Los santos traviesos

Los santos traviesos

Yo respeto a todas las religiones. Son alimento para el alma de millones de personas.

Un médico amigo nuestro dijo alguna vez y con mucha razón que: “la religión es como la ropa interior, algo que se debe usar íntimamente y ni andarla enseñando a los otros para tratar de que se la pongan”.

En la religión católica existen los llamados “santos” y existen dos de ellos que me divierten mucho porque son muy traviesos: San Diego y San Antonio.

Mi abuela materna era devota de San Antonio. En su casa tenía un enorme cuadro del siglo XVII con la imagen del joven santo, con su sotana color café cargando al bebé jesús y con una flor blanca (creo que es azucena). Se le llama San Antonio de Padua.

 

Digo que es travieso porque su especialidad es ayudar a que se encuentre el amor o a las cosas perdidas. Ambas situaciones que afligen enormemente a la mayoría de los seres humanos.
Como los relatos de las anécdotas que tengo de estos respetables varones son muchas, las tendré que publicar a lo largo de varias semanas pero espero se diviertan igual que yo.

Empecemos con San Antonio. Todos creemos que es de Padua, Italia. Pero me llevé una gran sorpresa en febrero cuando llegué a Lisboa (Portugal) y me voy enterando que es originario del Puerto de Lisboa (1191) y me di cuenta porque entre los souvenirs que venden, hay unas figuras estilizadas del santo patrono. Pregunté y en efecto nació ahí, vivió hasta su adolescencia y finalmente murió en Arcela cerca de Pádua, Italia.

Cursaba yo la preparatoria y mi abuela vivía cerca por lo que fui a su casa para comer con ella. No se encontraba pues había ido al centro de la ciudad. La esperé y de pronto llegó. Me saludó cariñosamente y me explicó que venía del banco –pues había cambiado dólares –ya que al día siguiente iba a viajar para ver a mi tío que se especializaba en cardiología en Nueva York.

Abrió su bolso, se descompuso su rostro y angustiada me dijo:
–¡Se me cayeron los dólares! ¡Los llevaba en un fajo, un rollo sujetado por una liga!

Sorprendido, me tomó del brazo y me pidió me arrodillara frente a un inmenso cuadro de San Antonio que tenía en el “hall” de su casa. Acto seguido habló con el santo y le suplicó le ayudara a recuperar el dinero.

Yo, evidentemente incrédulo, le seguí obediente en todo.
Se puso de pie, me tomó nuevamente del brazo y me pidió la acompañara a la calle. Llegamos hasta la acera donde se había bajado del taxi.
¡Cuál sería mi sorpresa que entre la banqueta y la calle, estaba el fajo bien enrolladito de dólares! Totalmente intactos.

Fue la primera ocasión que conocí las travesuras de San Antonio.Mi abuela le pagaba los favores elaborando 13 canastillas de ropa y pañales para bebé que ella personalmente tejía y llevaba al hospital de las mujeres menesterosas, el hospital de la mujer.

Al empezar a recordar las anécdotas que he conocido de San Antonio, me dispuse a ir a su templo en Lisboa. Está junto a su casa natal que la han convertido en museo. Tomé unas fotos y compré un librito en portugués que trae ciertos datos de su vida. Fue bautizado como Fernando Martins (hijo de Martin) en honor a su tío un destacado canónigo. El joven santo, después de haber ingresado a la orden de los Agustinos, una orden caracterizada por monjes ricos y aristócratas, se muda a la orden mendincante de los Franciscanos y se pone por nombre el de Antonio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A mis amigas que luego se andan quejando de que están solas, que no tienen novio, o que después de divorciarse andan como “agüitadas” buscando pareja, suelo recomendarles que se encomienden a San Antonio. En ocasiones les regalo una estampita del santo.

El porcentaje de éxito lo calculo en 70 u 80%. Depende en mucho que comodicen en el lenguaje del pueblo: “se pongan flojitas y cooperando”. De lo contrario, mi mágica receta fracasa (continuará)