El dulce sonido

El dulce sonido
 
El sonido de las aves siempre ha producido un encanto para nuestros sentidos. Desde las ancestrales fábulas sabemos que el canto de un ruiseñor era el tesoro más preciado de un mandarín chino. No se diga de la poética mesoamericana donde se ensalza el canto de la ave de las mil voces, el Tzenzontle. En las antiguas casonas de México –especialmente en provincia–, se acostumbraba colocar aves canoras en los corredores. Sus trinos imprimían música a los hogares.
 
A la llegada de la primavera siempre llegan a mi jardín aves que engolan sus trinos hasta extasiar los oídos. Se les conoce como Primaveras (Robins en inglés), son migratorias. Hay otras aves que contribuyen con sus cantos a dar una sinfonía especialmente en el amanecer y en el anochecer.
Es el dulce sonido lo que deleita nuestro sentido auditivo. Por eso debemos de tener en mente que son las palabras las que utilizamos nosotros para expresar emociones. Son nuestros trinos, nuestros propios cantos.
 
Son las palabras con las que te arrullaban de bebé, eran cancioncitas plenas de ternura que te mecían en la cuna hasta dormir. Las palabras de aliento que tu madre expresaba para calmar el llanto ante un cólico o dolor que aún no podrías verbalizar y expresar lo que sentías.
Las rimas infantiles con las que te divertían de párvulo, eran simpáticas palabras que unidas hacían melodía o narraban una historia.
Fueron tus primeras palabras con las que enamoraste a tus padres y abuelos. Balbuceaste: Mamá, Papá, Tito, Abue, etc.
Las palabras que tu padre o tu abuelo te fortalecían al decirte: “Tu puedes”.
 
Empezaste a aprender que una palabra puede transmitir ternura, cariño, alegría, etc.
 
Es el dulce sonido del “te amo”, “te quiero”, “te adoro” los vocablos que cargan fuerte emoción. Uno de los aspectos que debemos procurar es que conectemos nuestra mente al sentido que le damos a ése tipo de palabras.
Las palabras deben llevar emoción y no debemos abusar de ellas.
¿Cuántas veces no te ha fastidiado el escuchar a alguien que no siente nada bueno por ti pero que expresa continuamente “te quiero, te amo, eres un amor”?
 
Usar las palabras sin sentirlas las degrada, las abandona, las convierte en palabras huecas.
Debemos aprender a tener economía en el uso de las palabras.
No es posible que apenas conoces a una persona y ya estás diciéndole que la quieres.
 
No digas “te amo” cuando realmente solo tienes simpatía por el otro. Cámbiala por un “Me gustas” o “Me caes bien” o “Me simpatizas”.
 
Atesora esas bellas palabras y úsalas cuando realmente vale la pena. Te van a salir musicalmente bellas, serán tan emotivas que hasta tu mismo sentirás que la piel se te pone “chinita”.
 
Los dulces sonidos de nuestras palabras para expresar ternura son esenciales para nuestra mente y para la mente de quien las escuche.
Construye frases con armonía. Por ejemplo, si dices: “¿Cómo dormiste?” es demasiado trillado. En cambio si dices: “Hoy vi lo más hermoso del amanecer: tus ojos que se abrían para un nuevo día”.
 
Dale ritmo a las palabras. “Sabes… a veces siento algo raro en mi estómago. Es como si me acariciaran unas alas de mariposa. Y es cuando caigo en cuenta que ésa emoción que tengo es porque te amo.”
 
Administra las palabras para que cuando las pronuncies tengan un mayor peso, un mayor valor. Di lo que sientes con la vehemencia que tu energía interna te dicte. Solo así podrás aquilatar el dulce sonido de un Sí, un No, un “déjame pensarlo”.
 
Aprender a usar las palabras es un arte que todos podemos dominar y siempre recordar que no en vano una de las últimas palabras que se pronuncia en el lecho de muerte son: “Mamá” …”Eres el amor de mi vida” o”Gracias”.