Cuando me llegó la lista de requerimientos que exigían los publirelacionistas de Óscar de la Renta, allá por el verano de 1989, me pareció un poco exagerado. Indicaban que debía estar hospedado en una suite del Hotel María Isabel Sheraton, el tipo de agua que debía beber, su agenda detallada, autos y hasta los elementos de seguridad que estarían vigilándole 24 horas. Era solo un par de días que estaría en la Ciudad de México y las actividdes eran muchas. Apenas si le dejarían algunas horas para dormir y la tarde de su último día para empacar, descansar un poco y trasladarse al aeropuerto.
Todo estuvo listo con precisión milimétrica. Llegó Óscar de la Renta, un dominicano de origen, radicado en Nueva York, que tenía una casa de descanso en Connecticut y su residencia de República Dominicana. Además de que financiaba un Orfanatorio en su país de origen.
Su imagen impecable, atildado, de finas maneras, sumamente cortés con todo mundo. Hablaba excelente español e inglés. Pidió iniciar con un desayuno con las chicas demostradoras que promovían sus productos en los grandes almacenes. Me pidió que fueran mesas de 10 personas y que en cad mesa le reservara un lugar para que él se desayunara. Imaginé que eligiría una de las mesas para consumir sus alimentos pero no fue así. Sorprendido le descubrí el truco. Óscar se fue sentando en cada mesa, departía con las chicas, probaba una parte de su desayuno, se tomaba fotos con ellas y cambiaba de mesa. De esa forma, democráticamente, se desayunó con todas.
Así fueron transcurriendo los eventos, fuimos al centro comercial de Perisur, recorrió las áreas de Perfumería y de ropa en Liverpool y Palacio de Hierro. Los guardaespaldas nos seguían por todas partes y en el hotel permanecían vigilando el lobby y el acceso principal.
Finalmente el último día, serían cerca de las 12:30 del mediodía cuando óscar me dice:
–Sabes, conozco de la Ciudad de México el aeropuerto, los hoteles, restaurantes y los centros comerciales. ¡No conozco nada más!
Me pareció un poco desolado su comentario, pero le entendía después de ver sus agitadas jornadas.
Después de una pausa mecontinuó diciendo:
–¿Traes auto? Le respondí afirmativamente.
–¿Dónde está?
–En el estacionamiento del sótano–, le contesté.
Acto seguido me propuso le ayudara a buscar una forma de llegar a mi automóvil sin ser vigilados por los guardaespaldas y que le llevara a conocer el centro de la ciudad. Solo él y yo. Mientras tanto, un asistente mío estaría en la suite empacándole toda su ropa y pertenencias. Manejaba yo, le describía los puntos de iinterés. Me detenía en lugares atractivos, el bajaba del auto se asomaba a Bellas Artes, el Museo de la Casa de Iturbide, Palacio Nacional, la Catedral y el Templo Mayor. El tiempo apremiaba, debíamos regresar pues el contingente saldría hacia el aeropuerto. Todos pensaban que Óscar de la Renta descansaba plácidamente en su suite gozando de una merecida siesta.
La sorpresafue mayor cuando llegamos al lobby de autos y descendió Óscar de la Renta de mi auto. Los guardaespaldas estaban atónitos y su attaché de relaciones públicas furiosa. Quizás por eso se vengó de mi cuando le mandé una «Máscara» de los huicholes aa Nueva York, nunca llegó a sus manos.
Hoy se fue de viaje Óscar de la Renta hacia el inframundo que escasamente pudo disfrutar en el templo mayor de la Ciudad de México. Se fue un gran diseñador latinoamericano, afable, noble y caritativo. Murió a los 82 años, llevaba varios años padeciendo cáncer.
Adiós Óscar de la Renta…me diste la oportunidad de enseñarte mi bella Ciudad de México.
Juan Okie