Los Fantasmas

¿Realmente tu crees en los fantasmas?

¿Cuántas historias de fantasmas has escuchado a lo largo de tu vida? ¿Y cuántas películas has visto sobre el mismo tema?

El término fantasma viene de una palabra griega que significa aparición. Y de siempre se ha asociado con los seres muertos o almas en pena, almas descarnadas, es decir carentes de cuerpo físico pero cuya energía está entre nosotros y se “aparece” visible a nuestros sentidos. Normalmente los relatos refieren a los fantasmas con apariencia visible aunque en algunos casos se asocian a emisión de sonidos, percepción de aromas o a objetos que caen e inclusive son aventados con violencia. Los fantasmas, también llamados espectros son un concepto mitológico de la humanidad que está vinculado a la percepción que tenemos a través de nuestros sentidos.

Me podría atrever a decirte que por lo menos existen dos tipos de fantasmas que todos tenemos presentes en nuestras vidas:

El fantasma de los recuerdos y el fantasma de la imaginación.

Los recuerdos son percepciones que tenemos en nuestra mente y que las referimos al pasado ya vivido, a las experiencias anteriores que fuimos acumulando en nuestras vidas. Algunos de esos recuerdos son percibidos como negativos o dolorosos y en nuestra psiqué no los podemos olvidar o borrar. Esos son fantasmas nos siguen en nuestro desarrollo a través de la vida y si no logramos “exorcizarlos” a tiempo, los arrastramos con pesar y permanecen junto a nosotros.

El fantasma de la imaginación es el espejismo que creamos en miras del futuro.

En la teoría de la parentalidad la Dra. Leticia Solís-Pontón lo refiere con relación a la expectativa futura que se tiene y lo ejemplifica con la mujer embarazada que imagina ya con rostro al bebé que va a nacer y se habla del bebé fantasma.

En nuestras culturas se dan muchas veces casos de que las niñas empiecen a imaginar a su “príncipe azul”, al hombre que avisoran como su futura pareja y ya cuando andan en busca del candidato normalmente las expectativas de su “hombre fantasma” dista en mucho de los hombres que ya en la realidad van conociendo.

La imaginación nos impulsa a diseñar un aspecto o pensar un acontecimiento que aún no hemos tenido o experimentado y que sin embargo lo percibimos como algo tan real que creemos que seguramente va a sucedernos. “Fantaseamos” es el término que coloquialmente usamos a esos eventos de nuestra imaginación, por ejemplo: cuando imaginamos la casa que queremos construir o comprar, la familia que deseamos formar, la profesión que pensamos ejercer, etc.

Normalmente los fantasmas de la imaginación los construimos a base de conceptos o imágenes positivas y nos pueden producir alegría, entusiasmo pero en el fondo también nos pueden generar sentimentos de temor, miedo e inclusive de angustia.

Y hablando de fantasmas…

Una bella mañana de primavera abordamos un auto en la ciudad de Mérida, Yucatán (sureste de México). Íbamos una amiga, un amigo y yo. Eramos los entusiastas pasajeros en excursión hacia Celestún, la reserva ecológica donde se avistan parvadas de flamingos rosas.

La carretera es estrecha con un solo carril de ida y otro de vuelta pero de escasa circulación por lo que se ven esporádicmente transitar algunos vehículos.

El paisaje era hermoso con esa selva baja típica de la península de Yucatán. El sol esplendorosamente coloreaba todo mientras que las mariposas al igual que las aves tempraneras cruzaban la cinta asfáltica. Frente a nosotros iba una camioneta de modelo reciente. De pronto, empezó a zigzaguear e invadir el carril de contraflujo.

Como si fuera en cámara lenta, la vimos volcarse e irse dando tumbos hacia la cuneta del lado derecho y que en realidad era una zanja de uno o dos metros de profundidad.

En ése impresionante girar, vimos que en la parte posterior del vehículo iba una mujer anciana que gesticulaba a través del vidrio trasero. Nos hizo señales con sus brazos en un intento de pedir ayuda o de mostrar su terror ante el accidente que estaba materialmente agitando a los ocupantes del vehículo.

Mi amigo que iba conduciendo. yo estaba sentado en el asiento del copiloto y mi amiga en los asientos traseros. Disminuímos la velocidad hasta hacer un alto total. Casi al unísono comentamos que la viejita se podía haber lastimado porque aparentemente no llevaba el cinturón de seguridad.

Sugerí estacionarnos al borde de la carretra y bajar a auxiliarlos. La camioneta estaba recostada en su lado derecho al fondo de la zanja. Bajé la pendiente y traté de abrir la puerta del conductor. El peso era enorme.

Afortunadamente la ventana estaba abierta.

La conductora era una mujer joven que mientras estaba desabotonándose el cinturón de seguridad me pidió que tomara en brazos a su bebé de unos ocho meses. Lo recibí y se lo pasé a mi amiga. Luego me pasó al niño de unos tres o cuatro años que lloraba angustiado y con mucha ternura le abracé, calmándole. Le decía que todo iba a salir bien. Ayudé a la mujer a salir. Ya estando ella afuera de pie y viendo que no tenía golpes o heridas, le dije:

–Permítame, voy a ayudar a sacar a la abuelita.

–¿Abuelita? ¿Cuál abuelita?– me respondió confundida.

–La que viene en el asiento trasero, la vimos cuando se volcaron–, respondí con seguridad, convencido de que los tres que íbamos en nuestro auto eso habíamos visto.

–No, respondió la mujer enfáticamente–, solo venimos mis dos hijos y yo.

Dudé pensando que seguramente por el susto tendría alguna confusión. Me volví a asomar por la ventanilla abierta y con gran sorpresa vi que el habitáculo estaba vacío.

Nos pidió que le marcáramos al celular de su esposo y que no la dejáramos sola hasta que llegara su marido, el cual estaba a escasos minutos en la ciudad de Mérida.

Llegó la patrulla de caminos y al poco rato llegó el marido.  Nos despedimos y continuamos nuestro viaje hacia Celestún.  Los tres íbamos más impresionados por el “fantasma” de la anciana que habíamos visto que por la misma volcadura.

Nuestros sentidos son hermosos instrumentos de percepción pero hay fenómenos que nuestra mente no logra explicar por la fragilidad misma que tenemos como seres humanos.