Todas las entradas de: Juan Okie

Licenciatura en Comunicación (Universidad Iberoamericana México), Maestría en Literatura y Creación Literaria (Centro de Estudios Casa Lamm, México) Ha publicado 6 libros y tiene más en prensa.

El cuaderno

Es casi seguro que todos recordamos nuestros primeros cuadernos de la instrucción primaria.

Las mamás les ponían afanosamente las etiquetas con nuestro nombre. Algunas los ponían a mano, otras a máquina de escribir o en las cintas adherentes con letras tridimensionales conocidas como Dymo y hoy quizás lo hacen con la computadora.

Amorosamente los forraban.

Sin embargo, hay un cuaderno que nunca vimos y que normalmente viajamos por la vida sin conocerlo.

Este cuaderno nos lo entregan en blanco. Las primeras páginas las empiezan a escribir nuestros padres. En muchas ocasiones también nuestros abuelos nos escriben algunos párrafos. Después, un buen día, nosotros tendremos que escribir en el cuaderno desconocido. Muchas páginas o pocas –nunca lo sabremos a ciencia cierta—, irán formando nuestro cuaderno.

Al final de nuestros días, cuando llegué el momento de partir, tomaremos discretamente el cuaderno entre nuestras manos y será el único equipaje que llevaremos a cuestas.

Un cuaderno pleno de ternura que nuestros padres nos entregaron en blanco y que nosotros habremos de llenar día con día.

 

Resiliencia

El término resiliencia ha adquirido enorme relevancia especialmente a raíz de la pandemia de Covid 19. La definición de resiliencia puede verse desde distintos puntos de vista.

Para Boris Cyrunlik* , uno de los más destacados estudiosos del apego y la resiliencia, la define como:  “El inicio de un nuevo desarrollo que experimenta una persona después de un trauma”. También se puede definir como la capacidad que tiene cualquier organismo para poder recuperar su equilibrio, volver a lo que científicamente se llama “Homeostasis”.  Nuestro organismo se mantiene normalmente en un balance y sufre un desequilibrio cuando ha sido sometido a un fuerte estrés negativo. La homeostasis es recuperar precisamente ese balance. Un ejemplo visual -muy sencillo—, de resiliencia es una almohada de hule espuma que se deforma cuando ha sido sometida a una presión (estrés negativo) pero al liberarla de esa presión recupera su forma original.

Ahora bien, en relación a nuestra resiliencia como seres humanos tiene una gran importancia ya que será un elemento para levantarnos ante cualquier crisis y restablecer nuestra armonía física y mental.

Por eso es muy importante conocer las condiciones que nos permiten tener resiliencia.

Cada uno de nosotros tiene diferente capacidad de resiliencia. Así como el estrés negativo afecta de diferente forma a cada persona, la resiliencia es algo muy personal y único.  En la resiliencia influyen tanto características de nuestro propio organismo así como son los factores del entorno y la forma en como fue nuestro desarrollo. Otros aspectos son el grado en que percibimos nuestra seguridad, la capacidad que tenemos de recuperarnos, las relaciones humanas de amortiguamiento que poseemos y  el medio cultural en el que nos hemos desarrollado.

Si desde pequeños se nos enseñó a sentirnos seguros de nosotros mismos y crecimos en un ambiente de confianza y seguridad o bien, ahora que ya somos adultos trabajamos en una empresa donde nos sentimos seguros, es muy probable que tengamos mayor resiliencia. Si aprendemos que ante una caída o fracaso tenemos la capacidad de recuperarnos y sabemos cómo afrontar la frustración, es probable que seamos más resilientes que aquellas personas que se sienten abatidos ante un fracaso y se paralizan o deprimen sin saberlo afrontar.

El afecto humano es vital para una buena resiliencia.

También contribuye a nuestra resiliencia si estamos rodeados de afecto humano ya sea con una buena relación de pareja, el cariño de hijos, familiares, el apoyo de compañeros de trabajo o amigos y la confianza que tenemos para con nuestros jefes. El medio ambiente donde vivimos es fundamental: Un entorno de optimismo y mentalidad positiva contribuye a nuestra capacidad de resiliencia Si por el contrario vivimos y trabajamos en un ambiente cargado de pesimismo, negatividad, con una atmósfera continua de agresión, baja autoestima o de falta de motivación, tendremos una pobre resiliencia.

Para que una persona sea resiliente depende mucho de cómo se construyó su personalidad. Si desde antes de nacer y cuando fue pequeño recibió improntas biológicas que lo han fortalecido, esa persona se desarrollará con mayores atributos para enfrentar mejor a la adversidad. En el momento en que le ocurra una desgracia sabrá manejar al infortunio o situación crítica, responder de forma positiva y adaptarse al cambio. Si carece de esas fortalezas tratará de evadir los problemas, se hundirá en una situación depresiva, de impotencia ante el fracaso o quizás solo se estará  regodeando en el papel de víctima ante su desgracia sin poder evolucionar del problema .

La resiliencia comienza con la aceptación de nuestra fragilidad.

Quien es resiliente tiene la capacidad de reconocer el haber cometido un error, reflexionar sobre las causas, aprender de esa experiencia y mejorar como persona. Entonces sí estaremos hablando de que es una persona resiliente.

Por eso podemos decir que la resiliencia depende un poco de cada persona pero también depende en gran medida de su entorno. Si en tu hogar, en tus relaciones humanas y en tu trabajo se te apoya seguramente lograrás una mejor resliliencia que si te encuentras en pleno abandono.

 

¿Cómo podemos ayudarnos a ser más resilientes?

Sentirnos seguros: Al sentirnos seguros con nuestras capacidades y conocimientos, percibir que estamos seguros con nuestro trabajo y transmitir esa seguridad entre los miembros de la familia es fundamental.

El entorno de seguridad y confianza en el trabajo contribuye a que enfrentes mejor el estrés negativo. SI tu transmites inseguridad a tu familia generas estresores negativos que repercuten en el ambiente hogareño y puede provocar confrontaciones, reclamos, agresiones verbales e inclusive violencia física. La violencia familiar y la precariedad social nos hace vulnerables.

Evitar la precariedad social:  La pobreza social parte de una escasa convivencia o de la carencia total de la misma. Al no convivir con tu propia familia estas aislándote  y vas deteriorando el apoyo emocional que necesitas. También es precariedad social cuando se carecede amigos, de una familia estructurada, de falta de compañerismo y ausencia de colaboración en el trabajo. Uno debe aprender a no competir con los compañeros de la oficina, ni dejar de colaborar para ayudar a los otros aunque no obtengamos un beneficio directo. El convivir, colaborar y acompañar a los demás –sea en la familia o en el trabajo—,  contribuimos a sembrar un ambiente positivo. Estas acciones son la semilla de lo que llamamos apego.

Desarrollar apego: El apego a la familia y a tu empresa consiste en construir un tejido que te amortigua y contar con una red de apoyo. El apego se construye día con día, el apego es un vínculo muy fuerte que genera seguridad y confianza. Es un sentimiento de familiaridad, de tener la confianza de hablar con los demás y estar seguros de que lo que hacemos lo hacemos bien y que aunque haya adversidades sabremos cómo gestionarlas y no angustiarnos. El apego es fundamental para aprender a amar a los demás y aprender a socializarse. El tener apego y el establecer un tejido o vínculo de seguridad nos ayuda a construir esa red de amortiguamiento que contribuye a la resiliencia.

Colaborar pero no competir: Uno no solo debe hacer bien su trabajo sino de saber darse sus tiempos para convivir y colaborar armoniosamente con sus compañeros, sus colaboradores de distintos niveles y con sus superiores.  A veces confundimos el lograr nuestras metas u objetivos de trabajo con el competir contra nuestros compañeros u otros equipos de trabajo.  Competir laboralmente entre compañeros es una forma de maltrato, es generar violencia y despertar emociones negativas. Debemos aprender a resolver problemas, a tener autoestima y en lugar de competir contra nuestros compañeros debemos colaborar, tener confianza en el equipo y ayudar a que todos crezcan junto con uno.

Aprendizaje continuo:  La resiliencia es un proceso de aprendizaje durante toda la vida. Nuestra infancia sí es muy importante pero si tuvimos carencias en la infancia debemos de trabajar para aprender a ser resilientes como adultos. No debemos quedarnos solos cuando sufrimos un trauma, no aislarnos ni reforzar las heridas ya que agravamos el sufrimiento. En esos casos debemos luchar contra nosotros mismos y tener confianza para compartir con los otros. Sentirnos seguros, reflexionar y luego empezar a hablar de nuestro trauma.

El estrés negativo nos hizo un daño, nos hizo vulnerables y nos causa un trauma pero debemos aprender a manejarlo, apoyarnos con quien tenemos confianza. El trauma  es diferente al sufrimiento. El cerebro con sufrimiento bien que mal funciona, en cambio con un cerebro con trauma se apaga, paraliza a la persona y la inutiliza.

Sufrir es parte de la condición humana, pero si tenemos apoyo de otros y hemos reflexionando sobre lo que estamos viviendo, de lo que estamos sufriendo y lo vemos desde un punto de vista realista tendremos la capacidad de superarlo. De lo contrario, si los sufrimos desde un punto de vista irreal,   lo sufrimos en lo imaginario lo que estamos viviendo es la representación del sufrimiento convertida en un dolor continuo que genera un trauma.

Comprender y analizar: La necesidad de comprender es importante, comprender lo que nos ha pasado y reflexionar. Después debemos de comunicar. No debemos quedarnos solos. Acercarnos a la persona que le tenemos confianza y contarle lo que nos ha pasado y al narrarlo lo debemos hace de forma tranquila, armoniosa,  procurar sonreír esa adversidad ya que eso suaviza nuestro sufrimiento y contribuye a ir cerrando las heridas. También podemos optar por escribir las situaciones difíciles. Eso ayuda mucho.

Para algunas personas el cine, teatro, música o literatura les ayuda a verse reflejadas en las obras y les permite afrontar su problema de una forma creativa.  El actor se convierte en nuestro portavoz, el control de la emoción y la representación de la tragedia que vemos en los otros es una catarsis que nos ayuda y libera del sufrimiento. El arte juega un papel muy importante en el proceso de la resiliencia.

Hay que estar preparados para afrontar las adversidades y desarrollar nuestra capacidad de resiliencia.

Aprender a convivir mejor y a colaborar, aceptar nuestra necesidad de arroparnos con los otros, a crear vínculos que desarrollen la familiaridad con los demás.  Todo esto nos ayuda a comprender el arte de vivir, de trabajar feliz y encontrarle sentido a nuestras vidas.  De ser personas con gran capacidad de resiliencia.

 

Egoísmo y altruismo

Cuando uno, en el proceso de socialización como niño, empieza a relacionarse con otras personas se descubren elementos que habrán de definir la personalidad. Uno de esos elementos es la diferenciación entre el egoísmo y el altruismo.
La palabra egoísmo se origina del latín “ego” que significa yo, pero al añadirle la terminación o sufijo “ismo” nos indica que es una actitud de ciertas personas que solo buscan y hacen acciones por su propio interés y beneficio sin pensar en los demás ni en las necesidades del otro.
Existe una gran diferencia entre egoísmo y autoestima
Amarse a sí mismo hasta cierta medida es bueno pero cuando se llega a la exageración y solo se dedica a privilegiar el beneficio propio, esa persona se convierte en un ser egoísta.
El egoísmo también responde a un instinto primitivo de supervivencia pero si no se logra diferenciar el hecho de sobrevivir y el de saber distinguir en lo que debemos aprender a compartir con los otros. Esas actitudes egoístas deben corregirse desde los primeros años de vida en donde el niño debe tener límites y educarlo en compartir juguetes, dulces y los espacios mismos de juego. También indicarle que para recibir nuevas cosas debe aprender a desprenderse de aquellas cosas que no usa o que le están ya sobrando. Ir formando al pequeño en no volverse un vicioso de acumular por solo acumular.
Para el egoísta los demás no existen ni importan.
Los valores son fundamentales en la formación de los individuos que deben interactuar en sociedad. La carencia de valores o la adquisición de anti-valores como es el egoísmo, llevan a generar conflictos en la convivencia humana y a deteriorar la capacidad de tener gratitud, solidaridad, empatía o altruismo.
En la escala de necesidades humanas el altruismo ocupa la cúspide de la pirámide que Abraham Maslow describe en su teoría. Todos los seres humanos iniciamos la subida hacia una pirámide de nuestras propias necesidades. La base de esa pirámide es satisfacer lo básico: alimento, bebida, techo y cobijo (ropa). Después vamos ascendiendo en nuestra propia realización y cuando llegamos a cierto punto es cuuando tenemos la posibilidad de dar a los demás y convertirnos en seres altruistas.
El altruismo es el valor superior al que podemos aspirar.
La tendencia de ayudar a los otros de manera desinteresada es el lograr ser altruista. Desgraciadamente se ha distorsionado la percepción de la palabra y muchas veces se confunde como si fuera una prerrogativa de una persona millonaria. No es así, se puede ser medianamente pobre y ser altruista. Esa actitud se origina en la capacidad de tener empatía por el otro. Al ver que el otro sufre o está carente de algo y uno lo puede compartir, es donde se manifiesta el altruismo. La cuestión fundamental es no buscar dar a cambio de recibir algo. Uno debe dar porque le nace y no porque encuentra la posibilidad de sacar algún provecho.
Las grandes crisis por las que a veces atravesamos como personas o como sociedad, nos enfrentan invariablemente al egoísmo y al altruismo. En el caso de México hemos podido vivir terremotos en donde afloran los dos elementos el valor del altruismo y el anti-valor del egoísmo. Entre los mismos miembros de una familia se presentan ambos elementos.
La gran lección de este año es haber visualizado la lucha entre el egoísmo y altruismo
Sin lugar a dudas la pandemia nos ha servido para mostrarnos nuestra capacidad de compartir o de acumular, de pensar en ser generoso para con los demás o atrincherarnos en nuestro propio interés. La debacle que falsamente han generado –algunos sectores–, con las vacunas nos muestra esta pugna. Más de una persona se ha querido pasar de listo para obtener la aplicación de la vacuna sin esperar su turno o bien, emprenden un viaje al extranjero para acelerar su potencial inmunidad ante el posible contagio. Quizás su capacidad económica les facilite el ir y aprovechar la dotación que se ha asignado para cada país e inclusive escuchamos comentarios como el que se debería de privilegiar a los jóvenes de la población económicamente activa y sacrificar a los ancianos y a la tercera edad.
Para quienes tenemos ligeros conocimientos en materia del comportamiento de los virus nos provoca una sonrisa ver tales comportamientos. El virus tiene la capacidad de mutar y de re-infectar a quien este ya vacunado. La carrera no debe ser para ver a quién primero se le aplique la inmunización, o quien se brinque la fila o gaste una fortuna por vacunarse sino entender que el poder democratizador de una pandemia es tratar a todos por igual, mostrarnos que todos somos frágiles y que deberíamos estar mejor enfocados para fortalecer nuestro sistema inmunológico, cooperar con la salud pública, modificar nuestros hábitos de higiene, convivencia y alimentación y aprender a tener la debida paciencia para que la ciencia y los encargados de nuestra salud comunitaria aplaquen al enemigo invisible que puede ser el virus o nuestra propia carencia de valores.

Las horas perdidas

La puntualidad es un hábito que se debe procurar inculcar desde niño.

Mi socia y mentora: Juanita Guerra Rangel (+) solía ser muy puntual y decía que era tan malo llegar tarde como llegar antes de tiempo. Las horas perdidas le incomodaban. Quizás su prurito por la puntualidad venía de familia ya que ella había pasado sus primeros años en compañía de su padre que era ferrocarrilero en Chicago, Illinois. Esa época era un cargo de mucha respetabilidad ser el jefe de maquinistas y solían usar un reloj de leontina de oro con una precisión extraordinaria. Tanta era la exigencia que los trenes eran un referente de las horas en las poblaciones por las que atravesaban.

Después Juanita vino –a sus escasos quince años–, a trabajar en la incipiente compañía Nestlé. Era un pequeño negocio que tenía sus bodegas de productos de importación en la calle del Buen Tono. La dirigía un suizo: el Sr. Sommerhalder.  Así que, con el ejemplo de su riguroso jefe, Juanita reforzó su estricta puntualidad.

Si contabilizáramos las horas perdidas que tenemos a lo largo de un día, semana o mes, de seguro nos iríamos de espaldas.

Por ejemplo, una cita con el médico a veces llega a consumir más de dos horas en la sala de espera. El conflictivo tránsito te puede hacer perder horas, o el abordar un vuelo pasando por los boletos, filtros, revisiones, etc. No se diga cuando alguien con quien quedaste en una cita y llega con casi una hora de retraso.

Cuando ya Juanita era directora de publicidad en la Compañía Nestlé y se encontraba entre los principales productores de programas de radio y televisión, la puntualidad era una obsesión ya que se transmitían en vivo sus emisiones. (Noticiero Nescafé con un joven periodista llamado Jacobo Zabludovsky, Revista Musical Nescafé con los de 100 artistas más destacados de México, así como el programa de Cri-Cri, entre muchos otros). Era sumamente estricta y no permitía que hubiese horas perdidas ni en el ensayo ni en sus transmisiones.

Del anecdotario de Juanita tengo tres imborrables ejemplos:

Ya en su tercera edad, con su entrañable amiga Amalia fueron a una boda en la Iglesia de San Agustín en Polanco. Amalia era desesperadamente apresurada e impositiva por lo que la obligó a que se sentaran en las bancas una hora antes de la boda. Juanita refunfuñaba diciéndole que se perdían del precioso tiempo. Cuando finalmente inició la boda, Amalia le apresuró a salir para irse al salón de Banquetes con la excusa de llegar a tiempo a la cena. Al ir saliendo por el portón de la iglesia unos señores maleducados entraban al mismo tiempo y a empujones salieron a la calle. Iban muy molestas por el trato tan rudo de esos individuos.

Llegaron al salón de banquetes donde estaban aún los meseros montando las mesas. Se sentaron a esperar y así pasaron varias horas. Juanita le repetía hasta el cansancio sobre la pérdida del valioso tiempo.

Finalmente entró un señor para pedir disculpas y anunciar que se había cancelado el banquete. La razón: Un grupo de asaltantes había irrumpido de forma violenta en el templo, amagaron a todos los asistentes, les hicieron que se quitaran la ropa quedando en ropa interior y les robaron todas sus joyas y carteras, así como un par de autos. Aparentemente Amalia había hecho algo acertado al apresurar la salida de la iglesia.

Amalia celebraba con regocijo el que hubieran salvado el pellejo y haberse evitado la pena de tener que desnudarse. ¡Ya ves que por salirnos a tiempo no nos pasó nada!

En otra ocasión tuvieron una boda en un templo judío y nuevamente, Amalia insistió en llegar muy temprano, después de una hora de espera y que supuestamente debería de empezar la ceremonia, el encargado del templo se acercó y les dijo que si pensaban asistir a la boda les informaba que la tradición en la comunidad era poner una hora en la invitación pero con el sobre-entendido de que todos llegarían una hora más tarde.

Así que perdieron dos horas en la espera.

Ya para entonces habían llegado al clímax las discusiones sobre la puntualidad y Juanita le decía a su amiga: “Algún día, voy a llegar tarde adrede, sólo para fastidiarte. No es posible que siempre estemos perdiendo de dos a tres horas en cada evento”.

Juanita siempre cumplía sus compromisos y promesas.

El día que murió Juanita, Amalia citó a los más cercanos amigos de Juanita a que estuviésemos puntualmente a las 14 horas en los sótanos de catedral para tener una misa con las cenizas. Era el 21 de junio –en plena temporada de lluvias—y obvio,  se desató una tremenda tormenta.

Las criptas retumbaban con los truenos y se iluminaban las escalinatas con los relámpagos. Parecía una escena de película de terror.

Todos esperábamos a que llegaran las cenizas del crematorio. El sacerdote fastidiado de la espera, ofició la misa sin la urna presente y se retiró. Amalia desencajada, furiosa y prepotente hablaba a la funeraria desde un teléfono que estaba en la entrada de las criptas. Reclamaba con su vozarrón el cual también rebotaba con el eco por las criptas.

A las 17:30 horas llegó el encargado de catedral para pedir que desalojáramos pues se cerraban las criptas. Subimos las escalinatas dirigiéndonos al portón lateral de catedral justo cuando llegó el joven de la funeraria completamente mojado, escurriendo agua por todos lados y con la urna en manos. Excuso decirles la lluvia de improperios que recibió el pobre muchacho por parte de ella.

Yo sonreí viendo la escena y recordé lo que siempre había argumentado Juanita: “Nadie tiene derecho a hacerte perder el tiempo. Las horas perdidas jamás se recuperan. Es tan malo llegar tarde como llegar demasiado temprano”.

El día de su muerte fue el único día en que Juanita llegó tarde y cumplió su promesa de que por lo menos una vez en su vida llegaría tarde para que Amalia escarmentara.

Mariposas en el estómago

¿Quién no ha sentido mariposas en el estómago?

Es una frase coloquial que se utiliza para explicar la emoción que cualquier persona siente cuando se encuentra en la fase inicial del enamoramiento. Por eso se le describe como “mariposas en el estómago”.

Sobretodo en los primeros enamoramientos, las personas experimentan sus emociones como cosquilleo, felicidad desbordante en euforia y hasta palpitaciones que dejan sin aliento.

Es evidente que todas estas reacciones se detonan en nuestro cerebro, en las interconexiones neuronales que afectan tanto al área racional pero especialmente al área emocional del hipotálamo y amígdala.

Hay una explicación química: Son descargas hormonales.

De ahí que a esas descargas hormonales se les llamen “las hormonas del amor”.

Ese impulso del amor es parte de la química de nuestro cuerpo. En efecto, secretamos sustancias químicas que mediante las neuronas se envían señales a distintas partes del encéfalo (cerebro) y ahí son las reacciones fisiológicas y manifestaciones físicas que tenemos.

Una reacción fisiológica puede ser que nuestro ritmo cardiaco se acelere, el torrente sanguíneo provoque que nos ruboricemos, o que nos suden las manos e inclusive se altere nuestra respiración y nos “quedemos sin aliento”. Esto explica la extraña sensación que decimos: “mariposas en el estómago”.

¿Pero cuáles son esas hormonas del amor?

Hay dos tipos de descargas que obedecen a una secuencia o fase. Primero descargamos dopamina en gran cantidad. La dopamina es la responsable de generarnos euforia, alegría, emoción y es cuando sentimos deleite.

En una segunda fase se mezclan otras hormonas conocidas como endorfinas que son las que nos van ayudar a sentir placer.  Es una sensación de bienestar general, y se pueden segregar en compañía de estímulos táctiles como las caricias, los besos o el estímulo sexual.

Las endorfinas –como decíamos–, tienden a mezclarse con las apomorfinas que son peligrosas porque producen adicción. Esto da origen a un  poderosa droga natural que hace que nuestro cuerpo sienta la necesidad del otro.

El amor es una batalla de hormonas equiparable a un bombardeo nuclear

En las fases segunda y subsiguientes estaremos liberando testosterona que es clave para el deseo sexual y aunque se suele pensar que son sólo del género masculino, la testosterona también está presente en la mujer. ¡Y vaya que si no está presente!  Pues es la mujer quien a la semana 13 del embarazo, descarga la cantidad de testosterona que habrá de “sexar”, es decir: determinar el sexo del futuro bebé.

Así que la testosterona nos impulsa a tener deseo sexual y el neurotransmisor conocido como serotonina hace una genial combinación. La serotonina   se le conoce como la hormona de la felicidad ya que aumenta los niveles de esta sustancia en los circuitos neuronales generando una sensación de bienestar, relajación, nos ayuda a concentrarnos en el objeto amado (de ahí la frase: “solo tenía ojos para verle”) y estimula nuestra autoestima, lo que nos impulsa a acicalarnos, perfumarnos, y a “ponernos guapos”.

Después de todo, el amor es una deliciosa droga que te hace vivir intensamente.

Normalmente nunca vamos a analizar desde el punto de vista químico ni neurofisiológico lo que sentimos cuando estamos enamorados. Pero si es conveniente saberlo porque te ayudará en mucho a comprender los alcances de las locuras que puedes cometer cuando se está enamorado.  Fuera de toda la bioquímica, estoy seguro que cada uno de nosotros posee un inmenso anecdotario de las emociones que hemos sentido en nuestra vida desde el primer flechazo y en cada una de las fases del enamoramiento.

Es una delicia estar enamorado y es apasionante invertirle tiempo y energía al romance. Quizás es uno de los satisfactores más gratuitos y benéficos para nuestro cuerpo porque toda esta revolución hormonal en el interior y que pasa desapercibida a nivel racional, se refleja en la hermosura que proyectamos hacia el exterior. Una persona enamorada es más bella, más atractiva y más luminosa.

Así que cada vez que puedas: Libera las mariposas para que vuelen en tu estómago, su aleteo te dará placer, emoción, alegría y te pondrá al límite de la adicción positiva.

Tiempo y cerebro

Uno de los grandes misterios que tienen que descubrir las neurociencias es el tiempo.

Todos creemos que sabemos que es el tiempo y lo medimos con relojes, con referentes como el día y la noche, lo estructuramos en agendas y calendarios.

Pero… ¿Qué es el tiempo?

Los especialistas dicen que nosotros confundimos tiempo con temporizar. Temporizar es acomodar los espacios cronotrópicos  (que es la conexión entre espacio y las relaciones temporales que se asimilan en un proceso)

o sea los lapsos entre un punto inicial y el punto final que se recorre para poderlo comprender. La temporización es algo que inventamos los humanos para que mentalmente estemos cómodos y podamos medirlo. Es como un pasatiempo mental.

Los primeros temporizadores fueron los llamados relojes de arena o los relojes de sol. Ahora si vemos la temporización desde el proceso fisiológico o metabólico es el transcurso que todo organismo recorre desde su nacimiento hasta su muerte. También el universo tiene sus medidas de temporización en función a lo que los astrónomos denominan años luz.

Lo interesante es cómo percibimos el tiempo. Por ejemplo, cuando tenemos un accidente vemos todo el proceso en cámara lenta. Es un momento que emocionalmente nos lastima y sentimos que duró mucho “tiempo”. En cambio, cuando tenemos un momento agradable, placentero, sentimos que el tiempo se nos fue muy rápido, de forma acelerada y nos quejamos de que se nos fue “muy rápido el tiempo”.  Eso puede ser en un viaje de vacaciones o en una fiesta o un encuentro con el ser amado. ¡Se te va rápido el tiempo!

El ritmo y paso del tiempo en nuestro cerebro va en función a los estímulos que percibimos. Un examen se nos hace largo. Una espera de que nazca un bebé se nos hace eterno. Pero el cumpleaños de cada año cada vez va más rápido. Como podemos ver es relativo el tiempo y lo doloroso en nuestras emociones alarga el tiempo así como lo agradable lo acorta.

El cerebro tiene entonces la habilidad de condensar el tiempo y para poder predecirlo requerimos de información, misma que se logra a través de las conexiones neuronales.

Todo es impreciso en materia de tiempo.

“Te estuve esperando mucho tiempo”, dice una persona y le responde la otra: “Pero si no fue mucho, me retrasé escasamente cinco minutos…¡No exageres!”.

 

Creemos a través de nuestro cerebro que vemos todo y dominamos cada acontecimiento, pero no es así. Lo que nos ayuda a darle integración es la percepción. Es juntar pedacitos de sucesos e integrarlos en una secuencia. Son como los fotogramas de una película que al unirlos y gracias a que nuestros ojos perciben con una deficiencia que se llama “percepción retiniana” logramos darle animación. Es el origen también del cine animado. El cerebro no refleja la realidad podemos decir que la compone, la organiza para darnos la sensación de realidad.

Hoy en día, que vivimos con tantos estímulos, no podemos muchas veces darnos cuenta de todo; entonces nuestras neuronas ahorran energía y prefieren que penemos en aquello que es lo que más nos interesa. Es decir, nos dota de atención selectiva. Solo recordamos lo relevante.

El cerebro es un sistema que combina experiencias, conocimientos y emociones, es un sistema dinámico y complejo por eso no es fácil entendernos y entender a los otros. Así el cerebro utiliza los temporizadores para darnos una fácil comprensión de lo que es el tiempo y eso es lo que nos sirve para organizarnos.

El niño y el anciano

Un niño salió a pasear por la barranca contigua a su casa. Era una extensión de su propio jardín con bellos pinos, riachuelos y matorrales.

Trepó hasta una loma rocosa de donde se podía ver un majestuoso paisaje.

De forma inusual, estando ahí sentado, llegó un anciano con aspecto de alpinista.

–Buenos días–, le saludó afable.

A lo que el niño respondió con cortesía y una sonrisa, poniéndose rápidamente su cubrebocas.

¿Me puedo sentar un rato aquí para descansar un poco?

Y acto seguido se ajustó su cubrebocas y se sentó en una de las rocas a sana distancia.

–¿No deberías estar guardado en casa por la cuarentena?–  preguntó con curiosidad el anciano.

–Pedí permiso para pasear un poco, vivo muy cerca de aquí y pensé que no habría de encontrarme a nadie. – respondió con seguridad y completó la idea: “Con la pandemia me he sentido muy solo, aburrido, no puedo ver a mis amigos…es como estar encarcelado, nos cambió el mundo y tenemos que adaptarnos”.

El anciano sonrió y le dijo: El mundo es el mismo, no ha cambiado, solo que nos ha sacudido como si fuera un terremoto. Es como un intento de hacernos despertar para que nos demos cuenta de nuestros errores, de que hemos vivido con malos hábitos, dañando a la naturaleza, afectando al clima y hacinándonos en grandes ciudades, viajando de forma acelerada, perdiendo calidad de vida y sin cuidar de nuestra salud. En pocas palabras nos sacudió para darnos cuenta de que somos frágiles y finitos, es decir, que nuestras vidas tienen un límite.

El niño mostrando gran curiosidad y abriendo sus ojos con asombro le preguntó:

–¿Entonces la pandemia es como una llamada de atención?

–Sí, respondió el anciano, ha sido una llamada de atención y estamos en un momento en que nos hemos detenido de nuestro trajín de actividades diarias, nos hemos visto forzados a estar en una prolongada pausa para tener la oportunidad de pensar, analizar y de corregir nuestra forma de vivir.

–Ahora tengo que tomar las clases por computadora… ya no hay festivales ni ceremonias o recreos. Mi mamá tiene que estar pendiente de que estudie y haga mis tareas, mucho más pendiente que antes. Dice que hasta está repasando las materias que estudió cuando fue niña.

–Así es–, dijo el anciano–, se ha acelerado el uso de las tecnologías que nos sirven para comunicarnos y darnos cuenta de lo que hemos perdido.

¡Sí!—respondió el niño–, ahora extrañamos el poder platicar con mis cuates, jugar, abrazar a mis abuelitos… no es lo mismo chatear o estar en zoom con la pantalla de la compu que poder estar acompañado con quienes uno quiere estar y platicar.

“Ya ves, le dijo el buen hombre, cuando perdemos las maravillosas cosas que nos hacen humanos, nos sentimos extraños en nuestro propio mundo, añoramos las caricias de los abuelos, los juegos con los primos o amigos y el poder tener el contacto humano directo”. Completó el anciano.

–¡Mi papá dice que la pandemia se ha prolongado porque hay mucha gente que no se ha cuidado!”–, exclamo el niño.

–No precisamente, la pandemia se ha prolongado porque los humanos necesitamos de más tiempo para aceptar nuestros errores y aprender la necesidad de que debemos transformarnos–, aseguró el anciano poniéndose de pie y estirando sus piernas.

–¿Y cuándo cree ud. que termine todo esto?—inquirió el niño con cierto temor.

El anciano se puso su sombrero, sonrió y mirándolo fijamente le dijo:

“Cuando aprendamos a no ser egoístas, cuando descubramos que lo más valioso que tenemos es gratis, cuando aprendamos que en esta vida no se compra la salud ni se puede privilegiar el bienestar para unos cuantos. Ese día, estaremos volviendo a ser humanos”.

Y despidiéndose se fue alejando cuesta abajo.

El niño se quedó pensando un rato más y regresó a su casa con cierta emoción y esperanza de que si uno cambia la forma de pensar y de hacer, los demás que nos rodean cambiarán junto con nosotros.

Esa noche en la cena sorprendió a sus papás al decir en la mesa:

El mundo no cambió, solo nos dio: “Un estate quieto”.

 

 

 

 

 

 

Contemplación como ejercicio mental

Las neurociencias nos han develado importantes hallazgos en las últimas décadas. La plasticidad neuronal es la clave para mantener ejercitado y sano a nuestro encéfalo conocido comúnmente como cerebro. La contemplación es un ejercicio mental poco utilizado.

La contemplación se define como el acto de observar con atención algo y detenerse a ver la realidad. Es sabido que la contemplación se recomienda hacerla en un ambiente tranquilo y placentero.  La contemplación nos permite reflexionar serenamente. Hacerlo de forma detenida, profundamente íntima.

Contemplación no es solamente ver.

La contemplación es más bien un estado mental que cuando se involucra el tema religioso se le denomina como estado espiritual. Pero lejos de las creencias, la contemplación también se le relaciona con la admiración de la belleza y de las obras de arte.

No todos tenemos los mismos gustos por lo que es difícil que la contemplación del arte sea uniforme entre los seres humanos. Sin embargo, el enfoque que le debemos de dar es de hacer un ejercicio mental al observar lo que consideramos algo bello. Contemplar a un niño o un bebé es algo que comúnmente hacemos. Contemplar la armonía en una reunión familiar en el hogar puede ser gratificante.

Para lograr entrar a un estado de contemplación necesitas silencio mental.

Ya habíamos hablado anteriormente de la importancia del silencio. Avanzando en este tema debemos pasar del silencio auditivo al silencio mental. Esto significa una hazaña porque nuestra mente en cuanto logramos estar en silencio auditivo empieza a bullir con pensamientos, pendientes, obsesiones y demás distractores que tenemos almacenados en la cabeza.

Para lograr un verdadero estado de contemplación que nos permita refrescar nuestras conexiones neuronales debemos buscar estar en silencio aún cuando estemos rodeados de personas, hacer un esfuerzo de sustraernos de las otras conversaciones, despejarnos de pensamientos intrusivos y concentrar todos nuestros sentidos en el objeto a contemplar.

Como todo ejercicio, la contemplación debe practicarse hasta lograr perfeccionarla.

Se recomienda iniciar ejercicios de contemplación observando fotografías, estampas o pinturas que nos agraden o llamen la atención. Recorrer con la vista y en detalle todo.

Otra forma es escuchando una melodía.

Después haga el ejercicio de contemplar a los miembros de la familia en una reunión o como mencionábamos, en silencio, observar a un bebé, un niño pequeño e inclusive a los adolescentes interactuando. No hacer comentarios ni pretender interpretar sus acciones sino simplemente observarlos. Luego haga eso mismo en un museo o con las estatuas de un parque, o con las flores de un jardín. Respirar paz mientras observamos. Relajar nuestros músculos y dejarse ir.

 

Es fascinante el efecto terapéutico de la contemplación.

Poco a poco vamos logrando dominar la contemplación como un ejercicio mental que nos brinda grandes beneficios. Nos libera de estresores, nos relaja y nos da una riqueza mental que pocas veces habíamos sentido.

El silencio como medicina

Después de cualquier celebración humana sobreviene un periodo de silencio.

Cuando termina una fiesta o una bulliciosa reunión y se retiran todos los invitados se crea un espacio de abandono impregnado de silencio.

Al cerrarse el telón y los ensordecedores aplausos se apagan, los asistentes a la función se ponen de pie y se van retirando de forma acompasada.

Las luces se van apagando. Los camerinos vuelven a estar desiertos y el auditorio o teatro queda en un mudo estado de soledad, es cuando entra el silencio.

Los mismos templos e iglesias se cierran después de que los creyentes se alejan en pequeños grupos. Quizás alguna luz o vela quede encendida pero quien se hace dueño del espacio es el silencio.

Al morir la euforia de celebrar el año nuevo, las calles lucen desiertas y poco a poco brillan los primeros rayos del sol en medio de un gran silencio. Todos duermen reparándose del festejo concluido. Descansan en silencio.

Después de un funeral y el consuelo de abrazos y frases de duelo, los dolientes se recogen guardando un profundo silencio.

Los amantes al separarse físicamente de su solaz encuentro se ven invadidos por un gran silencio.

Al emocionante episodio de dar a luz, y tener al recién nacido en su regazo, la mujer y su pareja guardan silencio mientras el cansancio los hipnotiza con un paréntesis a las horas que les precedió durante el alumbramiento.

El silencio es un antídoto, un bálsamo que ayuda y reconforta las emociones alteradas, sean alegrías o desgracias. El silencio se muestra como una medicina natural, sin dosis prescrita ni indicaciones terapéuticas. Lo necesitamos como se necesita el agua o el aire. Lo respiramos mientras nuestra mente entra en un estado de reposo.

Ante los homenajes de los caídos, siempre se pide un minuto de silencio. En el aula escolar o universitaria, después de la algarabía que produce la entrada de los alumnos o participantes, el maestro antes de inicia la clase pide silencio, ya sea de forma verbal o simplemente con su mirada fija en sus pupilos alborotados. No se diga de cuando suena el timbre de la chicharra anunciando el término de la sesión educativa. Se produce un torbellino de sonidos y al abandonar el salón de clases lo único que se deja sobre los pupitres es el silencio.

La misma música para ser magistralmente interpretada requiere de combinar las notas musicales con espacios de silencio.

El silencio es medicina. Cura el desamor y fortalece al amor. Acompaña la alegría o el duelo. Invita a pensar, soñar o dormir. El silencio abriga la soledad y estimula ante los excesos.

Mirar en silencio al otro genera un magnetismo extraordinario. El silencio es vitamina, es calmante y fortalece al espíritu de cada uno de nosotros.

Solo cada uno de nosotros sabe cuánta es lo dosis y frecuencia que su cuerpo y mente requiere de esta medicina. Lo que sí sabemos es que sin la medicina de silencio nuestro organismo pierde el equilibrio y nos conduce a la ausencia de salud.

Iniciemos el nuevo año con la dosis exacta que necesitemos de silencio.