente lo que contrastaba con el hermeismo de las zapotecas que me atendían. Finalmente, desolado, sin poder entablar una relación que me ayudara a conocer más de la cultura y las tradiciones de la región, regresé al hotel.

Para sorpresa mía en mi laptop había un mensaje de parte de Antonio hermoso ¿?

Me dijo: Si quieres adentrarte en el mundo zapoteco ve con el Sr. Óscar Carsola en la calle X número Y.

Me emocioné y salí del hotel buscando el domicilio indicado. Llegué a una construcción como de los 80´s de varios pisos que albergaba un hotel desangelado.

Una señora de abultado vientre jugaba con sus niños pequeños en la oscura recepción. Pregunté por Don Óscar y me dijo que se había ido ya a su casa. Le saqué con tirabuzón el domicilio, mismo que estaba a escasas 2 cuadras.

Al llegar al inmueble empecé a tocar el timbre en una puerta de enrejado de hierro pintada de blanco. Nadie respondió. La construcción era grande y hacia la esquina vi a un par de mujeres que abrían otra reja similar mientras me observaban.

Me dirigí a ellas y pregunté por el señor. Tres jovencitos que estaban junto a las señoras dijeron que ellos también buscaban a Don Óscar. Nos pasaron a todos a un corredor largo, lleno de sillas de madera labrada. Nos sentaron como si fuera una sala de espera y ahí fue como logré traspasar el hermético umbral hacia el mundo de los zapotecos. En otra entrega se los contaré.

Ahora vemos, –después del terremoto–, las primeras imágenes de un Juchitán devastado. Un pueblo en pie de lucha por reconstruirse, una población de personas acostumbradas al entorno agresivo como el que ahora han enfrentado con valentía contra los invasores que con sus proyectos eólicos –principalmente de empresas españolas –, los han estado acosando e inclusive matando para apoderarse de sus terrenos. Esto se ha derivado de la impunidad generada por las “reformas” del sr. Peña.

Los zapotecos del Itsmo y los avecindados en Juchitán, son una población orgullosa de su identidad que estoy seguro saldrá más fortalecida después de esta tragedia. Habrá que esperar a que pase la marabunta de políticos federales que ahora andan tomándose “selfies” entre los escombros y alabando al glorioso ejército mexicano por su “ayuda”. Un ejército que solo supo saquear a los damnificados dela derruida Ciudad de México en los simos de 1985 ante la manifiesta ausencia de Miguel de la Madrid que escondido en Los Pinos durante tres días no supo qué hacer.

Tengo fe que los pobladores de Juchitán se levantarán con el mismo brío que lo han hecho en pasadas circunstancias ante el dolor y la tragedia.

¿Quién te enseñó a leer?

Toda semilla plantada en tierra fértil germina. Seguramente recuerdes tus primeros encuentros con las letras y sepas claramente: ¿Quién te enseñó a leer?

A veces imagino que aprender a leer es como inocular un virus en el cerebro porque a partir de que conoces las letras, palabras y oraciones, invariablemente tus ojos –que son una bella extensión de tu sistema neurológico–, cae irremediablemente atraído por las letras y automáticamente lee lo que va encontrando a su paso.

 

En mi caso, si bien intervinieron varias personas en la enseñanza de mi lectura, debo reconocer que quien tuvo la paciencia de sentarse conmigo en la mesa del comedor fue mi abuela materna.

Todavía estaría yo en el primer nivel de kinder cuando ella fue a las “Librerías de Cristal” y se compró el “Método onomatopéyico”. Además compró unos lápices dixon, de esos amarillos con gomita roja, unos blocks rayados tamaño carta con margen rojo, un sacapuntas y una goma bicolor marca “Baco”. Con todo ése arsenal me enseñó las primeras letras y palabras. Me fascinaba ver cómo se sacaba punta a los lápices y se formaban unas espirales de fina madera y olor inolvidable.

La “I” era como chillaba el ratón “Iiiiiii” y la “U” era cómo sonaba el claxon del tren “Uuuuu”, el anciano sordo decía “E”. Luego fue el “Mu” de la vaca y así seguimos.

Mi abuelo materno contribuyó al regalarme el libro de Rudyard Kiping que aún conservo con la “La Leyenda de la Selva” también conocido como “El libro de la Selva”.

Mi padre fue el que nos inculcó el “amor” por la lectura y tenía por costumbre llevarnos a la librería que estaba en Paseo de la Reforma y Prado Norte, era una casa tipo cabaña cn una enorme sección para niños. Nos dejaba elegir el libro libremente. Con una frecuencia casi de cada mes. Ahí compré “El gato con botas”, “Rugoso rasposín” y “Rabito el envidioso”. El gato con botas me costó mi primer cicatríz. Lo había dejado en mi cama-cuna que tenía barandales. Un día emocionado corrí hacia mi recámara para ir por el libro, me patiné con un tapete y me clavé en la frente un gancho de la armazón.

El ritual de la lectura había comenzado. La escritura iba junto con pegado. Así le confeccioné a mi abuela un librín de cuatro escasas páginas. Una versión moderna de La Caperucita. Mi caligrafía palmer era tan abundantemente espaciosa que solo logré poner: “Había una vez una caperucita…” A todos los protagonistas de ésa etapa les debo mi agradecimiento.

Ahora que he superado la timidez y publico mis escritos, he descubierto que la gratitud invade a las personas –que como yo–, escribimos por el placer o necesidad de hacerlo. Quizás para otros sea el ego, pero para mi, es sentirme agradecido porque “alguien” me escucha. La magia de las modernas redes sociales es que los lectores pueden rápidamente responder a uno y crear el mágico círculo de la comunicación.

Te pregunto: ¿Y a ti quién te enseñó a leer? ¿Quién te inculcó el amor por la lectura?

Sala de espera

Nunca me lo imaginé lo que realmente significaba estar en la sala de espera.

De niño en ocasiones acompañana a mi papá a su consultorio y siempre su sala de espera estaba atiborrada de personas.

Mi padre era médico de pobres, de personas humildes que en ocasiones le pagaban con un pollo, o verduras. Siempre iban en familia, acompañados por su dolor. Veía sus rostros, algunos con sorpresa y otros de dolor y sufrimiento. Desfilaban uno por uno a la consulta, rayos equis e inclusive cirugías menores.

Aguardaban como su nombre lo indica: pacientes. Los atendía con esmero y comprobé a lo largo del tiempo que era la fé que le tenían lo que por generaciones le consultaron.

Es el tiempo el que nos enseña.

Muchos años después, le ponía a mi madre uno de los videos de música clásica que le encantaban. Esos videos le habían acompañado a lo largo de varios meses en el tratamiento paliativo de linfoma.

Mientras ella se distraía viendo los “dvds” con las melodías y el ambiente colorido de la excepcional forma de presentar conciertos de música en forma de “show”. Yo aprovechaba para irme a la sala para leer o escribir un poco. Aunque era la sala de su casa, yo me sentía como en una especie de sala de espera y se venían los recuerdos de la sala de espera del consultorio de mi padre.

Un par de días, mi madre me empezó a preguntarpor las personas que estaban en su sala.

–No hay nadie—, le respondía.

–Clarito ví sus sombras que pasaban por el corredor–, me comentaba con curiosidad.

Esa tarde de agosto, cuando ya empezaba a declinar el día, ella disfrutaba el concierto recostada en su cama.

La enfermera especializada había logrado que se cicatrizara una pequeña escara en uno de los pliegues de su vientre. Había sido una lucha de varias semanas y mi madre parecía agradecida con el resultado.

De pronto, un ligero temblor le sacudió una de sus piernas. Alarmado marqué por el celular al médico internista que maravillosamente le había estado atendiendo.

Me respondió y mientras me daba instrucciones, de pronto mi madre empezó a respirar de forma agitada.

Se me heló la sangre y por instantes me sentí paralizado.

Rápidamente Arturo se recostó junto a ella, la abrazó con ternura infinita y empezó a susurrarle palabras tranquilizadoras. En medio de la música y sus palabras, la condujo a un dulce letargo para finalmente escucharle un ronquido, un sonido grave que después supe que era un estertor.

El médico me daba indicaciones, que le revisara el pulso. Le puse mis dedos en su cuello y sentí su pulso.

–¡Son tus nervios!–, me dijo Arturo.

La enfermera trajo un espejo de mano para ver si se empañaba.

Nada.

Comprendí en ése instante lo que era esa espera.

Me pregunté: ¿Y a quién esperamos en ésta hermosa vida? En la sala de espera sencillamente todos aguardamos a la muerte.

No se los toques…

KIDNAP (Mujer en llamas) Tendría ocho años cuando en el intenso sol de Tequesquitengo vi en un prado que unos hermosos pollitos  iban acompañados por su mamá Gallina.

Eran de escasos días de nacidos pero me acerqué para tomar entre mis manos a uno de ellos.

Con una ferocidad inimaginable, la gallina me atacó picoteándome el dorso de mi mano a la vez que aleteaba y arañaba con sus patas.

Ayer fui a ver la película del director Luis Prieto: KIDNAP (en español la titularon Mujer en Llamas).

KIDNAP (Mujer en llamas - Película)La historia narra el imprevisible descuido de una madre y el secuestro de su hijo. Entre drama y thriller, nos vemos inmersos –como espectadores—, en la feroz búsqueda que la mujer hace y no vacila en defender a su hijo para rescatarlo de manos de unos traficantes de niños.  La reacción de una madre es impresionante cuando ve amenazados a sus hijos. Eso no lo comprenden ni los políticos ni los policías. Lo hemos visto con los terribles crímenes que en México se han sucedido con los bebés de la guardería ABC, los 43 estudiantes de Ayotzinapa, solo para enumerar unos de los más notorios.  La fuerza y agresividad que transforma a una apacible mamá es impresionante. Peor aún, si sumamos la angustia de un secuestro.

Luis Prieto / Director de cine

El secuestro es uno de los más terribles actos que la violencia humana engendra. Porque adicionalmente a la ausencia física del ser amado está la incertidumbre de su estado físico y anímico pero lo que es peor, es el no saber si lo volveremos a ver con vida.

Ese tema que puede parecernos tan lejano a nuestro núcleo y no lo es tanto cuando nos acontece.

Hace muchos años, cuando mi sobrina tendría dos años, la bebita le fue secuestrada a mi hermana. A partir de ése momento su lucha fue infatigable hasta que llegó a entrevistarse con la entonces esposa del presidente de México: Doña María Esther. Movieron cielo, mar y tierra hasta encontrarla. Fue en el estado de California, E.U. A. La niña había sido llevada por una azafata coludida con el secuestrador. Cuando la niña regresó, casi tenía un año más de edad, hablaba inglés y solo le gustaba comer salchichas.

Ese desnlace fue afortunado pero cuántos seres no están sufriendo en el mundo por la vileza de un secuestro. ¿Cuántas vidas se pierden todos los días por el tráfico de órganos, la trata de personas y los delincuentes que buscan obtener rescates?

La película KIDNAP te sumerge en ésa desesperante tensión que no se la deseamos a nadie pero que nos permite reflexionar sobre la importante necesidad de apoyar a la inciativa AMBER y no permanecer pasivos. A veces solo en el Canal Once de televisión aparece una ficha de personas desaparecidas, muchas veces ni siquiera el aviso tiene audio ni descripción de la persona perdida. La fotos son borrosa sin acercamientos. Hacen el intento. Los demás medios ni se molestan en publicarlas.

Si los ciudadanos cobramos conciencia de éste problema y usamos todos nuestras redes sociales para contribuir a la localización de los desaparecidos y por otra parte combatir el clima de impunidad que nuestros gobiernos más recientes han hecho de la “gobernancia”, podremos ayudar eficazmente a reducir éste mal que nos aqueja.

Cencerro

Sumergidos en el torbellino digital, hoy en día la información nos llega a una velocidad pocas veces manejable. Nos saturamos de datos, videos, mensajes, llamadas, texteos, etc.   ¿Nuestro sistema nervioso estará preparado para tal bombardeo?

Los seres humanos operamos con una mente selectiva y desde nuestros orígenes, cuando poseemos cierta salud mental procuramos bloquear lo negativo para eludir la carga de lo desagradable. Eso nos permite vivir en armonía con nosotros mismos y con los seres cercanos. Sin embargo, el esquema se trastoca cuando la inmediatez de la información nos intoxica.

En la edad media, una de las épocas más regresivas de la humanidad, a los leprosos se les expulsaba de las comunidades y se les exigía portar una campanita o cencerro para alertar a la población que esa persona estaba enferma y debían de huir de ella. Bíblicamente se le llamó “el mal de Lázaro”.

 

 

Rosa Ma. Quijano (Pintura de Ana Zarnecki)

Al final de la década de los ochenta donamos una campaña de publicidad para el entonces comité del banco de sangre de la Cruz Roja mexicana que estaba integrado por mujeres voluntarias y presidida por Rosa María Quijano de Méndez (+) y entre las que figuraba también la pintora Ana Zarnecki.

Ana Zarnecki G. (Artista Plástico)

 

 

 

 

 

 

La campaña tenía como llamada atencional: “Dona un poco de ti” y buscaba motivar la donación voluntaria de sangre. Cuando la primera fase de la campaña ya estaba en los medios y alistábamos la segunda etapa de la misma, nos sacudió una orden.  El entonces presidente de la Cruz Roja, el Sr. José Barroso Chávez dio instrucciones de cerrar el banco de sangre, disolver el comité de damas voluntarias y despedir a un destacado hematólogo que se encargaba del mencionado banco. La razón obedecía a que el señor –pertenecía los caballeros de colón–, consideró que ante el descubrimiento y las noticias del brote epidémico de HIV/ SIDA (síndrome de inmunodeficiencia adquirida) era importante excluir a la institución de cualquier ayuda a los “leprosos modernos”. Consideraba que dicho contagio era un “castigo divino” para quienes pecaban con la lujuria de la carne o las drogas y habría que dejarlos pagar sus pecados.  Esta estigmatización se develó con las actividades que también fueron denunciadas por un periodista británico sobre las oscuras actividades de la  “Madre Teresa de Calcuta” en sus albergues de San Francisco, California y que rápidamente fueron desvanecidas para que la opinión pública no las conociera. Este ocultamiento de la información fue similarmente intentado con el caso del “Padre Maciel”, aunque fue tanta la difusión de sus latrocinios que no hubo forma de mitigar el impacto. Y lo seguimos viendo con innumerables escándalos de pederastía, de feminicidios y demás fechorías.  Sobre el Comité de Sangre conservo copia de la carta de protesta que Rosa María Quijano envió inútilmente para tratar de evitar la desaparición de tan importante servicio.

El “cencerro” que antiguamente marcaba como estigma a los merecedores de la exclusión social por la lepra se había convertido en el “cencerro mediático” que hoy en día marca a las personas de un momento a otro con una noticia alarmista, muchas veces sin fundamento.  El desenlace de la controversia generada por el señor José Barroso se los relataré en otra ocasión pero la reflexión que debemos hacernos es el grado de fragilidad que tenemos en “creer” lo que en los medios (masivos convencionales o digitales y redes sociales).

Es así como vemos que a un futbolista como Mesi lo acusan de no pagar impuestos y el juicio sumario mediático lo condena. A otro lo ponen como sospechoso de lavar dinero y el mundo entero lo excluye hasta “borran” de sus redes sociales cualquier foto que los involucre visualmente con el “sospechoso”.  Las víctimas de cualquier crimen se convierten en “sospechosas” de tener nexos con la delincuencia y toda la información se focaliza en el criminal convirtiéndolo en un semi-héroe. Así vemos cómo las personas le dan credibilidad a las “guerras sucias” que construyen los políticos inescrupulosos auxiliados por publicistas corruptos y fabrican a los antihéroes (es un peligro para México es un excelente ejemplo).

Estos manipuladores de la opinión pública son incapaces de usar argumentos racionales ni saben sostener discusiones políticas de altura y un grupo de la población les cree con el simple hecho de haberles fabricado “etiquetas” y satanizarlos con la ayuda de periodistas vendidos. Se llega dar el caso de personas que manifiestan una agresiva fobia a los antihéroes aún sin conocerlos en persona, ni haber leído alguno de sus libros o escuchado íntegramente –sin mutilaciones—alguno de sus discursos. Los odian porque así se los ordenaron los supuestos «informadores».  Esto mismo pasa en nuestras pequeñas comunidades y empresas. A determinada persona le acusan de adulterio, de tener una enfermedad socialmente despreciable, de sus preferencias sexuales, de algo que se les “sospecha” y caemos en el chisme y en la propagación del rumor.

La inmediatez y saturación de la información sin una adecuada investigación o racionalización del acontecimiento nos ha convertido en verdaderos “rehenes” de la ignorancia.***

Algo sobre la lepra:

  • La lepra es una enfermedad que ha afligido a la humanidad a lo largo de la historia. Aún persiste el mal.
  • Su registro ya se reporta en papiros de Egipto (1150 AC)
  • Alejandro Magno detecta el padecimiento en su ejército al regresar de la India (62 AC)
  • Se le vinculó con una maldición demoniaca y en la edad media  los leprosos debían vestise con ciertas túnica y portar una campanita para avisar de su cercanía o proximidad.
  • Todavía en muchos hospitales hay “pabellones especiales” para tratar ésta enfermedad dermatológica.
  • El bacilo de contagio es el  Mycobacterium leprae, el cual es detectado en 1873 por el Dr. Gerhard Henrik Armauer Hansen (Noruego)
  • Hasta 1940 los tratamientos para los enfermos de lepra eran muy dolorosos  y se hacían a base de inyecciones del  aceite obtenido a partir de un tipo de nuez (Chalmoogra).
  • El Dr. R.G. Cochrane en el Hospital especializado de Carville inicia en 1950 el tratamiento  a base de Dapsone sin embargo el M. leprae desarrolló resistencia al medicamento.
  • Es hasta 1970 cuando  se desarrolla un multitratamiento exitoso después de extensas pruebas llevadas a cabo en la isla de Malta.
  • En México destacan los doctores Ladislao de la Pascua, impulsor de la dermatología, estudioso de la viruela y tangencialmente de la lepra( 1815-1891 ) y en 1851 el Dr. Rafael Lucio y Nájera (1819-1886) junto con el Dr. Ignacio Alvarado describieron una forma de «hanseniasis virchowiana«. En 1936, los doctores  José Diodoro Fernando Latapí (1902-1989) y  Chávez Zamora hicieron una revisión del padecimiento en México y la denominaron como ”Lepra de Lucio.” Es una forma de lepra frecuente en el noroeste de México. Finalmente se le conoce a éste tipo como Lepra de Lucio-Latapí. El Dr. Latapí es considerado como el médico más destacado que desarrolló una campaña para el control y erradicación de la lepra en México.

Pensar… un viaje maravilloso