El dia que conocí a Carlos Fuentes

Carlos Fuentes      En una asignatura escolar se nos había encargado entrevistar a un escritor.

Para un muchacho como yo, de clase media, sin relación alguna con el medio literario e          inmerso en una familia poco social, parecía más que una misión imposible.
Afortunadamente Juan Carlos –un compañero de clase–,  me ofreció y cumplió en conseguirme una cita con algún destacado escritor. Llegó el día y me confirmó la cita era con Carlos Fuentes.
Quizás porque ya habla leído AURA y LA MUERTE DE ARTEMIO CRUZ, me invadió una gran emoción.
Fue una luminosa tarde de Julio cuando caminé por las calles empedradas de San Ángel Inn. Los restos de la lluvia se escondían entre las redondas piedras de río que se unían formando una retícula desordenada. La atmósfera, después de la llovizna, mezclaba el aroma de humedad, musgo y maderas rejuvenecidas dejando un distintivo recuerdo en mi memoria olfativa. Cuando llegué al número diez de la calle Galeana, me detuve frente al portón y admire la sobria fachada de una casona mexicana estilo «Artigas» donde se combinaban los aplanados blancos con ladrillos de rojo quemado y  fragmentos de cantera atrapados en los muros. Sobresalían unas cornisas rematadas por tejas de barro rojo.
Toqué una campana y después de una breve espera se abrió la puerta. Tuve la sensación de estar recreando un fragmento de Aura. Ante mi apareció una esbelta mujer de piel muy blanca y delicadas formas.
–¿Vienes a ver a Carlos?– me dijo con su suave voz, casi susurrante.
Asenti timidamente.
Era una mujer bellísima, como pocas hubiera visto en mi precaria juventud. Me agradó de forma instantánea. La recuerdo con un vestido rojo brillante, de ampulosa falda que se ceñía a una estrecha cintura. La prenda se sujetaba en los costados de sus delicados hombros lo que le permitía lucir aún más su cuello, tan blanco como el mármol, y enmarcado por una sutil cabellera negra.
Ella Iba descalza y me invitó a seguirla por un corredor. Era etérea en su forma de caminar, como si flotara en el aire. Mi vista recorria la hermosura de todo el conjunto corpóreo. Mis ojos se detenían constantemente en los lóbulos de sus pequenas orejas y en su suave unión  con el cuello. Nació en mi una percepción diáfana de lo que es el erotismo que emana de forma natural esta mujer.

Subimos por una escalera amplia, donde un gato gris a rayas se nos atravesó , iba todo amodorrado. Llegamos a una especie de tapanco que en realidad resultó ser el despacho o estudio de Carlos Fuentes. Una habitación oscura pero acogedora, iluminada por lámparas de mesa. Los techos eran de bóveda catalana y vigas que culminaban de darle un aspecto colonial. La inmensa mesa era una especie de tablón de madera vieja y medio apolillada, de aspecto tosco, en su superficie había una infinidad de libros, papeles amontonados con un cierto orden dentro del desorden mismo y una maquina de escribir en el centro de todo eso.  Atrás de ella, sentado,  estaba el autor de la región más transparente.

Cuando me dí cuenta, ella ya había desaparecido con una sutileza impercepyible dejándonos solos. La sensación era igual a la que Fuentes describe  en Aura donde el personaje aparece y desaparece para dejar la sensación de un vacío inexorable.

Sin mucho preámbulo, inicié la entrevista centrandome en la narrativa de la revolución mexicana. Carlos se fue transformando en un acucioso narrador, apasionado y claramente didáctico. No solo me explicó sobre la literatura de la revolución sino que me definió con una claridad quirúrgica lo que había sido la revolución mexicana. Aún recuerdo sus palabras que enfatizaba con ademanes sobre la mesa: «México no era un país monolítico antes de la Revolución, había muchos mexicos. Eran como compartimentos estancos. La bola, o sea la revolución, hizo las veces de vasos comunicantes, lo que permitió que se fueran conociendo unos a otros y así se forjara una identidad como nación que es lo que ahora tenemos». Me hipnotizaba su forma de explicar, te provocaba la reflexión e inundaba mi mente de conceptos claros, bien definidos.
Me despedí y salí de la casona inmerso por luminosa tarde que me mostraba el verde follaje de San Angel Inn. El cielo azul enmarcaba la escena, con sus nubes stratus cumulus blancas como si fueran torundas de algodón.

Había conocido al escritor. Su imborrable recuerdo me sigue impactando. Ahora, con motivo de el primer anuversario de  su fallecimiento,  renace en mi mente ésa tarde mágica,  el recuerdo de la mujer de vestido rojo y pies descalzos quien fuera gentil anfitriona y que con el tiempo descubrí que posiblemente se trataba de la actriz Helena Rojo*.

20130519-015717.jpg20130519-015755.jpg Foto de la película Muñeca Reina y obtenidas de internet.

*(Ella actuó en la película de Sergio  Olhovich: MUÑECA REINA, basada en una historia de Carlos Fuentes)

 

 

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