Noches de Fiebre

Seguramente tu que estas leyendo este texto coincides conmigo que cuando siendo niño y a media noche te debates con fiebre, no hay mejor bálsamo que el sentir la amorosa compañía de tu madre.

La mamá es quizás la persona más cercana en nuestros momentos de enfermedad y en retrospectiva siempre vienen a nuestra memoria los tiernos cuidados que recibimos de ella:

Las noches de fiebre se iluminan de tranquilidad cuando se enciende la luz de tu habitación y con una suave dulzura tu madre te toca la frente y te dice:

–Parece que tienes fiebre…

Después te coloca el termómetro y comprueba lo que con su palma de la mano e intuición de madre ha pronosticado.  Te descubre las cobijas y en ocasiones te quita la pijama para paliar el calor. Quizás te pone telas humedas en el cuello y en la frente mientras te trae el medicamento.  Casi como súplica te pide que tragues la tableta (si ya estás en edad de tragar) o hace caer las gotitas de la medicina en un vasito y así te ayudará a bajar la fiebre.

Pasada la angustiosa zozobra de bajar la temperatura, viene la calma.

Esa voz de ternura que posee toda madre te arrulla y quizás ella velará junto a tu cama toda la noche para que a la mañana siguiente –antes de llevarte al médico–, te sirva en la cama tu desayuno favorito, o si tu problema es estomacal, te estará hidratando con el infaltable “sidral”, el refresco de manzana que es un ícono de los remedios caseros.

¿Quién no ha vivido ésta experiencia donde Mamá es el personaje fundamental de nuestras noches de fiebre?

Y ahora de adultos ¿Quién no añora la presencia de su madre en los momentos de dolor o enfermedad?

La fiebre es un mecanismo de protección del propio organismo que hasta cierto punto contribuye a recuperar el equilibrio (homeostasis), sin embargo cuando los episodios de fiebre exceden los límites es necesario controlarla para evitar daños más graves.

La casi fatal ocurrencia de que siempre los episodios febriles son en las noches. La noche se convierte literalmente en un infierno.

Quienes acompañan a la persona con fiebre siempre tienen una sensación de angustia y desesperación al observar el termómetro que alcanza niveles altos que ponen en peligro a quien lo está padeciendo aunado a requerir la necesaria paciencia por esperar a que “baje la fiebre”.

Por varios años trabajamos en la difusión informativa de un medicamento para controlar y bajar la fiebre. Evidentemente se aprende mucho cuando uno maneja temas o productos específicos. En el ir y venir de entrevistas, redacción de textos y conferencias sobre el tema de los antipiréticos, surge siempre el importante referente de la mamá cuidando al pequeño con fiebre y refleja los episodios emocionales que la mayoría de las personas guardamos en nuestra memoria.

Los que no tuvieron el privilegio de contar con una mamá en casa, a lo mejor fue la abuela, la tía o el propio papá quién es recordado con gratitud. Pero invariablemente cuando vemos menguada nuestra salud siempre deseamos que fuera posible contar a nuestro lado con ése bondadoso ser que nos acompañaba en las noches de fiebre cuando éramos niños o adolescentes.

Lola Angustias

A alguien se le ocurrió instituir el día de la tercera edad o también llamado “de los abuelos”.

Creo que fue a la filósofa y escritora Emma Godoy.

Dra. Emma Godoy Lobato

Y aunque es poca la difusión de éste día de celebración creo que son de esos días en que se hace justicia a los seres que abrigan la parentalidad con asombrosa ternura.

La fecha es significativa porque posee un valor de reconocimiento a los ancianos, que eran venerados en Mesoamérica y son vilipendiados en las recientes décadas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Recordé a Lola. Una mujer de cerca de 70 años. Resulta que mi socia Juanita Guerra un día me pidió la entrevistara y si era posible le diéramos empleo.

–No es que necesite dinero, me dijo, sino que acaba de enviudar y no para de llorar, es realmente desgarrador su duelo´´, comentó Juanita.

Acepté . Lola llegó muy arreglada y perfumada a su primer entrevista. Su mirada triste y se mostraba con cierto temblor de las manos de tan nerviosa que estaba.

–Nunca he trabajado, ya no sirvo para nada—me decía con su voz quebrada.

—No se angustie. Todos hemos tenido que aprender a trabajar en algún momento de la vida. ¿Sabe escribir? ¿Sabe contestar un teléfono? – le inquirí.

A lo que ella respondió de inmediato. Movía su cabeza afirmativamente sonriendo ante la obviedad de mi pregunta.

¡Ya está! Ud. será recepcionista. Contestará los teléfonos, tomará los recados.

Asombrada, me miraba irradiando luminosidad.

Eso sí le advierto dos cosas: En la empresa tenemos muchos jóvenes y se tendrá que acostumbrar al lenguaje florido. Y lo otro, es que tenemos prohibido que fumen dentro de las oficinas. Sabía yo que Lola tenía un pésimo hábito de fumadora. (Nos estábamos adelantando varias décadas a las actuales disposiciones legales)

Accedió.

Las primeras semanas se mostraba muy angustiada por lo que se le decía con cariño “Lola Angustias” Y reía prometiéndonos que pronto dejaría de angustiarse.

Fue una extraordinaria colaboradora. Pronto se mimetizó con los jóvenes y la trataban con la misma camaradería.

Llegó después de un fin de semana y muy orgullosa nos informó que había dejado de fumar y que cumplía varios meses de haber ido dejando progresivamente el vicio.

No recuerdo cuánto tiempo estuvo con nosotros. Pero un buen día, me presentó su renuncia.

Le pregunté la razón y me dijó:

“¡Ay Jefecito! Me diagnosticaron cáncer y tendré que someterme a quimioterapias. No quiero fallarle.

Le ofrecimos que tendría un horario flexible y que dependiendo de su condición podía presentarse o no. En un principio lo aceptó y cumplió con mucha asiduidad. Cambió su peinado por una peluca que cubriera los estragios visibles de la quimio pero seguía luciendo muy bien arreglada y maquillada.

Sin embargo, el cáncer avanzaba y finalmente renunció.

Continuamos la amistad principalmente con llamadas telefónicas.

Un día me llamó.

“Jefecito, te hablo para despedirme. Ya no la veo con esta enfermedad. Los tratamientos son de “a caballo” pero los dolores son lo peor…son terribles.

Te quiero dar las gracias por haberme enseñado a trabajar, mi jefecito querido, pero más les agradezco a ésos jóvenes que me enseñaron a “mentar madres”. No sabes cómo me libero cuando me revuelco en dolor y puedo decir groserías. Me relajan tanto”.

Las malas palabras no son de nada recomendables pero pueden tener un efecto analgésico ante la impotencia de nuestro sistema nervioso por paliar el dolor.

Los humanos debemos construir lazos de comprensión entre las distintas generaciones. No agredir a quienes tienen diferentes edades o gustos. Hay personas intolerantes que critican los aretes, tatuajes, “piercings” o el cabello largo o teñido de colores estridentes. Hay otros que critican la edad y piensan que los años restan inteligencia al acumularse aún cuando se ha comprobado que hay más sabiduría y experiencia.

 

 

 

 

 

 

 

Yo lo explico de una forma visualmente sencilla:

“Todos vamos en un mismo tren. Los más ancianos van cerca de la máquina y jalan a los demás vagones. Otros van en el cabuz. Nos vamos bajando en cada estación. Nadie sabe hasta dónde cubre su boleto. Pero no olvidemos que la vida es una y todos vamos en el mismo tren”.

El bulto

Cuando nacemos y apenas empezamos a cobrar conciencia de nuestra relación con los otros y ya somos autónomos pues podemos caminar, correr y bastarnos por nosotros mismos en la mayoría de nuestras actividades, la sociedad o la familia nos impone cargar el bulto.

A partir de ése momento se vuelve habitual el hacernos responsables de la pesada carga de los bultos. Ya sea por ayudar o querer corresponder a los otros o inclusive, por cargar el bulto propio.

En algunos casos el bulto viene incluido en la religión que se nos inculca en la familia y llega a dimensiones insospechadas. Por ejemplo, quienes cargan el bulto de Adán y Eva. En otras ocasiones, es por la ideología imperante y hasta por los condicionamientos de las clases sociales con las que frecuentamos.

De un bulto que cargamos en un inicio terminamos cargando infinidad de bultos. Nos hacemos responsables de tantas cosas que si las pensáramos bien, coincidiríamos que no es justo responsabilizarnos de ellas.

La única forma de deshacernos de esos bultos es aprendiendo a perdonar, El perdonar no significa que automáticamente empecemos a padecer amnesia. No. Ni tampoco que olvidemos lo que generó el bulto. Perdonar no es olvidar sino asumir que aquello que otros hayan hecho o lo que nos hayan hecho a nosotros, no tenemos ni que cargarlos ni permanecer enganchados en el pasado o atrapados en el rencor. Simplemente es asumir que lo que pasó, ya fue y que no debemos seguir cargando esos malos episodios a cuestas toda la vida.

El bulto es en pocas palabras la culpa. La culpa que encontramos en los otros cuando algo no funciona y también la culpa que nos asumimos como propia y nos hace sentir mal.

Nadie tiene la culpa del error que cometieron los personajes bíblicos de Adán y Eva para que tantos miles de años después se anden sintiéndo culpables.

Tampoco podemos andar culpando a los demás de nuestros errores o de nuestros fracasos. Y más aún, no debemos sentirnos culpables de aquello que no funcionó y pensar en nuestro interior: “Yo tuve la culpa de todo”.

Para poder eliminar todos los bultos ajenos o propios, debemos empezar a manejar nuestra capacidad de perdonar. Perdonar a los que causaron algo, perdonar a los que les estamos achacando ciertas responsabilidades y sobretodo a perdonarnos nosotros mismos para no andar por los caminos de la vida lamentándonos con el terrible “complejo de culpa”.

Dejar de cargar el bulto te hará descubrir lo feliz que eres y la felicidad que puedes darle a los demás.

Aullar se aprende

Casi todos hemos escuchado la frase “Júntate con lobos que aullar se aprende”.

Y la mayor parte de las personas no hemos tenido contacto con lobos a excepción de los documentales en TV o en nuestras visitas al zoológico.

En realidad la frase nos trata de enseñar que el hecho de juntarte con personas con experiencia siempre te reditúa.

En mi caso quizás se deba a que de pequeño –antes de ir al kinder– pasaba la mayor parte de mi tiempo con mis abuelos. Mis hermanas ya iban a la escuela, mi padre trabajaba y mi madre se ocupaba de toda la operación del hogar, así que los abuelos eran ideales para entretenerme.

Eso me permitió desarrollar las habilidades de comunicarme con personas mayores de mi edad. Se volvió costumbre departir con adultos y poder mantener una conversación medianamente amena.

Esto causó múltiples críticas a lo largo de mi vida por parte de mis amigos y compañeros de escuela que generalmente eran de mi misma edad.

Era frecuente escucharles decir: ¿:Por qué te juntas con viejitos? ¡Cómo puedes tener amigos tan viejos!, etc. Para ellos parecía ser un defecto tener una conectividad intergeneracional.

Para mi fue diferente. Aproveché la experiencia y sabiduría de mis “viejitos”. Así fue que en mis diferentes actividades tuve grandes amistades e inclusive socios cuya diferencia de edades, con distancias entre 40 a 60 años, podrían haber sido abuelos o padres y que nuestra amistad terminaron siendo mis mentores. Podría elaborar una larga lista pero sería injusto omitir alguno de ellos y solo puedo guardarles más que gratitud, admiración profunda, cariño y respeto.

Las personas con experiencia poseen un instinto superior al arrojo que los jóvenes tienen. En ellos la prudencia (prevención), la capacidad de ver más allá (planeación) y el cálculo de eventualidades (racionalización y análisis) son factores decisivos que amortigüan al joven que los escucha y de ellos aprende.

No es fácil. Porque las personas de mayor edad le resultan al joven un poco cuadradas, a veces conservadoras o anticuadas, pero si el aprendiz aquilata lo positivo y aprende a comprender los aspectos negativos, tendrá grandes ventajas competitivas tanto en el campo laboral como el campo de desarrollo personal. También sacrificas a veces tu convivencia juvenil.

En mi prendizaje personal, fue muy provechoso juntarme con esos lobos ya que obtuve ventajas competitivas y a la vez adquirí una herencia del imaginario generacional. Esto significa que supe cómo vivían, cómo se convivía en sus distintos tiempos y cómo era en general el entorno humano de casi un siglo ya que te narraban desde 1895, pasando por la revolución, la consolidación del país después de la gesta revolucionaria, los años de 1930, la industrialización de los 50´s y 60´s, la crisis del 68 hasta lo que vivimos en estos días de apertura democrática. Te contaban desde cómo era el transporte en tranvías de mulitas, la llegada de la energía eléctrica, el nacimiento de la radio, la televisión, la llegada del hombre a la luna, las guerras mundiales, etc. Un tesoro enciclopédico de la vida.

En la reciente campaña por la presidencia volví a escuchar comentarios en contra del candidato ganador. Lo acusaban de “viejito” por solo tener 64 años y evidenciaban su ignorancia de que el cuerpo humano está hecho para: ¡Vivir 120 años!

En una residencia de personas mayores donde colaboro el promedio de las residentes mujeres ya rebasó los 85 años de la actual estadística poblacional y hay un gran número de ellas celebrando sus primeros 100 años.

Después de que ganó abrumadoramente la elección y considerando que la mayoría de los votantes eran jóvenes que quizás votaban por primera vez, causó incredulidad entre los “opinadores” y “expertos” de las ciencias políticas.

¿Por qué votaron por un viejito con posible fragilidad de salud?

Más estupor ha causado el que anunciara su gabinete antes de ser presidente constitucional y que incluyera en el mismo surtido rico donde combina personas consideradas “viejitos”, otros en el borde de la vejez y otros más jóvenes.

Esta nueva situación que vivimos me lleva a recordar mi trayectoria personal donde se combinaba la vinculación entre jóvenes y personas con experiencia. Recordé que si te juntas con lobos aprendes a aullar y que los siglos que lleva la humanidad poblando el planeta siempre se dieron las fórmulas exitosas de las civilizaciones cuando en sus sociedades participaban viejos y jóvenes. No en balde existían los “Consejos de ancianos”.

Creo firmemente que desde una familia hasta un país, se debe incluir a todos. Es más sano incluir que excluir. Incorporar a los niños en las pláticas de adultos es muy útil ya que contribuímos a que maduren, así como escuchar a los ancianos y respetar los criterios de los adolescentes.

Las familias extensas donde se incluyen a los abuelos, primos, tíos, padrinos, asimilados por cariño, tías solteras o divorciadas, viudos, independientemente de que si son amargados, rencorosos, con preferencias diferentes o creencias religiosas, esta mezcla de personas contribuyen a que las nuevas generaciones del núcleo familiar sean más resilientes ante la adversidad.

Aprender a vivir en la manada siempre será mejor que vivir como lobos esteparios.

La guanábana*

Un fruto tropical que tenemos al alcance para disfrutarlo como bebida, nieve o postre es la guanábana.

A mi me parece delicioso.

Se da en los estados donde abunda el sol, la selva y lluvia como son los estados del litoral del golfo de México y el sureste (Veracruz, Tabasco, Campeche, Yucatán y Chiapas). Especialmente las tieras bajas.

La guanábana es el fruto de un árbol. Frágil y vulnerable ya que fácilmente se llena de plagas y muere.

Lo más impactante de estos árboles de deliciosos frutos es que se ponen tristes.

Sí, tristes.

Me cuentan los agricultores veracruzanos que el árbol de Guanábana necesita no solo de tierra, agua y tierra fértil. Sino que también necesitan del “arrumaco”. Y dicen ellos que cada día hay menos árboles de guanábana porque. “Ya no tienen quién les haga su arrumaco”.

Arrumaco es arrullo, como el que a los bebés les hacen las madres con su dulce voz.

Yo ya había oído que las violetas africanas florean más si uno les platica, pero nunca había oído que un árbol necesitara de arrullarse.

Entonces pregunté:

–¿Por qué dice que los árboles de guanábana ya casi no tienen quienes le hacen “arrumaco”?

Y me respondieron:

Porque antes los loros, los pericos, las guacamayas y quetzales les hacían el arrumaco a los árboles de guanábana. Pero ahora con tanto tráfico de animales, con la tala (deforestación) y con los incendios ya casi no hay aves que le hagan plática, que le hagan bulla…que le hagan el “arrumaco” a los árboles de guanábana. Entonces, se ponen tristes, dehjan de dar frutos y se mueren.

Los humanos estamos en una grave crisis de inconsciencia al depredar los tesoros de la Naturaleza. Se necesitan preservar las slvas y bosques lluviosos. Cuidar la fauna, la flora, el aire y agua. Pero hacerlo ya…¡hoy!

 

Mañana será tarde porque ya no tendremos quién nos haga también el “arrumaco” que necesitamos para existir.

 

*Guanábana o Annona muricata

Selfies

Después de una entrega de los óscares se desató el uso de los teléfonos celulares como una práctica forma de tomar fotos. En especial se ha puesto de moda los llamados “selfies” que no son otra cosa que autorretratos o retratos de grupo de personas.

Las fotografías de personas es una práctica recurrente desde que se inventó la fotografía por allá en los tiempos de Nicéforo Niépce.

Nicéforo Niepce     Descubridor de la Fotografía

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El gusto o rechazo de ser fotografiado depende de dos factores: Factor cultural y Personal o de la propia personalidad del individuo.

En el aspecto cultural encontramos que los pueblos indios de norteamérica rechazaban el ser fotografiados porque suponían que se les robaba el alma.

En Perú y otros sitios turísticos los hábitos corruptos de los turistas, especialmente norteamericanos, han creado una práctica de que los indigenas cobran por dejarse retratar. En lo personal yo no tomo fotos de indígenaso menesterosos como si fuesen objetos y las fotos que tomo siempre son bajo el permiso de la persona.

En el cementerio de la Recolecta en Buenos Aires capital encuentras una mórbidaa costumbre de exhibir la foto del difunto en la misma tumba, de tal forma que uno ve la imagen de la persona sepultada. Recorriendo dicho cementerio encontré una escena de antología:

Dos mujeres se desgreñaban y decían insolencias frente a la tumba de Eva Duarte (Evita Perón). Una, no la bajaba de “diosa” y la otra la calificaba de “zorra y prostituta”. Se dieron sus moquetes frente a la fotografía exhibida en una tumba y extenuadas –cada una de las rijosas—se alejó por el corredor.

Culturalmente los norteamericanos pusieron de moda el poner las fotos de sus fallecidos sobre el ataúd. Esto lo hacen en las ceremonias luctuosas y esa práctica ya se hizo costumbre en México donde adicionalmente los dolientes exigen que se abra el ataúd para ver cómo quedó el diifunto. Y la frase más común es: “Mira qué bien se ve, se ve como si estuviera dormidit@”.

Las personas reaccionamos de dos formas ante las selfies. Unos rechazamos que nos tomen foto y el argumento eterno es: “Siempre salgo mal”. En cambio hay otras personas que desenfrenadamente buscan fotografiarse y ser fotografiadas. Desbordan el narcisismo tan bien definido desde tiempos de los griegos.

La decadencia de las páginas de sociales en los periódicos ha llegado a tal límite que hay personas del supuesto “jet set” que cobran por ser fotografiadas yasí salir en la crónica del evento lo que infieren le da más prestigio al evento y otras personas pagan lo que sea para salir en una página de sociales.

Las evidencias más claras de que las “selfies” no son cosa actual las podemos encontrar en el Museo Nacional de Arte donde hay una serie de fotografías donde aparecen las “mujeres de la calle” que eran catalogadas y clasificadas por la policía del porfirismo y para ello, eran retratadas.

También en el baúl de los recuerdos de cada familia encontramos las fotos de nuestros antepasados amorosamente colocadas en álbumes.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La epidemia de piojos que se ha desatado desde hace un par de años a nivel mundial y en estratos sociales de niveles económicos altos (especilmente en las niñas) se debe en gran medida a que al juntar sus cabezas para la selfie se pasan las liendres y sus huevecillos huevecillos. Cabe señalar que a los piojos les agradan más las cabelleras limpias.

¡Todo por la vanidad de salir en la foto!

Tablas de multiplicar

Una de las maravillas que existen en éste mundo son los encéfalos (cerebros) de cada uno de los seres humanos que existimos en el planeta.

Es tan fascinante imaginar que cada una de nuestras cabezas fuese un planeta que formara parte de un enorme conjunto de astros o sistemas solares (familias) y a su vez esas constelaciones se integraran en galaxias (pueblos o países), tal y como si fuésemos una réplica del universo mismo.

El muy trillado concepto de que “cada cabeza es un mundo” parece ser vigente. Cada uno de nosotros trae su propia historia y su propia dinámica interior. Aún cuando pertenezcas a una misma familia o grupo social.

Deténte por un segundo y trata de dimensionar toda la información, las imágenes, vivencias, conocimientos, experiencias, emociones que encierras en tu propia mente.

Te asombrarás de la gran potencialidad que en ésa cabeza protegida por una caja de hueso duro y con ramificaciones neuronales que se esparecen como invisibles redes alrededor de todo tu cuerpo, encierra tanto, tanto de ti y de tu vida.

Por todo eso y más,me divierte mucho preguntarle a las personas:

¿Quién te enseñó las tablas de multiplicar?

Cada persona contesta diferente. A unos se las enseñaron en la escuela y todavía recuerdan el nombre de la maestra o maestro que les inició en ése ejercicio de memorización.

A otros se los enseñó su mamá, papá, tío, abuelo, etc.

No falta alguien que diga que las empezó a conocer en la televisión con Plaza Sésamo.

Y alguien, quizás para bromear, dice que se las aprendió en los semáforos de las calles donde además de vender chicles, andan vendiendo unos carteles de muchos colores que son gráficamente las tablas de multiplicar.

Lo que sí es evidente, es que todos usamos las mencionadas tablas de una u otra forma.

Los orígenes de esas tablas son dignos de ser investigados. Tanta es la nostalgia o aberración que les tenemos a las tablas de multiplicar que hemos mantenido viva o hemos borrado de nuestra memoria el cuaderno que tuvimos sobre nuestro pupitre para hacer las multiplicaciones.

Un día, ya con los años más que encima, entré a una librería del centro de la ciudad y vi el memorable libro de ALGEBRA de Baldor con su colorida portada de unos árabes. Lo compré. Sólo para sacarme la espina de que las matemáticas y en especial el algebra fueron de las materias que más mal me enseñaron y que por supuesto, llegué a sufrir. Sin embargo, ya con el libro en mis manos me dije a mi mismo, por qué no me reconciliaba con las tablas de multiplicar, las raíces cuadradas y el algebra.

Lo que siempre uso y muy pocos de los jóvenes de las nuevas generaciones dominan es la “regla de tres” que me enseñó una maestra en tercero de primaria.

La bendita regla de tres la uso casi en toda operación que necesite calcular o desglosar el impuesto del total de una sumatoria.

A lomejor así como en el universo existen hoyos negros, quizás algunos de nosotros mandó a esa inimaginable oscuridad, las tablas de multiplicar.

Por eso me atrevo a preguntarte:

¿Y a tí, amable lector, quién te enseñó las tablas de multiplicar?

 

 

 

Tener un Abuelo

¿Quién no tuvo la fortuna de tener un Abuelo?
Yo sí tuve uno en vida, era mi abuelo materno.

Gruñón, de todo se preocupaba, fumaba desde los 13 años, cuidaba exageradamente su auto y me convirtió en su copiloto.

Él y mi abuela vivián en la casa de junto así que la convivencia con ellos — en mis primeros años–, fue muy cercana. Leía el periódico El Universal, tomaba Coca Cola Fría, era abstemio y cumplía con todos los requisitos que en los estudios sobre la Parentalidad, la Dra. Leticia Solís-Pontón enumera:

“ Los abuelos (hombres) transmiten la filiación de la familia, relatan la historia de dónde viene la estirpe, hablan sobre el honor de la familia, transmiten la responsabilidad de respetar el buen nombre y recrean en el imaginario del niño cómo fue la vida de otras generaciones…”
Las abuelas, en cambio, son las que consienten a los niños, cómplices y confidentes de las inquietudes que los niños no quieren contar a sus padres. Sirven de amortiguador.

Hoy platicaremos algunas cosas de mi abuelo materno:

Era muy pulcro, cada semana iba a la peluquería y generalmente salía muy arreglado con corbata –si estábamos en ciudad–, y de camisa corta cuando estábamos en la playa o en el lago de Tequesquitengo. Había sido deportista y esquiaba tanto en agua como en nieve. Escasamente me tocaron esos tiempos. Caminaba mucho y parecía siempre meditabundo.

En su niñez había sido muy infeliz y me relataba su historia. Eran prósperos y vivían junto a la fábrica de aceites de su padre en la Calle del Buen Tono, junto al mercado de San Juan y a la cigarrera.
La fábrica del bisabuelo era la proveedora del aceites de linaza y ajonjolí con el que se iluminaban las farolas de la ciudad de México. Todavía había tranvías de mulitas y me contaba su impresión cuando fue por primera vez al Salón Rojo a ver una película de los hermanos Lumiere. Su padre siempre estaba dedicado al trabajo y era de férrea disciplina. La imagen de su madre era lejana, recluída en una oscura habitación pariendo hermanitos . Fueron trece. El era primogénito y se crió (lo afirmaba) con su nodriza y nana Paz. Su habitación estaba en el extremo de la casona y tenía un patio interior que lo inundaba ex profeso para poner los patos y chichicuilotes que Paz le compraba vivos en el mercado. A su nana Paz yo la llegué a conocer. Vivía en una vecindad de Tacubaya con más de 100 años y mi abuelo rigurosamente le llevaba cada mes su mesada. Tendría mi abuelo más de 70 años y continuaba visitando — mes con mes– a su nana. Yo iba de escudero acompañándolo.

Llegó la energía eléctrica e impactó la prosperidad de la fábrica. Murió su madre y luego su Padre al poco tiempo. Doblemente huérfano a poco años más de un año de haber cumplido los trece años, no tuvo más remedio que llevarse a sus hermanos a Santander, España, donde tenían familiares. Esperaban el barco en Veracruz cuando vio salir a Profirio Díaz en el Barco Ipiranga. Describía la imagen: “ De pie, en el puente de a babor del barco, le escurrían las lágrimas y se despedía de la gente. Ya nunca regresaría el dictador a México”.

Luego, cómo a los 21 años, mi Abuelo regresaría a México, visitaría a sus familiares lejanos y conocería a mi abuela con la que al poco tiempo se casó. Tuvo a mi madre y a un tío nuestro.
Yo le acompañaba a llevar paquetes de alubias y garbanzos para enviárselos a sus familiares de España. Íbamos al Palacio Postal. Estaba la dictadura de Franco y pasaban miserias los familiares españoles.

Tenían varios edificios de renta y aunque la más diligente administradora era mi abuela, el abuelo hacía algunas tareas como ir al banco en la Plaza de Santo Domingo, acudir a los juzgados a revisar los casos de morosos, a lo que le llamaba “llevar los asuntos” etc. Nada de importancia. Me llevaba en su auto a la Lagunilla donde compraba pájaros y los cuidaba con esmero.

Como le sobraba rtiempo, leía, pintaba (más bien copiaba pinturas) y aprovechaba nuestras vacaciones cortas o largas para llevarnos a Tequesquitengo o ir a Acapulco donde pasábamos largas tempordas. Luego nos alcanzarían mis padres.

El paseo más comun que hacíamos era llevarnos al Bosque de Chapultepec. En esos tiempos irrigaban al bosque por medio de pequeños canales de agua. El abuelo los aprovechaba para entretenernos. Hacía barquitos de papel periódico y cada uno de los niños los íbamos persiguiendo hasta que se hundían, atascaban o se los tragaba una alcantarilla. En las riberas de esos canales habían fresas silvestres que recogían mis hermanas para jugar a la comidita.

A la entrada del zoológico había un añejo árbol, era un frondoso fresno cuyas raíces sobresalían de la tierra en tortuosas formas. Era el árbol mágico. No sé cómo le hacía pero siempre corríamos hacia el árbol y lo rodeábamos con acuciosa mirada. Invariablemente cada uno de los nietos iba encontrando una moneda de a peso. Eran monedas grandotas de plata (creo) y con eso podíamos hacer nuestras compras. En mi casa, mis padres decían que los niños no deberíamos de manejar dinero. Pero el abuelo encontraba en el árbol mágico la fórmula para darnos el “domingo” que mi padre prohibía.

 

Son miles de historias las que viví o me contó el abuelo. Refunfuñón como el pato Donald. Pero cuyo amor y preferencia por mi no ocultaba.
“Tu eres mi nieto favorito, me decía, tuviste la mala suerte también de ser el hombre primogénito como yo (aunque tenía dos hermanas mayores) y eso te cargará de mayores responsabilidades”.
Y tenía razón porque yo era el que tenía que cargar maletas, bajar y lavar la lancha que tenía mi Padre en Tequesquitengo, ponerle gasolina y ver cómo la volvían a ensuciar los invitados para que la volviese a limpiar, subirla en el malacate y guardar el tanque de gasolina. “Eres el mayor y debes cuidar de tus hermanas y hermanos”, siempre me sentenciaban.

Los abuelos te dejan mucho.Te enseñan mucho y también se les extraña mucho.

Las palabras

Pocas veces le damos importancia a las palabras. Pensamos que es algo que fluye de forma natural. Hay solo una temporada en el desarrollo del ser humano en donde se pone mucho énfasis en las palabras. Es cuando los padres y abuelos se llenan de regocijo al ver balbucear al bebé y emitir sus primeros sonidos guturales hasta que llegan a articular la palabra “mamá”.

Es fiesta familiar cuando se escuchan las primeras palabras. También es un entusiasta esfuerzo de las tías, abuelas o cocineras que tratan de hacer hablar a un loro.

Pero las palabras van más allá de esos pueriles ejemplos y es cuando se descubre la riqueza que encierran las palabras.

Con más de 300,000 palabras el español (que no debemos decirle castellano) es una de las lenguas vivas más ricas del planeta. Y se enriqueció más en México con el mestizaje de palabras nahuas, mayas y delas más de 62 lenguas locales.

Desgraciadamente las personas vamos perdiendo el uso de nuestro léxico y vamos incrementando la ignorancia. A mi me parece patético ver los anuncios de televisión que usan frases rúbricas en inglés. Más terrible es escuchar a los locutores que pronuncian mal ése idioma. Un ejemplo era de la compañía Nissan que tenía por frase “shift into the future” (cambia hacia el futuro) pero el locutor lo pronunciaba tan mal que se entendía como “shit the future” (el futuro es mierda).

Hace años le ayudé a una chica que terminaba su licenciatura de Administración de Instituciones a escribir un libro sobre “Protocolo en la diplomacia”. Me pareció muy interesante la parte donde dice que los mandatarios, presidentes, reyes o representantes de gobierno NUNCA deben hablar en otro idioma que no sea el oficial y que SIEMPRE deben ir acompañados de un perito traductor. Por eso jamás hemos visto a la Reina Isabel hablar otro idioma que no sea inglés aunque al parecer ella domina más de tres.

 

 

Las palabras son delicados ingredientes de las frases y las frases pueden adquirir distintos sentidos, es la raíz de la semiótica. Pero en sí mismas las palabras poseen diversos atributos:

Emocionales: Acarician, recuerdan, reafirman sentimientos, arrullan, provocan, sacuden, despiertan, golpean y dejan huellas.

Descriptivos: Narran o cuentan, explican, ilustran, precisan y contribuyen a despertar la imaginación.

Destructivos: Denigran, insultan, ofenden, calumnian, mienten, traicionan y engañan.

En fin, hay infinidad de formas en que las palabras construyen o destruyen.

También hay ausencia de ellas. Palabras silentes: Me dejó sin palabras, calló y no sabía lo que me quería decir, ya no me habla, me escribió frases sin sentido, me hizo la ley del hielo, etc.

Existen las palabras que evolucionan en su sentido: Mamá o Mami, se convierte en insulto en México, o refeerencia de algo inservible: “vale para pura madre” o la empequeñece: “es una madrecita”.

Lo más maravilloso de las palabras es saberlas usar. Aprovecharlas para ser claros, concretos y hacer eficiente nuestra comunicación.

La regla de las tres palabras diarias es una sana práctica:

  1. Aprende una nueva palabra cada día.
  2. Usa la palabra adecuada para cada cosa (elimina los “sí güey, éste, entiendes, pos, etc.)
  3. Busca que todas tus palabras lleven una carga positiva (reduce el uso de palabras groseras, maldiciones, criticoas, insultos, etc.)

Las estadísticas coinciden en que la primer palabra que la mayoría aprendió fue “Mamá” y muy probablemente la última, al estar agonizando, regreses a decir: Mamá.

Pensar… un viaje maravilloso