Una amorosa reina ordenó a sus vasallos
que esa noche sirviesen una cena diferente
para la corte en pleno.
Todos los manjares de la tierra
su paladar ya había probado,
menuda faena esperaba a cocineros y mayoras.
Perdices y faisanes de mil forma preparados,
frutos del mar y exóticos vegetales
todos habían abrumado en mil recetas diferentes
paladares del reino gobernado.
Ante tanta incertidumbre
y no habiendo ingrediente novedoso,
cocineros y mayoras decidieron montar un banquete de silencio.
Llegó la reina acompañada de su corte
con atildados comensales invitados,
sentados todos en mullidos sillones
reposaron sus pies en bellas alfombras.
Atónitos quedaron los agasajados
cuando meseros con finos guantes
sirvieron platos bien vacíos
sin orquesta que amenizara
ni palabra pronunciada,
así transcurrió toda la velada.
Súbditos y comensales convocados
fingieron estar satisfechos
mientras la reina sorprendida no comprendía
lo que en su real mesa acontecía.
Más de treinta minutos en silencio habían pasado
cuando la reina impaciente llamó a su jefe cocinero
para preguntarle la razón de tal desaguisado.
Su majestad –respondió el fiel vasallo,
Banquete de Silencio hemos ofrendado
ante la falta de nuevos ingredientes
que sirviesen para darle original guisado.
Ante el ingenio de sus cocineros y mayoras,
no tuvo más remedio la Reina sibarita,
siempre bondadosa, que soltar sonora carcajada,
carcajada festejada con aplausos de entusiasmo
por plebeyos y hambrientos cortesanos.
Dedicado a Patricia Camacho Quirós
Juan Okie G.