Aquí no hay hombres

“¡Aquí no hay hombres!” era la constante queja de mi amiga en Monterrey cada vez que la visitaba. Con ella hacemos proyectos conjuntos y originalmente la conocimos con su socia. Las dos ya se sentían “quedadas”. Su socia logró enamorar a un gringo y se la llevó a disfrutar de su “green card”.

Eso conmocionó más a mi amiga de referencia que en mi siguiente viaje me repitió su queja: “Aquí en Monterrey no hay hombres. Y los que hay o son golpeadores, divorciados, pervertidos o gays” Era enfárica.

Simpática y alegre como nadie, era de religión protestante. Sin ánimos de ofenderla y con objeto de serenarla se me ocurrió regalarle una estampia de San Antonio.

–Yo sé que tu no crees en esto pero mi abuela era muy creyente de San Antonio. Es el santo de vocación para encontrar las cosas perdidas y entre ellas el amor. Te la doy para que encuentres al hombre que te haga feliz.—le dije con toda sinceridad.

Este episodio se me había olvidado hasta que el otro día, a raíz de mis publicaciones sobre los santos traviesos, mi amiga de Monterrey me llamó y me la recordó.

–Fuiste tú el que me dio ésa estampita de San Antonio–, dijo riendo a carcajadas.

Rememoramos la travesura del Santo.

Resulta que ella –a insistencias de una amiga–, fue a una reunión donde le iban a presentar a un amigo de un primo. La amiga iba a conocer a un futbolista. Se dio la reunión y entre la charla, mi amiga se levantó para ir a los servicios. Cuando al regresar, el futbolista ya se había cambiado de lugar. La amiga charlaba animadamente con el otro señor. Mi amiga se sentó y sonrió.

El futbolista le dijo: “Espero no te molestes pero fui yo el que pidió cambiar de lugar. Y la verdad, es que me gustas mucho.”

Evidentemente ella se sorprendió ruborizándose

El muchacho futbolista continúo la plática: “A lo mejor yo no te intereso. Soy divorciado. Mi mujer me abandonó dejándome a mis dos hijos. Ahora soy papá y mamá de mis niños. Muchas chicas se espantan de mi situación y rehusan tratarme.”

Mi amiga sintió enorme ternura y le respondió: “Yo no soy así, ni tengo prejuicios”.

Acaban de celebrar quince años de estar felizmente casados. Ella crió a los muchachos. Les llama “mijos” y ellos le dicen Mamá.

¡No cabe duda que San Antonio es muy travieso, pero hace muy bien …aunque no se profese la misma religión!