Damas y Caballeros

Muchas de mis amigas les puede más que “repatear” el que llegue un mesero y diga:
–¿Y a la Damita…qué le servimos?
 
A cada rato me encuentro con la desagradable sorpresa de que para dirigirse a mi persona me digan “caballero”.
 
Si uno piensa ir a los servicios sanitarios, generalmente se encuentran los letreros clasificando: DAMAS o CABALLEROS.
 
En cuanto dicen “caballero” me remonto a la Edad Media y a la orden de caballería. Por más que trato de imaginarme que en México hubiesen existido castillos feudales, lo único más cercano que encuentro es el Castillo de Chapultepec.
 
Esos términos atávicos no tienen nada en común ni con los pueblos oriundos de mesoamerica, ni con la época colonial y menos con las épocas revolucionarias y contemporáneas. En América jamás han existido caballeros y damas de una “corte real”.
 
Son palabras anticuadas y en desuso que han perdido su razón de ser y poseen una imagen de cuentos de hadas importados de Europa.
Pero lo más grave es la connotación clasista que subyace en el término, ya que si le dicen dama o caballero al huésped de un restaurante u hotel, están implicando que el resto son “vasallos”, “siervos”o esclavos.
El buen uso de las palabras contribuye a democratizar una nación. Nuestro país requiere sacudirse el síndrome del colonialismo europeo o del imperialismo norteamericano. Somos hombres y Mujeres, se puede apelar con la palabra “señor o señora”. Evitar el racismo en los mercados públicos: “¿Qué va a llevar la güerita”?”
O expresiones como: “Son indios pata rajada”.
 
Si erradicamos el manejo lingüístico de añejos imperios podremos irnos sacudiendo el servil comportamiento que le dan a un funcionario público que es “siervo de la nación” y que ostenta el título por seis años de “presidente”. Y por favor, a la señora que le acompañe ya sea por contrato, conveniencia o amor durante esos seis años no le digamos “Primera Dama” porque convertiríamos a nuestras mujeres, madres, hermanas , amigas, amantes, novias, esposas y parejas en “mujeres de segunda” y estoy seguro, que ninguno de nosotros las consideramos de “segunda” pues son la razón de nuestro cariño y admiración.
 
Así que, cuidemos las palabras porque poseen el poder de influir en nuestras formas de convivencia.