Huérfanos adultos

La orfandad es una pérdida emocional que siempre deja huella y puede llegar a ser irreparable.

Perder a un padre o auna madre en la temprana edad es una mutilación de la armonía emocional con la que se debe desarrollar una persona.

A la mayoría de nosotros nos impacta el ver un orfanatorio o enterarnos de que alguien en su infancia perdió a alguno de sus progenitores. Sentimos lástima por esas personas. Es muy diferente el vacío que se da por la muerte de uno de ellos a diferencia de la ausencia por otros motivos como pudiera haber sido por el abandono, el divorcio o razones de guerra. Ya no hay reparación física.

Pocas veces analizamos lo que significa el quedar huérfano ya siendo adulto. Pareciera que la lógica te indica que por las razones de edad es natural que pierdas a tu padre o a tu madre. El doloroso duelo se vive y todo parece regresar a la normalidad pasado un tiempo.

Pero no es así. Todo depende del vínculo y de la sensibilidad del huérfano adulto. Hay personas que manifiestan mayor dolor por la pérdida del padre o de la madre. Pocas veces se puede decir que es un dolor equiparable e indistinto con la pérdida de ambos.

Conozco personas que manifiestan mayor sentimiento por a ausencia de uno de ellos.

La orfandad en la edad adulta no es socialmente comprendida. Es dar un pésame, acompañar en los rituales funerarios a la persona dependiendo de la religión y hasta ahí.

Sin embargo, la ausencia que se crea con esa muerte es de un tipo de dolor callado y aflora de vez en cuando con pequeñas frases como: “¡Ay! Si estuviera mi madre aquí para acompañarme” o “¡Cuánta falta me hace mi padre! Con él me hubiera sentido con más valor…”

Yo podría atreverme a pensar que la orfandad adulta es como una amputación. Suena dramático pero existe una lógica. El niño huérfano tiene poca exposición al vínculo comparativamente con el adulto y si bien, posee menos herramientas para el amortigüamiento emocional, es muy probable que lo subsane con el tejido familiar que lo acoge o aún en los casos graves como terminar en una institución para huérfanos existirá la empatía de descubrir que a los demás también les hace falta el tener progenitores. En cambio el huérfano adulto lleva más de 20 años de vinculación con su padre y su madre, es toda una vida de afectos que de pronto te la cortan de tajo.

No todos tenemos la resiliencia necesaria para aceptar ésas pérdidas y queda para siempre un hueco, un vacío latente que por momentos la misma mente nos engaña y de forma espontánea a uno se le ocurre decir: Voy a llamarle a mi papá, o este domingo comeremos con Mamá y de súbito caes en la cuenta de que ya no hay papá a quien llamarle ni mamá a quién visitar el fin de semana.

Generalmente la función de tu padre fue el de darte seguridad, autonomía, proporcionarte valor para enfrentar la adversidad, te estimuló para tener coraje de sobreponerte a los problemas y quizás te daba apoyos que suavizaban tus angustias o problemas. Tu papá era el que te decía que no tuvieras miedo y que te alentaba diciéndote que tú eras capaz de lograr saltar los obstáculos.

Por su parte, tu madre te daba apoyo de comprensión y ternura, te “abrigaba” emocionalmente y te daba consuelo. Construía complicidades con tus secretos y mitigaba tus angustias con sus sabias palabras. Era el ser nutricio que cuidaba de tu salud y alimentación, no importando la edad, seguía procurándote como cuando eras un pequeño ser.

Ambos, te daban mucho de lo que ahora como huérfano adulto nadie te puede dar. Ni modo que les pidas a tus hijos que te den consejos, ni a tu pareja que escuche tus secretos o angustias sin darte sermones o discusiones por respuesta.

Ese vacío, ése limbo emocional queda en suspenso y quizás cuando recuestas tu cabeza en la almohada, te cubres con el edredón o colcha, tu cuerpo tiembla levemente y te dices a ti mismo: “¡Cómo extraño cuando me cobijaba y me daba el beso de las buenas noches!”

Luego suspiras , quizás se roda una lágrima y caes en cuenta de que eres un huérfano adulto.