La energía se regresa III

Éramos muy jovencitos y empezábamos a trabajar profesionalmente. Teníamos que ir a Acapulco para montar una exhibición de un cliente.

El padre de mi socio nos prestó un automóvil más seguro y nos acompañaría el hermano menor de mi amigo. Yo conocía la carretera de Acapulco a la perfección ya que generalmente en las extensas vacaciones escolares viajábamos y nos hospedánbamos en una casa que tenían mis abuelos.

Cargamos gasolina en la estación de servicio que estaba al pie de carretera en Chilpancingo.
Habían otros autos cargando gasolina también. De la cafetería salió un político con una mujer que, por su aspecto supusimos era su amante, se subió en un lujoso auto  los acompañaba un auto escolta con sus respectivos guardaespaldas.

Terminamos de cargar combustible y retomamos el camino. Manejaba mi socio y amigo. Le sugerí que rebasara a un camión de redilas que iba al frente ya que empezaría el ascenso a una montaña y tendríamos que ir a vuelta de rueda.

Al rebasarlo, mi amigo aprovechó para pasar también al auto escolta y el auto del político.  Justo en el momento de ir rebasándolos, el niño gritó que nos apuntaban con una pistola los guardaespaldas.

Y en efecto, les vi encañonarnos. Mi amigo aceleró.
Los guaruras (guardaespaldas) se despegaronn del contingente y empiezaron a perseguirnos.
Anotamos las placas del auto y pisamos el acelerador a fondo.
Teníamos los nervios de punta.

Le dije a mi amigo que al bajar de la montaña y acercarnos al poblado de Tierra Colorada habitualmente había un retén de soldados y que buscáramos ahí protección.

Los minutos se nos hacían eternos.

Descendiendo vimos el retén de los soldados y había una leve brecha de camino de terracería que derivaba al campamento militar.
–¡Deténte en el camino de tierra!- le grité angustiado., –Yo me bajo y hablo con los soldados.

Los guardaespaldas se siguieron por la carretre de asfalto y de súbito los detuvieron los militares con sus ametralladoras. Arribó el auto del político y les dieron una severa regañada tanto a los guardaespaldas por no obedecer los señalamientos como al patrón de los mismos. Uno de ellos nos miraba con una expresión de coraje impresionante.

Mientras se alejaban el político y sus guaruras, platiqué con los militares y les expliqué la razón por la que nos habíamos detenido en esa especie de cuneta. Aguardamos un rato considerable y re-emprendimos nuestro trayecto.

Íbamos entre espantados y enfurecidos.

El niño decía que le daría a su papá el número de las placas para que los reportara, al fin su padre tenía buenas relaciones con el gobierno.

Llegamos a la entrada de Acapulco y descendimos hasta la glorieta de la Diana para que finalmente llegáramos  al Centro de Convenciones, sin embargo en la Avenida Costera había un tremendo tumulto de autos y ambulancias.
Avanzamos lentamente.
Un auto retorcido destacaba en la curva de la glorieta. Entre el grupo de policías y paramédicos se encontraba el político con el rostro lívido. Se podían ver las placas del auto siniestrado.
–¡Es el auto de los guardaespaldas!—exclamó el niño.

En efecto, era el auto retorcido en una forma inimaginable como si fuera una charamusca de Amecameca.

Sacaban los cadáveres de los guaruras.

Nos alejamos con un sentimiento de extrañeza y sorpresa.

La energía siempres se regresa.